La Carta del Santo Padre al Pueblo de Dios, no es una carta más, un documento más. Es el aviso para que tomemos conciencia que, de verdad, esto, la Iglesia, ya no aguanta más. Benedicto XVI cuando llegó al pontificado, refiriéndose a la Iglesia en Europa declaró que era “una viña devastada por jabalíes”; ahora toda la Iglesia está devastada por jabalíes y se enfrenta a la peor crisis porque el problema está dentro y no es un problema más, se ha convertido en “el” problema porque ya está en su estructura.
Las cinco llagas
En el siglo XIII, Inocencio IV, en el concilio de Lyon, enumeró las cinco llagas de la Iglesia que él consideró en aquel momento; en el siglo XIX, Antonio Rosmini, enumeró otras cinco llagas. Rosmini, ya apuntaba a realidades que funcionaron como germen de nuestro problema actual.
Nosotros tenemos nuestras cinco llagas (que esperemos que no sean más):
1ª Llaga: Alejamiento de la Palabra.
“Sentimos vergüenza cuando constatamos que nuestro estilo de vida ha desmentido y desmiente lo que recitamos con nuestra voz”, dice Francisco.
Se nos ha olvidado que nuestra declaración de principios es el Evangelio y nuestro modelo de Iglesia debe estar fundado sobre él, porque de lo contrario entramos a esa peligrosísima autorreferencialidad que convierte a la Iglesia en modelo de sí misma y que se antepone a la Palabra.
A partir del Vaticano II se suponía que la lectura de la biblia se tenía que generalizar en el mundo católico. No fue así y, lo peor, no es que sigamos sin leerla, sino que nos conformamos con que nos lean la biblia.
2ª Llaga: Teologías obsoletas.
Seguimos transmitiendo una teología que, además de obsoleta en muchos aspectos, perpetúa formas que nos han traído a la situación que estamos.
Las teologías del episcopado, del sacerdocio, y del propio laicado necesitan ciertas y audaces actualizaciones y esta situación tan nauseabunda que nos está tocando vivir, si de verdad queremos erradicarla, nos va a exigir una revisión a fondo de todo aquello que afecta a la realidad eclesial y eclesiástica. Esto no es un punto concreto en un aspecto concreto, esto afecta a toda la estructura y no va a ser suficiente una restauración de tipo estético. Es necesaria toda una reforma moral y ética.
3ª Llaga: Ninguneo de una parte del Pueblo de Dios.
“Cada uno de los bautizados se sienta involucrado en la transformación eclesial y social que tanto necesitamos […]. Es imposible imaginar una conversión del accionar eclesial sin la participación activa de todos los integrantes del Pueblo de Dios”.
¿Somos conscientes de lo que significa que pasados más de 50 años del Concilio Vaticano II, tenga que recordarnos Francisco que todos somos Pueblos de Dios? Que el Vaticano II está pendiente de aplicación es algo constatable. La parte del Pueblo de Dios formada por los laicos, sigue necesitando salir del sometimiento y del infantilismo y reconocerse parte integrante, parte vital, parte adulta del Pueblo de Dios. Lástima que el momento de tomar conciencia de ser Pueblo de Dios venga de la mano de un escándalo sin precedentes. Sin embargo, ¿será este el momento de los laicos tantas veces cacareado y nunca propiciado?
El Código de Derecho Canónico (C. 212/3) nos concede a los laicos el derecho y hasta el deber de acudir al obispo y plantearle aquello que consideremos que pertenece al bien de la Iglesia. No lo olvidemos. Independientemente de cuál sea el feedback, es decir, la respuesta y las consecuencias. Porque puede haberlas.
En todo caso se trata de la transformación eclesial, no de atajar este gravísimo problema concreto. La transformación deberá ser integral y no va a ser fácil ni rápida. Recordemos que la Iglesia se mueve a velocidad de tortuga coja, sin embargo, el momento es apremiante (ICor 7, 29).
4ª Llaga: Abanico de abusos.
“Se detalla lo vivido por al menos mil sobrevivientes, víctimas del abuso sexual, de poder y de conciencia en manos de sacerdotes […] mediaciones necesarias que den seguridad y protejan la integridad de niños y de adultos en estado de vulnerabilidad […] Se han dado las conductas de abuso sexual, de poder, de conciencia”.
Asumiendo la prioridad absoluta de las víctimas, niños en su mayoría, de abuso sexual no podremos ocultar que estamos ante un caso de violencia, ejercida en un amplio espectro de formas y modos contra niños y adultos vulnerables. Francisco habla de abuso sexual, abuso de poder y abuso de conciencia. Son tres formas de abusos diferentes que, al final, se dan a la vez porque son consecuencia uno de otro. Si el abuso sexual es perverso los otros son, de forma más sutil, igual de perversos. Atentar contra la libertad de una persona, manipular su conciencia es ejercer un abuso de poder sibilino. El abuso de poder está institucionalizado.
