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Dom 15.7.18 Empezar en Galilea. Nueva misión cristiana

Domingo, 15 de julio de 2018

imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 15. Tiempo Ordinario. Ciclo B, Mc 6, 7-13. La Gran Misión Moderna de la iglesia occidental, que empezó con la Reforma Gregoriana del siglo X-XI y se ratificó en la Contra-Reforma del XVI-XVII, está terminando ya

Por eso, conforme al mandato de Jesús en Marcos (16, 7-8) y Mateo (28, 16-20), debemos volver y empezar en Galilea, en la línea de la primera misión cristiana, recogida no sólo por Mc 6, 7-13 y Mt 10, 5-12 (que aquí comentaremos), sino también por Lc 9, 1-5; Lc 10, 1-9.

En sentido estricto, los primeros cristianos misioneros no quisieron formar (ni formaron) una iglesia organizada al modo posterior (con jerarquía y dogma propio), sino un movimiento mesiánico dentro del judaísmo. No tuvieron que crear un pueblo nuevo: el pueblo existía, eran los hombres y mujeres del entorno, especialmente los pobres y enfermos.

Jesús había proclamado el Reino, éstos siguieron haciendo lo mismo; Jesús había sido un judío mesiánico, éstos lo siguen siendo.De un modo semejante, muchos cristianos actuales (año 2018) sienten la necesidad de superar un tipo de iglesia “romana”, para reiniciar desde Galilea el camino que lleva a la verdadera Roma, es decir, a la Iglesia universal .

37035549_1023019017875290_6665105265555144704_nPara ello, hay superar un tipo de “iglesia establecida” (centrada en sí misma), para retomar la experiencia y tarea de los testigos itinerantes del evangelio, desde Galilea, como profetas carismáticos, cercanos a la historia de Jesús.

Esos profetas fueron fundadores de la Iglesia. Otros como ellas han de ser sus refundadores actuales

Ellos fueron por igual mujeres y varones, y asírepresentan la primera autoridad de la iglesia, y se encuentran en el fondo del envío misionero recogido por Marcos y Mateo (y por Lucas), como indicaremos en la postal que sigue
Buen finde, buen verano a todos
.

Texto:
Mc 6, 7-11

[1. Identidad, misión] 7 Entonces llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos,
[2. Autoridad] dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos;
[3. Posesión, titulación] 8 y les ordenó no llevar nada para el camino, sino sólo un bastón; ni pan, alforja o dinero en el cinto; 9 sino calzar sandalias y no llevar dos túnicas.
[4. Iglesia-casa] 10 Y les dijo: dondequiera que entréis en una casa, quedaos allí hasta que salgáis del lugar.
[5. Iglesia-provisional] 11 Y donde no os reciban ni os escuchen, al salir de allí, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos.

Cf. Mt 10, 5-12

5 A estos doce los envió diciendo… 6. No vayáis a los gentiles, sino a las ovejas perdidas de Israel…
7 Decid: El reino de los cielos se ha acercado. 8 Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios; gratis recibisteis, dadlo gratis.
9 No toméis oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos, 10 ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón [porque el obrero es digno de su sustento].
11 Y en cualquier ciudad o aldea donde entréis, averiguad quién es digno en ella, y quedaos allí hasta que marchéis.
12 Al entrar en la casa saludadla 13 Y si la casa es digna, que vuestra paz venga sobre ella; pero si no es digna, que vuestra paz vuelva a vosotros.

1. Identidad y misión: profetas.

La autoridad y tarea posterior de todas las iglesias se funda en este envío de Jesús, que ha querido expandir su tarea de reino, a través de discípulos-profetas. Ellos, los Doce (o los Setenta y dos), son signo de todos los mensajeros (apóstoles) y profetas (testigos) que Jesús irá enviando a lo largo de la iglesia. La memoria del Jesús histórico (cf. Mc 1, 16-20; 3,7-19 par) se expresa en este envío: el fue profeta mesiánico, y profetas serán sus primeros enviados .

−Marcos identifica implícitamente a los enviados (apóstoles: cf. 3, 14) con los Doce, a quienes presenta como símbolo y compendio de los misioneros de la iglesia, que al fin (16, 7) no aparecen ya centrada en los Doce, sino como grupo de mujeres que descubren la tumba abierta con María Magdalena y de discípulos que tienen que ir con Pedro a Galilea, para ver a Jesús. Este evangelio ha trazado así una línea que va de los itinerantes carismáticos del tiempo de Jesús a los misioneros de su propio tiempo; a todos les une la experiencia y tarea profética.

