26.8.18. Muchos entonces se fueron ¿Nos vamos también o seguimos con Cristo?
Dom 21, ciclo b. Jn 6, 60-69. Termina este domingo el “sermón de Jesús” sobre la Iglesia y muchos se marcharon, diciendo que “éste no es nuestro camino”. A su lado quedaron sólo Pedro y unos pocos, diciendo que tiene palabras de vida, aunque no le entienden del todo tampoco.
Han pasado desde entonces veinte siglos, y muchos, que han venido y quedado hasta hoy con Jesús, el menos en sentido externo fundando una iglesia importante, aunque muy clerical, empiezan a marcharse otra vez, entrado este siglo XXI, pero con la diferencia de que ahora algunos de ellos echan en parte la culpa a Pedro y a sus clérigos, en medio de una gran catástrofe moral.
Con grandes dificultades, Pedro y sus amigos (compañeros) habían edificado a lo largo de siglos una iglesia, que era de gloria de propios y admiración de extraños… Pero, tras siglos de gloria externa, parece que la luz de la Iglesia se apaga, de forma que Jesús vuelve a mirar, como hizo entonces en Cafarnaúm, sintiéndose nuevamente solo (y alguno diría “mal acompañado”) y nos dice: ¿Os vais también vosotros?.
Aquella primera vez quedó Pedro (históricamente hacia finales del I d.C.), para fundar y dirigir un tipo de iglesia que ha tenido grandes valores. Pero hoy (2018) muchísimos cristianos se preguntan si no ha llegado de verdad la hora de marcharse de ella, de crear otra iglesia… o de apartarse para siempre de todas las iglesia? Quizá nunca se ha dado una crisis tan fuerte como ésta, de manera que muchos empiezan a sentirse perplejos, y piensan incluso en el fin de la Iglesia del Cristo de Pedro y de sus primeros seguidores. ¿Qué haremos?
‒ ¿Irse de Jesús, abandona la Iglesia?
‒ ¿Quedarse con Jesús, pero sin esta iglesia de Pedro?
— ¿No tener más Dios ni evangelio que el mercado, como indica la imagen?
Muchos han planteado unas preguntas como esas en este mismo portal (RD), echando la culpa a tirios y troyanos, clérigos y legos… No se puede resolver en unas línea, pero el evangelio de hoy nos ayuda a plantearlas mejor, pues indica que la crisis no es nueva, que hubo una parecido en los primeros decenios de la Iglesia, y que muchos marcharon, dejaron a Pedro y los doce. Así lo he querido mostrar de algún modo en las imágenes que he salpicado en el texto.
Entre ellas he querido poner cuatro principales (algunas se repiten):
1. Salir de la Iglesia o convertirla en mercado (como la de San Antonio de los Conventuales de Salamanca, convertida en área comercial).
2. ¿Cómo seguir en una iglesia antigua, oscura…? toda del pasado, sin más luz que la puerta de salida?
3. ¿Cómo seguir en una Iglesia que ha sacralizado hasta hoy (24.8.18) la llamada “cruzada” hispana, y a los 40 años de la muerte del Autócrata guerrero allí enterrado?
4. ¿Cómo seguir en una iglesia con un clero que, en parte pequeña pero significativa, ha podido apelar a su su poder “sagrado”para “utilizar” sexualmente a menores, de un modo mentiroso y quizá malvado?
Como he dicho, y vuelvo a repetir, en esta circunstancia, hoy mucho más que en tiempos del evangelio de Juan, millones de hombres y mujeres abandonan la práctica eclesial, al menos en el viejo Occidente. ¿Qué podemos hacer en estas circunstancias?
‒ ¿Echar la culpa a Jesús, porque su mensaje está obsoleto y es hoy inviable?
‒ ¿Condenar a las “masas” de esta nueva sociedad, que no quiere ya consumo religioso?
