10.6.18. Dios o Satán. Discusión entre Jesús y los escribas (Mc 3, 22-30).
Dom 10, tiempo ordinario. Ciclo B.Éste es un pasaje de controversia social y escatológica, una disputa múltiple.
— Acusación de los escribas (3, 22) y respuesta simbólica (parabólica: cf. 3, 23) de Jesús (3, 23-29), estructurada en forma de quiasmo con una advertencia del redactor (3, 30), recogiendo en paréntesis o aparte narrativo la acusación de los escribas (cf. 3, 22).
— Respuesta de Jesús con elementos de tipo sapiencial y apocalíptico (3, 23-27), que desemboca en una revelación escatológica (3, 28-29), centrada en el perdón universal de Dios y el pecado “imperdonable” de los hombres (que consiste en destruir a los pequeños).
Se plantea así el tema clave del enfrentamiento de Jesús y los Escribassobre la acción y presencia del Diablo (Belcebú), que negador de libertad y de salvación de los pequeños.
— Los escribas acusan a Jesús llamándole endemoniado, porque se opone a su pretensión de dominio destructor, de fondo falsamente religioso.
— Jesús se defiende, insistiendo en el pecado contra el Espíritu Santo, que consiste en no dejar que Dios (su enviado mesiánico) libere a los pobres y posesos. Éste es el pecado de aquellos que negando a los otros se niegan y destruyen a sí mismos.
Texto. Mc 3, 22-30:
(a. Acusación). 22 Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: Tiene dentro a Belcebú y con el poder del Príncipe de los demonios expulsa a los demonios.
(b. Discusión) 23 Jesús los llamó y les propuso estas comparaciones:¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? 24 Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. 25 Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no puede subsistir. 26 Si Satanás se ha rebelado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, sino que está llegando a su fin. 27 Nadie puede entrar en la casa del Fuerte y saquear su ajuar, si primero no ata al Fuerte; sólo entonces podrá saquear su casa.
(c. Profundización) 28 En verdad os digo: todo se les perdonará a los humanos, los pecados y cualquier blasfemia que digan, 29 pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás; será reo de pecado eterno.30 Porque decían: ¡tiene un espíritu impuro!.
Los escribas le acusan de expulsar demonios con ayuda de Belcebú,
su señor, dueño malo de la casa del mundo, para destruir el judaísmo: bajo capa de bien (ayuda a unos posesos), arruina o destruye a todo el pueblo, entregando al conjunto de Israel en manos del Diablo. Remitiendo al tiempo de Jesús, esta disputa nos sitúa en el principio de la iglesia, donde los discípulos, expertos exorcistas (cf. 3, 14-15), reciben el rechazo oficial de los escribas (3, 22). He dividido la escena tres partes. (a) Acusación de los escribas. (b) Discusión sobre Satanás. (c) El perdón. (d) Ratificación.
(a) Acusación de los escribas (3, 22), que bajan (katabantes) de la altura sagrada de Jerusalén, ciudad donde se anudan las tradiciones del pueblo, centrado en el templo. Rechazar su doctrina supone rechazar a Dios. Ellos traen la autoridad de la Ley, son hombres del Libro (sopherim) y están encargados de entenderlo y comentarlo para el pueblo. Lógicamente, al acusar a Jesús, ellos están condenando de hecho a su comunidad. Por eso, tal como aquí está narrada, la escena debe situarse en el tiempo de las disputas eclesiales, más que en el tiempo de Jesús.
