Del blog de Xabier Pikaza:
Se dice en otro plano que hay diez mandamientos (y son buenos), y en otro que hay dos artículos de fe (y son también bueno), con muchos añadidos más o menos certeros… pero según la Biblia no haya más que un mandamiento y un credo (que es doble: amar a Dios, amar al prójimo…).
Se trata, pues, de creer en el amor y de hacer amor, o mejor dicho, de hacerse amor, por encima, en el principio, de todos los mandamientos y los credos.
Sin duda, el amor es una de las palabras más gastadas y manipuladas de la humanidad, lo mismo que Dios. Algunos dicen: oigo Dios y cojo una pistola para defenderme. Otros contestan: oigo amor y escapo, no me cojan y me aten.
Y sin embargo Dios es lo mismo que amor, y amor es lo mismo que vida… de forma que la vida es un aprendizaje de Dios y (o) de amor. En eso estamos, ése es el evangelio de este domingo. Quizá nunca se ha dicho una palabra más rica, prometedora, gozosa y exigente que ésta que sigue. Buen domingo, buen amor a todos.
Palabra. Mc 12, 28-34
(a. Pregunta) 28 Un escriba que había oído la discusión y observado lo bien que les había respondido se acercó y le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos?
(b. Respuesta) 29 Jesús contestó: El primero es éste: Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es Señor Uno, 30 y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tu fuerza. 31 El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.
(c. Entendimiento) 32 Y el escriba le dijo: Bien, maestro. Con verdad dices que es Uno y que no hay otro sino él; 33 y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. 34 Y Jesús, viendo que había hablado con sensatez, le dijo: No estás lejos del reino de Dios. Y nadie se atrevía ya a seguir preguntándole.
12, 28. ¿Cuál es el primer mandamiento?
28 Un escriba que había oído la discusión y observado lo bien que les había respondido se acercó y le preguntó:¿Cuál es el primer mandamiento de todos?
Este escriba, hombre del Libro, parece interpretar a Dios como alguien con poder para mandar, es decir, para imponer unos preceptos a los hombres, y de un modo especial a los judíos. Ciertamente, en el Antiguo Testamento (BH) hay también narraciones liberadoras, himnos de gratitud, revelaciones proféticas, bellas historias de encuentro con Dios… Todo eso vale, pero a los ojos del escriba parece estar en un segundo plano. Por eso, él ha comenzado preguntando por el primer mandamiento de la Ley. Ciertamente, su pregunta es buena y veremos que Jesús la admite, pero puede entenderse de forma sesgada, pues supone que lo primero es el mandato entolê, cosa que Jesús matizará.
El problema no está en que los mandatos sean numerosos (el judaísmo posterior recopilará 248 positivos y 365 negativos, en total 613), pues muchos de ellos parecen y son obvios para quienes viven dentro de una sociedad israelita. Por eso, situados en su propio contexto, los judíos del tiempo de Jesús y sus sucesores no se pueden tomar como legalistas en el sentido peyorativo del término.
El tipo de judíos y de cristianos a los que Jesús quiere enseñar su “ley de amor” son en general legalistas, pero piensan que su vida se encuentra fundada sobre leyes de Escritura/Tradición que se presentan como voluntad de Dios. Por eso es importante discernir: saber dónde se encuentra el centro y clave de los mandamientos, como hace nuestro escriba, buscando el primero entre ellos. Pues bien, Jesús no responde con uno sino con dos, como indicando que al principio no hay un tipo de monismo (sólo Dios o sólo el hombre) sino un dualismo básico, un diálogo entre Dios y los humanos.
12, 29-31. El Señor nuestro Dios es Señor uno
29 Jesús contestó: El primero es éste: Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es Señor Uno, 30 y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tu fuerza. 31 El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.
