La transmisión de la fe (II).
Si tuviera que concretar el corazón mismo de mi fe, ese sería la promesa central de Jesús, lo que llamaríamos ‘el Reino’. Creo que en algún momento esa realidad transformada, reconciliada, será real. Creo que el Hombre, y el mundo con él, tienen Futuro. Y creo en Jesús como el mayor exponente de que este anhelo ha comenzado ya, aquí, a ser real. Luego miro a mis propios hijos, y creo más y mejor.
Habrá que confesar también que creo un poco al estilo de Unamuno, para quien el creer era un ‘querer creer’. Y con Carlos Díaz afirmaré que ‘soy querido, luego existo’, me parece una estupenda forma de dar la primacía al amor en la realidad.
Confío en que, tras la muerte, se nos ofrezca una oportunidad para dar plenitud a la vida, todo lo que pudo ser y quebró. En este sentido también soy muy de Unamuno (y de Julián Marías). Espero que la salvación sea de las personas, no por exacerbación del ego, sino por la constatación de que cada vida es tan especial, los placeres, proyectos y sufrimientos tan individualizados que no funcionaría un ‘café para todos’. Dios nos quiere personalmente y cada ‘estancia’ en su Reino tendrá en cuenta quienes fuimos en el mundo.
Creo en las convicciones de Cristo precisamente por cómo es Cristo.
Creo también al modo de Job, con preguntas e interpelaciones incómodas a Dios. Para mí, Dios tiene mucho que explicar acerca del mal en el mundo. También el Hombre, pero seguramente en planos diferentes. La relación entre Dios y el mal no ha sido bien explicada por nuestra teología, lo que crea equívocos, perplejidades y discursos incoherentes que alejan de la fe. Es una de los grandes retos del cristianismo, repensar y reformular de forma honesta y convincente esta cuestión. Creo que, aunque mucha gente no lo exprese, el escándalo del mal está detrás de gran parte de la increencia. Personalmente es uno de los aspectos que encuentro más oscuros a la hora de encajar las piezas del destino humano. Esto hace que, en ocasiones, encuentre difícil creer. Con Iván Karamazov veo dolores que no puedo imaginar cómo serían superados por siquiera el mejor de los futuros posibles. Ahí la fe pierde referencias, no hace pie, y uno siente que el salto solicitado no viene precedido de ninguna garantía. O saltas o no saltas. Es todo.
Por último, si jugamos a especular acerca de la generación del mundo, no creo que la causa primera sea una generación espontánea a partir de la nada. Personalmente lo veo bastante menos razonable que la hipótesis de un creador. En el inicio (y en el final) de todo se halla una agradable sorpresa.
5. ¿EXISTE DIOS?
Me alegro de que me haga esta pregunta… Si lo supiera con certeza, de poco me iba a servir esta trémula fe.
A lo largo de la vida han caído en mis manos varios libros que abordaban esta pregunta en formato debate: ¿Sin dios o con dios?, de González Faus e Ignacio Sotelo; ¿Ateos o creyentes?, de Vattimo, Onfray y Flores d’Arcais; Ateísmo de la razón y razones de la fe, de Scola y Flores d’Arcais; también este mismo autor debatiendo con Ratzinger, etc… Considero muy interesante prestarse a jugar como espectador de estos ‘combates’ dialécticos, sobre todo para caer en la cuenta de que puede haber altura intelectual en ambas posturas y que nunca cesará de haber controversia.
¿Existe Dios? Albergo incertidumbre, dudas, pero, hoy por hoy, confío en su existencia. Y lo hago porque percibo su compañía, quizá al estilo de la brisa suave que tan bien captó Elías, realmente siento que tengo un soporte donde anclar la vida.
Sé bien que me hallo en una situación privilegiada para decir esto. Por la existencia de Dios debe preguntarse en primer lugar a las víctimas de este mundo, a las personas que objetivamente han recibido y reciben la espalda del mundo. En esa situación, la existencia de Dios puede ser una última esperanza, pero también un perfecto absurdo. ¿Quién está más capacitado para afirmar la existencia de Dios? ¿El ciudadano consciente de lo bella que es la vida y puede referir esa belleza a su potencial fuente o el ciudadano desesperado que quizá tenga en Dios a su última esperanza?
Creo que pocos increyentes sacan hasta las últimas consecuencias de lo que supone un mundo sin Dios. Si Dios no existiera, se podría argumentar que no es posible hablar de justicia, moralidad… puesto que al devenir de la Naturaleza no le incumben estas valoraciones. Este mundo, donde la suerte o la fuerza simplemente prevalecieran, merecería mi rechazo, no puedo expresarlo de otro modo.
6. ¿CON QUÉ DIMENSIONES DE LA VIDA RELACIONAS LA FE?
Una fe que no se relaciona con todas las dimensiones de la vida tiene aún un camino por recorrer. Todos los creyentes identificamos dimensiones de nuestra vida donde la fe no ha penetrado o ha penetrado sólo superficialmente. Hay aspectos donde la coraza es dura y el trabajo personal debe de ser más intenso. A medida que cumplimos años se hacen más patentes esas zonas de fracaso reincidente, donde permanentemente nos sentimos incoherentes, falsos, indignos de la fe que decimos abrazar.