Si estos que vienen de Jerusalén con poder de control pueden ser judíos rabínicos, pero también judeocristianos de la línea de Santiago. No se dice dónde están: ¿dentro, fuera de la casa? Evidentemente, no están en el corro, al interior del grupo, acogiendo la voluntad de Dios (cf. 3, 32-34). No vienen a escuchar, saben lo que debe saberse de antemano. Tienen una ley y según ella definen lo bueno y lo malo (lo judío y lo antijudío). No lo hacen por cuestiones de dogma separado de la vida, sino desde su propia visión de la pureza judía, amenazada por Jesús. Así le acusan:
− Tiene a Belcebú (3, 22) que significa Señor de la casa. Ese nombre se podía entender en sentido positivo: el mismo Dios, quizá Jesús, es Señor de la morada/casa del mundo y así puede realizar los exorcismos, expulsar a los demonios, curar a los enfermos y acoger a los posesos, leprosos, paralíticos (cf. 1, 21-2, 17). Pero aquí tiene sentido negativo: Belcebú es Señor de la morada demoníaca, Dios de suciedad (o de las moscas), un ídolo pagano (quizá originario de Ekron, en la franja filistea), identificado por los judíos con el Diablo. Jesús sería por tanto un anti-dios, encarnación de lo satánico.
− Y con poder del Príncipe de los demonios expulsa a los demonios (3, 22). El reino de lo malo tiene un Príncipe, llamado en hebreo Satán o tentador, a quien en griego nombran Diablo; en otras versiones ha tomado el nombre de Mastema o Azazel y se dice que se ha opuesto a Dios y lucha contra su poder sobre la tierra. A sus órdenes combaten los innumerables demonios o espíritus menores que llenan el mundo y lo infestan de locura, enfermedad y muerte.
La condena de los escribas resulta coherente: Sólo el Dios de Israel es para ellos el Señor de la Morada Buena y ejerce su reinado desde Jerusalén, salvando a los humanos a través del judaísmo; el Diablo, en cambio, es Señor de la Morada Mala y quiere destruir la obra de Dios por todos los medios a su alcance. Al servicio de ese Diablo obra Jesús: parece bueno lo que hace; como un hombre piadoso ayuda a posesos y enfermos, pero en realidad actúa así para engañar a los ingenuos, destruyendo al judaísmo y encerrando a los humanos bajo el reino implacable de Satán.
Ésta es la sentencia final de unos letrados oficiales que han venido de Jerusalén para observar a Jesús y definir con autoridad el sentido de su obra. Han verificado su conducta, han sopesado su intención de fondo y su manera de enfrentarse al poder de lo satánico en el mundo. Han visto claro y pueden emitir su veredicto.
No se sientan en el aula de condenas capitales (como harán en 14, 53-66, con sacerdotes y ancianos), pero a nivel social y religioso ya han fijado la sentencia: ¡Culpable de magia diabólica o satanismo! Este tribunal se coloca en el lugar de Dios, en cuyo Nombre (viniendo de Jerusalén y apoyándose en su Ley) dicta sentencia. No se limita a rechazar algunos rasgos menores del mensaje de Jesús: no le acusa por desviaciones secundarias. Ha visto lo que hace y desde Dios emite sentencia:
— Es una sentencia teológico-social. El tema de discusión no es Dios, en plano de teoría o de experiencia individual sino saber cómo se expresa, a través de quién (de qué comunidad o iglesia) actúa, cómo se manifiesta en la vida social. El tema de fondo es el de saber cuáles son las mediaciones sociales de la manifestación y presencia de Dios.
— Es sentencia razonada y razonable. Los escribas no parecen envidiosos o engañado: piensan que el movimiento de Jesús es un peligro pues destruye la identidad social del pueblo israelita. Por eso su más hondo deber (cf. Dt 17) les obliga a dar sentencia: piensan que Jesús es emisario de Satán y así lo tienen que decir, en nombre de Jerusalén y el judaísmo.
Los demonios son muchos: son poderes del mal que oprimen y destruyen a los hombres. El Príncipe de los demonios, a quien el texto llama también Satanás (3,23), recibe aquí el nombre popular de Belcebú, un viejo «Dios de la casa» (de origen quizá filisteo), a quien los judíos han interpretado como «Dios o Señor de las moscas», es decir, de los vivientes inferiores, infectos, de este mundo.
