La Interioridad, una propuesta más allá del Mindfulness
La búsqueda de la trascendencia es connatural al ser humano; no se conoce época histórica en el que este anhelo profundo no haya acontecido. Durante siglos este anhelo ha tenido lugar en el marco de las religiones, donde se ofrecían los mapas para vehicular este acceso.
Hoy vivimos en un momento de cambio de paradigma en la vivencia espiritual, o por lo menos muchos de nosotros lo sentimos así. Esto quiere decir que vivimos, más allá de las religiones, una posibilidad de acceso a las profundidades de nuestro ser, un marco que nos ha dejado de contener, el lenguaje religioso ya no nos expresa, la experiencia de vida interior ha desbordado el continente, y el contenido ha encontrado otras vías de acceso para entrar en nuestro interior. Es como si los zapatos de hace un tiempo, que nos servían para caminar en su momento, nos aprietan y necesitamos cambiar de calzado, aunque el recorrido sea el mismo. Las categorías religiosas de antaño ya no nos expresan, están obsoletas, y necesitamos otras vías para acceder a nuestro interior.
El mindfulness, como vía de acceso, posibilita este adentramiento desde el vivir con una actitud de atención plena y consciente en cada instante del día. Con la atención plena sacralizamos la vida ordinaria. En otro tiempo habría que retirarse del mundo para acceder a lo sagrado; en la dualidad el mundo estaba lleno de ruido y repleto de mensajes morales para llegar a un perfeccionamiento. Ahora entendemos que es todo uno, y que lo sagrado es la vida misma, que todo está contenido por lo que es, y que nada puede quedar fuera. No hay que salir al exterior de nosotros mismos para encontrar aquello que ya tenemos dentro. Este matiz sutil conduce a una praxis radicalmente diferente, nuestra vida entera pasa a ser toda ella sagrada, la presencia activada con la atención consciente del devenir de cada instante, nos conduce a ese espacio de paz que llamamos conciencia, o la vida que nos vive, que sería la misma única cosa.
La física cuántica, como otra vía de acceso, nos dice que creamos la realidad con la observación y la atención consciente nos permite acceder a ese instante con todo nuestro ser, y entonces el instante se transforma en plenitud.
Al vivir en una realidad fractal sabemos que la parte contiene el todo, y entonces entendemos que en la minúscula porción del instante se juega la totalidad de nuestra existencia; cada instante empieza y acaba en una realidad única; ya no hay que esperar en consecuencia, al futuro para realizarse. Todo acontece en lo que ya está aconteciendo de manera perfecta en la totalidad de nuestra presencia activada.
El mindfulness nos invita al cuidado de cada minúscula porción: estoy donde estoy en el instante mismo que está ocurriendo, y lo manifiesto en la manera de comer, andar, acariciar, escuchar, lavarme, mirar y amar…
Pero el mindfulness no es un atender por atender, no se trata de estar atento porque estamos distraídos y tampoco recurrimos a ello para estar más relajados o ser más eficientes. Se trata de acceder a ese espacio diáfano, abierto, inmenso, innombrable, inabarcable que nos vive y nos contiene a todos, que es el Amor.
Con la atención constante observamos aquellos obstáculos, apegos, heridas…, que tiene el psicocuerpo y que a menudo interfieren en la expresión de ese amor. La observación y autoindagación sutil de lo que nos acontece por dentro, nos permiten explorar e investigar constantemente qué es eso de ser humanos, que no sabemos…. Es ir respondiendo a la pregunta: ¿quién soy yo? En esta autoindagación no se trata de realizar ningún tipo de análisis; al contrario, es ir desprendiéndose de capas e identidades que hemos ido creando y que ocultan nuestra esencia amorosa.
La observación es transformadora en sí misma, no hay que hacer nada con lo observado, ni terapeutizarlo, ni trabajarlo, ni rechazarlo, ni juzgarlo, ni compararlo, ni psicologizarlo…. Es más bien un “no hacer”, solo observar, porque la alquimia se produce en otro plano, y ese otro plano es transpersonal, transracional, transmental….
La verdadera transformación la opera la conciencia, la vida que nos vive. Ella sabe qué ir haciendo en nosotros para que vayamos siendo; solo nos tenemos que dejar. Es en esa rendición activa donde se produce todo lo que necesitamos para ser. Se da de forma natural, porque en realidad no hay separación alguna, podemos pelearnos constantemente con lo que es, o sencillamente fluir con lo que ya está siendo.
La rendición no es un acto cobarde –al contrario, es el paso consciente más valiente que podemos dar- y tampoco es resignación o pereza. Es sencillamente quitarse de en medio para que surja la sabiduría que posee todo ser humano en lo más hondo de sí mismo; es dejar que la vida campee a sus anchas, sin interferencias, cada vez más ella en nosotros, para que al final no quede nada de nosotros, y quede solo ella siendo, que es nuestro verdadero ser.
El oleaje de la vida, si no ponemos atención en ello, nos puede llevar a lugares revueltos y a veces indeseados. Contemplar ese oleaje puede ser un ejercicio de mindfulness, de observación consciente y de profunda transformación para nuestro ego. Pero si queremos ir al fondo del mar, hemos de cambiar de nivel, y ese está más allá… Ese lugar es la interioridad y carece de ego, es lo que llamamos la Conciencia. Y en ese lugar reposa el Ser.
Natalia Tirador (Ixileku) y Marta Digón (Camí Endins) Camiendins
Fuente Boletín Semanal de Enrique Martínez Lozano
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