“La pirámide gay”, por Carlos Osma.
De su blog Homoprotestantes:
“…los primeros serán últimos y los últimos, primeros…[1]”
Como tiene que haber de todo, hay personas que creen que no es así y que la suya es la única posibilidad de existencia, pero para quienes entendemos que la diversidad es, junto al amor, el regalo más preciado que se nos ha dado, sabemos que en cualquier lugar donde no se trabaje todos los días por hacer copias de no sé qué ser humano ideal; las personas somos, para lo bueno y lo malo, irrepetibles. Y esto evidentemente ocurre también dentro del colectivo LGTBIQ, no existen dos mujeres trans iguales, ni dos intersexuales. No hay dos bisexuales idénticos, con los mismos sueños, la misma forma de ver la vida y enfrentarse a ella… Y no hay, y sobre nosotros va esta reflexión, dos hombres gais calcados o salidos de la misma cadena de producción.
Cierto es que las cadenas de producción de hombres gais existen y tienen mucho éxito, sobre todo con aquellas cosas que tienen que ver con nuestro cuerpo. Pero hay que reconocer que, a pesar de eso, uniformizarnos es una tarea tan titánica como imposible. Será por eso, y porque muchos de los que se llenan la boca del valor de la diferencia en el fondo la(se) detestan, que se opta a veces por hacer una jerarquización, un arriba y un abajo, de la categoría hombre gay. Y la sor-presa que encontramos arriba de esta pirámide social tan nuestra, es el hombre que cumple con las expectativas de género, o más bien aquel que logra pasar desapercibida (perdón, quería decir desapercibido) como hombre gay. Si no fuera por que le gusta el sexo con otros hombres, se podría decir que en la parte más elevada de la pirámide gay, la que está más cercana a la divinidad, se sienta a levantar pesas y enseñar músculo el varón patriarcal de toda la vida. En la base de esta estructura rainbow no hay sor-presa ninguna, allí están las que salieron femeninas desde el seno de su madre o las que se hicieron femeninas por causa de la justicia.
Pues sí, después de dar durante años la tabarra, algunos hombres gais han logrado ser considerados hombres (sin ninguna aclaración más). Han conseguido dar el salto de la cima de nuestra pirámide multicolor que decían adorar, al paraíso de la masculinidad. Y bueno, el aterrizaje a ese mundo anhelado que rebosa testosterona, no ha sido el que muchos esperaban. Se han dado de bruces con aquello que Jesús explicaba diciendo: “Los primeros serán los últimos”. Y para saber quienes son los últimos en el Edén de los machos, utilizo una expresión que he oído decir a mis alumnos adolescentes cuando quieren poner a prueba su masculinidad: “maricón el último”. Es verdad que algunos han preferido despertar de la pesadilla sin necesidad de que un príncipe azul venga a darles un casto beso para sacarles de patriarcalandia, y se han negado a colaborar con tanta injusticia. Así que han hecho de nuevo su maleta, esta vez poniendo los zapatos de tacón, y se han vuelto por donde habían venido. Una vez allí, han decidido seguir bajando escalones en la pirámide gay hasta alcanzar una zona en la que no haya más sor-presas. Pero no vamos a negar que muchos otros han dado por bueno que les hayan perdonado sus pecados de la carne, si con eso pueden permanecer en virilandia. Músculo, una voz grave, actitud enérgica y pelo, mucho pelo… ¡Que nada les delate!, que la sorpresa aparezca en la cara de quienes se enteran de que son gais, esa es la victoria a la que aspiran. Esa que evidencia la homofobia interiorizada que hay en la homonormatividad que se pretende imponer, esa que rebosa misoginia por todos lados y que está dispuesta a cualquier cosa por permanecer en la cumbre, en la categoría hombre, en quienes se han erigido en la medida de todas las cosas.
Como no podía ser de otra forma, me he dejado para el final a esos hombres feliz o tristemente afeminados que cortocircuitan lo que se espera de cualquier hombre como Dios manda. Es ridículo e incluso gracioso (si no fuera por el patetismo que transmiten) observarlas en un compromiso familiar, en su puesto de trabajo, o en la iglesia los domingos, intentando ser fieles al rol de género que les impusieron quienes al nacer vieron un pene entre sus piernas. Pero sería añadir más leña al fuego echárselo ahora en cara, porque el rechazo a ser como son lo desayunaban ya con la leche y las galletas en la cocina de casa cuando tenían cuatro años. Y en esas últimas, y en quienes no se toman demasiado en serio el papel masculino que les ha tocado en esta telenovela que es la vida, y que tampoco están dispuestas a reírles las gracias a los gais de diseño, resuenan las palabras de Jesús: “y los últimos, (serán) primeros”. A nuestras reinas hormonadas, a nuestros señores de traje y corbata que se pasan todo el día diciendo que no todas somos iguales, hay que explicárselo todo, y decirles que lo que Jesús prometía con estas palabras no era un ascensor social, un quítate tú para ponerme yo. Nada más lejos de la realidad.
Los últimos son los primeros en visibilizar que es necesario hacer saltar por los aires el patriarcado. Y esas últimas que se niegan, o que no pueden, ser domesticadas por los machos, son las primeras en hacerles un jaque. En advertirles que su voluntad es acabar con sus privilegios, para redistribuirlos entre todas. Cuando una de las nuestras subvierte el rol de macho con sus manos, su voz, su deseo… con toda ella; el mundo que anhelamos está más cerca. Ese mundo donde el trans y el cisgénero pacerán juntos; los homosexuales, bisexuales y heterosexuales se alimentarán de justicia, y en el que las imposiciones de género morderán el polvo. Si la identidad gay es asimilada no será útil para nada de todo esto, y tendremos que dejar atrás este capullo de seda para poder volar como mariposas, más alto. Si algunos hombres gais prefieren arrastrarse como gusanos, ¡allá ellos! Los maricones, los últimos, estamos aquí para otra cosa. Lo nuestro es lo humano, la igualdad y el respeto de la diferencia. Lo nuestro es una gran fiesta, un banquete de boda queerinterminable, donde todo el mundo está invitado. Y las masculinidades que quieren defender sus privilegios y se consideran demasiado buenas para asistir: ¡que ardan en el infierno!
Carlos Osma
[1] Mt 20,16
El título original de este artículo era “Maricón el último”, pero Facebook no permite la promoción del artículo con este título. Por eso el título actual.
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