6.1.19. Me pido un abrazo. Epifanía de Dios: Magas, mujeres (y reyes)
Dice una tradición que los Magos trajeron a Jesús Oro, Incienso y Mirra, pero que lo hicieron para despistar, pues en realidad lo que ellos querían era sólo abrazar a Jesús, y así lo hicieron, dejándose abrazar por él.
Sigue diciendo esa misma tradición que no eran reyes, ni varones, sino mujeres sabias, eficientes y buenas (o quizá dos mujeres y un hombre: Melchora, Gaspar y Baltasara…), pues lo que Jesús niño y María con José necesitaban no eran hombres barbudos y sesudos, sino mujeres cercanas, amorosas, sabias, parta ofrecer su presencia y enseñarle a ser Mesías (con María y José, sus padres).
Sea como fuere, la Iglesia celebra el 6 de Enero la fiesta de la Epifanía, es decir, de la revelación de Dios a los Magos/as de Oriente, esto es, a los sabios, astrónomos… que buscan la Estrella de Dios, es decir, el signo de la Vida (la Promesa Mesiánica) en las tradiciones del judaísmo.
a) No se dice que sean Reyes, sino magos”, representantes de la sabiduría y religión de Oriente (Persia, India, China, el mundo entero…), hombres de culturas distintas, muy sabia, que interpretan los signos de los “astros” (la sacralidad cósmica), pero que siguen buscando algo más, que puede ofrecerles el Mesías Judío de los pobres y excluidos de la tierra.
b) Son mujeres sabias, como la Reina de Saba, que vino a ver a Salomón, como recuerda el mismo Jesús (Mt 12, 42‒44), que trajeron a Jesús lo más importante: El cariño, el cuidado, comida apropiada. Sí, estoy convencido de que eran “magas” en el sentido radical de la palabras, porque sólo las mujeres saben recibir a los que vienen, acompañando a la madre (como en la historia famosa de Gloria Fuertes, con portada e ilustración de su libro).
c) Son el Oriente… No vienen de Grecia (sabiduría racional), ni de Roma (orden político), sino del ancho mundo de la vida abierta al misterio y a la verdadera fraternidad. Vienen impulsados por su propia religión. No tienen que renunciar a nada (a sus posibles dioses, a sus tradiciones zoroastrianas o hindúes, budistas o taoístas…), sino a culminar su camino. Son la humanidad que busca, desde sus propias religiones.
d) Buscan al Rey de los Judíos… pero encuentran a Jesús, simplemente un Niño, como ellas sospechaban ya, un niño que fuera signo de la Humanidad Nueva. No llegan a la Iglesia organizada de tiempos posteriores, ni al cristianismo cultual, sino sólo a Jesús, rechazado por los representantes políticos del judaísmo o de la religión establecida de su tiempo. En este contexto se sitúa el texto, que tiene muchos rasgos, que ahora no quiero destacar. Sólo presentaré la lectura y una breve aplicación.
A todos los lectores y amigos del blog: Buen días de magos y magas, es decir, de reyes verdaderos, amorosos, viniendo llenos de abrazo.
Texto. Mateo 2, 1-12
Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: “En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel””.
Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: “Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo”. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.
EXPLICACIÓN GENERAL
El texto es muy rico, está lleno de indicaciones que deberían estudiarse con más cuidado. Ahora sólo ofrezco algunas indicaciones generales
1. Jesús, Mesías de Dios, no está encerrado en el templo y ley de Jerusalén, sino abierto en Belén para todos los que vengan. No es Rey que impone su derecho en Sión, sino Niño necesitado, en brazos de su madre. No es Sacerdote que expande la sacralidad divina desde el tabernáculo del templo, sino niño amenazado, que debe exilarse en Egipto, asumiendo así la historia del auténtico Israel, Hijo de Dios (cf. 2, 15).
2. Los representantes religiosos y sociales de Israel (de la Gran Iglesia de entonces), todos ellos varones, no han venido a Belén para adorar al Rey de los judíos. Ellos conocen de algún modo el misterio (saben que el Mesías debe nacer en Belén), pero no quieren buscarle, ni le ofrecen el tesoro de su vida (cf. Mt 2, 11), pues están fijados en sus sacralidades nacionales y sociales. Esta es la paradoja de un mesías de Israel que los israelitas no aceptan. La subida mesiánica de los pueblos hacia Jerusalén queda truncada, pues Jerusalén no les reciba.
