Del blog de Xabier Pikaza:
Dom 2º de Adviento, ciclo c, Baruc 5, 1-9. . El pecado mayor de la Iglesia es que no espera.
– Se ha parado hace tiempo, no camina. Se paró en el siglo IV d.C., pactando con un tipo de jerarquía imperial.
– Se paró en el siglo XI, al imponer un tipo de poder clerical y de nuevo en el XVI-XVII, con su absolutismo.
– Y ahora nos parece a muchos que ha decidido sentarse en su pasado, como si no fuera Adviento, un camino abierto a la utopía real de la Nueva Humanidad.
Contra todos los mensajes de fracaso, contra todos los intentos de quedar en lo que fuimos (en el siglo IV, en el XI, en el XVI-XVII), nuestra Iglesia de Adviento debe levantarse ya y ponerse en marcha, ligera de equipaje, arrojando por la borda el lastre del siglo IV, XI y XVII, para ser de esa manera lo que siempre ha sido sido, sin un tipo de jerarquías clericales, de poderes feudales, de absolutismos… como dijo el mismo Papa Benedicto XVI en Spe Salvi (2009): hemos sido salvados en esperanza, siendo caminantes que nos dirigimos a la Nueva Jerusalén, la montaña de la Fraternidad Universal, sin armas, ni violencia.
Muchos afirman que no hay camino, que la esperanza ha terminado, pues somos lo que somos, sin más (¡ha llegado el fin de la historia!) en un mundo de poderes superiores y de miedos que nos paralizan… Muchos afirman que la Iglesia ha sido colonizada por un tipo de parálisis sagrado, sin más salida ni tarea que vivir de recuerdos que, al no renovarse, se mueren.
En este momento debemos superar nuestro complejo de museo, para ser de nuevo lo que somos: Una aventura “salvaje” de vida (perdónese la palabra), una tarea admirada de Jesús, que hizo camino en la línea de la lectura de Baruc, de este domingo, Así quiero y debo debe decir levántate Jerusalén, añadiendo en marcha iglesia.
Desde ese fondo, con la primera lectura de la misa, tomada del viejo Baruc, un escriba recuperado para la esperanza, quiero ofrecer yo también mi sencillo manifiesto de adviento, retomando algunos pasajes fundamentales de la esperanza y tarea de la Nueva Jerusalén, que llevamos dentro y que esperamos.
Imagen 1: Luz de ocaso/amanecer en Jerusalén
2. Cenáculo cristiano en Jerusalén. Signo de la venida del Espíritu
3. Sueño de la nueva Jerusalén
1ª Lectura: Baruc 5, 1-9
Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te da, envuélvete en el manto de la justicia de Dios y ponte en la cabeza la diadema de la gloria del Eterno, porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: “Paz en la justicia” y “Gloria en la piedad”.
Levántare, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia el oriente y contempla a tus hijos, reunidos de oriente a occidente a la voz del Santo, gozosos invocando a Dios.A pie se marcharon, conducidos por el enemigo, pero Dios te los traerá con gloria, como llevados en carroza real.
Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados y a las colinas encumbradas, ha mandado llenarse a los barrancos hasta allanar el suelo,para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios.Ha mandado al boscaje y a los árboles aromáticos hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia.
Texto. La utopía de la Nueva Jerusalén
Al final de los tiempos estará firme el Monte de la casa del Señor…
hacia él confluirán las naciones, caminarán pueblos numerosos.
Dirán: venid, subamos al monte del Señor;
él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas…
Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra
(Is 2, 2-5; cf. Miq 4, 1 ss.)
Monte Sión, escuela de paz
Los profetas de Israel definieron al Dios de Dios como fuente de paz para los hombres. Por eso, sus fieles no necesitaban acudir a las armas, porque él mismo les defendía. De esa manera desarrollaron el tema de la no-violencia activa. Para responder al Dios de paz, sus fieles tienen que renunciar a la guerra, es decir, des-armarse, respondiendo así al ofrecimiento creador de Dios:
Ay de los que bajan a Egipto por auxilio, confiados en su caballería…
Porque los egipcios son hombres y no dioses;
sus caballos son carne y no espíritu (Is 31, 1-3).