−Mateo restringe expresamente esta primera misión (de los Doce) a las ovejas perdidas de la Casa de Israel, evocando así el valor y fracaso de la misión israelita de Jesús. Por eso, tiene que repetir el mandato misionero de Jesús de forma nueva, tras la pascua, dirigiéndolo a los once, que signo y compendio de todos los misioneros eclesiales, enviados a todos los pueblos (cf. 28, 16-20). Evidentemente, los temas y modos del primer envío (todo Mt 10) siguen siendo modelo para el segundo y definitivo.

De esa forma han trazado los evangelios sinópticos la identidad y diferencia entre la primera y la segunda misión de Jesús, antes y después de su pascua. En el principio está Jesús, y con él siguen estando sus Doce compañeros, misioneros de (y con) Jesús antes y después de Pascua; pero su tarea se ha expandido y se ha expresado a través de otros testigos eclesiales, a quienes los evangelios presentan como profetas itinerantes que dan testimonio de Jesús, profeta y Cristo, a lo largo de la historia (hasta el día de hoy, 2019).

2. Autoridad.

Jesús les hace ante todo exorcistas (menos en Lc 10, que refleja una situación eclesial posterior), ofreciéndoles su autoridad salvadora para enfrentarse a los espíritus impuros. Exorcista fue Jesús (cf. Mt 12, 28 par) y lo serán sus discípulos, con una autoridad de curación que no se puede reglamentar por leyes, ni fundar en sacrificios religiosos, ni en victorias militares.

El exorcista no es escriba, sacerdote, guerrero o inspector (=obispo) de una comunidad instituida, sino un profeta carismático, alguien con poder para curar (liberar) a los posesos: autoridad, que no se puede reglamentar por oficio. De esa forma, los misioneros exorcistas forman parte de una comunidad de carismáticos, centrados en la tarea de humanización (liberación) de los posesos y excluidos. Ésta es la primera misión cristiana, realizada con la autoridad de Jesús, al servicio de los oprimidos y excluidos (que aparecen como endemoniados).

Ciertamente, ellos pueden ser y son mensajeros del Reino, como ha destacado el documento Q (Lc 10 y Mt 10); pero el contenido central de su mensaje se expresa por gestos sanadores, más que por palabras. Estos misioneros promueven la conversión o cambio intenso de los hombres y mujeres, (como supone el fin canónico de Marcos: 16, 12), expresando la más alta sabiduría de Dios en la curación de los enfermos y el anuncio escatológico del reino .

Esos profetas-exorcistas son la primera autoridad, mensajeros de Jesús o terapeutas, sanadores; así curan y ayudan a vivir a otros. No reciben potestad externa, por “orden social” o delegación separada de la vida, sino que son autoridad, por lo que hacen, curando y liberando a los hombres concretos (como hacía Jesús). No son dirigentes, ni pastores de un rebaño (a pesar de la imagen de Mt 10, 6), sino misioneros, creadores de humanidad.

3. Posesión, titulación: “Y les ordenó que no llevaran nada…” (Mc 6, 8 par).

Un tipo de poder oficial sólo puede ejercerse con medios adecuados, tanto en bienes materiales (comida, provisiones), como en signos de honor (vestidos, documentaciones y títulos). En contra de eso, Jesús ofrece a los mensajeros de la pascua la autoridad de su vida, a fin de que ellos sean capaces de ayudar personalmente a los necesitados.

Por eso, las disposiciones varían según los evangelios, pero concuerdan en lo esencial: la acción de esos profetas no se funda en bienes materiales (pan, dinero) o representativos y sociales (uniforme, báculo) , ni en un tipo de ordenaciones y ordenanzas exteriores, ni en dogmas cerrado, ni en libros oficiales… Ellos no son autoridad por su posesión (bienes), por su apariencia (vestidura) o por sus saberes especiales (como en un tipo de administración posterior de la iglesias), sino por su capacidad de sanar-curar, como Jesús.