3. Herodes, el rey de los hombres poderosos, varones impositivos, no acepta el mesianismo de Jesús y decide matarle. De manera consecuente, la venida de los magos se inscribe en un contexto de persecución: el rey de turno persigue al verdadero Rey de los judíos, obligándole a exilarse, mientras los buscadores mesiánicos de oriente vuelven a sus tierras por otro camino. De esa forma, el Israel histórico de Herodes queda en manos de su propia violencia destructora (relato de los inocentes). Eso significa que la búsqueda de los pueblos que quieren adorar en Jerusalén al Rey Mesías ha fracasado, pues el Mesías no se encuentra allí.
4. El camino de los magos (es decir, de todos los pueblos que buscan de hecho a Dios, buscando la luz, en especial las mujeres) forma parte del mesianismo de Jesús: Como he dicho, estos magos gentiles que han buscado y le siguen buscando, para ofrecerle el homenaje de sus dones, son mujeres amigas: Ella traen el oro de la realeza, el incienso de la sacralidad, la mirra del perfume gozoso… Pero traen sobre todo el cariño, el abrazo la presencia, la palabras… La vida de los hombres ha sido y sigue siendo un don de mujeres, de madres, de hermanas, de amigas.
5. A lo largo de la historia de la cristiandad, muchos han aplicado y siguen aplicando a Jesús sólo un modelo de graves varones, reyes impositivos, que tiende a confundir el evangelio con sus intereses culturales o sociales, en Roma o Londres, en Moscú o América. Este ha sido quizá el mayor problema cristológico moderno: la vinculación de Jesús con los poderes dominantes de occidente, con un mundo de hombres-reyes que buscan poder y dinero. Los magos antiguos eran distintos, eran magos y magas, personas abiertas al amor. Muchos de nosotros (y, de algún modo, la iglesia) hemos secuestrado a Jesús en los muros de nuestra cultura dominante, sea filosófica o social, económica o militar.
6. La cristiandad posterior ha sentido miedo de esta universalidad del Cristo, encerrándole de nuevo bajo llaves religiosas de dominio, dentro de estructuras de poder cultural o social de graves varones; no ha dejado que emerja el Cristo verdaderamente ecuménico, capaz de unificar en amor a todas las naciones de la tierra. Se plantea así uno de los grandes retos de la iglesia ante el siglo XXI: o la cristología se vuelve católica (universal), capaz de recibir a los magos y de abrirse a todas las culturas de la tierra, en respeto fuerte y búsqueda de amor, o ella termina convirtiéndose en ideología particular de un pequeño grupo de cristianos, cada vez más perdidos dentro de una humanidad que busca otros caminos de realización, en clave de violencia.
7. El camino de los magos que buscan a Jesús… es el camino de todos los hombres (es decir, de mujeres y hombres), de todas las religiones… El Jesús de Belén o del Monte de pascua ha de estar dispuesto a recibir el oro de la cultura de los pueblos, el incienso de todas las formas de cultura religiosa… la mirra de todos los dolores… Los cristianos tenemos que sentirnos capaces de acoger la cultura religiosa de los pueblos… Sólo en ese sentido se puede hablar de “epifanía”. No se trata sólo de ir y llevar a los otros lo que tenemos, sino de recibir lo que nos ofrecen otros, en abrazo de amor…desde las mujeres sabias que fueron a visitar y engrandecer a Jesús.
AMPLIACIÓN TEOLÓGICA
Para los que tengan algo más de tiempo, he querido ampliar lo anterior, volviendo al texto del evangelio, vinculando este pasado de los magos (Mt 2, 1‒11) con el final del Evangelio (28, 16-20), distinguiendo así dos tipos misión:
a) Hay una misión centrípeta, es decir, de testimonio y levadura: Ofrecer una estrella de luz a quienes busquen y venga, de Oriente (como los Magos) o de Occidente (como serían en el caso de Jesús los Romanos). Esta es la misión de la vida y el ejemplo, la atracción creadora, como la de Jesús en Belén, que con su misma humanidad llama a todos los pueblos.
b) Hay una misión centrífuga, es decir, de salida y siembra: Extender la palabra entre todos los pueblos y personas. Se trata de dejar lo que tenemos, de perder nuestras seguridades, para buscar y enriquecer a todos con nuestra palabras. Así lo índice Jesúa, ya crecido, al final del evangelio, tras la pascua, desde el Monte de Galilea: «Id y haced discípulos entre todos los pueblos… y yo estaré con vosotros…” (Mt 28, 16-20).