‒ ¿Retomar el camino de Jesús como hicieron entonces Pedro y unos pocos… o dejar un tipo de iglesia de Pedro, para caminar con Jesús sin ella. ?
— La “historia” antigua del abandono de Jesús (proyectada hacia el tiempo de su vida), sucedió hacia el año 90-100 d.C., cuando una parte de las comunidades cristianas entraron en crisis y pasaron a una especie “gnosis” pre-cristiana, o dejaron simplemente de creer…
‒ Ahora, casi dos mil años más tarde, sentimos que vuelve un tipo de crisis semejantes: miles y millones de creyentes abandonan a Jesús, no pueden o no quieren escuchar su mensaje, ni seguir camino ¿Qué se puede hacer?
Responda cada uno tras leer este evangelio. Buen domingo a todos.
Texto. Juan 6, 60-69
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?” Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: “¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?
El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen. “Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: “Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.”
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?” Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.”
Gran desencanto
En la mayor parte de los países “avanzados”, y en amplias capas sociales, sobre todo urbanas, de América Latina se está produciendo una fuerte ruptura, un gran desencanto ante los valores de un tipo de modernidad y cristianismo. Los grandes ideales de las revoluciones (sociales, económicas y culturales) no han llegado a cumplirse y muchos han perdido ya toda esperanza en la historia.
En este contexto, la fe religiosa que sostenía la vida de grandes capas de la población parece apagarse, y muchos (desde diversas perspectivas) afirman que no hay remedio, ni emancipación, ni redención posible.
Tres males
‒ El primero de los males es quizá la desintegración personal que crece allí donde, fallando los bienes tradicionales y el entorno afectivo, el hombre queda encerrado en sus propias limitaciones, sin saber qué hacer de sí mismo, y sin encontrar en Jesús una salida, en medio de una sociedad y un mercado de opulencia que ofrece mucho, pero que abandona a grandes masas y quita a muchos el deseo vivir.
‒ El segundo parece la crisis social de un mundo que no tiene más Dios que el dinero y el mercado… con la gran mayoría deiglesias de países como España convertidas en lamento del pasado, objeto de lucha económica (inmatriculaciones), simples museos… o centros comerciales como el de Salamanca.
‒ El tercero es un tipo de fracaso del estamento clerical… La Iglesia universal parece que había terminado por identificarse con el “clero”, como una gran empresa dirigida por “sacerdotes” (obispos, presbíteros) superiores… Pero el estamento clerical han tendido a convertirse en un tipo de superestructura ideológica, que quizá ha tenido y tiene grandes ideales, pero que está perdiendo el pie en la realidad (y quizá en el evangelio)
‒ Las utopías de diverso tipo han perdido su capacidad de convocatoria, de manera que en boca de un tipo de iglesia el evangelio se a podido convertir en dys-angelia, la utopía del Reino en distopia.
‒ Por otra parte, las reacciones integristas de los poderes fácticos, encabezadas por grupos, económicos y nacionales, vinculados con frecuencia a las mismas iglesias, no han logrado cumplir sus promesas, ni han liberado al pueblo al que decían representar.
‒ El Estado ha perdido gran parte de las funciones que se le habían atribuido, cayendo en manos de una economía supra-estatal, dirigida por las grandes corporaciones-multinacionales, al servicio del Capital, convertido de hecho en único poder dominante.
En esa línea, más que signo de evangelio, buena nueva, cierta Iglesia parece convertirse en museo de ideas y experiencias ya muertas. En
Pedro dijo ¿dónde iremos?
Es esta momento, la Iglesia tiene que dejarlo todo (¡digo todo!), para dárselo a los pobres y para vivir en seguimiento de Jesús, como buena nueva de vida.
— fe en la libertad creadora de Jesús, en la libertad y autonomía de los hombres y mujeres…
— fe en el valor y tarea de la comunión por la que los hombres y mujeres crean “cuerpo” (se vuelven Cuerpo Mesiánico) como ha venido diciendo Jesús en el Sermón de la Carne y de la Sangre del Hijo del Hombre (Jn 6).