Significativamente, Jesús no apela a los diez mandamientos (Ex 20, 2-16; Dt 5, 6-21), sino a la palabra central de la experiencia teológica judía («Escucha Israel: amarás a Dios…», cf. Dt 6, 4-5), y a un mandato social importante del Código de la Santidad («y a tu prójimo…», cf. Lev 19, 18). Esos “mandamientos” son su credo, su confesión fundamental de fe.
Empecemos por la “experiencia” básica: en el principio no está el “haz”, ni el “amarás” (en línea de mandato), sino el “escucha”: acoge la voz de Dios. Sólo a partir de ese “escucha” se puede hablar de amor a Dios y el prójimo.
a. Shema, un camino de vida (12, 29).
Jesús empieza citando el texto clave de la Shema (Escucha Israel…), colocando así todo lo que dirá después a la luz del mensaje fundante de Dt 6, 4-6, siguiendo así la mejor tradición de su pueblo. De esa forma se sitúa en el origen de la vida auténticamente humana (allí donde el filósofo Kant situaba su imperativo: “actúa de tal forma que…”). Pues bien, en ese principio Jesús no encuentra una entolê, un mandato, sino una revelación de radical (Dios es Uno) y una llamada al amor:
− Escucha (hebreo sema’, griego akoue). Éste es el principio de todo posible mandamiento: “Oye”, es decir, atiende a la voz, acoge la Palabra, estate atento a lo que eres. En el fondo se quiere decir: no te cierres, no hagas de tu vida un espacio clausurado donde sólo se escuchan tus voces y las voces de tu mundo. Más allá de todo lo que haces y piensas, de aquello que deseas y puedes, se extiende el ancho campo de la manifestación de Dios: abrirse a su voz, mantener la atención, ser receptivo ante su Palabra, ése es el principio y sentido del que brota toda vida y todo mandamiento.
− Israel. Es el pueblo de aquellos que “escuchan”, comunidad de personas que se mantienen atentas, oyendo la Palabra, y naciendo así como pueblo que brota de Dios. Quedan en segundo plano los restantes elementos configuradores del pueblo: padres comunes, circuncisión, leyes alimenticias, ritos de tipo sagrado… Sólo la escucha del único Dios configura al único pueblo israelita, que, conforme a la visión de Marcos, puede y debe abrirse a todos las naciones (cf. 11, 11). En este momento, Jesús se identifica con el Israel que escucha la voz de Dios, vinculándose de esa manera a la comunidad de los creyentes, es decir, de todos los que escuchan la Palabra y responden con amor.
− El Señor, muestro Dios, Señor Uno es. Pagano es quien se pierde adorando otras voces, de forma que acaba escuchándose a sí mismo (a sus ídolos). Israelita, en cambio, es quien sabe a acoger al único Dios (nuestro Dios), que es Uno (Heis estin). La palabra fundante del mandato pide al creyente que “escuche” al único Dios (Señor Uno): que se deje transformar por él, que acoja su revelación y que no crea a ningún otro posible “señor” de los que existen (quieren imponerse) sobre el mundo. Así queda claro el “monoteísmo” radical de Jesús, que había protestado ya cuando el postulante de 10, 17 le llamaba Maestro Bueno (Didaskale Agathe), respondiendo que nadie es bueno sino Heis ho Theos, es decir, Uno que es Dios. Pues bien, ahora, ese monoteísmo (¡el Señor es Uno!) se vuelve fuente de comunión, de manera que todos los creyentes pueden decir y dicen “nuestro Dios”, vinculándose entre en, en forma de comunidad de fe.
b. Amarás (12, 30).
Esta palabra nos sitúa ante la gran paradoja y la riqueza básica del judaísmo rabínico y del evangelio cristiano, que, en ese nivel, comparten la misma experiencia de vida (cf. 1, 1). Apoyado en la tradición israelita, con otros judíos de su tiempo, Jesús “manda” que se cumpla lo que no puede mandarse (pues no es objeto de ningún imperativo), elevando de esa forma el nivel de la vida humana. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
31º Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B, Dios, Evangelio, Jesús, Reino de Dios, Tiempo Ordinario
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