Ambas misiones se implican y completan, la de Epifanía (testimonio) y la de Pentecostés (envío). Así lo mostraré en lo que sigue. Buen final de Epifanía a todos.
Introducción
Mateo ha evocado en torno al nacimiento de Jesús el tema de la expansión misionera de la iglesia (con el relato de los Magos), recuperando un tema clásico de la tradición israelita: la peregrinación de pueblos de Oriente, que vienen a Sión para ofrecer sus dones en el templo. Pues bien, según Mateo, ellos no quedan ya en Sión (ciudad del templo), sino que continúan el camino y llegan a Belén, lugar de las promesas mesiánicas. No adoran al Dios judío, que reina glorioso desde el santuario nacional de Jerusalén, sino que vienen a inclinarse ante el Niño que ha nacido en Belén, como signo de bendición para las naciones.
En ese sentido, la función de los magos, igual que la de José en Mt 1 ha de entenderse en forma paralela. José debe superar el patriarcalismo judío, para convertirse al Emmanuel que nace de María. Por su parte, los magos deben trascender (no negar) sus cultos antiguos, para adorar al verdadero Rey de los Judíos, a quien no encuentran ya en Jerusalén, ciudad oficial de la ley, sino en Belén; tienen que pasar por Jerusalén (aceptando así la guía parcial de su Ley), pero no para quedarse en ella, sino para llegar hasta el Belén mesiánico, no reconocido por Herodes, ni por los escribas judíos.
De esa forma, Mateo asume una iglesia centrípeta (¡todos deben venir hacia el Mesías!), pero con el fin de completarla y superarla al final del evangelio (Mt 28, 16-20), donde desarrolla el tema de una iglesia y misión centrífuga: son los misioneros de Jesús los que deben salir de Belén y Galilea, para dirigirse, con el mensaje de jesús al conjunto de los pueblos de la tierra. En el camino que lleva de los magos peregrinos de Belén a los discípulos misioneros universales, que se abren desde Jesús a todos los pueblos de la tierra, seguimos encontrándonos nosotros, como iremos mostrando en lo que sigue.
1. Los magos. Rey de los judíos y mesías pascual
Los magos vienen a Jerusalén porque han visto en oriente la estrella del Rey de los judíos… Ese tema nos sitúa en el centro de una extensa tradición astro-lógica (-nómica) que vincula al ser humano (y especialmente al salvador) con un (=el) Astro del cielo: es como luz en el firmamento y futuro de la historia. Por eso, allí donde ha nacido el Rey de los judíos ha debido encenderse una luz, se expande una esperanza de salvación sobre la tierra. Esa luz atrae a los “magos”, que vienen hacia Jerusalén, iniciando la marcha de los pueblos hacia el futuro de su plena humanidad. Por eso, como venimos suponiendo, este pasaje debe interpretarse en la línea que lleva al mesianismo universal de Mt 28, 16-20.
Los magos preguntan por el Mesías en Jerusalén, pero no lo encuentran allí (en la ciudad del templo, donde habita un rey de este mundo), sino en Belén, capital donde se centran y cumplen las promesas. De esa forma, este segundo capítulo de Mt, con su procesión de pueblos buscando al mesías, puede entenderse ya como anuncio de la culminación pascual del evangelio: una prolepsis de lo que será la misión final cristiana, interpretada aquí en forma centrípeta (desde el modelo de la gran peregrinación de pueblos hacia el centro de la tierra, que es Jerusalén).
– Esta eclesiología de los magos (Mt 2) brota de la tradición israelita: los pueblos paganos de Oriente vienen hacia Jerusalén, para adorar al Rey de los judíos, que ha nacido ya, pues ha surgido su Estrella. Ellos, los magos, son signo de un camino de búsqueda y fe universal, que desborda el nivel israelita, tanto por su origen como por su meta. Por su origen: la fuerza que les lleva hacia Jesús no es la ley de Israel, sino la luz o estrella de su propia religión (de su paganismo). Por su meta: tras adorar a Jesús no quedan allí, para formar parte del pueblo judío, sino que vuelven a sus tierras, como indicando que el camino y luz del Rey israelita ha de interpretarse desde sus propias tradiciones religiosas y culturales.
