¡ Vivan los novios!
Es un tema de conversación muy corriente: lo mal que está el mundo. Cada día nos lanzan los medios de comunicación, nuestras realidades, unas bocanadas muy fuertes de desastres, catástrofes, naufragio, hambre, muerte… Y muchas veces hasta pensamos que estamos solos, dejados de la mano de Dios. Que hemos roto la amistad con Dios o mejor “que Dios nos ha dejado de su mano”.
Por eso, me refuerza en mi confianza en Dios, cada vez que leo el texto de Jn 1,27. “Él es el que viene después de mí, a quien yo no soy digno de desatar la correa de la sandalia.” Son palabras que salen de la boca de Juan el Bautista aplicadas a Jesús.
Es más fácil ver a Jesús cercano en el pesebre o en la infancia.
Tenemos la suerte de que Jesús se ha casado de verdad y eternamente con la humanidad. Y cumple con esa unión siempre. No puede, ni siquiera Juan, echarle en cara un fallo.
Ciertamente nos asusta la realidad. Empezamos año nuevo, pero siguen las calamidades humanas. Y seguimos viendo una realidad mezclada de alegrías y penas. Y hasta podemos a veces pensar ¿se habrá olvidado Dios de nosotros? Aquí viene bien la gran afirmación. Jesús cumple de maravilla su matrimonio con la realidad, con la vida, con el mundo, que parece huérfano… Y nos sigue amando con un amor eterno No suelta la sandalia a su esposa: la humanidad.
Los judíos, cuando moría un varón y no quería casarse el hermano del difunto con la viuda, tenía la mujer viuda que quitarle las sandalias al cuñado, escupirle y repetir aquello de “Así se hace en Israel con el nombre de la Casa del descalzado” y le soltaba las sandalias, la viuda a su cuñado (Deuter 25, 5-10).
Jesús se ha unido a la humanidad huérfana y viuda. Lo hemos contemplado estos días: “La Palabra se hizo carne y ha acampado entre nosotros” y “vendremos a él y haremos nuestra morada en él”. Su tienda de campaña, su casa, su choza, lo que queramos… pero siempre entregado, siempre compartiendo, siempre amando. Aquí sí que podemos celebrar las bodas no ya de oro o diamante, sino las bodas eternas.
En cierto momento trazó en las nubes su arco-iris de paz. Hoy traza nuestra naturaleza, nuestra vida, nuestro existir como anillo de bodas eternas.
Y no ya retirado de la vida, sino viviendo, sintiendo, compartiendo nuestra misma vida con penas y gozos, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado, que supondría un divorcio con el Padre y con la humanidad. Unido a cada uno de nosotros, ha creado una presencia activa. Nunca estamos solos ni en la vida ni en la muerte.
Jesús vive compartiendo toda la realidad humana; enfermos, hambrientos, presos, solos… Ha trazado con la humanidad una alianza que ya no se puede romper. Esta boda ya no puede tener divorcio, aunque nosotros a veces queramos vivir como separados.
¡Vivan los novios!
Gerardo Villar
Fuente Fe Adulta
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