Gabriel Mª Otalora
Bilbao (VIzcaya).
ECLESALIA, 19/10/18.- En algún sitio he leído que existe una iglesia católica en Malasia en la que sus exiguos feligreses tiene desplegado un eslogan que dice: “Si no has podido ver el amanecer de hoy, no importa. Mañana te regalo otro. Firmado: Dios”. Me parece un buen punto de reflexión sobre una forma de orar que estamos pasando por alto en nuestro mundo mecanizado y positivista; una expresión oracional que asimilamos a la vida monástica que tanto invita a la contemplación, pero que no identificamos suficientemente con toda persona con experiencia de Cristo (es decir, cristiana).
Toda filosofía nace del asombro que nos lleva a hacernos preguntas. Y el asombro como oración es una variante de la acción de gracias. Como dice San Pablo en la Primera a los Corintios, ¿qué tienes que no hayas recibido? Solo con pasear la mirada por la naturaleza, contemplar un atardecer en verano o un amanecer en otoño, tenemos suficiente material espiritual para abrirnos al asombro, que no es más que una manifestación genuina de la humildad, del hacernos como niños con la intención que le dio Jesús a esta expresión. La humildad, ¡ay!, es el mejor camino para asombrarse también de las propias capacidades dormidas: pinta, canta, baila, cocina, escribe, escucha, sonríe, ayuda…
El Todopoderoso ha hecho obran grandes en mí, es una exclamación que Lucas pone en labios de María para hacerla hacer nuestra y repetir con frecuencia. Cuando algo o alguien nos emocionan, no podemos evitar expresarlo. El regocijo no es completo si no lo compartimos. La experiencia gozosa de un Dios perdonador hizo exclamar los bellos salmos que nos legó David llenos de bendición y asombro agradecido. Seguro que disfrutó intensamente en su corazón con semejantes sentimientos exultantes.
Lograr la actitud de asombro ante lo mucho que tenemos -en lugar de vivir centrados en lo que nos falta- tiene una consecuencia enraizada en el propio Cristo: sabernos bendecidos invita a compartir lo recibido, la alegría sí, pero también los dones que a otros les faltan: compartir el amor de Dios en mil formas e intensidades, conforme a lo recibido gratis.
Qué pocos cristianos son conscientes de donde viene la fiesta. Tanto “fiesta” como “festival” proceden del término festus, que significa lo referente a los días destinados a los actos religiosos. Hemos institucionalizado la celebración “festiva” (¡celebración litúrgica!) para expresar el gozo por el amor que Dios nos tiene, pero carecemos de la chispa propia de la experiencia asombrosa de sentirnos amados por Dios.
Gracias, Señor, por mi cuerpo, del que doy sentadas tantas cosas:
Gracias, Señor, por mi cuerpo,
tu regalo y mi tesoro más estimado
para andar por este mundo.
Por los pies con que camino
al encuentro de mis hermanos,
gracias, Señor.
Por las piernas que me sostienen
y que nunca se cansan de mí,
gracias, Señor.
Por las manos, útiles herramientas,
para trabajar, servir y abrazar,
gracias Señor.
Por los labios, boca, dientes y lengua
con que río, hablo y como gozosamente,
gracias, Señor.
Por los ojos con que descubro y veo
tanta gracia y hermosura a mi lado,
gracias, Señor.
Por mi sexo entrañable
con el que me siento y expreso,
gracias, Señor.
Por los nervios, rápidos y sensibles conductores
de sensaciones y emociones, y también de mis quereres,
gracias, Señor.
Por mi cabeza, hermoso ingenio
que piensa, maquina y ordena,
gracias, Señor.
Por la piel que me protege
dándome forma, figura y seguridad,
gracias, Señor.
Por este corazón que nunca descansa,
que ama y se deja amar,
gracias, Señor.
Por mi cuerpo entero, hecho con ternura
por tus manos y tu soplo,
gracias, Señor.
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(Florentino Ulibarri)
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