La acusación sigue la lógica de todas las noticias precedentes sobre el exorcismo de Jesús: expulsa a los demonios, los demonios le conocen y confiesan… ¿No será que actúa en colaboración con ellos? ¿No será que quiere destruir las bases de la santidad israelita, buscando un nuevo pueblo de leprosos-publicanos, dominados por Satanás? La acusación se encuentra bien articulada: a través de su (aparentemente bueno) exorcismo, Jesús seduce al pueblo. Esto es lo que quieren mostrar los escribas, utilizando para ello su poder o control sobre la ley, queriendo destruir así las pretensiones del falso profeta nazareno.
Jesús y el reino de Satán (Marcos 3, 23-27)
Los escribas de Jerusalén han condenado el movimiento de Jesús, diciendo que es satánico. Marcos le defiende, poniendo en boca de Jesús unas palabras rítmicas, con una pregunta, tres frases condicionales y una afirmación conclusiva, que retoma el motivo de la pregunta. Éste es el núcleo de su argumento:
a. Pregunta: ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? (2, 23).Esta pregunta sirve para introducir el tema que se desarrolla en parábolas o comparaciones (parabolais), no por argumentos conceptuales. Jesús no quiere demostrar en abstracto su verdad sino incitar a sus oyentes, haciendo que sopesen lo que supondría una ruptura interior en la casa o familia (dominio) de Satán; desea que disciernan en cuestión tan importante. Siguen después tres frases condicionales:
1. Si un reino está dividido… (3, 24). Sirve como ejemplo o concreción del tema (por eso empieza kai ean, y si…), situándolo a la luz del símbolo del reino (basileia; cf. 1, 15). Ha venido Jesús a construir el Reino de Dios, pero los escribas dicen que de hecho está construyendo el de Satán. Jesús responde: ¿podría mantener su reino Satanás si estuviera dividido, permitiendo que Jesús cure a sus posesos? ¿no habrá que entender la acción sanadora de Jesús y de su iglesia como argumento en favor de la caída del reino de Satán? Así supone Marcos.
2. Si una casa está dividida… (3, 25). Repite el comienzo anterior (kai ean) y la estructura de la frase, pero no desde la perspectiva del reino, sino de la casa, entendida como espacio (edificio) donde Dios y Satán disputan su dominio. Los escribas llaman a Jesús enviado de Satán, dicen que rompe la casa judía y destruye su verdad sagrada. Jesús responde adoptando el argumento anterior: si la casa de Satán estuviera dividida, si Jesús luchara en contra de sus habitantes (posesos), esa casa no podría mantenerse. Argumentando así, Marcos desea que el oyente (lector) responda de manera negativa: ¡No! Satán no deja que su casa se divida
3. Si Satanás está dividido… (3, 26). Lo que decía sobre el reino y casa se aplica ahora a Satán, objeto de la controversia. Han acusado a Jesús de emisario suyo diciendo que en su nombre expulsa a los demonios. Jesús contesta otra vez en estilo condicional (kai ei…): ¿cómo podría mantenerse Satanás así escindido? La respuesta del lector ha de ser esta: Satanás no está escindido; Jesús ha conquistado el duro edificio de su reino y casa; no ha venido a destruir la casa de Israel sino a Satán que dominaba a los humanos; de esa forma construye la iglesia/casa de los liberados.
b. Afirmación mesiánica conclusiva: nadie puede entrar en la casa del Fuerte sin atarle o vencerle primero (3, 27).
De las condicionales pasamos a afirmación solemne de Jesús (encabezada por un alla, pero…), por las que él se presenta veladamente como triunfador de Satán. Fuerte (iskhyros) era Satán; dura su casa o familia (oikia), potente su reino. Pero Jesús es el Más Fuerte (cf. Iskhyroteros de 1, 7), conforme a una palabra de clara confesión mesiánica: él ha conquistado ya el reino/casa de Satán; le ha vencido, le ha atado, ha empezado a liberar a sus cautivos, cumpliendo así lo que latía en 1, 12-13. La iglesia de Jesús está constituida por aquellos que confiesan su victoria sobre el Diablo y continúan realizando su tarea sobre el mundo.
