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La Navidad

Sábado, 29 de diciembre de 2018

siria03_32217_11Juan Alemany
Mallorca

ECLESALIA, 28/12/18.- La Navidad es una fiesta con un sentido tan humano y de tal profundidad que a veces corremos el peligro de celebrarla mal.

Desde el neolítico, todos los hombres y religiones han expresado o celebrado el nacimiento de un dios, porque a lo largo de la historia hay un ambiente de espera o esperanza, de que Dios, un hijo de Dios o un dios, aparezca entre los hombres y por eso el hombre tiene tendencia a inventarse dioses que sean cercanos y nazcan entre los hombres.

El ser humano es un ser que camina en el tiempo en busca de algo y en ese largo camino de siglos, experimenta el hambre de Dios y ese hambre que lleva dentro de sí, le hace caminar. Y en un momento dado Dios acude a la cita.

Cuando buscamos algo y no lo encontramos, puede ser que no exista, pero también puede ser que la búsqueda se esté haciendo donde no está y por eso no se encuentra. Ejemplo del tesoro.

Podemos preguntar al hombre que camina y busca, si iba en buena dirección hacia el tesoro o era un camino equivocado.

Cuando Dios se aparece, lo hace de una forma perpendicular a la línea del camino del hombre, de tal manera que hay un punto en el que la perpendicular y la horizontal coinciden. Entonces podemos decir que Dios se aparece sobre la línea vertical de Dios, pero también en la horizontal del hombre y eso se llama encarnarse. Pero no es que Dios estuvo con nosotros, es que Dios es uno de nosotros, se hace uno de nosotros y a eso los cristianos le llamamos Navidad.

Aquella espera de siglos y de sueños, al fin fue verdad. Navidad es pues el nacimiento de Dios, porque Dios toma carne humana y nace como humano y por lo tanto es nacimiento de Dios.

Mientras la humanidad iba caminando, había vocees que iban resonando en su interior. Son dos millones de años en los que nuestros abuelos, fueron preparando esa ternura que entraña la Navidad, porque durante ese largo caminar, Dios les iba diciendo cosas y esas cosas es lo que llamamos la Creación.

Desde el principio, el hombre intuyó que la montaña, no era una simple elevación del terreno, sino que su simbolismo era la grandeza, porque se acercaba con su cúspide al cielo. Igualmente le ocurre con el mar, símbolo de inmensidad o con el firmamento que identifica con la infinitud. Todo son atributos de Dios.

Y es que la naturaleza, la creación, es un habla de Dios. Todo el paisaje, todo el territorio del hombre le está hablando de las huellas de Dios. Y todo eso que le había ido diciendo de mil maneras, a trozos, decide en un momento decírselo directamente. Y ¿Cómo lo hace?

Cuando Dios quiso decirle al hombre quién era Él, no tuvo otra ocurrencia que encarnarse, hacerse hombre. Así pues cuando Dios quiere decir quién es Él no tuvo más recurso que hacerse hombre.

Ahora podemos decir ¿Qué es el hombre? El hombre es el lugar donde Dios dice quién es Él y esto es lo que celebramos en Navidad.

La Navidad no puede decirse hablando, tiene que decirse como experiencia, porque el hombre es lugar de la revelación de Dios.

Entender la categoría de lo que el hombre es, es fundamental. Si pudiéramos reunir todas las primaveras de nuestra historia juntas, no tendrían tanta belleza y tanta revelación como la cara de un hombre. Ni todas las estrellas del universo contienen tanta revelación como la que es una existencia humana.

Esto es la Navidad y por eso nos pone tiernos, porque intuimos que dentro de nosotros hay mucha riqueza acumulada. Y esto se lo debemos a nuestros padres y abuelos que caminaron hacia la Navidad y a Dios que aceptó colocarse en el camino del hombre para decirle quien era.

A partir de ahora para saber quién es Dios, ya no se lo podemos preguntar a Él, porque eso significa que no hemos entendido lo que es la Navidad. Cuando queremos saber quién es Dios, tenemos que preguntárselo al hombre, porque cuando Dios quiso revelarse lo hace encarnándose, haciéndose hombre.

Es curioso comparar esta encarnación con las mitologías antiguas. Los dioses venían del cielo, hechos y derechos, se casaban entre ellos y con los humanos, eran adultos y cada uno tenía unas características especiales. Israel también esperaba algo parecido, en forma de hombre poderoso, guerrero y dominador de los enemigos.

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Pero ¿Qué ocurre en Navidad? Que Dios se revela haciéndose hombre, pero no en un hombre cualquiera, sino en un hombre-niño. Entonces ¿Dios se revela sólo a los niños? La respuesta es, sí. Y ¿a los mayores? También, si siguen siendo niños. Los niños son páginas en blanco, no tienen pasado, sólo futuro. Y al adulto que pese a los años continúa siendo niño, también se le revela.

Otra característica del niño es su desvalimiento. Somos los seres que al nacer estamos peor preparados para sobrevivir. Lo necesitamos todo: alimentos, calor, cariño. La grandeza del hombre es su necesidad. Porque para construir lo que yo he de ser, es tan grande, que necesito de todo y de todos y por eso debo mendigar.

Y la ternura. ¿Cómo no extasiarse ante la sonrisa inocente de un niño? Algo tiene la niñez que invita al acogimiento, al abrazo, al beso, al cuidado. Así pues, la ingenuidad, el desvalimiento y la ternura son aquello que caracteriza al niño y por lo tanto del hombre.

Y ahora se podemos leer el relato de la Navidad.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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