30.12.18. No se perdió, vino a enseñar familia al templo
Sagrada Familia. Lc 2, 41-52. En el centro de la Navidad, la iglesia dedica este domingo último del año a la Familia de Jesús, que son José y María, con sus hermanos de Nazaret, los judíos de Galilea, cristianos de la Iglesia, y todos los hombres y mujeres de la tierra, , en especial los excluidos de todas las familias del mundo.
Con palabra piadosa, la tradición cristiana y el “5º misterio gozoso” del Rosario Católico suelen hablar del Niño perdido y hallado en el templo. Pero Jesús no se perdió por casualidad, sino que quiso quedar de propósito al templo (es decir, en la “gran iglesia”), para “enseñar allí familia” a los grandes doctores, que se creían expertos en leyes de familia, pero vacíos de humanidad.
Para cumplir su tarea de niño liberado (12 años), al servicio de la nueva familia de Dios (que son todos los hombres, y en especial los niños “perdidos”), Jesús dejó a sus padres (¿o saltó con su madre el muro?: cf. imagen 2, tomada de la Vanguardia: 27, 12, 18), dirigiéndose al templo.
No se “perdió”, como digo, sino que quiso proclamar precisamente allí, tras los muros del gran santuario protegido para los privilegiados del sistema, un proyecto y camino distinto de comunión y solidaridad de vida, debiendo romper para ello con un tipo de familia anterior.
Por eso empezó su misión de Mesías de Familia discutiendo con los doctores de la “iglesia”, tras los grandes muros del templo, donde quiso enseñar a los doctores, si fueran capaces de aprender y cambiar. Años más tarde volverá Jesús al templo a enseñar lo mismo, queriendo limpiar su comercio…, pero entonces, al fin, le mataron los protectores imperiales de aquel templo de Jerusalén.
Éste es un hondo tema importante de la Biblia, desde su primera página:
– El mismo Adán dice en Gen 2, 21-23, al mirar sorprendido y gozoso a la mujer, que todo hombre o mujer al crecer deja a sus padres para unirse a su mujer (o a su hombre), creando una familia diferente, de carne y vida, en línea genealógica, que puede tender a cerrarse en sí misma
– Pues bien, el hijo Jesús de Lc 2 abandona a sus padres, pero no para crear otra familia igual (y conflictiva), a fin de que todo siga como antes, sino para crear una distinta, de hijos de Dios Padre, empezando por el templo, que es el lugar más necesitado de buena familia y enseñanza , tanto en aquel tiempo, en Jerusalén, como ahora, a lo largo y ancho de la tierra.
Éste es el día de la familia de Dios, que son todos los hombres … un día en que muchos cantan complacidos la buena familia de Iglesia, donde los amores son (=deberían ser) siempre limpios, puros y universales (=crear familia para todos los niños del mundo), aunque han olvidado quizá que el estilo de familia de Jesús fue conflictivo, y que fue conflictiva relación que él mantuvo con sus padres y hermanos… porque venía a reunir en familia a los expulsados, dispersos y oprimidos de la tierra.
En esa línea deberá cambiar mucho nuestra sociedad, para que podamos sentirnos y ser hermanos y hermanas, familia de Jesús en comunión con todos los expulsados de la familia humana.
Este gesto de Jesús, que abandona a su familia y queda tres días y tres noches en el templo (como si no pensara en el dolor que causaba a sus padres) resulta tan conflictivo y contra-cultural que pone las carnes de gallina a quien lo piense, en una sociedad como la nuestra que, por una parte, abandona a los niños y por otra se muestra super-protectora con ellos.
El evangelio de hoy nos sitúa así ante una increíble ruptura familiar, que comienza con un niño de doce años…, al hacerse mayor de edad ante la Ley (es decir, ante Dios, en el entorno de la fiesta de la fiesta de la Bar Mitzvah), para decir su primera palabra de “mayor” y abrir el templo (lugar de Dios) para el abrazo y la vida de todos los niños del mundo.
Por eso, una familia que no posibilite (y en algún sentido no promueva) la independencia creadora de sus hijos (Jerusalén), al servicio de todos los niños del mundo, no responde al evangelio .
