Sólo el Amor es digno de Fe.
En primer lugar, el hombre se vuelve verdaderamente él mismo sólo porque es el interlocutor a quien Dios se dirige: como ha sido creado para esto, se adquiere, al convertirse en aquel que responde a Dios, plena y cabalmente en sí mismo. Él es el lenguaje del que Dios se sirve para dirigirle la palabra: ¿cómo podría jamás comprenderse a sí mismo de manera eminente?
Saliendo a la luz de Dios, entra en su propia luz, sin comprender (espiritualmente) su propia naturaleza o -por soberbia- su propia condición de criatura. Sólo la Redención puede salvar al hombre. El signo de Dios que se anula a sí mismo, haciéndose hombre y muriendo en medio del abandono más completo, explica la razón de que Dios haya aceptado bajar a este mundo, renunciando a sí mismo: respondía a su esencia y naturaleza absoluta manifestarse, en su infinita e incondicionada libertad, como el amor inconmensurable, que no es el bien absoluto puesto más allá del ser, sino que representa las dimensiones mismas del ser. Precisamente por eso el eterno prius de la Palabra divina de amor se esconde en una impotencia que concede el Prius a la criatura amada […].
La Palabra de Dios engendra la respuesta del hombre, convirtiéndose ella misma en correspondencia de amor que deja la iniciativa al mundo. Círculo vicioso, sin solución, por Dios y sólo por él pensado y realizado, que permanece eternamente por encima del mundo y precisamente por eso vive en el corazón del mundo. En el corazón está el centro: por eso adoramos el corazón de Jesús; su cabeza la adoramos sólo cuando está cubierta de llagas y de sangre, a saber: como revelación de su corazón.
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H. U. von Balthasar,
Sólo el amor es digno de fe,
Sígueme, Salamanca 1990.
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