(b) Argumentación de Jesús sobre Satanás (3, 23-27). Jesús asume el reto de los escribas y responde, en palabras de gran dureza que expresan su mensaje. Recogiendo elementos prepascuales, su discurso (3, 23-30) forma parte de la polémica cristiana con el judaísmo. La respuesta de Jesús empieza siendo una llamada al pensamiento, para culminar en una de condena fuerte expresada a través de una intensa voz de alerta, que dirige a los que manipulan a los otros, manteniendo la propia religión (seguridad) a costa de oprimirles. No desarrollo la respuesta; me limito a presentar sus temas:
• Reino o casa dividida. Siguiendo la terminología de aquel tiempo, Jesús supone que Satanás tiene su reino bien organizado y así pregunta: ¿Cómo podría mantenerse ese reino si está dividido? Si una casa se escinde en lucha interna, no puede mantenerse. Si, como dicen los escribas, luchara Satanás contra Satanás, esa sería una noticia buena. ¿Qué más podrían pedir los escribas? La propia división de Satanás ofrecería un signo de su ruina. Pero ¿es eso cierto? Así pregunta Jesús, introduciendo un tinte de ironía inquietante en el discurso que han trenzado los escribas (3,23-27).
• La casa del fuerte. Juan llamó a Jesús «más fuerte» (1,7). Pero en el lenguaje de los escribas el más fuerte es Satanás. Así lo emplea Jesús y pregunta: ¿quién puede entrar en su casa y atarle para apoderarse luego de su armamento? Pues bien, al venir y vencer a Satanás, el mismo Jesús cumple la palabra del Bautista y se presenta, de un modo implícito, pero bien claro, como aquel que es más fuerte que Satanás: es emisario de Dios. Sus enemigos, los escribas, no lo han entendido. Viene a luchar contra Satanás, liberando a los posesos-pecadores y ofreciendo a todos un camino de reino, y los escribas, enfrascados en sus discusiones eruditas y en su forma de entender los ritos de su pueblo, no le aceptan (3, 27).
• Profundización: Pecado contra el Espíritu Santo (3, 28-29). Son iglesia los que aceptan la acción liberadora de Jesús. Caen en pecado, según Marcos, aquellos que le condenan como emisario de Satán. De esa manera, Jesús invierte la razón de los escribas, diciendo que son ellos en el fondo los endemoniados (pues luchan contra el Espíritu de Dios), corriendo el riesgo de quedar prendidos, destruidos, bajo el poder diabólico de la opresión humana.
El Espíritu es la fuerza sustentante de la nueva comunidad (iglesia) que Jesús ha instituido con su proyecto mesiánico; por eso pecan contra el Espíritu aquellos que niegan y rechazan su acción liberadora en favor de los pobres. Dura ha sido la acusación contra Jesús; durísima su respuesta: ¡Negándose a acoger la obra de Dios, los escribas se destruyen a sí mismos! Al afirmar que Jesús “tiene un espíritu impuro” (3, 30), los escriben no le rechazan simplemente a él, rechazan y niegan la obra salvadora de Dios a favor de los excluidos de la sociedad.
Hemos visto ya los argumentos. Los escribas acusan a Jesús de traición contra la casa nacional del judaísmo, afirmando que es un “poseso”: no es hombre de Dios, sino del Diablo. Jesús les contra-acusa diciendo que son ellos los que en realidad destruyen la obra de Dios (del Espíritu Santo), corriendo así el riesgo de quedar prendidos bajo el poder de Satán (pecado contra el Espíritu Santo). La misma ayuda que Jesús ofrece a los proscritos, su forma de acoger a los posesos, pecadores, publicanos, viene a presentarse también (junto al tema de la comida con los pecadores y marginados, cf. 2, 16) como articulum stantis et cadentis Ecclesiae (es decir, como el “dogma práctico” que define la esencia de la iglesia).
