“Catolicismo no cristiano”, por José Ignacio González Faus.
De su blog Miradas cristianas:
La frase puede parecer dura, pero no es mía. Hacia 1933, Fernando de los Ríos (uno de los pioneros de la Institución libre de Enseñanza) escribió: “¡pobre catolicismo español que no ha llegado nunca a ser cristiano!”. Quítese la dosis de exageración que pueda tener. Pero hoy prefiero fijarme en la dosis de verdad que tiene.
Pocos después, Romano Guardini publicó una de sus obras más famosas (La esencia del cristianismo). En ella venía a decir que la esencia del cristianismo es sencillamente Jesús como el Cristo. Y lo que ahora quisiera destacar es que hay algunas formas de catolicismo conservador donde Jesús está prácticamente ausente y parece sustituido por otros pseudocristos.
Confesar a Jesús como el Ungido, el empapado de Dios (eso significa Cristo) implica seguirle en su anuncio y en su trabajo por lo que él llamaba “reinado de Dios”. Ese reinado de Dios (consecuencia del anuncio jesuánico de que Dios es padre de todos) significa que el ser humano está por encima de todo lo sagrado (Mc 2,27-29), que los condenados de la tierra son los preferidos de Dios (Lc 6,20-26), que lo que se les hace a ellos se le hace a Dios (Mt 25, 31ss), que el seguidor de Jesús debe perdonar y amar a los enemigos (Mt 5, 43-38) y que hay una incompatibilidad radical entre Dios y el dinero (Mc 10, 17ss)…
El catolicismo no cristiano olvida (o desconoce) esos rasgos del anuncio jesuánico. Al olvidarlos no sigue en realidad a Jesús como Cristo de Dios y lo sustituye por otros “pseudocristos”, que apelarán quizás a la palabra Cristo, pero dándole un rostro distinto al de Jesús. Los ejemplos más frecuentes son.
1.- Una cristificación del obispo de Roma. En el siglo XIX se llegó a escribir que el papa es como “el Verbo encarnado que se prolonga” y se le atribuyeron expresiones que la tradición cristiana aplicaba a Jesucristo (“más alto que los cielos, santo y separado de los pecadores…”). El título de “Santo Padre” que aún usamos tranquilamente es un vestigio de eso. Y hoy estos grupos acusan a Francisco de “desacralizar el papado”, ignorando que la herejía está en haber sacralizado ellos al papado.
2.- Una piedad mariana que no parece dirigida a la sencilla muchacha de Nazaret, sino a una figura semidivina, o a una diosa griega coronada como Reina y vestida con unas joyas que María nunca llevó. De manera vaga se la envuelve en un nimbo de pureza etérea que ha cuajado en la expresión “ave María purísima” que no molesta nada. Pero si les pidieran sustituirla por un “ave María pobrísima” se negarían a ello, ignorando que de esa pobreza brota la pureza de María.
3.- Una devoción a la eucaristía convertida en una especie de “Dios hecho cosa”, desligada de la Cena de despedida de Jesús y de sus gestos de partir el pan (símbolo de la necesidad) y pasar la copa (símbolo de la alegría). Así cosificado, Dios puede ser adorado tranquilamente y podemos ir a comulgar casi al margen de toda la celebración eucarística, sólo para “recibir gracia”, pero sin que esa gracia nos lleve a nosotros a compartir la necesidad y a comunicar la alegría.
4.- Un último rasgo de ese catolicismo no cristiano puede ser una forma de relación “contractual” con Dios que nos permite convertirlo en propiedad nuestra con sólo que cumplamos nuestra parte del contrato. Exactamente la relación con Dios que Jesús criticó como “fariseísmo”: teniendo a Dios como propiedad privada nuestra, somos los mejores y podemos sentirnos superiores a los demás. Es lo de aquel viejo chiste (puesto en labios de una pobre viejita, pero que está en bastantes corazones no tan viejos): “el papa puede cambiar lo que quiera, que al final nos salvaremos los de siempre”.
Y “nos salvaremos” porque este tipo de catolicismo ha sustituido la confianza, que es lo más característico de la fe, por la seguridad que nos libera de la entrega confiada. Por eso suelo decir que el mayor enemigo de la fe verdadera no es propiamente la incredulidad sino la tentación de la seguridad.
Realmente, poco cristiano es ese panorama, aunque se presente como “muy católico”: su rasgo más distintivo no es la confianza en Jesús, sino el miedo a Jesús y a su anuncio de ese “reinado de Dios” que, por así decir, horizontaliza todas las verticalidades pseudoreligiosas: y lo hace, no sustituyendo la vertical por la horizontal (cosa en la que nunca pensó Jesús), pero sí sustentando la horizontal en la vertical.
En este sentido, lo típico del cristianismo frente a otras cosmovisiones, religiosas o increyentes, es la síntesis, imposible quizá pero a la que hay que tender, entre la máxima afirmación de la Trascendencia y la más plena afirmación de la inmanencia: la entrega completa al más-allá y la plena dedicación al más-acá. Porque, por incomprensible que parezca, Dios es el infinitamente lejano, el increíblemente cercano y el profundamente íntimo.
Ojalá pues que, cuando Azaña dijo aquello de “España ha dejado de ser católica”, hubiera querido decir que España está empezando a poder ser cristiana…
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