‒ No se trata de crear partidos religiosos, ni de bendecir naciones y estados, ni en mantenerse en lugares como el Valle de los Muertos, sino de animar y potenciar la vida personal y social, en libertad y solidaridad, en todos los planos, sin tomar el poder de ningún modo, pero potenciando el surgimiento de una conciencia más honda de humanidad concreta, personal y social, en libertad plena, en comunión social.
‒ No se trata sólo de una comunión de meros “indignados” que protestan en contra de las condiciones sociales de injusticia que han surgido, pero es evidente que la unión de los cristianos en forma de Iglesia tiene un elemento fuerte de “protesta”, es decir, de indignación en contra del poder social injusto que domina en gran parte del mundo. Sin esta fuerte “reserva profética” al servicio de la justicia y de la solidaridad carece de sentido la iglesia.
Nosotros preguntamos: ¿Dónde iremos?
‒ Se trata de encarnar la autoridad liberadora de Jesús y su experiencia de comunión en un mundo que parece condenado a la expulsión y división social. La Iglesia no es un estado frente al Estado, pero tampoco es una institución meramente privada, sino que supera la oposición entre lo estatal y lo privado, situándose en el plano de lo “público”, no en línea de poder sino de autoridad social, como fermento de humanidad.
‒ Ser iglesia en libertad, fuera de un tipo de “vieja sinagoga clerical”, que nos sigue angostando, cerrando… Se trata de ser comunidad social de liberados, de creyentes que confían en el proyecto de Jesús, que se vinculan desde el evangelio, para ofrecer su propio testimonio, como germen de esperanza, en búsqueda del Reino de Dios, es decir, del surgimiento de una humanidad que cree en el sentido de la vida humana y que comparte los bienes y valores de la vida, en un camino. Ella quiere ofrecer su autoridad más alta, no en línea de poder, sin sustituir al Estado, ni identificándose con él, al servicio de lo humano.
‒ El mayor riesgo del evangelio y de la Iglesia es la misma Iglesia, como supo y describió con toda claridad el evangelio de Juan El riesgo está en que las iglesias se acomoden al mundo y se conviertan en instituciones de evasión o de huida interior, al servicio de sí mismas con gran aparato institucional, que nace del miedo (con un poder sacral que se aprovecha de los “fieles”, incluso de los niños
En un momento de tentaciones
Como acabo de indicar, el mayor riesgo para el evangelio es un tipo de iglesia, como aparece ya en el NT y de un modo especial en las disputas eclesiales del siglo II-II d.C. En este contexto, la gran amenaza para el cristianismo, junto al cansancio y desencanto general, es la búsqueda de una salvación ilusoria, de tipo puramente institucional y/o neo-gnóstico, en la línea de algunas tendencias del siglo II d.C., que no se oponían al sistema imperial romano, sino que buscaban un refugio interior, de tipo intimista, dejando que el sistema siguiera dominando el mundo externo. En una situación como la nuestra, parte de los cristianos pueden caer en esas mismas tentaciones:
‒ Tentación neo-institucional
Para responder a los riesgos que están al fondo del diagnóstico anterior, en diversos lugares de la Iglesia se ha optado por las las soluciones duras (no conservadoras, en el buen sentido, sino neo-conservadores): Vuelta a la institución como tal, pacto con un tipo de neo-conservadurismo político-económico etc.
Lógicamente, en esta línea, en la que inciden elementos culturales, sociales y nacionalistas, ha venido a triunfar una tendencia a la seguridad que se impone por la fuerza (seguridad de algunos, frente a la amenaza de los pobres y distintos…).
