Del blog de Xabier Pikaza:
28.10.18. Dom 30, tiempo ordinario. Mc 10, 46-52
Los peregrinos que venían de Galilea caminaban por tres o cuatro día… y aprovechaban el Sábado para descansar el Jericó,antes de iniciar la etapa final de ascenso a Jerusalén, con más de 1.200 metros de desnivel.
Allí habría descansado Jesús, cumpliendo el precepto legal, con los demás peregrinos, pues nadie subía por el camino de Jerusalén en Sábado, aunque el evangelio de Marcos (a diferencia del de Lucas) no dice nada del descanso en Jericó, en casa de Jairo.
El caso es que salen de Jericó, y a la misma salida encuentran al ciego, sentado al borde del camino, pidiendo limosna.
No hay nada más triste en el mundo que no ver a Jesús cuando pasa... y por eso el ciego pide un milagro para verle. Quiere que Jesús sea su faro en el camino, su camino en la roca, su meta. Por eso, está dispuesto a todo, y llama a Jesús. Nada más triste que los ojos de Bartimeo, a no ser que venga Jesús, para abrir sus ojos…
1. Un ciego a la espera, un camino en la montaña
Mc 10 46 Y cuando salía, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Y oyendo que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! 48 Muchos lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!
Sea como fuere la razón de la parada (o no parada) de Jesús en Jericó, el “milagro” del ciego está situado precisamente en el momento de “salida” de Jericó, en la última etapa del ascenso a Jerusalén, cuando Jesús recibe en su cortejo de Reino precisamente a este ciego (recuérdese que los ciegos son importantes en la “historia” religiosa de Jerusalén (como saben, desde perspectivas complementarias, 2 Sam 5, 8 y Mt 21, 14).
Jesús, a quien acompañan sus discípulos, viene con más gente e inicia con ella el último tramo, el último día, de su ascenso mesiánico (cf. Mc 10, 32). Al borde del camino (para tên hodon) se encuentra Bartimeo, mendigo ciego, que le grita; la gente se lo impide diciéndole que calle (10, 46-48), pero Jesús sabe escuchar, como seguirá mostrando el texto.
No es sin más un ciego, sino el ciego de la salida de Jericó, sentado a la vera del camino que sube hacia Jerusalén. Todo nos permite suponer que está a la espera de alguien (¿el mesías?) que pase y le ayude. En ese sentido es un signo de todos aquellos a quienes el mismo Jesús ha de curar, para que vean y le puedan seguir en el camino. Quizá podamos tomarle como signo de aquellos que deben superar sus cegueras anteriores, descubriendo a Jesús tras la pascua, en Galilea (cf. Mc 16, 6-8 allí «le veréis, según os dijo»).
En ese sentido, el “milagro” de Bartimeo anticipa la historia de la pascua, cuando los discípulos puedan ver a Jesús de forma nuevo. Pero, al mismo tiempo, este milagro recuerda la historia del ciego de Betsaida (Mc 8, 22-26), con el que terminaba la primera parte de Marcos (1, 14−8, 26) y comenzaba la segunda (8, 28−15, 47), mostrándonos que sólo unos ojos abiertos podían descubrir el sentido y las implicaciones del camino de Jesús.
Pero en el milagro anterior escena parecía a truncada, pues Jesús mandaba al ciego curado que se fuera, y el ciego se iba y Pedro no entendía, ni no lograba mantenerse firme ante las exigencias del mesianismo de Jesús Hijo de Hombre (cf. 8, 18-.9, 1). Ahora, en cambio, este milagro adquiere un sentido muy positivo, pues el ciego bien curado sabe abrir los ojos y queda con Jesús, y le sigue en el camino y es ejemplo de visión y fidelidad para todos los que acompañan a Jaús.
Evidentemente, él no tiene por qué saber lo que Jesús ha ido diciendo en sus palabras anteriores.
Pero volvamos al ciego, a la salida de Jericó, a la vera del camino pascual: está inmóvil y parece que no tiene más oficio ni esperanza que vivir como mendigo. Es enfermo, está ciego y vive a costa de aquello que le quieren ofrecer los peregrinos. La ciudad pascual se encuentra cerca, pero él no puede subir para admirar su santuario y orar con el resto de los fieles.
Su ceguera le tiene clavado al borde del camino, en la etapa final de la subida y del drama del Reino. Como he dicho, este ciego no conoce a Jesús, pero se puede suponer que está al corriente de lo que implica su camino, sea en la línea de las predicciones de la pasión (Jesús sube a Jerusalén dispuesto a morir: 8, 31; 9, 31; 10, 33), sea en la línea de una esperanza general, de tipo davídico-mesiánico. De esa forma, cuando se entera de que Jesús pasa, él confía y le grita por dos veces: ¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí! (cf. 10, 47-48).
Al invocarle así, como “Hijo de David”, en su ascenso hacia Jerusalén, este ciego le está diciendo de algún modo que es “Mesías”, en una línea que culminará precisamente cuando Jesús llegue (¡esa tarde!) a Jerusalén y sus acompañantes le aclamen diciendo: ¡Bendito el Reino de nuestro padre David! (11, 10). Recordemos que, como he dicho, estamos en la mañana del “domingo” que precede al Sábado de Pascua (¡aquel año la pascua caía en sábado), y los peregrinos que inician la marcha muy temprano podrán llegar a Jerusalén antes de la caída de la tarde. De esa manera, esta escena, con la invocación del ciego, forma el primer acto de la “entrada en Jerusalén”, que empieza precisamente aquí, en Jericó.
Esta invocación (¡Hijo de David!) tiene, sin duda, un tono mesiánico y proviene, paradójicamente, de un ciego al borde del camino. Sin duda, cuando luego le pedirá “que vea”, se puede suponer que está pensando en un “hijo de David” que tiene capacidad de “curar”, como Salomón, a quien la tradición presenta como Hijo de David y sanador. Pero en este contexto, al final del camino de ascenso a Jerusalén, este título (Hijo de David) tiene un sentido claramente mesiánico, lo mismo que el de Roca, cuando dijo que Jesús era “el Cristo” (8, 29). Pero hay una diferencia esencial:
Pedro había dicho a Jesús que era el Cristo, en las aldeas de Cesarea de Felipasto”, , pero en el fondo quería aprovecharse de él e impedirle cumplir su camino, dando la vida por los otros;
Bartimeo, en cambio, llama a Jesús “Hijo de David” para ver y seguirle en el camino. En ese sentido es más fiel que Pedro, más cristiano.
Sea como fuere, Bartimeo, ciego de camino, no busca el reino de Jesús en sentido político/militar; tampoco quiere el poder, como lo acaban de buscar los zebedeos; ni está empeñado en defender su dinero, como el rico (cf. 10, 17-45), sino que reconoce su carencia propia (es un ciego), y sólo quiere ver, y para eso pide la ayuda de Jesús, en medio del gentío que llena el camino y que pasa, subiendo hacia Jerusalén. Si Jesús es de verdad “Hijo de David” tiene que abrirle los ojos, como se los abre, no para seguirle en un camino de toma militar de la ciudad (como el David antiguo: 2 Sam 5, 8-9), sino de entrega de la vida, precisamente en Jerusalén. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
Bartimeo, Ceguera, Ciclo B, Ciego, Dios, Evangelio, Jesús, Tiempo Ordinario
Comentarios recientes