Descansar: del desierto al jardín.
Curaciones y enseñanza. En esto se resume a grosso modo, en Marcos, la misión de Jesús y de los apóstoles, enviados de dos en dos, sin nada para el camino, aceptando la hospitalidad de la gente. Los apóstoles ungen con aceite a los enfermos y enseñan. Y los siguen multitudes. Tienen mucho trabajo y nada de tiempo para descansar, ni siquiera para comer.
El Jesús de Marcos se retira en repetidas ocasiones a la montaña o se sube a una barca para que las multitudes no lo alcancen. Y ahora propone eso mismo a sus apóstoles: “Vengan conmigo a un lugar solitario para descansar un poco”.
Jesús los llama a un lugar solos, a un lugar despoblado, para descansar. Sin embargo, el desenlace no es el esperado porque en el lugar desierto los esperan multitudes hambrientas, necesitadas de enseñanza y de pan. La búsqueda de soledad y de tranquilidad se ve interceptada por la urgencia de una palabra pedagógica, de un alimento que sacie. Solo después de enseñarles y darles de comer, despiden a la gente y Jesús, y solo Jesús, se retira solo a orar al monte. El relato no nos dice nada de lo que hicieron los apóstoles.
Este evangelio es muy significativo para nosotros, los que vivimos en una sociedad definida como “sociedad del cansancio” (Kuhn), donde experimentamos el sobre-crecimiento y el activismo como parte de la cotidianeidad. Estamos, como sociedad, cansados y nos viene muy bien este ofrecimiento de Jesús de soledad, de compañía tranquila, de pausa. Jesús invita en el evangelio de hoy a ir al desierto, a estar con él. A dejar el trabajo y a la gente e ir con él, al desierto.
Hoy, además, recordamos a santa María Magdalena. María, apóstol de los apóstoles, es un modelo de liderazgo para nuestra Iglesia. Pionera en la experiencia de la resurrección, anunciadora a los apóstoles y líder de comunidades. Mujer sanada y aprendiz, maestra y pionera de la resurrección.
Pero además, así como no sabemos si los apóstoles del relato anterior consiguen llegar a un lugar solitario para estar a solas con Jesús (y podemos suponer que no ya que de haberlo conseguido seguramente constaría en los textos evangélicos), sí podemos decir a partir de los textos joánicos que María es aquella que se encuentra en soledad con Jesús, ya vivo para siempre.
Y con una originalidad: el lugar, ciertamente desierto de personas, no es un desierto de arena y sequía sino un huerto, un jardín. El jardín es el lugar bíblico del amor, de la belleza, de la contemplación y, desde el encuentro del Resucitado con Magdalena, el lugar de la vida, la vida plena, de la abundancia que dura, la que llena.
Con María Magdalena, el desierto o despoblado se convierte en jardín. Y el evangelio de Juan nos sitúa, solos con el Resucitado, en este jardín de las flores y los frutos, el jardín del Maestro y de la Mujer con nombre propio, pronunciado en alto.
Descansar en la sociedad del cansancio puede significar, entonces algo más que el mero separamos del bullicio. Puede significar buscar y encontrar, en medio de los signos de la muerte, a aquel que nos enseña, al Maestro, y reconocernos a nosotros mismos, con nuestro nombre propio, en una vinculación profunda con la vida, y la Vida en abundancia.
Paula Depalma
Fuente Fe Adulta
Comentarios recientes