“Lo que nos corresponde y lo que necesitamos”, por Juan de Burgos Román
A propósito de la “parábola de los jornaleros contratados” (Mateo 20,1-6)
Juan de Burgos Román
Madrid.
ECLESALIA, 05/11/18.- El señor Jefestricto, gran preboste en ejercicio, se esforzaba por conseguir que a cada persona se la diese exactamente lo que le correspondiera, lo que fuera suyo, ni más ni menos; así, al que trabaja se le habría de pagar de conformidad con lo trabajado y al que no quiera trabajar no había que pagársele. Si no se actuase de este modo, decía, los desaprensivos terminarían recibiendo un trato parecido al de los cumplidores, por lo que estos acabarán pasándose al bando de los deshonestos. Para lograr una correcta convivencia, es preciso, añadía, que haya leyes categóricas sobre cómo comportarse, que incluyan los oportunos castigos para los que las incumplan; sin ello, sobrevendría el caos de inmediato.
Una objeción que le hacían era que, al aplicar su regla del dar a cada uno lo que le corresponde, habría de resultar que: a los que viven en apuros, como ellos poco tienen, poco se les daría y difícilmente iban a salir de ahogos; y los que tienen en abundancia seguirían opulentos, aunque holgazaneasen, pues la ley exigiría que se les respetase lo suyo. A este reparo, Jefestricto respondía que, en efecto, esa era una consecuencia indeseada, un daño colateral, que se mitiga con un adecuado sistema de impuestos progresivos, unas ayudas sociales eficaces, una buena política de igualdad de oportunidades.
Un cierto día, a Jefestricto le llegaron noticias de alguien a quien llamaban Bonpapait; en concreto, le hablaron de cómo entendía él lo de hacer justicia. Al oírlo, quedó desconcertado, al principio, e irritado, después. Y es que había entendido que Bonpapait era el dirigente de cierto país que, cuando hacía justicia con una persona, no se planteaba si ella se merecía ser atendida o no, que solo se preocupa de saber si estaba necesitada de ayuda. Así que, Jefestricto venía a entender que, para Bonpapait, hacer justicia no era lo de dar a cada uno lo que le corresponde, que era lo inexcusable, sino algo totalmente distinto: “dar a cada uno lo que necesita”.
Jefestricto, confuso y arrebatado, pensaba que aquello era cosa de locos y se despachaba diciendo que Bonpapait debía estar en Babia o ser un verdadero descerebrado, pues una comunidad no podía subsistir con su modo de actuar. Y puso un par de ejemplos a modo de refutación: “Si, decía, un pederasta peligroso, que está cumpliendo una larga condena, solicita salir libre de la cárcel, pues dice necesitar de libertad, entonces ¿Bonpapait se lo concedería? “Si, añadía, alguien que se niega a trabajar aduciendo que los salarios son irrisorios, demanda una paga generosa, arguyendo que la necesita mucho, ¿Bonpapait le concedería la tal paga, cuando, además, los que sí trabajan están cobrando mucho menos?
A la vista de cómo entendía las cosas Jefestricto, creyeron oportuno aclararle que Bonpapait no era un poderoso regidor que gobernara en un territorio concreto, sino que era un el entrañable y bondadoso patriarca de un reino especial, integrado por las gentes que proceden con amor y rectitud, y que él estaba muy interesado en amparar a toda persona que lo precisase, con independencia de quien fuera ella. También hubieron de explicarle que este interés de Bonpapait le llevaba a ofrecer a las gentes aquello que realmente necesitaban, que, muchas veces, no era lo que le pedían, pues unos se equivocan en lo que creían necesitar, otros hacían peticiones viciosas, no faltaban los que solicitaban cosas descabelladas o dañinas y también estaban los que ni llegaban a pedir, aunque mucho necesitasen. Así, en los dos ejemplos que Jefestricto había puesto, el del pederasta y el del que no quería trabajar, era obvio que no era el salir de prisión o el dinero lo que en el fondo necesitaban él uno y él otro para regenerarse, que ahí estaba el quid de la cuestión; y es que lo que estaban precisando ambos era liberarse de aquel modo de ser que les llevaba a vivir tan desacertadamente.
En cierto momento, le dijeron a Jefestricto que Bonpapait procedía del modo que se refleja en la llamada “Parábola de los Jornaleros Contratados” (Mateo 20,1-6). Entonces Jefestricto se reafirmó aún más en su punto de vista; decía: “si se procediese como hace el amo de la viña de la parábola, en dos días no habría nadie dispuesto a trabajar, pues las gentes esperarían a que la jornada estuviera a punto de acabar para solicitar entonces que se las contratase, sabiendo que, con solo asomarse un momento por el tajo, recibirían el salario íntegro, lo que haría del país una fábrica de holgazanes integrales”. Y añadía que, muy al contrario, lo que habría que conseguir era que todos contribuyesen al bien común, lo que requiere de una legislación coercitiva en la que cada cual reciba en función de lo que aporte o, dicho de otro modo, donde cada uno reciba lo que le corresponda.
Pasado un tiempo, a Jefestricto le dio por pensar en que, en lo que le habían dicho había un elemento con el que no había contado: que Bonpapait no parecía ser una persona normal, pues se le habían descrito con unos rasgos muy especiales. Aquella noche, tuvo un extraño sueño; en él aparecía Bonpapait, el cual resultó ser el del dibujo que, en su devocionario de cuando era niño, representaba al Buen Padre del Cielo. Para sorpresa de Jefestricto, Bonpapait se mostraba satisfecho y agradecido por lo que se estaba consiguiendo con la aplicación de la norma de “dar a cada uno lo que le corresponde”, complementada con las oportunas disposiciones sociales de ayuda a los necesitados; y es que el que todos vivan bien y en armonía es cosa muy querida por Bonpapait y, además, bien sabía Bonpapait que la justicia que podía aplicar Jefestricto habría de estar muy condicionada, que tenía que acudir, necesariamente, a normas que impidieran a los torpes y malvados ir contra el bien común, lo que hacía que la tal justicia fuese limitada, parca en lucidez, basada en premios y castigos.
En aquel sueño, Bonpapait también le explicaba a Jefestricto que la Parábola de los Jornaleros Contratados no propone un modelo a seguir cuando se ejercer la justicia humana; lo que la parábola pretende es informarnos de que la justicia de Dios es muy diferente de la de los hombres. Lo del “dar a cada uno lo que necesita” es un resumen del modo de hacer justicia Dios: Dios, sin las limitaciones de los hombres, ejerce la justicia del dar cuanto se necesite, del darlo todo, una justicia caritativa, inundada de misericordia, generosa a manos llenas; y, además, eso lo hace con todos sus hijos, con independencia de que se lo pudieran merecer o no.
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