Este desprendimiento o libertad evangélica (atestiguada también en Did 11-14), no es fruto de ascesis o rechazo monetario (como quizá entre los cínicos), sino que brota de un fuerte sentimiento de confianza y solidaridad mesiánica. Todo sistema social establecido tiende a estructurarse en una jerarquía donde cada uno vale por el lugar que ocupa y por las funciones que realiza, de manera que la comunión personal queda sustituida por una relación de oficio y rango, de función y de representaciones. Pues bien, en contra de eso, los enviados de Jesús no llevan documentos o libros oficiales, ni rangos ni oficios, sino sólo sus personas. De esa forma misionan por lo que son en sí mismo, no por algo que han recibido de fuera.

Son voluntarios de un evangelio de gracia, y así ejercen su función de un modo gratuito, al servicio de la manifestación de Dios, es decir, de la plenitud y comunión humana (cf. Mt 10, 11), sin más aval que su propia vida: dan gratuitamente lo que tienen (expulsan demonios, curan) y esperan gratuitamente lo que necesitan, en casa, comida o vestido. La burocracia del sistema necesita representaciones y funciones mediadores, que se expresan en vestimenta y dinero, títulos y rangos, necesarios al sistema. En contra de eso, los enviados de Jesús no llevan traje distintivo (ni un libro especial), sino que visten como los habitantes del lugar, recibiendo de ellos lo que necesiten .

4. Iglesia casa: “Dondequiera que entréis…” (Mc 6, 10 par).

Estrictamente hablando, estos profetas carismáticos no tienen casa propia, son huéspedes constantes, no por carencia, sino por abundancia y vocación: son ricos de evangelio y para ofrecerlo abiertamente renuncian a la casa propia, quedando así a merced de aquellos que quieran (o no quieran) recibirles, pues la casa de los hombres es la misma humanidad fraterna. De esa forma se insinúa una doble autoridad cristiana, que volveremos a encontrar en la misión paulina.

− Los apóstoles-profetas itinerantes son autoridad misionera (de reino): sin casa, ni tareas administrativas. Son carismáticos liberados para el reino, no ascetas (comen, beben), de manera que ofrecen lo que son, se dejan acoger por los que quieran acogerles y comparten comunión personal (curación) a quienes les acojan.

− Quienes les reciben en sus casas (aldeas) son autoridad establecida, pues los enviados de Jesús dependen del alojamiento, vestido y comida que ellos quieran ofrecerlos. Estos “sedentario” no tienen tampoco una autoridad oficial establecida de un modo legal, sino que son (=se hacen) autoridad al dar lo que tienen y al compartir la vida con los otros.

Esos enviados no empiezan creando o imponiendo una forma de vida exterior, sino que aceptan la de cada lugar, en diálogo de gratuidad. Esta implicación (simbiosis) entre itinerantes carismáticos (misioneros sin casa, dinero o vestido) y sedentarios instituidos (que pueden acogerles) constituye un elemento esencial de la iglesia, es una de las claves de la vida humana, en la línea de Mt 25, 31-46: “Fui extranjero y me recibisteis…”.

Entre los “extranjeros mesiánicos” (que van por casas y pueblos ofreciendo evangelio) y los sedentarios que les acogen y se dejan transformar por ellos se establece la nueva autoridad del Reino. Sólo más tarde, cuando triunfe el aspecto sedentario, se impondrán los ministerios fijos (obispos, presbíteros). Pero la libertad misionera (la aportación de los itinerantes) sigue siendo esencial para la iglesia: los representantes de Jesús no recibirán su poder de una Iglesia Establecida, sino del evangelio de Jesús, que les hace capaces de crearla.

5. Iglesia provisional: itinerantes: “Y donde no os reciban…”.

Los enviados de Jesús siguen caminando, tanto si son acogidos (tras un tiempo de permanencia en la casa o ciudad han de irse), como si no lo son. No pueden establecerse por separado, como grupo estable de itinerantes, ni imponer su mensaje o proyecto a fuerza de razones militares o económicas, porque el evangelio es don pascual, no imposición.

Por eso, si no les acogen, deben irse, sacudiendo incluso el polvo de los pies, como expresión de total desprendimiento (=no llevan consigo cosa alguna). Sin nada han venido, sin nada han de marchar. Pero tienen la confianza de que algunos les recibirán, porque llega el Reino (cf. Mc 9, 1 par; Mt 10, 23).