Este Jesús que “deja” con ese fin a sus padres es un signo esencial de la nueva iglesia, un signo que nos hace recordar a los millones de niños perdidos (abandonados) en lugares que debían ser “templos”para ellos,muriéndose cada día en campos de concentración, pasando vallas prohibidos…
Según eso, en un momento dado, el niño-joven, para ser buen joven, como Jesús (al celebrar su mayoría de edad ante la ley de Dios), ha de superar un tipo de padre y madre para dedicarse a la búsqueda y creación de una nueva familia, porque las “cosas de mi Padre” son las cosas de todos los niños del mundo, en el templo de la vida que ha de abrirse para todos.
En ese sentido debemos recordar que los niños nos precederán en el Reino de Dios… Si ellos no empiezan, si no nos cambiar, no tendrá salida nuestra forma de vida y familia actual. Buen domingo a todos. Siga leyendo quien quiere vivir por dentro este evangelio.
Las imágenes son fáciles de entender, unas más tradicionales… Una es la del niño que que mira sorprendido y expectante más allá de la valla; otra la del niño que salta con la madre (¿María de Nazaret?) la valla prohibida de las leyes de los grandes doctores del “templo”.
Buen domingo a todos, con esa madre de la valla que enseña a su hijo Jesús a saltar al otro lado, para compartir familia con todos los marginados del templo y de la tierra. Lo que sigue es un comentario de Lc 2,41-52 (tomado en parte de mi Diccionario de la Biblia).
Texto: Jesús abandona a sus padres (Lucas 2, 41-52)
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.
A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.Al verlo, se quedaron atónitos, y su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.” Él les contesto: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”
Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.
Su madre conservaba todo esto en su corazón.Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.
a. EXÉGESIS BÁSICA
Rompiendo el contexto judío: Un niño que abandona a sus padres
Esta escena, construida de forma simbólica (no podemos decidir su historicidad), destaca la piedad de los padres y la sabiduría de Jesús, niño prodigio, dialogando con los maestros de Jerusalén. Así aparece como adolescente sabio que, a los doce años, como bar/ben mitzvah (hijo de los mandamientos), dialoga ya con los letrados del templo de Jerusalén. Los judíos actuales celebran esa fiesta de mayoría de edad a los trece años. No se sabe cómo lo hacían en tiempos de Jesús, pero es claro que Lucas evoca una celebración de ese tipo.
Pero la novedad no está en ese dato de piedad, ni tampoco en la sabiduría de Jesús, que podría compararse a la de Flavio Josefo, historiador judío algo más joven, que se presenta a sí mismo como niño prodigio:
«Yo fui educado con un hermano mío, llamado Matías, hijos los dos del mismo padre y de la misma madre; progresaba mucho en la instrucción, destacaba por mi memoria e inteligencia; y cuando apenas había salido de la infancia, hacia los catorce años, todos me valoraban por mi afición a las letras, pues continuamente acudían los sumos sacerdotes y las autoridades de la ciudad para conocer mi opinión sobre algún punto de nuestras leyes que requiriera mayor precisión» (Autobiografía II, 8-9).
Josefo se auto-presenta de un modo más pretencioso, pues no sólo dialoga (pregunta y responde), sino que enseña y actúa, con catorce años, como maestro de maestros de la ley, pero sin “romper” con sus padres. Hay otra diferencia. Josefo pertenece a una familia sacerdotal rica, sin más obligación ni tarea que estudiar (para luego gobernar).
Jesús, en cambio, es de familia de campesinos obreros, de manera que su ocupación directa es el trabajo, no el estudio; él no vive en Jerusalén, sino que va para la fiesta… y luego se queda en el templo, sin el permiso de sus padres, abandonándoles de un modo sangrante (en contra de todas las tradiciones del buen judaísmo patriarcal).
Josefo era un buscador curioso, un burgués del pensamiento. Tenía la vida asegurada, en plano económico y social. Por eso podía dedicarse al lujo de estudiar y experimentar con tranquilidad, sin implicarse totalmente en aquello que hacía, con buen conocimiento de sus padres.