– La iglesia del envío final (Mt 28, 16-20) empalma con los magos, pero invierte y completa su sentido: no son ellos (magos gentiles) los que deben buscar en Jerusalén al Rey israelita, para encontrar al Niño de Belén y marchar por otro camino hacia su tierra; son los mismos cristianos quienes deben expandir la experiencia mesiánica de todos los pueblos de la tierra, como enviados del Cristo pascual, desde la montaña de su resurrección (en Galilea, no en Jerusalén). Los cristianos ya no esperan la venida de los pueblos, como parece haber hecho la iglesia primera de Jerusalén y la tradición de las comunidades judeo-cristianas, cuya doctrina ha recogido (y superado) Mateo en su evangelio, sino que deben ir a las naciones (y no sólo a las de oriente), llevando la buena nueva del discipulado, de la comunicación fraterna, poniéndose así en manos de la cultura y vida de los pueblos.
De esa forma se distinguen y completan los dos tipos de iglesia y misión que han definido el comienzo de la iglesia: una centrípeta (los gentiles vienen a adorar al Dios israelita, revelado en su mesías) y otra centrifuga (los enviados del Cristo pascual salen a ofrecer en todas las direcciones su visión del discipulado). La primera tradición (Mt 2) es más judía y puede entenderse como principio del evangelio, es decir, como punto de partida de toda misión, fundada en al testimonio y atracción de Cristo y de los creyentes. La segunda (Mt 28, 16-20) es más pascual, expresando mejor la novedad cristiana. Entre ambas se extiende el evangelio, que ahora interpretamos como relato de transformación cristiana.
2. Cristología centrípeta: Rey de los judíos (Mt 2, 2)
Conforme a la esperanza israelita, la Ciudad-Santuario de Sión y la Tierra de Israel son el centro del universo, hacia el que un día vendrán los pueblos y reyes de la tierra, para reconocer la soberanía de Yahvé (cf. Is 42, 1-6; 51, 4-5; 56, 1ss etc.). Esta visión expresa la certeza esperanzada y muy gozosa de que Dios se manifiesta de un modo salvador en Israel, expandiendo desde allí su soberanía. Pero ella incluye también elementos de triunfo partidista, como si Dios quisiera ofrecer un premio especial a los judíos en cuanto tales, de manera que los otros pueblos resultan secundarios o subordinados.
El templo de Jerusalén es foco y centro de la manifestación de Dios, en línea de mesianismo real: Dios mismo ha ofrecido su triunfo al rey mesías, haciéndole portador de su soberanía sobre el mundo. Pues bien, los magos de oriente han venido según esta esperanza de los buenos israelitas y muchos judeocristianos de Jerusalén y la diáspora: unos y otros sabían que los pueblos de la tierra han de venir trayendo sus dones, para culminar su camino en Sion.
Por eso, más que la apertura misionera de la iglesia a los pueblos de la tierra, los judeocristianos destacaron la venida de los pueblos a la iglesia: enriquecidos por Jesús, sus discípulos debían mantenerse fieles a la herencia nacional, esperando en la casa israelita (junto al templo) la venida de los pueblos. Pues bien, Mt 2 empieza aceptando esa esperanza, para transformarla de manera muy significativa:
1. Jesús, Mesías de Dios, no está encerrado en el templo y ley de Jerusalén, sino abierto en Belén para todos los que vengan. No es Rey que impone su derecho en Sión, sino Niño necesitado, en brazos de su madre. No es Sacerdote que expande la sacralidad divina desde el tabernáculo del templo, sino niño amenazado, que debe exilarse en Egipto, asumiendo así la historia del autentico Israel, Hijo de Dios (cf. 2, 15).
2. Los representantes religiosos y sociales de Israel no han venido a Belén para adorar al Rey de los judíos. Ellos conocen de algún modo el misterio (saben que el Mesías debe nacer en Belén), pero no quieren buscarle, ni le ofrecen el tesoro de su vida (cf. 2, 11), pues están fijados en sus sacralidades nacionales y sociales. Esta es la paradoja de un Mesías de Israel que los israelitas no aceptan. La subida mesiánica de los pueblos hacia Jerusalén queda truncada, pues Jerusalén no les reciba.