La paz bíblica no se alcanza con pactos militares, que son una forma larvada de guerra, sino a través de una confianza superior en Dios, que se expresa en la comunión, a través de la palabra. Por eso hay que invertir de un modo radical el tipo de educación. Existía entonces y sigue existiendo ahora una educación para la guerra, expresaba en los ejercicios y pactos militares. En contra de eso, debe instaurarse una educación para paz, expresada en el diálogo y comunicación entre todos los hombres.
La misma existencia de un ejército va en contra de Dios, pues está mostrando, físicamente, que sus fieles no creen en la paz por la palabra. En esa línea, el ejército en cuanto tal aparece como idolatría: una forma falsa de entender la realidad. El verdadero ídolo de un pueblo (el más peligroso) no es una estatua de piedra o madera, sino su armamento y soldados.
Las mismas torres militares, los caballos y carros de combate, es decir, las armas de guerra, van en contra de la identidad de Dios y del don y promesa de vida, que se muestra en cada niño que nace (cf. Is 2, 7-9). Por eso, cuando los reyes de Damasco y Samaria amenazan con su ejército a Sión, el profeta responde presentando a un niño:
Ten cuidado, está tranquilo, no temas, ni desmaye tu corazón…
He aquí que la doncella concebirá y dará a luz un hijo
y le pondrán por nombre Emmanuel, Dios con nosotros (cf. Is 7, 13-14).
En otro tiempo, muchos israelitas habían pedido a Dios que les ayudará en la Guerra Santa y así luchaban, confiando en que el mismo Dios les daría la victoria. Pero ahora el profeta les pide que crean, sin hacer guerra, sin entablar batalla, siguiendo el modelo de Ex 14-15, cuando los fugitivos de Egipto habían confiado su defensa a Dios y Dios les había liberado. Pues bien, en otro tiempo, el signo de la liberación había sido el paso por el mar, a pie enjuto (mientras se ahogaban los enemigos). Ahora, en cambio, el signo de paz es un niño, en quien se halla encarnada la promesa de Dios.
Desde aquí se entiende la profecía del Emmanuel, en cuyo contexto se sitúa Is 7, 13-14:
«Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado… y se llamará Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Is 9, 6).
En este ambiente surgen y se entienden las palabras más consoladoras y exigentes de la utopía pacificadora de los israelitas que han renunciado a las armas para defenderse. Al lado de Dios, no hay lugar para las armas, pues Dios lo ha creado todo a través de la Palabra (Gen 1), no por medio de algún tipo de guerra. La Palabra de amor crea (es Dios), la guerra destruye (no es divina). El Dios israelita no tuvo que luchar cuando creaba el mundo; tampoco los israelitas habrán de hacerlo, como muestras las palabras centrales del manifiesto ya citado:
Al final de los tiempos estará firme el monte de la casa del Señor…
De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra
(Is 2, 2-5; cf. Miq 4, 1 ss.)
Para superar la violencia de un sistema que para imponerse utiliza las armas, el Dios del Advient0 nos ofrece una enseñanza divina (nos instruirá en sus caminos…) y un compromiso humano, en una línea más personal (no se adiestrarán para la guerra) y más material (de las espadas forjarán arados…).
Esa nueva forma de actuar, definida aquí en forma negativa (¡no se adiestrarán…!) y positiva (¡de las espadas forjarán arados!), no puede ser el resultado de un pacto del sistema (pues los pactos necesitan armas, han de ser sancionados por la fuerza), sino que ha entenderse como alianza de humanidad, gratuitamente.
El Dios que supera la guerra
En otro tiempo, la ley del Monte Sinaí (cf. Ex 19-24), centrada en el decálogo y dirigida a los israelita, seguía manteniendo la paz de este mundo con medios de violencia y así justificaba la guerra y la pena de muerte. En contra de eso, la nueva ley del Dios de Monte de Sión, será enseñanza de paz, para todos los pueblos (pues es imposible la paz sin universalismo). Leer más…
Biblia, Espiritualidad
Adviento, Ciclo C, Dios, Evangelio, Jesús, Salvación
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