Hace varios meses un buen amigo se puso en contacto conmigo para proponerme una serie de preguntas tan sencillas de plantear como peliagudas de responder. En el fondo del asunto latía el eterno debate de qué viene a representar la fe y cómo deberíamos enfocar en el siglo XXI su transmisión. Finalmente el ejercicio en cuestión me pareció tan saludable que hoy me atrevo con temor y temblor a compartir su modesto resultado, convencido de que multiplicando esta reflexión personal tenemos muchas más posibilidades de acertar en el futuro con la palabra y el gesto oportuno.
Allá vamos, pues, pero antes de someterme a tan singular interrogatorio, permitidme un primer turno de convicciones personales. Sirvan como marco y paisaje a lo central del viaje que juntos vamos a recorrer.
– En este sentido, creo que debemos asumir riesgos y reforzar la calidad de los pasos que damos en el itinerario cristiano, en vez de diluirlos. Un ejemplo lo veo en el bautismo. Antaño fue un momento fuerte de adultos bien preparados, que experimentaban ese paso como un día crucial en su vida, un verdadero nuevo nacimiento. Hoy corremos el riesgo de perder la oportunidad de ese momento fuerte, llegando a la situación de que muchos de ellos, ni tienen una experiencia mínimamente personal del sacramento ni reciben posteriormente de sus mayores una vivencia y formación cristiana. En mi opinión se debería replantear con serenidad el mejor momento para proponer el bautismo y la primera comunión. Sinceramente creo que no compensa el exhibir como Iglesia un determinado número de bautizados cuando la realidad profunda es otra.
– San Pablo habló gráficamente de “correr bien la carrera”. Es curiosa la analogía con la vida de fe, ahora que por todas partes se ha producido el boom del ‘running’. ¿Qué ocurre para que desde hace unos pocos años tanta gente se haya puesto a correr de forma constante, invirtiendo tiempo y esfuerzo en una actividad de esta índole? Pienso que la gente que corre, lo sé por propia experiencia, conoce bien los beneficios de ese esfuerzo, siente reducir el estrés, aumentar la resistencia física, perder algún kilito, la euforia del reto conseguido… Y siguiendo el paralelismo, ¿qué ocurre para que tantas personas de fe hayan/hayamos abandonado parroquias, grupos, hábitos de oración…? ¿Por qué tanta gente no es capaz hoy de percibir los ‘beneficios’ de una vida de fe? ¿no aporta nada de valor? ¿es excesivo el peaje de compromiso, demasiado escaso el impacto positivo en la vida? Creo que se podría profundizar más en los mecanismos que conducen a muchas personas a implantar hábitos de este estilo, de forma que podamos identificar las deficiencias en nuestras propuestas de camino de fe (aquellas que puedan reformarse, claro, no se trata de ‘vender la gracia barata’).
– Creo importante ser honestos con nuestros coetáneos, transmitir junto a la experiencia de fe también la experiencia de duda que suele acompañarla. Ofrecer todas las perspectivas de la experiencia personal ayuda a ganar credibilidad y evita el ser tachado de “marciano” (cuando evitamos aludir a la cara gris de la vida de fe, el interlocutor debe pensar que, o este tío me miente, o debo encontrarme lejísimos de la genuina experiencia de Dios).
– Se hace muy necesario un ejercicio de “traducción” del evangelio a las categorías de la sociedad actual. Hoy todos nos preocupamos por aprender idiomas para poder comunicarnos con los demás. Los cristianos tendríamos que ser los expertos en el idioma de Jesús, de forma que todo el mundo interprete con facilidad los valores y sentido de cada pasaje sagrado.
En mi opinión, el cristiano debe situarse en la escena pública sin prejuicios y sin privilegios, en pie de igualdad y defendiendo los deberes y derechos que tiene como ciudadano. Ni mojigatos ni ‘sobraos’, bien plantados para decir a tiempo nuestra palabra.
1. ¿QUÉ ES PARA TI LA TRANSMISIÓN DE LA FE?
En mi opinión, la transmisión de la fe es sin duda una tarea de todo cristiano, pero tarea no entendida en clave de obsesión o de objetivo primordial. La transmisión de cristiano a increyente es ante todo consecuencia, fruto, que procede de la atracción que provoca el evangelio encarnado en ese cristiano fiel al estilo de vida de Jesús. Es cierto que para la Iglesia son tiempos de inquietud y duda por la progresiva pérdida de creyentes en nuestro entorno occidental. Es tiempo de aprender a vivir en minoría.
En este contexto, es tentador concebir el problema de la transmisión de la fe como nuestro principal problema. Y, sin dejar de ser importante, no deja de ser un aspecto secundario. El problema no es cómo persuadir mejor, el problema es cómo vivir con más altura la propuesta de Jesús para que nuestra vida ‘persuada’ por sí misma. Si nos obsesionamos con el deber de ‘transmitir’, algo que si somos honestos admitiremos que casi siempre se halla fuera de nuestro alcance, tenemos muchas posibilidades de que lo que hagamos en favor del evangelio suene forzado, cuando no hueco, con ecos de proselitismo, y perderemos el foco de lo esencial: confiar en la actitud de la parábola de los lirios del campo, dedicándonos a lo que sí está en nuestra mano, conformar la propia vida según el molde del evangelio.
