“Dios llegará por otros caminos”, por Juan Zapatero.
ECLESALIA, 26/11/18.- “Una voz grita en el desierto: Abrid una ruta al Señor, aplanadle el camino”. Esta frase del evangelista Lucas (3,1-6), trayendo a la memoria lo que dijo en su momento el profeta Isaías, continúa teniendo plena vigencia en nuestros días: Dios no puede venir a nuestro mundo de hoy mientras no construyamos unos caminos más llanos y en dirección opuesta a la que están enfocados los nuestros en estos momentos.
No puede venir mientras los caminos actuales marquen unas diferencias tan grandes entre ricos y pobres. Mientras unos pocos posean casi la misma riqueza que la mayoría. Porque Dios es fraternidad frente a una humanidad que en vez de comportarse como una familia se comporta como un mercado, ya que mientras unos hermanos derrochan y malgastan, los otros carecen de lo elemental.
No puede llegar por caminos que llevan a que la mayor industria en el mundo sea precisamente la armamentista. Porque Dios es paz por encima de todo “Paz a los hombres de Buena voluntad”. Y únicamente seremos hombres y mujeres de Buena Voluntad en la medida que antepongamos la sanidad, la cultura, la comida, el vestido, etc., a todos los medios que solamente provocan violencia.
No puede venir por caminos que conducen a religiones, la mayoría de las cuales, acaban convertidas la mayor parte de veces en una costumbre, cuyos creyentes en las mismas cumplen con demasiada frecuencia lo que en ellas se dice o está escrito como una rutina más y sin apenas sentido. Todo ello precisamente, cuando Dios es novedad y vida por encima de todo. ¿De qué sirven tantos metales preciosos como rodean gran parte de nuestra religión católica, tales como templos cargados de oro y plata, anillos, pectorales, báculos de obispos, coronas de vírgenes, custodias para el Santísimo, etc.?
No puede entrar a través de caminos que desembocan en corazones cargados de odio o de indiferencia en el mejor de los casos hacia tantas personas que no podemos ver o que no nos importan absolutamente nada. No puede entrar, porque Dios, según dijeron ya los profetas del Antiguo Testamento, es rico en misericordia y grande en amor.
No puede venir por caminos que llevan a que el egoísmo y la avaricia se vean insaciables a pesar de que la persona de cerca o de lejos no tenga nada. Mientras tanto, Dios nos recuerda que lo que hagamos a los demás es como si se lo hiciéramos a Él mismo en persona. ¿Acaso creemos que, porque corramos mucho para tenerlo todo nosotros, vamos a conseguir llegar a ser personas verdaderamente felices?
No puede venir ni entrar por caminos delante de los cuales se han construido muros físicos insalvables y fronteras infranqueables porque se necesitan todos los requisitos habidos y por haber para poder entrar a un país que acoja a personas que vienen huyendo del hambre, de la guerra y de la persecución por motivos tan diversos. ¿Qué habría sido de aquella familia de Nazaret, con un recién nacido, si el Egipto de hace veinte siglos hubiera actuado de la misma manera que actúan nuestras potencias políticas y económicas del siglo XXI?
No puede llegar mientras no evitemos que otros caminos, no de tierra, de cemento o de alquitrán, sino de agua, como es el caso de los mares, se engullan a hombres, mujeres y niños que intentan llegar a la costa de este país o del otro donde esperan y confían encontrar condiciones de vida mínimamente dignas y humanas. Al fin y al cabo, tal y como recita el salmista, “Todo lo que existe, el cosmos, el firmamento, los océanos y los mares, etc. cantan la gloria de Dios”.
Dios no puede llegar por medio o través de dogmas y creencias religiosas que casi siempre o muchas veces nos llevan a situarnos en unos espiritualismos, que no en una espiritualidad, alejados del mundo en que vivimos los hombres y mujeres de todos los lugares y tiempos. Dios solamente llegará por los caminos por los que Él se mueve y que no son otros que los del amor, precisamente porque esa es su esencia (“Dios es amor”, tal y como nos recuerda san Juan).
Dios tampoco llegará por el camino del culto, cuando éste no es consecuencia de la vida ni tiene como objetivo la misma. Nos lo recuerda Isaías, 29, y Jesús lo volvió a decir recordó en más de una ocasión (Mt 15): “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.
En fin. Podríamos ir añadiendo más y más, pero creo que debemos ser cada una y cada uno de nosotros quienes lo hagamos, teniendo muy claro que, seguramente, por los caminos que vamos es imposible que venga Dios, que es lo mismo que decir que venga el amor, la ilusión, la esperanza, la alegría, la felicidad a nuestras vidas y a las vidas de todos los hombres y mujeres, de manera especial de la de los débiles y pobres.
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