Francisco habla de víctimas y utiliza una palabra que claramente nos muestra la magnitud del problema: “sobrevivientes” y no porque haya casos en Pensilvania de hace setenta años, sino porque superar estos abusos convierte a las personas en sobrevivientes. Cuando una persona es definida como sobreviviente se supone que la experiencia vivida ha sido límite. En la Iglesia ya hablamos de sobrevivientes, de personas con experiencias extremas.
Se sobrevive al abuso sexual, pero se sobrevive al abuso psicológico, económico, a las vejaciones, a las calumnias, pero ¿a qué precio? Porque estos también son abusos a los que habrá que hacerles frente algún día.
5ª Llaga: Clericalismo.
“El clericalismo, favorecido sea por los propios sacerdotes como por los laicos, genera una escisión en el cuerpo eclesial que beneficia y ayuda a perpetuar muchos de los males que hoy denunciamos”. Este es el verdadero cáncer del problema.
Erradicar el clericalismo, ahí va a estar el caballo de batalla. Porque no creamos que el clericalismo afecta únicamente al clero. En muchas ocasiones los mismos laicos han adoptado formas clericales por imitación y porque, no lo olvidemos, un laico clericalizado es sumiso y nada crítico ya que se le ha enseñado a no pensar por sí mismo olvidando así el consejo de Chesterton: “Cuando entramos en la Iglesia debemos quitarnos el sombrero, no la cabeza”, es decir, no debemos perder la capacidad de pensar, analizar, y criticar constructivamente.
Otro motivo por el que algunos laicos se clericalizan es porque quien está por encima de ellos ha hecho dejación de sus funciones y ellos, los laicos, repiten formas clericales de comportamiento generalmente como abuso de poder o intimidación.
Repito que estamos ante una crisis sin precedentes porque viene de dentro. Tal vez sería interesante y necesario volver a revisar y fijarnos qué hacemos mal con el lenguaje (de forma inconsciente probablemente), porque vocación no es lo mismo que don y hablar del don de la vocación presbiteral ya otorga a quien cree tenerlo una distinción especial.
Todos tenemos una vocación que desarrollar a partir del compromiso bautismal; todas las vocaciones en la Iglesia son necesarias y válidas en la misma proporción. Si a un joven que está todavía haciéndose en los aspectos básicos de la vida, se le inculca que es un elegido y que, por lo tanto, eso lo hace diferente y que además es muy valiente por optar por el sacerdocio, queramos o no, se le está fijando un aire de superioridad, de diferencia, de pertenencia a una élite.
Si este joven prospera en su vocación y llega a ser sacerdote irá perpetuando lo aprendido y lo perpetuará a semejanza suya porque aquí, con esta crisis que ha estallado, también se evidencia el problema de la soledad del clero (aunque esta soledad no es el desencadenante de los abusos). Si este joven con el tiempo, ya asentado en su vocación con sus aciertos y errores, aterriza como profesor o formador del seminario, ¿cómo transmitirá esa forma de vivir el don con el que ha sido señalado, elegido? Si el vino nuevo necesita odres nuevos, ¿quiénes van a ser los odres nuevos que ayuden a fermentar sanamente al vino nuevo?
Ya advierte Francisco que si afrontamos el clericalismo estaremos afrontando el problema. Sin embargo, entre laicos clericalizados o que han mirado a otro lado, sacerdotes abusadores, y obispos consentidores de los abusos hay una figura que pasa desapercibida y que también tendrá que asumir su cuota de responsabilidad: son los nuncios. No podemos pasar por alto que los nuncios son los encargados de tejer los hilos para los nombramientos de los obispos. Algunos de estos obispos llegarán a cardenales, es decir, serán papables. Ahí lo dejo.
La responsabilidad de los obispos no consiste solamente en no ser encubridores de la situación de abusos. Son responsables de mucho más. En sus manos está la elección de todos los responsables del seminario. ¡Tremenda responsabilidad!
El problema lo conocemos ya
Hasta aquí las cinco llagas. El problema lo conocemos ya. Estamos ante abusos que, no olvidemos, son delitos. El delito lo comete el delincuente, los criminales los llama Francisco, y aquellos que los encubren, sean quienes sean, se convierten en cómplices.
El Gran Jurado de Pensilvania ha establecido que: “Ahora sabemos la verdad: Esto pasaba en todas partes”.
Del caso que ha salido a la luz en Pensilvania tenemos que aprender que es prioridad absoluta atajar los abusos, pero sin olvidar los usos que han creado las condiciones para poder cometerlos.
Las web’s de la mayoría de las diócesis francesas (París, Burdeos, Marsella…) tienen una pestaña donde no solamente está la forma de contactar con los obispados con toda discreción, sino que, en algunas, aparece directamente la forma de contactar con la policía. Además, se alienta a “aprender a romper el silencio”. Hay donde denunciar los abusos sexuales. El resto de los abusos tienen pendiente la pestaña.
La película Spotlight cuenta cómo se descubrió el escándalo de Boston. Si algo enseña esta película es a mostrarnos lo cerca que tenemos, en muchas ocasiones, la información para denunciar. Solo nos hace falta sentirnos todos, de verdad, Pueblo de Dios y decidir qué Iglesia queremos.
Fuente 21 rs
General, Iglesia Católica
Abusos sexuales
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