“Fui extranjero y me acogisteis”
Tengo dos deseos que me gustaría que pudieran ser realidad con motivo de nuestra acogida a las personas que llegan a nuestro país en busca de refugio, asilo, o simplemente para sobrevivir.
El primero y más fuerte es que, en igualdad de condiciones, sean las familias o personas más vulnerables, o más necesitadas de ayuda inmediata, las que ocupen el primer lugar a la hora de ser atendidas.
Entiendo que todo el mundo necesita ser acogido y tiene derecho a ello, pero hay situaciones familiares o personales por las que esta necesidad de acogida se hace más evidente.
Lo digo al ver a los grupos humanos instalados a lo largo de las cercas de alambre o caminando por senderos que no se acaban nunca, mientras buscan algún boquete que les permita cruzar la frontera deseada. Me impresiona ver cómo introducen a sus niños por alambradas rotas inverosímiles y buscan al fin ser ellos mismos los que realizan el milagro de traspasar el muro físico, más allá del cual se adivina poder vivir como seres humanos. Las concertinas de Ceuta y Melilla son el ejemplo paradigmático.
Pongo el acento sobre estas imágenes al lado de otras que permiten a personas más dotadas de medios económicos y/o culturales, para las que a pesar de ser duras también para ellas las condiciones para llegar a buen puerto, no lo son en la misma medida que afectan a las personas y familias que he descrito… Entristece pensar en dos clases de “rechazables”: los que lo son radicalmente, sin ningún matiz, y otros que por sus estudios o conocimiento de lenguas, tienen la capacidad de hacerse entender y desenvolverse mejor…
Lo dejo como un interrogante a resolver de la manera más razonable, aunque lo más “razonable” sea ¡resolverlo bien para todos!
El segundo deseo puede parecer utópico a primera vista, aunque bien mirado, sería la manera de colaborar a resolver con el paso del tiempo el problema de las grandes migraciones…
Hablo de cuál debe ser nuestro acompañamiento a los refugiados y migrantes que llegan a nuestro país. Dicho de una manera clara: cómo contribuir mientras están con nosotros compartiendo hogar y alimentación, para que adquieran una sensibilidad social y ciudadana que les permita ser agentes de cambio, me atrevo a decir de cambio “político”, si en algún momento deciden volver a su país.
Sería, tal vez, la contrapartida a una especie de “fuga de cerebros” y de “brazos jóvenes”, que pueden tener la capacidad de impulsar a su país de origen hacia transformaciones que resuelvan la pobreza endémica que los tiene atrapados.
La primera gran lección que reciben es la sabiduría que da el sufrimiento, los retos a superar, la creatividad de que deberán dotarse para salir bien parados de unos tiempos difíciles, como son los del asilo, el refugio y la nueva pobreza a combatir.
Con todo esto quiero decir que no basta con acoger a unas personas en nuestro país, ser cariñosos con ellas, etc., sino que hay que sentirnos de alguna manera responsables de que se vayan dotando de conocimientos y experiencias que les “marquen” positivamente. Que lleguen a apreciar de verdad algunas prácticas de democracia que, traducidas a su entorno humano y cultural, les serán de una ayuda preciosa a la hora de mejorar, e incluso cambiar, realidades de su país. Este “sueño” es bastante motivador como para ayudarnos mutuamente a ir más allá de un provecho personal, y adquirir a través de conversaciones, propuestas sencillas, desafíos apasionados…, una ciudadanía nueva, una voluntad democrática incipiente, un deseo de búsqueda del bien común para los millones de seres humanos que siguen esperando que quienes “marcharon” se lo devuelvan, como respuesta a los sacrificios hechos comunitariamente cuando se despidieron de noche junto a una barca, o en medio de un camino infinito y arriesgado, con un abrazo que nunca ha sido olvidado.
Fuente Cristianismo y Justicia
Imagen extraída de: Pixabay
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