En esa línea, la iglesia se ha vinculado (o quiso vincularse ) con los pretendidos valores de una tradición nacional y de una seguridad militar, que termina poniéndose en manos de los valores fácticos del capitalismo El marxismo, que tuvo un momento de influjo considerable en las primeras décadas del siglo XX, terminó destruyéndose a sí mismo; pero los problemas de fondo continúan, y son muchos los que quieren convertir a la Iglesia en una institución vinculada al neo-capitalismo.
‒ Neo-integrismo eclesial:
“En tiempo de turbación endurecer la institución” (esa sería hoy la consigna de un Ignacio de Loyola poco auténtico). A pesar de los gestos de Francisco, sigue manteniendo de nuevo su fuerza y poder una iglesia que se estructura desde arriba, como si los dirigentes tuvieron la llave de solución de los problemas…
Estamos ante una iglesia jerárquica que no cree en sus “fieles”, que no les consulta o, mejor dicho, que no cree en la comunión eclesial, pues si creyera en ella organizaría su vida de otra forma, rompiendo para siempre la imagen piramidal de estructura sacramental y administrativa.
Lo aceptemos o no, estamos en manos de los movimientos neo-institucionales, que tienen algunos rasgos valiosos, vinculados a la gran tradición de la Iglesia, pero corren el riesgo de perpetuar unas formas externas de vida eclesial, perdiendo su auténtico sentido.
Muchos se fueron ¿quedamos? ¿recreamos?
Desde lo anterior quiero volver a los principios de Jesús, en aquel momento que se van y le dejan gran parte de seguidores. ¿Qué es lo que ofrece Jesús a los que quedan? Por qué dice Pedro: Nosotros nos quedamos, tú tienes palabras de vida eterna?
Pero y otros quedaron con Jesús (¡quedamos!), pero con un Jesús al que por mantener su compromiso le mataron.
Ciertamente, en un sentido, él murió como mueren millones de asesinados de la historia. Pero, siendo uno de tantos (cf. Flp 2, 6-11), él ha sido y sigue siendo aquel en quien muchos hemos descubierto la gracia que es Dios, principio de comunicación y esperanza entre los hombres. Éste es el tesoro (capital no monetario), ésta la fuerza (imperio no-militar) de la Iglesia (cf. 1 Cor 12-14).
En esa línea, la experiencia pascual de Jesús se identifica con el triunfo del amor que se vive en libertad (como don múltiple, presencia de Dios) se ofrece gratuitamente a los demás, en gesto de compromiso al servicio de la vida. Entendida así, la Iglesia es una comunidad de llamados y comprometidos que quieren recibir y compartir la vida, como ha dicho Jesús en su sermón de la eucaristía de Cafarnaúm, que hemos venido escuchando estos domingos.
De un modo consecuente, partiendo de Jesús, en principio, el ofrecimiento y camino de comunión de los cristianos no necesita grandes instituciones triunfadoras, ni sistemas de poder centralizado (pues en la Iglesia todo es centro y todo periferia), sino comunidades cristianas donde se acoja y se impulse el mensaje de Jesús crucificado, de manea que el mismo amor mutuo de los fieles sea fermento de comunión real entre los hombres.
Todo empezó en el gran sermón de la sinagoga de Cafarnaúm… de donde salió Jesús para crear comunidades de liberados… un cuerpo de humanidad que se abre abierto a todos los pobres y excluidos de la historia, y que culmina en el camino de la pascua, entendida en forma de regalo y comunión de amor.
En esa línea, los cristianos afirman que Dios es comunión (intimidad y revelación, amor en sí y efusión de amor). No hay primero un Dios y después comunicación, porque Dios “es” siendo comunión, es decir, amor de hermanos. De manera sorprendida y gozosa, los cristianos han traducido el mensaje de Gen 1, 1 (en el principio, Dios creó…) en claves de “comunicación personal” intradivina: “en el principio era la Palabra…”, de tal manera que Dios mismo es Palabra que se da, se acoge, se comparte, es comunión entre todos los hombres (Jn 1, 1).
Esta es la identidad cristiana.
