Haced lo que él os diga…
“No tienen vino”
La verdad es que no tenemos vino.
Nos sobran las tinajas, y la fiesta
se enturbia para todos, porque el sino
es común y la sola sala es ésta.
Nos falta la alegría compartida.
Rotas las alas, sueltos los chacales,
hemos cegado el curso de la vida
entre los varios pueblos comensales.
¡Sangre nuestra y de Dios, vino completo,
embriáganos de Ti para ese reto
de ser iguales en la alteridad.
Uva pisada en nuestra dura historia,
vino final bebido a plena gloria
en la bodega de la Trinidad!
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Pedro Casaldáliga
***
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: “No les queda vino.”
Jesús le contestó: “Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora.”
Su madre dijo a los sirvientes: “Haced lo que él diga.”
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dijo: “Llenad las tinajas de agua.”
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó: “Sacad ahora y llevádselo al mayordomo.“
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora.”
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.
Después, Jesús bajó a Cafarnaún, acompañado de su madre, sus hermanos y sus discípulos, y se quedaron allí unos cuantos días.
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Juan 2, 1-12
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No conseguiremos nunca agotar la riqueza de significados de los «signos» del evangelista Juan. En el primero de ellos se nos revela Jesús como alguien que da vino a los esposos de Cana. Las bodas necesitan alegría: «¿Acaso pueden ayunar los invitados a la boda cuando el esposo está con ellos?», dice Jesús.
El vino está en su sitio en una fiesta de bodas, porque el vino simboliza todo lo que la vida puede tener de agradable: la amistad, el amor humano y, en general, toda la alegría que puede ofrecer la tierra, aunque con su ambigüedad. Quisiéramos que este vino, que es la alegría de vivir, «el vino que alegra el corazón del hombre», no faltara nunca. Se lo deseamos a todos los esposos. Pero falta en algunas ocasiones. Les faltó a los esposos de Cana: «No tienen vino». Jesús hubiera podido responder: si no tienen, que lo compren. El hecho es que el vino es la alegría de vivir, algo que no se puede comprar ni fabricar, y es difícil estar sin ella. Y este vino, del que los esposos tienen necesidad, pero que nunca podrían darse a sí mismos, este vino –decíamoslo «crea» Jesús del agua, porque se trata de un vino nuevo. Juan quiere decirnos que el vino nuevo es bueno, nunca probado hasta entonces: es Jesús mismo. El vino se muestra significativo como don de Jesús: está al final, es bueno, es abundante. Es signo del tiempo de la salvación. El vino es así «la sangre derramada» de Cristo por nosotros, es el sino de la caridad, de la entrega de sí, algo tan importante para poder vivir como cristianos.
El vino de las bodas de Cana, ese esperado vino bueno, es el don de la caridad de Cristo, el signo de la alegría que trae la venida del Mesías. Las fiestas de los hombres acaban de esa forma que tan bien describe el maestresala: la tristeza del lunes.
Jesús, en cambio, es «el sábado sin noche», como decía san Agustín: cuando pensamos que la fiesta se acaba -«No tienen vino»-, aparece el vino bueno, conservado hasta ese momento, el vino nuevo jamás probado antes.
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A. S. Bessone,
Prediche Della domenica. Ánno C,
Biella 1992, pp. 185-190, passim
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