Cuando Jesús cumplió 12 años… ¡preadolescente!
Familia… familias diversas y variadas, comprendidas e incomprendidas. La familia ese núcleo ancestral de tribus y sociedades desde que el ser humano puede recordar. La familia como ejemplo estereotipo de lo ideal y, tantas veces, de lo perverso.
La familia, estructura alabada y denostada, necesitada y repudiada; a medio camino entre utopía y realidad, avanzando en la historia con lo único que puede sostenerla: el Amor.
Los cristianos ponemos los ojos en una familia muy especial que celebramos como Sagrada Familia, formada por María, José y Jesús por este orden, un tanto terrenal pero que me aclara lo que quiero contar.
Tenemos noticia de cómo empezó esto cuando el ángel Gabriel se presenta en casa de María para transmitir lo que Dios le propone y, después de la sorpresa y una directa pregunta de María, escucha atentamente lo que sería su misión en el plan de Dios y dice: “Fiat” (1), que significa: acepto, me comprometo en lo bueno y en lo menos bueno, en lo que entiendo y en lo que no llegue a entender, más allá de si me entienden o no me entienden, en este tiempo y en los venideros. Amén.
Por otro lado, José aparece en escena aportando la inclusión de Jesús en un árbol genealógico que le vincula al rey David, de donde el pueblo judío sabía que nacería el Mesías. Pero José tuvo que hacer su recorrido en la aceptación, su personal “Fiat” (2). Se vio inmerso en una historia que no concordaba con lo reconocido como “normal”; ni en su época ni en ninguna otra. A José se le aclararon las cosas en el tiempo del sueño por medio de otro ángel. Aceptó su misión en el plan global de Dios: ser esposo y padre, junto a María como esposa y madre; adoptando a la criatura que venía en camino, sabiendo que su identidad le sobrepasaba pero que su misión sería quererle y educarle para ser un buen hijo. José acepta y se compromete en la historia de Salvación. Amén.
“Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años (3)…” ¡Tienen ya un preadolescente, cómo puede pasar el tiempo tan deprisa!
“Subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres”. Preadolescente, ya digo.
“Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos”. Como soy madre y también abuela (uno de mis nietos tiene casi la edad de Jesús en ese momento), se me ponen los pelos de punta sin poder evitarlo, pensando en el susto y preocupación mayúscula de María y José buscándole sin encontrarlo. Recordemos que un preadolescente interesado por algo desaparece en su nube, perdiendo contacto con lo que le rodea, y concentrándose en el objeto, sujeto o situación que le llama la atención.
Parece ser “que los judíos, cuando subían al día de la fiesta, tenían la costumbre de caminar, por una parte los hombres y por otra las mujeres y los niños iban a juntarse con su padre y los hombres y otras con su madre y las mujeres (4). Quizás, a la ida, Jesús estuvo de un lado a otro, con otros niños. Pero al iniciar el retorno después de la fiesta, se olvidó ponerse en camino con todos. Sus padres tardaron en echarle de menos pues pensaron que estaría con los demás niños.
“Se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciendo preguntas”. Puedo imaginarme las impresiones interiores de María y José, después de tres días con sus noches imaginando todo lo que le puede pasar a un preadolescente de doce años perdido en las multitudes que se acercarían en la Pascua a Jerusalén.
Cuando lo encontraron en el templo, por un lado querrían haber saltado entre los maestros –personas relevantes y respetadas del templo- para abrazarle compulsivamente y, por otro, echarle una bronca memorable y… ¡Anda, vámonos para casa que ya hablaremos!.
Imagino que respirarían hondo, sintiendo en lo profundo aquel Fiat que permanecía presente día a día en su vida con Jesús. Pero el susto no se lo quitó nadie.
“Hijo, ¿Por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados”, le dijo su madre.
¿Qué te pasó, Jesús? Estabas creciendo en la fe judía, habías escuchado muchas veces “yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” en el episodio de Moisés y la zarza (5); y es posible que esa vez, ya con doce años, empezaste a investigar por ti mismo y a preguntar a los maestros. Te olvidaste de todo lo que te rodeaba, lo único que centraba tu atención era ese Dios que luego nos contarías como Padre.
Volviste con ellos al humilde y cálido hogar de Nazaret a seguir descubriéndote.
Mari Paz López Santos
- Lc 1, 26-38
- Mt 1, 18-24
- Lc 2, 41-52
- “Jesús a los doce años”, Elredo de Rieval, Ed. Montecarmelo, pág. 88
- Ex 3, 6
Fuente Fe Adulta
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