— Judíos y musulmanes siguen dejando a Dios en el silencio, como Nombre que no puede nombrarse (YHWH), Voluntad en la que nunca podemos entrar. Por eso ellos extienden en torno a Dios un halo de silencio, situándole más allá de todas las palabras: no sabemos quién es, siendo el gran desconocido, alguien que sigue estando más allá de la vida de los hombres.
— Los cristianos creemos, en cambio, que Dios es Amor universal, de forma que él se expresa, en Jesús, por el Espíritu Santo, en la creación de una “iglesia”, es decir, de una comunidad universal humana.
El cristianismo cree solamente en la Palabra comunicada y compartida, es decir, en la comunión mutua. Por eso, la propuesta de diálogo que formulaba Pablo VI (Ecclesiam suam) sigue siendo absolutamente necesaria. Que todos dialoguen, pero no a través de argumentos racionalistas, sino a través de la misma vida compartida, empezando por el pan. Por eso, allí donde un capital financiero se eleva por encima de los hombres y mujeres, se niega el diálogo, se borra la presencia de Dios, se destruye la Iglesia.
En ese sentido, la verdad de la Iglesia es su misma oferta y experiencia de palabra, en libertad, sin instituciones superiores de poder. Por eso, si en un momento determinado, el cristianismo triunfara por imposición habría fracasado. La finalidad del cristianismo no es su triunfo, ni la extensión de una iglesia que dice llamarse cristiana, sino que los hombres y mujeres puedan darse vida y compartirla en gratuidad, siendo así Palabra encarnada y comunicada, de un modo directo, inmediato, sin la mediación impositiva de una ideología, de un capital, de un ejército.
Por eso, el diálogo cristiano se identifica con la misma la Palabra incorporada en la vida de los hombres, de forma que todos puedan ser “hijos de Dios”, con Jesús, en el Espíritu, que todos puedan comunicarse en fraternidad, compartiendo la vida (y los bienes materiales) unos con los otros, sin más tesoro que la Palabra que ellos son al decirse y al darse, de un modo desnudo y luminoso, cuerpo a cuerpo, sin imposiciones ni ventajas propias.
Por eso, una iglesia que utilizara algún poder para imponer o expandir su pretendida verdad dejaría de ser cristiana. La verdad solo es “verdadera” allí donde no apela a su poder, donde no toma ni impone ningún tipo de ventaja (cf. Mt 12, 18-21). Por eso, si los cristianos buscaran el triunfo de su iglesia como institución dejarían de ser evangélicos y la iglesia no sería ya cristiana. Ellos no quieren su bien, sino el de los otros, no quieren su paz, sino la paz de los demás, para compartirla con ellos. Eso significa que quieren el triunfo del budismo y el Islam, del hinduismo y de los otros caminos religiosos, siempre que sean caminos de Palabra encarnada, compartida, esto es, de paz humana.
La verdad de la iglesia no es un dogma separado, sino su misma vida, que ella ofrece y comparte con todos los hombres. Ella no está para decir cosas (doctrinas, teorías), sino para presentarse a sí misma como itinerario de paz, lugar donde es posible la palabra.
Ciertamente, hay en la iglesia creyentes que acentúan el aspecto sacral y presentan la fe como una cosa que está fuera de ellos, como un depósito casi objetivo de verdades y sacramentos que los jerarcas cristianos deberían custodiar y proponer y los simples fieles recibir agradecidos y sumisos.
La fe no tiene sentido y consistencia (realidad) fuera de la experiencia personal y de la comunicación creyente. En ese sentido, “contenido” de la fe no se puede separar de su comunicación. No hay primero fe cristiana, sin comunicación personal ni diálogo gratuito, y luego comunicación, porque el contenido de la fe es la misma comunicación, es decir, el amor mutuo entre los fieles y entre todos los hombres, en manos del Dios de Jesús que es la comunicación de amor universal.
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