En estas situaciones hay dos tentaciones muy claras: una es la de abandonar y declarar que el listón es demasiado alto para nosotros, que en una decisión que nos honra preferimos dejar el hueco a otros creyentes más sólidos; la otra es la de acogernos a la inagotable misericordia de quien sabemos nos quiere y abandonar cualquier dinámica de mejora. Soy débil y el Señor me quiere débil, por lo tanto ¿para qué luchar contra mi invencible debilidad? Sin embargo, entre estos dos polos se encuentra una tercera vía de aceptación pero no resignación. Un camino de auto-conocimiento que, a su debido tiempo, puede dar frutos inesperados. Hay victorias que requieren de la estrategia del asedio tranquilo pero constante y el aprendizaje del fracaso. Del mismo modo que un fumador puede llegar a dejar el tabaco al quinto intento, y en cada uno de los intentos precedentes se labró parte del éxito futuro, así también la fe puede conquistar parcelas de nuestro ser. Sin prisas ni pausas.
7. ¿CUÁLES SON LAS DIFICULTADES HOY PARA CREER?
– Una de las más importantes para mí ya la he mencionado, es el escándalo del mal y la insuficiente respuesta que, a mi modo de ver, conseguimos transmitir como creyentes.
– En el mundo occidental acomodado e individualista se sospecha de cualquier relato integral de sentido, pues se entiende que detrás de ello solo hay estructuras de poder que quieren someter a la persona dictándole cómo se tiene que comportar.
– La generación adulta que ahora debería transmitir la fe a sus hijos, tiene padres que en muchos casos abandonaron la fe por habérseles presentado con dureza o dogmatismo, al tiempo que empiezan a escasear los abuelos con fe sencilla y arraigada. La sociedad, por tanto, ha cambiado y la fe no se transmite por ósmosis, es preciso trabajarla personalmente y en familia. La globalización hace que religiones antaño lejanas sean hoy una opción accesible, y que multitud de combinaciones de filosofías y estilos de vida puedan escogerse a la carta con mayor grado de satisfacción que aceptar el lote completo de una única cosmovisión. Igual que ocurre en el supermercado con los yogures, la proliferación de oferta dificulta el tomar una decisión en un individuo que, ante todo, es visto como soberano.
– Hay un descuido de la interioridad que obstaculiza el involucrarse en aventuras espirituales. Si nos interesan prácticas como el yoga, el mindfulness, la meditación, son en tanto en cuanto las funcionalizamos para nuestro bienestar, no como parte de un proyecto personal de sentido integral.
– La adhesión a una fe no está de moda, no es signo de competencia intelectual sino de personas débiles, ha perdido mucho de su prestigio pasado. En el fondo la posible existencia de Dios es un tema del que podemos saber poco, de modo que es más sensato no perder el tiempo en ello y dedicarnos a lo que de verdad tiene utilidad.
– Falta un modelo de creyente atractivo para la sociedad, tanto de creyente laico como en el clero. ¿cómo estar en el mundo sin ser del mundo? En la Iglesia ofrecemos desgraciadamente demasiados ejemplos de por qué no somos merecedores de confianza y, aunque haya otros ejemplos en la dirección contraria, siempre tendrán menos repercusión mediática que los primeros. Debemos encontrar nuestro modo de expresarnos a través del estilo de vida como creyentes ciudadanos del siglo XXI, no contra el mundo erigiéndonos en lejanísimo bastión de lo sagrado, sino a través de un modelo que sea tan exigente como atractivo y cercano. Es preciso recrear el “mirad como se aman” de nuestros antepasados.
– El arte es un vehículo privilegiado para la transmisión de la fe. Sin embargo, mi percepción es que la contribución del mundo creyente a la esfera de lo artístico tiene muchos retos por asumir. No es suficiente con que un grupo de sacerdotes graben un disco de rock. La espiritualidad debe encarnarse en el arte hablando los lenguajes del hombre de hoy, con sutileza y calidad formal, sugiriendo y dando espacio al receptor para interpretar la obra, abriendo puertas. Mucho del arte cristiano actual es un ejercicio bienintencionado de evangelización por la vía rápida del mensaje directo y plano. Sin duda hay modelos de genial simbiosis entre arte y espiritualidad, por ejemplo la trayectoria del vídeo-artista Bill Viola, que muestran otro camino más complejo pero también con mayor potencial. Conozcámoslos y aprendamos de ellos para dialogar con la cultura actual tomándola verdaderamente en serio.
8. ¿POR QUÉ SEGUIR CREYENDO A CONTRACORRIENTE?
Porque si creer fuera una consecuencia de que la corriente me invita a ello, vana sería nuestra fe. Creer a contracorriente no se elige, pero sí puede ser una oportunidad para purificar y fortalecer nuestra fe, para personalizarla más a fondo y encontrar nuevos códigos con los que tratar de transmitirla. Ser minoría es incómodo en cierto sentido pero también liberador en otro. Podemos nuevamente, como ocurrió en otros tiempos, experimentar el ser fermento, sal, grano de mostaza, primicia, brote… Lo que sería un desastre es que la vida cristiana de quienes decidan ir a contracorriente sea ajena al espíritu del evangelio, esa situación no solo nos llevaría a la irrelevancia sino a la imposibilidad de ofrecer propuestas serias a la sociedad en el medio-largo plazo.
Una vez preguntaron al gran teólogo Karl Rahner por qué era creyente y él dio dos razones: porque de todas las alternativas que había conocido, y eran muchas, nada le había convencido como el cristianismo, y porque su madre rezó con él cuando era pequeño. Yo he conocido menos alternativas, pero sigo quedándome con la de Rahner. También mi madre me despertó en la infancia la curiosidad y el cariño por la figura de Jesús. Y añadiría un tercer factor que ayuda no poco: tener la suerte de compartir camino con cristianos de una pieza, alegres y aterrizados, cercanos y lúcidos, entregados y sencillos. Cuando uno encuentra verdaderos testigos en el camino, la fe se multiplica internamente y se consolida con facilidad. A favor o a contracorriente.
Luis Carlos Saiz Fernández
Fuente Fe Adulta
Comentarios recientes