Entendido así, este relato de los magos, que no son recibidos en Jerusalén, puede interpretarse como expresión de la paradoja evangélica, en la línea de Mt 11, 20-24 (lamento de Jesús por Corozaín, Cafarnaúm y Betsaida, las ciudades del entorno de Galilea que no han aceptado el evangelio). Esta es una cristología fracasada: el conjunto de los judíos no ha querido aceptar a su rey mesiánico, les gentiles han tenido que marcharse… Pero al fondo de ese fracaso, leyendo Mt 2 a la luz de Mt 28, 16-20, emerge una cristología abierta a todos los pueblos, paralela a la que ofrece Pablo en Rom 9- 11: el rechazo de la misión judía ha dejado las puertas abiertas para la apertura universal del evangelio.
Relacionamos así las visiones de Mateo y de Pablo, pero debemos resaltar una diferencia muy significativa. Pablo y muchos antiguos misioneros se han dirigido al occidente (a la tradición greco-romana y europea), encarnándose en la cultura helenista (cf. Hech). Mt 2 ha destacado el camino del oriente (de Mesopotamia y Persia, India y China), abriendo en esa dirección la tarea de la iglesia: los “magos” de oriente han sido los primeros en descubrir la identidad de Jesús, rey de los judíos, descubriendo el valor universal de la “luz” (estrella) que les guía hacia el mesías.
Se vinculan de esa forma las dos diásporas judías principales (de oriente y occidente, helenista y persa) , de manera que Jesús es centro donde confluyen los dos espacios principales de la tierra. Sin embargo, esta evocación no es segura, pues Egipto se encuentra al sur de Israel, más que al occidente. Por otra parte, para un judío del tiempo, el occidente se encuentra vinculado a Roma y España, como supone Rom 15. Además, la referencia a Egipto sirve para relacionar a Jesús con el principio de la historia de la salvación, identificándole con Israel, como indica la cita de 2, 15: “de Egipto llamé a mi Hijo” (cf. Os 11, 1).
Por otra parte, más que la pura geografía (oriente y occidente), ha podido influir en Mt el recuerdo de los dos momentos fundantes de la historia israelita: los orígenes patriarcales del pueblo (de oriente vinieron Abrahán y sus hijos) y el recuerdo fundante del éxodo y la pascua (de Egipto, lugar de esclavitud, salieron los hebreos, buscando libertad). Además, este es un dato del principio (Mt 2). Al final de su texto, Mt no distingue ya entre Oriente y Egipto, sino que abre la iglesia a todos los pueblos de la tierra.
Esta eclesiología centrípeta no se ha cumplido todavía, como hermosamente indicaba Mt 2. Pero en el fondo de ese fracaso podemos descubrir la más alta providencia del Dios de Jesús para nuestro tiempo. La misma estrella que guió a los magos debe seguir ofreciendo su luz en Oriente, para abrir así un camino interrumpido por siglos, pues en contra de la esperanza de Mt 2, la iglesia de Jesús se ha vuelto básicamente occidental. El diálogo con Oriente (representado sobre todo por el hinduismo, budismo y taoísmo) constituye uno de los retos y tareas principales de la cristología actual.
3. Cristología centrífuga: el Cristo universal (28, 16-20).
Los magos buscaron en Jerusalén al Rey de los judíos, pero al final de su evangelio Mt no presenta ya a Jesús muestra ya en Jerusalén, sino en el Monte de Galilea, enviando a sus discípulos a todas las naciones. Con Jn 4, 20-23, podría haber afirmado que el culto de Dios no se realiza en Garicím ni Jerusalén, sino “en Espíritu y Verdad”. Por eso, pide a sus discípulos que vayan a todas las naciones de la tierra, para bautizarlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu… (cf. 28, 16-20).
La cristiandad posterior ha sentido a veces miedo de esta universalidad del Cristo, encerrándole en claves religiosas, dentro de estructuras de poder cultural o social; no ha dejado que emerja el Cristo verdaderamente ecuménico, capaz de unificar en amor a todas las naciones de la tierra. Los cristianos no han ido (no van aún) a todos los pueblos y culturas, sino que se quedan en sus pequeños centros, sus iglesias cerradas, sus santuarios bien organizados, en el Monte Atos o en el Vaticano, en un protestantismo cerrado en sus polémicas o en un catolicismo de “castillo” clausurado en sí mismo.