La violencia del poder brota del miedo de perderlo. Los que nada tienen que perder nada llevan consigo ni defienden, pues no son representantes de ningún sistema económico o social, sino testigos de la gratuidad. No imponen su doctrina o experiencia, no discuten. Simplemente son y ofrecen lo que tienen. No van simplemente a pedir, de un modo pasivo, sino que llevan en su vida humanidad de Jesús y evangelio. Esta movilidad de los itinerantes, apóstoles-profetas (siempre extranjeros…) forma parte de la libertad creadora del evangelio, y sigue siendo base de la iglesia .

Jesús y sus primeros seguidores no han creado una comunidad estable, con poderes firmes, separada de los grupos nacionales o sociales (en especial del judaísmo) y es bueno que podamos recordarlo, tras casi XIX siglos de iglesia establecida, en claves de poder y prestigio social. Por largos decenios, varias comunidades de seguidores de Jesús (atestiguados por Mateo y el Apocalipsis, Santiago y la Didajé), se han mantenido en el ámbito social y religioso del judaísmo. No han creado una nueva religión, sino un movimiento de transformación mesiánica, desde la experiencia israelita, como Jesús había querido .

A la luz de una tradición posterior, expresada en Efesios y Hechos, podríamos suponer que ese intento de crear una comunidad de itinerantes mesiánicos era inviable: no era todavía una iglesia verdadera. Pero, en contra de eso, debemos recuperar el sentido y tarea de aquella primera misión, como elemento integrante del evangelio: Jesús no quiso fundar una iglesia separada, sino recrear mesiánicamente el judaísmo en un gesto y camino de apertura mesiánica a los pobres (y por ellos al conjunto de la humanidad).

La iglesia actual, con su estructura y funciones, es signo de creatividad (del Espíritu de Cristo), pero también de fracaso mesiánico, pues aquella primera misión itinerante no logró cuajar, es decir, no logró establecerse como modelo permanente de Iglsia. Desde entonces, todo intento de sancionar para siempre (ysacralizar) un tipo de iglesia, como signo inmutable de Dios, resulta peligroso: Jesús y sus primeros seguidores no quisieron crear otra religión y sociedad sagrada, sino un movimiento carismático de reino.
En un sentido muy hondo, aquellos primeros profetas “extranjeros” (ambulantes) son germen y promesa de toda autoridad cristiana: no son hombres o mujeres que llevan nuevas teorías, rabinos o filósofos que huyen de este mundo; tampoco administradores (obispos o presbíteros) de un grupo que tiende a cerrarse en sí mismos, sino hermanos universales, promotores y testigos de una humanidad donde se comparte todo, sin comprar ni vender, imponer o someterse. Así expresan la gratuidad del reino: dan lo que tienen, agradecen lo que reciben; son auténticos cristianos, anteriores a la iglesia establecida.

2. Profundización. Itinerantes, sedentarios. Nueva familia

Estos apóstoles-profetas itinerantes que aparecen en el documento Q y en Marcos, han seguido expandiendo la misión de Reino en Galilea (Palestina) y quizá en Siria y en su entorno, como voluntarios carismáticos del Cristo. Reconocen a Jesús resucitado, pero más que su pascua les importa el mensaje y venida de su reino. No intentan crear una iglesia distinta (separada del judaísmo), pero tampoco son filósofos cínicos contraculturales, como han pensado algunos investigadores, sino mensajeros del Reino: la resurrección no les lleva a fundar una iglesia en el sentido actual, sino a mantener y extender la obra mesiánica del Cristo . Por eso pueden identificarse con los Doce testigos pre-pascuales de Jesús.

Conocemos poco su organización (¡no tienen demasiada organización!), ni las bases de su enseñanza (¡no tienen una enseñanza dogmática estructurada!), pero conocemos bien sus signos mesiánicos: su pan compartido, su bautismo en nombre de Jesús, y sabemos que tenían una doble autoridad: los carismáticos liberados (extranjeros de Jesús) y los representantes de las casas o grupos que les acogían.

Por eso, el principio y centro de su identidad no era el templo (lugar de experiencia sagrada), ni la sinagoga (comunidad de oración de los judíos), ni la escuela (reunión de estudiosos), sino el camino constante de los misioneros y la casa familiar ampliada y no patriarcalista (en contra de lo que después veremos en las cartas Pastorales de una tradición de Pablo). Desde nuestra perspectiva actual (deformada por siglos de autoridad instituida) , nos gustaría saber, por ejemplo, quién presidía en esas comunidades la eucaristía (¿el padre de familia? ¿el misionero?), si es que había eucaristía propiamente dicha y presidencia.

