“El que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. Domingo 21 de octubre de 2018. Domingo 29º
Isaías 53, 10-11: Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años.
Salmo responsorial: 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Hebreos 4, 14-16: Acerquémonos con seguridad a trono de la gracia.
Marcos 10, 35-45: El hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos.
La primera lectura de hoy, tomada de la segunda parte del libro de Isaías, nos habla de la misión del ‘siervo sufriente’, es decir, de aquel imaginado redentor del Pueblo de Dios que ofrece su vida para ver el nacimiento de una nueva posibilidad, de una nueva descendencia. Este poema nos habla más de esperanza, de tenacidad y de lucha que de sufrimiento pasivo o resignación. La misión del siervo del Señor no es ver su cuerpo destrozado, sino servir de puente para las nuevas generaciones de creyentes que se han de inspirar en su particular estilo de vida. Por esta razón la “nueva descendencia” no se refiere, ni en el texto ni en la interpretación cristiana, a los descendientes biológicos, sino a una nueva generación de personas comprometidas con la Causa de Dios en favor de su pueblo, el pueblo pobre, dolorido y oprimido.
El Salmo nos sirve de puente entre la primera y la segunda lectura, al recordarnos que la Palabra de Dios se identifica por su capacidad para ayudarnos a reconocer la verdad. Una verdad que no es un asunto metafísico o etéreo, sino la encarnación del proyecto de Dios en la historia por medio de la justicia y el derecho.
El fragmentito de la carta a los Hebreos que hoy leemos nos recuerda que Jesús ha sido probado en todo igual que nosotros, por lo que podemos tener confianza de ser bien comprendidos. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de comprender a los débiles…
El evangelio, de Lucas, nos presenta una escena breve, un pasaje simple pero muy importante del mensaje de Jesús. Jesús establece con claridad su diferencia con el espíritu del mundo, el de los jefes de este mundo, que esclavizan a los suyos y se sirven de ellos; Jesús proclama que su actitud es exactamente la contraria: «No he venido a ser servido sino a servir», y «el que quiera ser grande, que sea el servidor de todos». Es un rasgo cristiano central, decisivo. Y sin complicaciones ni alambicamientos teóricos: no se trata de creer doctrinas, sino de centrar la propia vida sobre la base del amor-servicio. No un amor cualquiera (romántico, sentimental, de bellas palabras…), sino un amor que se expresa en el servicio. No insistiremos nunca demás en este principio central del evangelio, que Lucas nos recuerda hoy.
El penúltimo domingo de octubre la Iglesia Católica lo celebra como Domingo Mundial («Do-Mund») de las Misiones. Muchos de los católicos mayores recordamos que cuando fuimos niños salimos, tal día como hoy, a las calles, con una hucha en las manos, para hacer una cuestación económica en favor de las misiones. En algunas sociedades católicas de entonces, aquello formó parte de un paisaje religioso urbano, que ya desapareció. No se dejó de hacer simplemente por pereza, o por olvido… sino por razones de la secularización de la sociedad. Pero hoy, con una perspectiva más amplia, vemos que no sólo han afectado las razones clásicas de la «secularización»; también han intervenido razones que se refieren a las «Misiones» mismas.
En un tiempo como el que vivimos, marcado radicalmente por el pluralismo religioso, y marcado también, crecientemente, por la teología del pluralismo religioso, el sentido de lo «misionero» y de la «universalidad cristiana» han cambiado. Hasta ahora, en demasiados casos, lo misionero era sinónimo de «convertir» al cristianismo (al catolicismo concretamente en nuestro caso) a los «gentiles», y la «universalidad cristiana» era sentida como la centralidad del cristianismo: nosotros éramos la religión central, la (única) querida por Dios, y por tanto, la religión-destino de la humanidad. Todos los pueblos (universalidad) estaban destinados a abandonar su religión ancestral y a hacerse cristianos (a «convertirse»)… El «proselitismo», por cualquier medio que fuera posible, estaba justificado; más, era lo mejor que podíamos hacer por la humanidad: el fin justificaba los medios.
Todo esto, lógicamente, ha cambiado. Comprendemos perfectamente que las religiones y las culturas (todas, no sólo la nuestra) han vivido, desde sus orígenes, aisladas, sin sentido de pluralidad. Una especie de «efecto óptico» y, a la vez, una cierta ley de la «psicología evolutiva» de la humanidad, les ha hecho concebirse a sí mismas -cada una- como únicas, y como «centrales» (pensando cada una que eran el centro absoluto de la realidad), igual que cada uno de nosotros, cuando hemos sido niños/as, hemos comenzado a conocer la realidad siempre a partir de nuestro ego-centramiento psicológico inevitable, igual también que todos los humanos han pensado que su tierra, y hasta el planeta Tierra, eran el centro del mundo y hasta del cosmos… Sólo con la expansión del conocimiento y con la experiencia de la pluralidad, las personas, los pueblos y las culturas se han ido dando cuenta de que no son el centro, de que hay otros centros, y han sido capaces de madurar y de descentrarse de sí mismas reconociendo una realidad mayor.