Jesús, en cambio, fue un buscador vital, alguien que explora en la vida de trabajo y sufrimiento de la gente de su entorno, alguien que, para ser lo quería, en un momento dado, tuvo que abandonar a sus padres.
Jesús y la familia de los buscadores de Dios
Volvamos al texto de Lucas 2. Como buenos judíos, María y José siguen peregrinando cada año por la fiesta de la pascua. Llevan al niño a Jerusalén, allí celebran el recuerdo de la libertad de Dios como principio de toda esperanza para el pueblo. Una vez, al cumplir los doce años, Jesús se queda sin decir nada a sus padres; eso significa que les “abandona”, que se declara abiertamente independiente… a los doce años, tiempo de la madurez comunitaria (ritual y personal) para un judío de entonces.
Quien no sienta el escándalo de este abandono no entenderá el pasaje, ni el sentido de la familia cristiana.
Lógicamente, sus padres, angustiados, vienen a buscarle y le encuentran en el templo. Evidentemente, la madre le pregunta: ¡Niño! ¿Por qué te has portado de esta forma con nosotros? ¿No sabías que tu padre y yo te buscábamos angustiados? (2, 48).
Es la pregunta normal, la angustia de los padres por el ser querido. Pues bien, Jesús no se excusa, ni pide perdón, sino que responde de una forma hiriente, trazando desde este momento (doce años) su propia independencia, ante Dios y ante la vida. Quien no ha sido capaz de romper en un momento dado con los padres (con un tipo de tradiciones), al servicio de todos los hombres y mujeres, no puede entender el evangelio, por más misas de familia que se celebran (¡que benditas sean!)
¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi Padre? (2, 49)
Ésta es la palabra clave. Hay una familia formada por el padre y la madre, que han engendrado y madurado a Jesús para la vida, para la autonomía… Pues bien, precisamente porque ha sabido recibir la buena lección de María y de José, a los doce años, Jesús se declara independiente, abierto a la familia de la voluntad de Dios, que es su Padre.
José y María le han educado en cariño y libertad. Pues bien, al llegar el momento de maduración de su vida (¡a los doce años!), Jesús se independiza, se queda en Jerusalén sin decirles nada. Ciertamente, después de este gesto, esperando el momento de su manifestación definitiva, Jesús vuelve a Nazaret y se muestra sometido a ellos (hypotassomenos, en palabra que emplea Ef 5,21 hablando de la mutua sumisión de los creyentes).
Pero en realidad, de un modo fuerte, Jesús ha mostrado independiente respecto de su madre y de su padre. Ellos no pueden controlar a Jesús, ni educarle a su manera (para sí mismos). Tienen que dejar que Jesús escoja su camino mesiánico. Confiar en ese hijo distinto, estar dispuesta a escucharle y seguirle de una forma activa esa es la tarea de María:
Ellos (sus padres) no entendieron la palabra que les decía (Lc 2, 50).
Y ella (su madre) conservaba todas estas cosas en su corazón (Lc 2, 51b).
Ésta es la palabra esencial: Los padres no entienden al hijo, no pueden entenderle, pues el hijo no es de ellos (para una obediencia pasiva), sino que es de Dios, es decir, para la autonomía personal, para la nueva familia de la humanidad. Aquí se sitúa la grandeza de María al final de este pasaje. Ella renuncia a manejar a Jesús, a imponerle su criterio. Hace algo mucho más grande: ¡Cree y colabora! Así participa en el camino mesiánico de su hijo.
B. AMPLIACIÓN, SENTIDO PROFUNDO
‒ La escena empieza con un signo de ruptura familiar: «al acabar las fiestas, quedó Jesús en Jerusalén, sin que los padres lo supieran» (Lc 2,43).
Como signo de actuación de Dios, como principio de Reino, María ha recibido un niño que debe ser cuidado, envuelto entre pañales (2,7). Pudiera haber pensado que ese niño, cercano, cariñoso, obediente, iba a mostrarse para siempre sumiso a su cuidado. Pero el niño, acercándose a su edad de independencia (doce años), se le vuelve independiente. Por eso, la señal de Dios se vuelve signo de ruptura.