Pero ésa esa pregunta proviene de nuestra deformación posterior. No se trata de saber quién presidía como poder, sino de descubrir cómo podían ayudarse unos a otros Los itinerantes eran autoridad creadora o animadora. Los responsables de las familias (varones o mujeres: cf. Hech 12, 12) debían ser autoridad acogedora. Desde aquí podían abrirse dos línea:

−Comunión abierta, casa no patriarcalista. Carismáticos y establecidos, itinerantes y sedentarios, han buscado y trazado estructuras de comunidad igualitaria, superando la oposición entre los dueños de la casa jerárquica (que tiende a ser impositiva) y los liberados de la vida misionera, como extranjeros del evangelio. Como hemos visto en la parte anterior, en la casa de Jesús caben todos los que buscan la voluntad de Dios, en comunión (círculo, corro) de amor de hermanos, hermanas y madres, sin poderes patriarcales (cf. Mc 3, 31-35). Estas primeras iglesias, formadas así, han sido comunidades alternativas sin poder jerárquico externo o superior (ni de padres, ni de profetas), pues todos los seguidores de Jesús pueden unirse y reciben el ciento por uno en hermanos y hermanas, madres e hijos, casas y campos, en medio de dificultades (Mc 10, 28-30) .

−Riesgo y atracción de un nuevo patriarcalismo, retorno de la casa sacral. En un momento posterior, cuando se enfríe la autoridad de los carismáticos y la iglesia deba ajustarse a las estructuras sociales del entorno, para estabilizarse y expandirse como sociedad honorable, triunfará el modelo de la casa patriarcal, fundada en el buen padre de familia, con autoridad sobre mujeres y criados o esclavos (tema que aparece al fondo de la cara a los Efesios, y que triunfa en las Cartas Pastorales de la tradición de Pablo). En esa línea en la que se impondrá la autoridad de presbíteros y obispos, tiende diluirse y perderse la novedad del evangelio, de manera que del anuncio y libertad de comunión del Reino se vendrá a pasar a la iglesia establecida.

Los textos arriba citados nos sitúan todavía en el primer momento: las “casas” cristianas del Q y de Mc (y también de Mt) se organizan de un modo fraterno, no patriarcal; no tienen autoridades establecidas como jerarquía superior, aunque los seguidores de Jesús han empezado a desarrollar una serie de ritos distintivos, entre los cuales (además de los exorcismos que siguen siendo centrales) están el bautismo y la eucaristía.

El bautismo nos sitúa en la línea del judaísmo, donde había diversos bautismos; la novedad está en que este se realiza en Nombre de Jesús y se halla unido a una experiencia carismática del Espíritu Santo (cf. Mc 1, 8). Por su parte, eucaristía o Cena del Señor vinculaba a los creyentes con Jesús (desde Jesús), en torno al pan y al vino. Sobre la forma de realización externa de esos ritos de re-nacimiento (bautismo) y pertenencia grupal (eucaristía) guardan silencio los textos, no dicen apenas cómo se realizaban. No sabemos quien impartía el bautismo, aunque por Hech 2, 38, 1Cor 1, 14-17 podemos suponer que cualquier seguidor de Jesús podía hacerlo. Tampoco sabemos quién presidía la Cena del Señor, aunque podría hacerlo el responsable de la casa (varón o mujer) que acogía a los itinerantes y reunía a la comunidad (aunque en Lc 24, 30 quien parte el pan es Cristo itinerante pascual). Ambos eran ritos religiosos, pero laicales: no exigían sacerdocio, ni estructuras jurídicas .

En este contexto se plantea el tema de las mujeres. Los Doce, en cuanto signo de Israel, han sido varones. Pero la tradición evangélica recuerda a mujeres que han seguido y servido a Jesús, realizando una misión de Reino, tanto en el anuncio (itinerancia, mensaje) como en la acogida (forman parte de las casas que le reciben). Aunque todo lo anterior se aplica por igual a todos, nos gustaría conocer mejor el lugar que ellas ocupan en el movimiento de Jesús, donde bautismo y eucaristía son ritos comunes para ambos sexos.

