Cristianos contra el fascismo que llega
Imagen extraída de: Pixabay
Xavier Casanovas. [Diari Ara] Si hay que agradecer a alguien la victoria de los demócratas en la Cámara de Representantes de EEUU, es en parte a la comunidad cristiana. Hace unos días leía sobre la campaña que miembros de la Iglesia evangélica impulsaron bajo el lema “Vote common good” [Vota por el bien común]. Cientos de voluntarios y voluntarias se dedicaron a recorrer los estados donde habían ganado los republicanos en las últimas elecciones y explicar que votar Trump es ir contra el Evangelio. Argumentos no les faltaban: familias brutalmente separadas en la frontera, menosprecio hacia las mujeres, ultranacionalismo, voluntad de volver al juego de la Guerra Fría fomentando el militarismo… Todas son razones más que suficientes para afirmar que, efectivamente, el discurso de Trump es antievangélico.
Los evangelistas no son los únicos que se han pronunciado. Con una gran finura pero sin pelos en la lengua, el jesuita estadounidense James Martin se pronunciaba recientemente en Facebook en un video que ya lleva 28 millones de reproducciones y donde afirmaba lo siguiente: “El presidente dijo el otro día que [los inmigrantes] están infestando nuestro país como si fueran parásitos. Así es como los líderes nazis hablaban de los judíos”.
Viendo el empuje de la entrada de cristianos en el debate político americano, me vienen a la mente dos reflexiones importantes.
La primera es sobre la secularización y el espacio público. Hace unos meses José Casanova, profesor de sociología en Georgetown, en su paso por Barcelona explicaba que lo que es propio de las sociedades altamente secularizadas no es el crecimiento del ateísmo, sino el aumento de la pluralidad religiosa. Es decir, la expresión diversa de nuestra confesión y la posibilidad de que sea compartida en el espacio público y, por tanto, interpelada también por el debate político. Hay que reconocer que esto en países como Estados Unidos es mucho más claro y, a pesar del peligro de convertir las religiones en un mercado de propuestas espirituales que pretenden ser todas las más atractivas, tiene algo de liberador. Me parece un signo de sociedad abierta y madura poder hacer interactuar discurso religioso y discurso político con esta naturalidad y no dejar nuestras creencias tan sólo para el espacio privado, donde nada puede ser confrontado y todo acaba oliendo a cerrado y enmohecido.
La segunda es que también en Europa nos convendría que las religiones se plantaran ante el actual crecimiento de la extrema derecha y el fascismo que llega. Los obispos y la Iglesia francesa, por ejemplo, han sido reticentes a pronunciarse sobre el discurso de un partido xenófobo como el Frente Nacional. Tampoco los católicos españoles parecen muy inquietos por el ascenso de discursos similares en nuestro país, ni interesados en mostrar ya, y definitivamente, una ruptura con los diferentes tics nacionalcatólicos que aún colean. Hay que ser muy claros en este debate, antes que nada porque estos movimientos de ultraderecha cooptan el discurso religioso para justificarse y apelar a una cierta pureza o autenticidad. Y en segundo lugar porque nos conviene, si no queremos repetir episodios nefastos de nuestro pasado, trabajar en todos los frentes para detener el peligroso crecimiento de este tipo de propuestas políticas contrarias a los más elementales derechos humanos.
No nos engañemos, sabemos que repetir insistentemente que vendrá el lobo no sirve de gran cosa, sobre todo cuando el lobo ya lo tenemos aquí y viene hambriento de odio. Hay que detener los síntomas pero sobre todo hay que ir a la raíz de la pregunta: ¿por qué cada vez más gente abraza discursos de carácter fascista? Si ya es tarde para responder a esta pregunta es en parte porque ya hemos llegado tarde antes, cuando hemos hecho la vista gorda a unas políticas de frontera que son claramente criminales, o a una lógica económica que puesta al servicio del capital y del máximo lucro está aplastando a las mismas familias que la Iglesia, por otra parte, tanto desea proteger.
Me gustaría ver, también en nuestro país, a muchas personas creyentes haciendo campaña activa contra la usura, contra el odio al diferente, y levantando la voz contra aquellos partidos que muestran un nulo respeto a la dignidad humana más elemental. Hay que contar con las religiones para hacer frente al fascismo que llega y no dejar que arraigue ni levante la cabeza en nuestro país.
Fuente Blog Cristianismo y Justicia
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