Los escribas piensan que al abrir su comunión a los posesos, marginados, pecadores, Jesús destruye la estructura sagrada del judaísmo legal, actuando así como emisario satánico. Por el contrario, Jesús muestra que su acción expresa y despliega la más honda verdad del judaísmo universal (abierto desde ahora a todos los necesitados del mundo). En el fondo de esta disputa se vinculan el aspecto teológico y social. Hemos destacado hasta aquí más el rasgo social; ahora evocamos el teológico:
— Dios. Sólo rechazando a los escribas, Jesús puede ofrecer mensaje de Dios y acción liberadora en favor de los proscritos.Por eso emplea la fórmula de revelación solemne (¡amên legô hymin!), mostrando (cf. pasivo divino) que Dios mismo perdona los pecados… (3, 28). En nombre de ese Dios actúa Jesús cuando ayuda a los endemoniados. Sin el descubrimiento fuerte y creativo de su gracia carece de sentido esta controversia. Sólo allí donde Dios se revela como amor, venciendo la opresión de los que intentan controlar a los demás con su legalismo, puede hablarse de evangelio.
— Espíritu Santo. Han acusado a Jesús de poseso, infiltrado de Satán, Espíritu impuro (3, 22), como muestra el aparte literario conclusivo: ¡Decían: tiene un Espíritu impuro! (3, 30). Pues bien, al hablar así, los escribas pecan en contra del Espíritu Santo, rechazan la acción salvadora universal que convoca por Jesús a los posesos y pobres (3, 28-29). De esta forma se oponen los espíritus: el impuro de la destrucción del ser humano, vinculado a Satán; y el santo que brota de Dios y se presenta por medio de Jesús como fuerza de liberación. El Espíritu Santo es el Poder de pureza que se opone a la impureza del demonio; es el amor y comunión que va creando familia desde los últimos (posesos).
— Jesús. Aparece en el centro de la discusión como Fuerte (iskhyros, cf. 3, 27), en palabra que sitúa nuestra escena en el trasfondo del Bautismo (cf. iskhyroteros: 1, 7). Vino a vencer a Satanás, ya le está venciendo. Esa victoria no implica el fortalecimiento de la ley sino superación del Israel de los escribas. Jesús no es mensajero de renovación israelita; no ha venido a repetir u organizar en clave de ley lo que ya existe, para bien de la nación sagrada, como desean los escribas (cf. 1, 22), sino a vencer a Satanás y construir sobre el mundo la nueva familia de Dios, con autoridad sobre los espíritus impuros (cf. 1, 21-28). El mismo Dios le ha llamado Hijo amado (1, 11); es evidente que tiene autoridad sobre su casa.
Hemos vinculado así el aspecto social y teológico del tema. Es claro que Marcos no ha desarrollado este modelo “ternario” de la revelación (Dios, Espíritu, Jesús), pero está latente en su discurso. Jesús y los escribas no discuten sobre aspectos generales del misterio (bondad, omnipotencia) sino su concreción social. Esa discusión nos conduce a la raíz eclesial de eso que podemos llamar el dogma cristiano.
Exorcismos, lucha contra el Diablo. Visión de conjunto (3, 20-35)
Los exorcismos son un gesto apotropáico destinado a expulsar los malos espíritus (demonios) de un lugar o persona. Evidentemente, el Jesús de Marcos asume (por ley de encarnación) la visión de los exorcismos de aquel tiempo, aunque introduce dentro de ella novedades significativas, que ahora destacamos en perspectiva de polémica y surgimiento eclesial:
1. Exorcismo y polémica judía (3, 20-35). Los escribas “que bajan de Jerusalén”, como representantes de la ortodoxia del pueblo, reconocen los exorcismos de Jesús (su acción en favor de los posesos), pero los interpretan como provocación antijudía: al introducirse en el mundo de posesos y ayudarles, Jesús y su grupo universalista (no los parientes judeocristianos, unidos a los escribas) rompen las fronteras de lo puro y de lo impuro, apareciendo como socialmente peligrosos
2. Exorcismo y polémica pagana (5, 1-20). Jesús libera al geraseno, pero los habitantes de la zona (de la ciudad y los campos: 5, 14) le “ruegan” que salga de su tierra. Prefieren quedar como estaban, en equilibrio de violencia con los posesos. No aceptan la libertad de Jesús.