Se plantea así uno de los grandes retos de la iglesia ante el siglo XXI: o la cristología se vuelve católica (universal), capaz de abrirse a todas las culturas de la tierra, en respeto fuerte y búsqueda de amor, o ella termina convirtiéndose en ideología particular de un pequeño grupo de cristianos, cada vez más perdidos dentro de una humanidad que busca otros caminos de realización, en clave de violencia.
Mt 2 comenzaba evocando una geografía sacral israelita, con los valores simbólicos de oriente y occidente, pero al final del evangelio, desde el nuevo centro pascual, desaparecen las direcciones parciales y Jesús envía a sus discípulos por todos los caminos de la tierra. Ya no existe judío ni griego, miembro de cultura buena o mala; el mensaje y vida de Jesús puede vincular en diálogo de salvación (de misterio y experiencia evangélica) a todos los pueblos de la tierra.
El resucitado tiene supremo poder en cielo y tierra: no espera que vengan los magos de oriente, ni tiene que escapar como exilado e Egipto, sino que se eleva sobre el monte de la plenitud pascual, ofreciendo salvación a todas las naciones. Pero su poder no puede interpretarse en claves de imposición social o uniformidad cultura; no es poder de un pueblo sobre otro, ni de una iglesia o religión determinada sobre las restantes.
Los que intentan entender o aplicar la cristología de Mt en claves de imposición eclesial o superioridad de grupo destruyen su evangelio. Jesús no viene a crear un grupo nuevo, una nación o iglesia diferente entre las muchas iglesias de la tierra, sino un camino de discipulado-fraternidad que se abre hacia todas las naciones/religiones de la tierra. El mensaje de los misioneros de Jesús no quiere destruir las culturas religiosas o sociales de los pueblos, sino ofrecerles el mensaje y camino de discipulado, conforme al Sermón de la Montaña.
El camino de Jesús no se vincula a los triunfadores de los diversos sistemas eclesiales, sino, al contrario, a los perdedores de todos los sistemas. Por eso, el Señor escatológica dirá “tuve hambre, tuve sed, estuve exilado o desnudo, enfermo o encarcelado…”. (Mt 25, 31-45); su discípulo no quiere “convertir” o cambiar a los demás, privándole de sus propias ideas religiosas, sino todo lo contrario: ponerse en el lugar del marginado, por cualquier razón social o cultural, económica o religiosa. Sólo de esa forma, el seguidor de Jesús puede ofrecer una experiencia de discipulado (comunicación) a todos los pueblos de la tierra.
El misionero de Mt 28, 16-20 no quiere ganar a los demás para una iglesia grande o triunfadora, consiguiendo así nuevos “cristianos”, bien socializados en claves de administración eclesial. Jesús ha proclamado el reino y sus discípulos ofrecen su camino a todos los humanos; no quieren que los pueblos gentiles se conviertan e inscriban en la iglesia verdadera (conforme a una dialéctica de grupo, de buenos y malos, de dominio espiritual y social de los que tienen razón), sino, al contrario, quieren servir a los pueblos, ofreciéndoles una experiencia de plenitud y unos caminos de comunicación evangélica que les permitan reasumir y recrear sus propias creencias y formas de vida. La misión de los enviados de Jesús no quiere fundar una posible iglesia dominante, sino servir a los pueblos.
Los que aceptan el camino de Jesús no se bautizan para así formar un pueblo que al fin tiene la vida y verdad sobre la tierra, sino para volverse plenamente humanos, cada uno en su propia cultura y religión básica, en el Nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo, según el mensaje y vida de Jesús.
4. Misión universal e Hijo de Dios nazoreo.
Al final del relato de los magos ha incluido Mt dos citas cristológicas que enmarcan su más honda intención teológica, definiendo el origen y sentido de Jesús.
