Enseñando en la sinagoga
“El sabio puede cambiar de opinión, el necio nunca” (Kant)
3 de febrero. Domingo IV del TO
Lc 4, 21-30
Levantándose, lo sacaron fuera de la ciudad y lo llevaron a un barranco del monte sobre el que estaba edificada la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero él, abriéndose paso entre la gente, se marchó.
Los jerarcas -personas de una categoría superior y principal dentro de una organización, especialmente en el orden de la Iglesia, como lo define el diccionario- representan una estructura que se establece en orden a su criterio de subordinación entre persona, animales, valores y dignidades. La palabra española “jerarquía” procede de la latina hierarquia, y ésta de la griega ἱεραρχία. A Jesús, a quien las normas y los ritos le traían al pairo, interpretaba en la sinagoga de Nazaret las rocosas palabras de la Biblia, a su aire. Un aire fresco y reconfortante que, en este caso, acatarraba a los jerarcas y al pueblo. Solución: despeñarle. Precio que, incluso, habría de pagar más tarde el Calvario como lo han pagado tantos otros rebeldes en la historia. Pero es el necesario tributo que hay que pagar para poder seguir creciendo.
El monje budista Walpola Rahula (1907-1997) dice en “Lo que Buda enseñó: “Las enseñanzas del Buda surgieron en la india como una fuerza espiritual contra la justicia social, contra los ritos supersticiosos degradantes, las ceremonias y los sacrificios, denunciaban la tiranía del sistema de casta, y abogaban por la igualdad de todos los hombres; emancipaban a las mujeres y les dieron la libertad espiritual”.
El Cristianismo nació en la misma fuente, aunque llegaron pronto los jerarcas, defensores de la Ley con ínfulas bien puestas en la mitra, y comenzaron a congelar las aguas, sin percatarse de que en tan rígidas condiciones, ideas, sueños y sentimientos, se quedarán enanos. Para ellos lo verdaderamente importante eran las palabras:
“Ya entendí”, dijo la rosa.
“No lo entiendas, vívelo”, dijo el pequeño príncipe.
Y ese mismo día empezaron a crecer en su Planeta las ideas, los sueños, los sentimientos, … ¡y los árboles!
“Nunca hace daño tener una opinión elevada de alguien; a menudo más personas se sienten ennoblecidas y actúan mejor como consecuencia”, dijo Nelson Mandela. Y también empezaron a prosperar en el mundo todas las especies naturales. ¿Fue aquí quizás entonces, cuando los de las ínfulas mitrales se quedaron enanos para siempre?
¡¡Por favor, Jesús, ven a salvarlos!! A ellos y posiblemente también a nosotros, pues el riesgo lo corremos todos. No podemos amarrar la barca a la luna, y descender luego hasta el mar para remar sobre las olas. Sería infinitamente mejor “abrirnos paso entre la gente y marcharnos” para impedir que nos lleven a un barranco.
“El sabio puede cambiar de opinión, el necio nunca”, dijo Kant, si bien yo he de confesar que no siempre he sido suficientemente sabio y prudente como hubiera sido necesario.
En un libro titulado Poesía china, el sabio y poeta Li Bai nos habla de un Maestro que, aunque funcionario del estado, era sabio con los sueños y rompía las normas estatales, pues no escuchaba al emperador. Toda autoridad oficial tiene por habitual cometido el mantenimiento de los cánones que tutelan su gobierno y el de los súbditos con ansias de desarrollo; y también el de vulnerar dichos cánones cuando las reglas se convierten en freno que paraliza su evolución normal como persona. En mi jardín tengo unas encinas nacidas en los huecos de las rocas; y a medida que sus tenaces troncos se han desarrollado, han quebrado el rígido granito.
UN MENSAJE AL MAESTRO LENG (Li Bai)
Maestro, te saludo desde mi corazón,
tu fama es bien conocida por todo el mundo.
Renunciando a esa juventud ardiente de la nación
con sombrero y carro de funcionarios de alto rango,
ahora con el pelo blanco, eliges los pinos y las nubes
ebrio con la luna, sabio con los sueños,
flor hechizada, no escuchas al emperador…
¡Como una alta montaña, de qué manera podré llegar a tiempo
a la respiración de su dulzura desde aquí.
Vicente Martínez
Fuente Fe Adulta
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