En un lugar fundamental del AT se nos dice que, al llegar a madurar, «el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a la mujer, formando así los dos una sola carne» (Gén 2,34). Pero Jesús no ha madurado todavía como esposo, ni abandona a sus padres en un gesto público de boda. Les deja en el momento de su madurez personal, a los doce años. Jesús no se pierde en el templo… sino que abandona a sus padres para marcar su independencia. Desde entonces la madre que ha entregado todo por Jesús viene a encontrarse como madre abandonada. La soledad de su abandono sobre el mundo podrá se interpretada después como signo del Reino.
‒ La escena es, en segundo lugar, un gesto de inserción israelita.
Los padres encontraron a Jesús «en el templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles» (Lc 2,46). Ciertamente, tomado en perspectiva historicista, el relato ofrece rasgos de anécdota ejemplar: Jesús aparece como un niño maduro, casi prodigioso, que viniendo de la oscura Galilea sabe discutir con los maestros de Jerusalén y les asombra «con su comprensión y sus respuestas» (Lc 2,47). Pero superando la anécdota, el sentido del texto se desvela en eso que pudiéramos llamar maduración israelita de Jesús: es hijo de María, pero debe recibir luz y camino entre los sabios de su pueblo, sobre el templo. Por eso viene a escuchar y preguntar.
Las palabras de la Anunciación presentaban a Jesús como rey universal, santo, que tiene la fuerza del Espíritu divino (Lc 1,32-33.35). Pues bien, ahora le hallamos aprendiendo, dialogando sobre el templo. Sólo porque escucha y pregunta puede comprender y responde a los doctores. María le ha educado y quiere mantenerle cerca, pero él se independiza (se le pierde) en el camino de preguntas y respuestas de su pueblo.
‒ En tercer lugar, la escena marca una ruptura trascendente.
Como madre angustiada le dice María: «¡hijo!, ¿cómo te has portado de esta forma con nosotros? Tu padre y yo te buscábamos llenos de dolor» (Lc 2,48). En un primer momento, el camino de liberación que María canta en Lc 1,51-53 se expresaba en el gesto de cuidado por un niño que no puede valerse por sí mismo. Pero ahora, la misma edad exige que Jesús rompa el estadio precedente de cariño cercano y obediencia infantil para asumir su responsabilidad de Hijo divino. De esa forma, ha respondido: «¿Por qué me buscabais? ¿no sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49).
Quizá esta respuesta supone que sus padres ya sabían algo de ese misterio del Padre, especialmente su madre. Sabían que el camino de Jesús es diferente y que no puede predecirse de antemano. Y sin embargo el día en que Jesús lo asume y rompe el equilibrio antiguo de familia ellos se angustian: la misma cercanía se les vuelve señal de lejanía; han de perder al que sirvieron como niño, para descubrirle como salvador en el misterio de Dios Padre.
‒ Quizá podamos destacar aún otro rasgo de esta escena y descubrir en ella el signo de la muerte de Jesús y de su pascua.
Jesús abandona a los padres de este mundo, que le buscan por tres días, dominados por la angustia. Pasados esos días de dolor le encuentran en un gesto de pascua anticipada que les abre hacia la altura de Dios Padre (cf. Lc 2,46.49) Aunque esta referencia pascual no se halle literalmente demostrada, pensamos que teológicamente es verdadera. La maternidad mesiánica ha colocado a María en situación de cruz. Ella tiene que perder a su hijo si pretende recuperarle como Cristo. Esos tres días de abandono y soledad pertenecen a su propio destino de madre del mesías: ha de perder a Jesús, perder su propia vida, para descubrirle de nuevo y encontrarla en dimensión de Reino, como asegura el evangelio (cf. Mc 8,34-35).
‒ María no comprende la palabra de su hijo (Lc 2,50).