Transmitir la fe cristiana es lograr que alguien se enamore en tan gran medida del proyecto cristiano como para hacerlo propio. Y ciertamente una buena estrategia le será útil al amante para enamorar a su soñada pareja. Sin embargo, la mejor estrategia no es nunca suficiente. Donde se juega el éxito duradero no es en la efectividad de fuegos artificiales o la pericia de unos astutos asesores de imagen. La genuina atracción procede de algo que está siempre más allá de la voluntad de la persona que desea enamorar. Es más, no es raro que un deseo exacerbado por gustar se constituya a veces en una barrera para el encuentro. Debemos estar atentos a no obstaculizar la transmisión de la fe y propiciar con naturalidad que, si tiene que ocurrir, ocurra. Dejando a Dios una parte fundamental de la tarea y cuidando con mimo nuestro jardín antes de lanzarnos a conquistar lejanos bosques.
2. ¿QUÉ BUENA NOTICIA CREES QUE PODEMOS TRANSMITIR A ESTE MUNDO?
En la Iglesia hay mucho que podría y debería reformarse para transmitir con mayor eficacia la buena noticia. Sin embargo, si hay algo que no precisa reforma, algo que conserva su potencial atractivo, eso es el propio mensaje. Tenemos la suerte de contar con un proyecto (y un líder del proyecto) que merecen ser escuchados con atención aquí y ahora. Ahora bien, si de lo que se trata es de ‘transmitir a este mundo’ deberemos comenzar por comprender con precisión cómo es ‘este mundo’ y qué dolores le aquejan. Desde esta perspectiva:
– A un mundo de ricos y pobres, anunciaremos la igual dignidad
– A un mundo de personas solas, anunciaremos comunidades abiertas
– A un mundo de víctimas, anunciaremos la convicción de un futuro superador
– A un mundo de superficialidad, anunciaremos interioridad y hondura
– A un mundo de fragmentación, anunciaremos un relato
– A un mundo de vuelta de todo, anunciaremos novedad y frescura
– A un mundo de extraños, anunciaremos fraternidad
Pero no sólo se trata de contraponer el evangelio a elementos negativos presentes en la sociedad. En ocasiones, el evangelio se debería anunciar para celebrar y reforzar lo que el mundo contiene de bueno y hermoso. Y así:
– A un mundo con sueños, aportaremos colaboración para realizarlos
– A un mundo con santos cotidianos, aportaremos la intuición de un Padre/Madre que les acompaña
– A un mundo con belleza artística, aportaremos el calor de símbolos que apuntan más allá
– A un mundo con niños, aportaremos cuidado y desarrollo integral
– Y a un mundo con buen humor, aportaremos nuestro buen amor. Porque a pesar de lo que diga la RAE, amor siempre se escribirá con ‘h’ de humor.
3. ¿QUÉ BUENA NOTICIA ES LA FE PARA TI?
Todos somos creyentes, todos pasamos por la vida creyendo, con mayor o menor intensidad en algo o en alguien. Incluso quienes tienen una visión desesperanzada del mundo se apoyan en argumentos, racionales o intuitivos, para defender su postura y su modo de encarar la existencia. La fe cristiana, es decir, la confianza radical y fundamental en los dichos y hechos de Jesús, es la carta en que deposito mi confianza como motor de sentido de mi vida y de la completa realidad. El mundo merece al Dios de Jesús, quizá yo diría más, exige al Dios de Jesús para tener una oportunidad de sanación, de reconciliación.
Las palabras, actitudes y hechos de Jesús son una gran noticia porque manifiestan una confianza absoluta en que ese Dios existe, nos cuida, nos guarda, nos respeta, nos espera. La fe en Jesús y lo que él propone es una opción perfectamente razonable en el marco de la perplejidad e incertidumbre en que el Hombre se tiene que desenvolver. Otras también lo son. Seguramente hay muchos factores, quizá algunos inconscientes, que explican por qué el evangelio siempre me ha cautivado, desde pequeño. Desde que lo recuerdo, lo hago en forma de buena noticia. La imagen del padre es una de las más potentes. La fe cristiana me anuncia que tengo un padre/madre y que lo comparto con toda la humanidad. No un padre cualquiera, un padre con los rasgos del padre del hijo pródigo. Decía antes que el mundo merece al Dios de Jesús. También podría decirse que el Hombre merece al padre del hijo pródigo. Y, sin saber muy bien por qué, intuyo / siento / aventuro / confío / espero / sé que esa buena noticia, aún sin estar plenamente contrastada, se cumple.
Luis Carlos Saiz Fernández
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