– De Egipto llamé a mi Hijo (1, 15; con cita de Os 11, 1). La historia de Jesús no es totalmente nueva, sino que reasume (para todos los humanos) el camino de liberación y amor del pueblo Israelita. Oseas había recreado ya, con amor de padre y ternura de esposo, la vieja historia salvadora: “Cuando Israel era niño, yo lo amé y desde Egipto yo llamé a mi Hijo…”. Ese mismo guía ahora la trama fuerte de la vida de Jesús, instaurando en él la historia humana, en amor creador. No es fácil proclamar esta palabra allí donde parece dominar la muerte y exilio, donde los niños sufren y los mayores siguen siendo perseguidos, pero el evangelista sabe y puede afirmar, mirando en Jesús a todos los necesitados de la tierra: “de Egipto llamé a mi Hijo”.
– Se llamará nazoreo (Mt 2, 23). Lógicamente, conforme a la esperanza nacional judía (ligada al templo de Sión y al reinado mesiánico de Jerusalén), Jesús tendría que haber triunfado en la Ciudad Sagrada, para expandir de allí su gloria y acoger a los peregrinos sometidos de los pueblos de la tierra. Pues bien, en contra de eso, la situación política y social le ha llevado a Galilea, para ser educado y crecer en Nazaret. Paradójicamente, este transtorno se vuelve para Mt designio salvador, pues sólo así ha podido cumplirse la palabra de los profetas: se llamará nazareo (=nazareno). No sabemos los profetas que Mt alude, ni conocemos el sentido preciso de “nazareo”. Pero hay dos cosas claras: Jesús no ha sido mesías nacional, desde Jerusalén, sino mesías marginal, desde una pobre ciudad de Galilea; tampoco ha sido mesías triunfador, sino hombre de experiencia, dedicado al despliegue de la gloria de Dios, desde las márgenes del pueblo, como los antiguos nazareos.
Estos títulos definen a Jesús: es Hijo a quien Dios llama de Egipto para realizar su acción; es Nazareo, lleno de experiencia de Dios, voluntario al servicio de su obra. Lógicamente, de ahora en adelante, Mt irá contando la vida/mensaje de ese Hijo de Dios Nazareo, que aparecerá al final como portador de salvación (cf 1, 21: Jesús) y Dios con nosotros (cf. 1, 23: Emmanuel) para todos los pueblos de la tierra. Los temas básicos de la cristología se encuentran ya anunciados, pero Jesús debe asumirlos y realizarlos en su vida.
Sólo cuando haya recorrido su camino adulto, que se inicia ahora en Galilea (como nazareo) y culmina en Jerusalén (como crucificado: cf. 28, 5), Jesús podrá mostrarse en su verdad como auténtico mesías de Israel (se llama Jesús-Cristo, salvador de su pueblo: 1, 21) y portador de la gracia de Dios (del Padre, Hijo y Espíritu Santo) para todas las naciones (cf. 28, 16-20). De ese forma han terminado vinculándose en Mt despliegue cristológico y envío misionero: sólo al culminar su camino mesiánico, tras entregar su vida en favor de los humanos, Jesús ha podido elevarse sobre la salvación (cf. 4, 8; 28, 16), para enviar a sus discípulos a todos los espacios y tiempos de la historia, no para imponer un tipo de organización religiosa, sino para ofrecer (a cada uno en su lugar y pueblo) una misma fraternidad salvadora.
Desde este fondo ha de entenderse el sentido (=misterio) misionero de la iglesia. Afirmar que Jesús es Hijo de Dios o ser divino, declarar incluso que tiene la naturaleza de Dios Padre (como dice Nicea), acabaría siendo un dato secundario o no cristiano, si lo separamos de la historia mesiánico/pascual de Jesús y de la oferta misionera de su iglesia. Lo que define al cristianismo es la confesión de Jesús como aquel que posee (ha recibido por la entrega de su vida) todo “poder” en cielo y tierra, de tal modo que puede enviar a sus discípulos al mundo en tarea salvadora, no para imponer una verdad, sino para iniciar un camino de fraternidad, abierto a todas las naciones. Por eso, la confesión cristológica resulta inseparable de la misión universal cristiana.
La iglesia tiene, por tanto, una estructura y forma misionera, de tal modo que en ella se vinculan pensamiento y praxis, lo que Jesús es (ha vivido) y lo que hace a través de sus discípulos. Una confesión cristológica conceptual o sacralista, independiente de la apertura misionera es contraria al evangelio.
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