José, que es signo del AT, no le puede ayudar en esta empresa. Tampoco le resultan suficientes las palabras del ángel que anunciaban la realeza de su hijo (cf. Lc 1, 32-35), ni tampoco la palabra de utopía que ella misma ha proclamado cuando evoca la justicia final sobre la tierra (Lc 1,46-55). Pienso que el problema se ha desenfocado cuando pretendemos saber si es que María conocía o no el carácter divino de su Hijo. No es la divinidad en un sentido estricto lo que aquí se pone en juego. En juego está el camino de Jesús, su forma de responder a Dios Padre, la manera de trazar y realizar su misión sobre la tierra. Pues bien, María, fundada en el camino de Israel y en su experiencia anterior (anunciación y nacimiento), no comprende. Ciertamente, ella no puede comprender porque es el mismo camino de la cruz el que ha empezado a desplegarse ante sus ojos, de una forma misteriosa.
A María le desborda la respuesta de Jesús: la forma en que ha empezado a ocuparse de las cosas de su Padre (Lc 2,49). Este dato es significativo. No se dice que María desconozca a Dios. A Dios le ha comenzado a comprender, recibiendo su palabra y acogiendo su misterio salvador en las entrañas (cf. Lc 1,34-38). Tampoco ignora la liberación universal: al contrario, la entiende y la ha cantado (Lc 1,46-55). Lo que ignora es eso que pudiéramos llamar ruptura mesiánica del Cristo, la manera en que ha empezado a realizar su obra, abandonando a su familia y comenzando un camino de Calvario.
Pienso que esta ignorancia de María (y de José) debe entenderse a partir de lo que dice más tarde el evangelio. Jesús anuncia a sus discípulos, de un modo ya cercano, la exigencia de su muerte. Pero ellos no le entienden, la palabra de Jesús se les escapa, como realidad que sobrepasa sus posibilidades (cf. Lc 18,34; 9,45) 28. Esta ignorancia sólo puede superarse con la pascua, en el misterio de la nueva creación, cuando suscite Dios el Reino por Jesús, al rescatarle de los muertos. Por eso, María no puede entenderlo al principio.
‒ Sólo en este fondo se comprende la palabra inmediatamente posterior: «y su madre conservaba todas estas cosas en su corazón» (Lc 2,51).
Conserva precisamente aquello que no entiende, abriendo así un espacio nuevo de verdad, un tiempo nuevo de búsqueda. Nosotros, deformados por siglos de racionalismo, tendemos a igualar verdad y comprensión: sólo recibe sentido y es real aquello que nosotros dominamos, precisamos y catalogamos por medio de argumentos. Pues bien, el gesto de María nos invita a descubrir, a recibir y cultivar una verdad distinta donde cabe también lo no sabido, aquello que nosotros no podemos resolver por medio de razones. Esta es precisamente la verdad de la existencia, la más honda y creadora. 30
La verdad es creadora en la medida en que integra lo ignorado, sorprendente y novedoso dentro del espacio de búsqueda de aquello que sabemos o creemos. María, la creyente, acepta desde Dios el camino mesiánico de Cristo, su hijo. Por eso ha de aprender: el misterio de su vida sigue abierto y allí donde acogió en su día el anuncio del ángel deberá acoger también la novedad del hijo anunciado, aunque al principio no le entienda. Así realiza su existencia como itinerario de fe, en la línea de los grandes creyentes de su pueblo (cf. Heb 11; Vaticano II, Lumen gentium 58).
BIBLIOGRAFÍA
Además de comentarios al texto, cf. H. Räisänen, Die Mutter Jesu im NT, Helsinki 1969, 134-137; J. McHugh, The Mother of Jesus in the NT, London 1975, 113-124; S. Muñoz I., Los evangelios de la infancia II, Madrid 1987, 217-268; C. Escudero Freire, Devolver el evangelio a los pobres. Lc 1-2, Sígueme, Salamanca 1974.
Cf. también R. Laurentin, Jésus au temple. Mystére de Pâques et Foi de Marie en Lc 2,48-50, Paris 1966 ; A. Plummer, Luke, ICC, Edinburgh 1981, 76; J. Galot, María en el evangelio, Madrid 1960, 77; A. Feuillet, Jésus et sa Mére, Paris 1974, 78 : R. E. Brown (ed.), Maria en el NT, Salamanca ‘1986, 156-160;
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