Es claro que había un servicio de mujeres, como muestran la suegra de Simón, primera servidora en la casa mesiánica (cf. Mc 1, 29-31), y la mujer del vaso de alabastro que unge a Jesús (cf. Mc 14, 3-9) y está integrada en la misión universal del evangelio. En esa línea, Mc 15, 41 afirma que las mujeres habían servido a Jesús en el camino. Evidentemente ejercían un ministerio eclesial (no de simples criadas), como muestra la tradición de Marta y María, hermanas cristianas, de las que hablaremos al tratar de Lucas (Lc 10, 38-42) .

3. ¿Volver hoy a Galilea? Fracaso y actualidad de la primera misión de evangelio

Ésta ha sido una iglesia y misión de dos polos. (a) Por un lado están las casas, donde se reúne la comunidad y donde se recibe a los misioneros. (b) Por otro están los itinerantes (apóstoles, profetas) que lo dejan todo (cf. Mc 10, 39), incluso hogar y ley del padre (cf. Mt 8, 18-22), para realizar la obra de Jesús, sin más autoridad que su vida al servicio del reino. El ministerio carismático de los itinerantes es anterior a la iglesia establecida. Pero sin iglesia como casa o familia establecida no culmina el trabajo de los itinerantes (cf. Mc 3, 31-35 par) .

El principio de la autoridad cristiana está en los enviados de Jesús, apóstoles y profetas ambulantes, cuya tarea consiste en curar a los humanos para el reino. Pero esos enviados se encuentran vinculados con las casas (o comunidades) que les acogen y escuchan. Por eso, en la raíz de la iglesia ha existido y sigue existiendo una simbiosis o inter-dependencia: los misioneros no pueden desligarse de las comunidades; los servidores de las comunidades derivan de algún modo de los misioneros.

Esa simbiosis define la novedad cristiana. Por un lado, las funciones más estrictamente patriarcales de los “sedentarios” han de transformarse al servicio del evangelio, que es comunión universal Por otro lado, los itinerantes han de ser capaces de integrarse en las comunidades, para recibir el ciento por uno en abundancia de familia.
Jesús está presente y actúa en ambos lados: envía a sus apóstoles, ofreciéndoles su palabra; vincula en comunión a la comunidad cristiana. Esta dualidad de carisma y organización social se mantiene a lo largo de la iglesia, cuyos ministros son, por una parte, testigos de Jesús, recibiendo un encargo y tarea que proviene del Espíritu Santo, y por otra delegados y portavoces de la comunidad. Desde este fondo, desarrollando un argumento ya evocado, podemos afirmar que la iglesia organizada ha nacido de un fracaso y una gracia:

−Fracaso. Los misioneros de Jesús no han logrado convertir a los judíos, ni han expandido de manera universal su movimiento mesiánico, a partir de Israel, para todas las naciones. Por eso no han creado una iglesia propiamente dicha, perdiendo así parte de su capacidad misionera y el ministerio carismático de los primeros apóstoles-profetas ha corrido el riesgo de volverse funcionariado clerical, dentro de una iglesia que se vuelve sistema sagrado.

−Gracia de Dios. Los que acogen en sus casas el mensaje de Jesús, recibiendo la palabra y testimonio de los misioneros, se han estructurado a partir del evangelio, suscitando una comunidad, fundada en el diálogo de fe y amor (de vida) de todos los creyentes. Precisamente el fracaso del profetismo carismático ocasiona la misión a todas de las naciones, desde una perspectiva no judía. De esa forma, las casas que reciben a los seguidores de Jesús han venido a convertirse en iglesia donde pueden unirse en fe y amor gozoso judíos y gentiles, como ha indicado de manera jubilosa Efesios.

La iglesia posterior no ha olvidado a los apóstoles-profetas (cf. Ef 2, 20) que actuaron sobre todo en Galilea, como indican otras fuentes (Mt, Ap y Did). De aquel testimonio itinerante del evangelio debemos aprender la libertad creadora, para superar así el riesgo de una Iglesia establecida que se sacraliza a sí misma, perdiendo así su savia evangélica.
De aquella misión itinerante debemos aprender fraternidad mesiánica, igualdad de varones y mujeres, la casa compartida… por encima de un patriarcalismo establecido de grandes sedes religiosas oficiales. Debemos volver (siglo XXI) al lugar donde estaban los misioneros-profetas del entorno galileo, recuperar su desprendimiento, su palabra sanadora, su presencia en libertad y autonomía. Hemos vuelto (debemos volver) a la itinerancia.

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