3. Exorcismo y polémica intra-cristiana (9, 38-41). Como representante de la “iglesia zebedea”, Juan pretende impedir que un exorcista no comunitario “expulse demonios” en nombre de Jesús: quiere edificar una estructura de poder sobre la fuerza “sacramental” de su exorcismo, poniéndose al frente de una iglesia para dominar sobre el mundo. Evidentemente, Jesús se lo impide.
4. Exorcismo cristiano. A los discípulos, que son-con-él (forman su familia), Jesús les ofrece dos tareas que en el fondo se identifican: proclamar el mensaje (keryssein) y expulsar demonios (3, 14-15; cf. unidad de ambos gestos en 1, 27). Los enviados de Jesús son exorcistas: proclaman conversión, expulsan demonios y curan a los enfermos (6, 7.12-13). Éste es su poder, éste su oficio sobre el mundo.
Consecuencia. El exorcismo es un “sacramento” difícilmente controlable en clave de institución. Para que funcione y sea eficaz tienen que “verse” sus frutos, de tal modo que aparezca como amenaza para los que quieren “controlar” la sociedad a través de sus demonios (judíos, paganos, cristianos falsos). La iglesia de Jesús responde a su llamada expulsando demonios, liberando de esa forma al ser humano.
Bibliografía
Para situar el tema en el trasfondo de Satán, según el judaísmo, cf.
P. Sacchi, L’Apocalittica giudaica e la sua storia, Paideia, Brescia, 1990, 272-297.
En perspectiva cristiana T. W. Manson, The Sayings of Jesus, London 1971, 84-87.
Sobre los “espíritus” malos y buenos cf. H. Schlier, Mächte und Gewalten nach dem NT, en Besinnung auf das NT, Herder, Freiburg 1964; C. K. Barret, The Holy Spirit in the Gospel Tradition, SPCK, London 1970; V. P. Hamilton, Satan, ABD V, 985-989.
Sobre los escribas cf. J. Trebolle, La Biblia judía y la Biblia cristiana, Trotta, Madrid 1993, 119-131; J. I. Levine, The Rabbinic Class of Roman Palestine in Late Antiquity, Jerusalem 1989; A. J. Saldarini, Scribes, ABD V, 1012-1016. No parece clara la visión de Jesús como protofariseo de H. Falk, Jesus, the Pharisee: A New Look in the Jewishness of Jesus, Paulist, New York 1985.
El judaísmo rabínico actual sigue juzgando peligrosa la actitud de los carismáticos que desde su experiencia y libertad amenazaban las instituciones sociales, legales (sacrales) de lo que G. Vermes llama respetabilidad del judaísmo: Jesús, el judío, Muchnik, Barcelona 1977, 87 (cf págs. 63-87).
Cf. también J. Klausner, Jesús de Nazaret, Paidós, Buenos Aires 1971, 369-376. Sobre el pecado (especialmente contra el E. Santo) cf. E. P. Sanders, Sin, Sinners, ABD VI, 40-47; C. Colpe, Der Spruch von der Lästerung des Geister, en Fest. J. Jeremias, Göttingen 1970, 63-69; M. E. Boring, The Unforgivable sin Logion, NT 18 (1976) 258-279; H. W. Beyer, Blasphêmeô, TDNT, I, 621-625.
He planteado de forma básica el tema en Trinidad y comunidad cristiana, Sec. Trinitario, Salamanca 1990, 45-80. Cf. también Trocmé, Formation 104-109; Mateos-Camacho, Marcos 326-355; Gnilka, Marcos I, 168-181; Pesch, Marco, I, 323-363.
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