Todas las religiones, no sólo la nuestra, están desafiadas a entrar en esta maduración y este reconocimiento de una perspectiva panorámica mucho más amplia que aquella en la que han vivido precisamente toda su historia, los varios milenios de su existencia. La religiosidad, la espiritualidad del ser humano, es mucho más amplia, y mucho más antigua (decenas de milenios al menos) que cualquiera de nuestras religiones. Dar al tiempo sagrado de nuestra religión la centralidad y unicidad cósmica y universal que le solemos dar, necesita sin duda una reevaluación más ponderada. Un pensamiento religioso más sereno y maduro se inclina cada día más hacia una revalorización generosa de las otras religiones, y a una profundización del sentido de modestia y de pluralismo, que no es claudicación ante nada, sino apertura de corazón al llamado divino que hoy sentimos, vibrante y poderoso, hacia una convergencia universal que antes no acabábamos de captar.
Buen día hoy, el del DóMund, para presentar estos desafíos y para profundizarlos en la homilía, en la reunión de la comunidad, en el grupo de estudio, o en el aula con mis alumnos. No desaprovechemos la oportunidad para actualizar también nuestra visión personal en estos temas: hay muchas lecturas (véase, por ejemplo, en la RELaT –http://servicioskoinonia.org/relat– no pocos artículos sobre el tema: en el menú desplegable «selección por materias», escoger «Teología sistemática – Diálogo de religiones – Pluralismo religioso» y pulsar en «ir». También en servicioskoinonia.org/LibrosDigitales).
El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 94, «A la derecha y a la izquierda», de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil. El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://untaljesus.net/texesp.php?id=1400094 Puede ser escuchado aquí: http://untaljesus.net/audios/cap94b.mp3
Para la revisión de vida
¿Cómo me siento afectado por una sociedad en la que se valora ante todo la imagen, el prestigio, el ser una persona “exitosa”, “bien colocada”, con dinero y con poder…? ¿Permanezco firme -junto al Evangelio- en mi valoración de que el servicio es realmente el valor verdadero, el que da sentido a nuestra vida?
Para la reunión de grupo
– Si para Freud el placer sexual era la tentación más fuerte, para Adler, otro gran psicoanalista, la más fuerte pulsión humana es la voluntad de poder. Jesús, en el Evangelio, parecería, desde luego, más partidario de Adler que de Freud, porque en absoluto pareció estar obsesionado por la sexualidad, como todavía hoy -dicen muchos- una cierta Iglesia parece estar obsesionada. ¿Por qué la moral cristiana se ha desarrollado mucho menos en el campo de la obligación del servicio y respecto a la pecaminosidad de la búsqueda del poder, que en campo del control de la sexualidad? ¿Qué tiene eso de evangélico?
– Hoy es el día de «las misiones»… ¿Qué nos evoca la palabra? ¿Pueden seguir siendo las misiones lo que fueron? ¿En qué sentido ha cambiado “la misión”? ¿Qué condiciones tendría que seguir hoy la misión, en este nuevo mundo que ha tomado conciencia de una pluralidad religiosa insuperable? ¿Se trata de ir a convertir a los demás a nuestra propia religión? ¿Por qué?
– Hacer un elenco de realidades humanas y sociales en las que observamos el apego al poder, la búsqueda del mismo… También en la Iglesia.
Para la oración de los fieles
– Por los que rigen los gobiernos de nuestros países, en esta época de la que se dice que es de “corrupción a todos los niveles”; para que la participación ciudadana presione adecuadamente para conseguir la superación de la situación actual, roguemos al Señor.
– Para que en la comunidad cristiana y en la Iglesia como tal no se repita el caso de los hijos de Zebedeo, para quienes su madre buscaba los puestos de poder…
– Para que los cristianos colaboremos a articular una nueva forma de organización mundial de las naciones, de forma que el gobierno del mundo -que actualmente está en manos de las grandes transnacionales del poder y del dinero- pase a estar en manos de la sociedad civil participativa…
– Por todas las Eucaristías que celebramos, para que sean verdaderamente la cena del Señor, y no rito vacío, adorno de festividades o rito cumplido por obligación…
– Por esta comunidad nuestra, para que, a ejemplo de Jesús, sepamos partirnos y repartirnos entre cuantos nos rodean y pasan necesidad…
Oración comunitaria
– Dios Padre nuestro, que en Jesús has desplegado para nosotros el prototipo de lo que es una existencia humana totalmente volcada al servicio, incluso anónimo y desinteresado. Te pedimos que nuestro ser cristianos nos lleve a imitar a Jesús profundamente en esta actitud fundamental. Por Jesucristo tu Hijo nuestro Señor.
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