Dom 2.6.18. Corpus Christi: Cuerpo y Sangre de Cristo, Carne unos de otros
El evangelio de Juan ha condensado la experiencia y novedad del cristianismo diciendo que “la Palabra de Dios se hizo Carne (sarx)” (Jn 1, 14).
En esa línea, siguiendo la terminología del mismo Juan (cf. Jn 6, 30-58), se puede y debe afirmar que la Palabra (=Dios) se hace cuerpo (sôma), de creyentes, en amor entregado y compartido.
No puedo precisar aquí la distinción de matices entre carne/sarx (ser humano en fragilidad) y cuerpo/sôma, (el mismo ser humano en comunión, pan compartido). Pero vinculando ambos términos, podemos afirmar que la Fiesta del Corpus (cuerpo y sangre de Cristo) es el día de la “carne” de Dios, que es carne de comunión universal.
Varias veces he tratado en este blog de la fiesta del Corpus y de la eucaristía,. Hoy quiero reformular este motivo desde la perspectiva de la Iglesia primitiva, dejando que los mismos lectores puedan sacar sus consecuencias.
La novedad del cristianismo no es una religión separada de la vida, sino la comunión de vida (carne y sangre, cuerpo) de los hombres. Por eso, ésta no es sólo la fiesta del Cristo Jesús separado, sino la fiesta de los creyentes que son (somos) que somos Carne y Sangre (Cuerpo) de Dios, siendo carne-Sangre (Cuerpo) unos de otros.
Por eso, ésta es la fiesta de la “caridad”, amor concreto, entregado y recibido, gozado y cultivado en la vida de los hombres y mujeres, en comunicación personal y en esperanza de resurrección Ésta es la fiesta de Cristo, es por tanto nuestra fiesta.
Buena fiesta del Corpus a todos.
La eucaristía en la historia de Jesús y de la Iglesia primitiva
Como saben los lectores de este blog, Jesús ha sido profeta y Cristo del pan compartido”. De esa forma ha creado una nueva familia que no se define por un tipo de ritos nacionales o sacrales, sino básicamente por la comunión del pan, a campo abierto (multiplicaciones), sin separación entre hombres y mujeres, judíos o gentiles, en la línea de eso que podemos llamar “eucaristía galilea”, centrada en la comida profana y sagrada (humana) de los panes y los peces, desde la bienaventuranza de los hambrientos a quienes se ofrece comida (Lc 6,21-22 par) hasta la bendición final del “juicio” de Mt 25,31-46 (tuve hambre y me disteis de comer)
En ese fondo, la Iglesia ha interpretado la última cena de Jesús en forma sacramental, como signo y presencia de Cristo en los creyentes. No todas las iglesias celebraron desde el principio de igual forma ese signo de la cena como rito especial, pero todas al fin lo aceptaron de un modo o de otra, de manera que ha venido a convertirse con el bautismo en sacramento bíblico por excelencia. En esa línea podría decirse que la misma Biblia es en el fondo (ante todo) un “libro sacramental” del Bautismo y de la Cena de Jesús.
De la cena de Jesús a la Eucaristía de la Iglesia
Las palabras de la cena (Mc 14, 22-15 par) retoman el sentido más profundo del mensaje y de la vida de Jesús y expresan su “donación mesiánica”, la reinterpretación de un tipo de pascua nacional judía que habían querido celebrar sus discípulos, de forma que esas palabras sólo han podido fijarse y formularse, en su forma actual (como recuerdo de Jesús y texto litúrgico), en la línea del nuevo “sacrificio” (alianza) del Reino. Así podemos decir que Jesús fundó la eucaristía a través de una larga experiencia eclesial, que se puede fijar, por comodidad, en cuatro momentos.
− Principio: Jesús celebró con sus discípulos una Cena de solidaridad y despedida, asumiendo y superando los rituales de la pascua nacional judía (cordero sacrificado), para insistir en el pan compartido (multiplicaciones) y el vino del Reino. Es probable que esa Cena tuviera un carácter dramático, y marcara una ruptura entre el ideal/camino de Jesús y la propuesta “real” de sus discípulos. En ese contexto histórico puede y debe situarse el “logion escatológico” de 14, 25, que marca el rasgo distintivo de la esperanza de Jesús, centrada en la ofrenda del vino (que no se identifica todavía con su sangre).
− Comunidades “hebreas”. Expresando su experiencia pascual, los discípulos mantuvieron y actualizaron (celebraron) el signo de la cena, centrada en el pan de la vida y, de un modo especial, en el vino de la promesa del Reino. Esas celebraciones eran momentos fuertes de experiencia pascual, centrada en Jesús resucitado, a quien sus seguidores fueron descubriendo de un modo especial al juntarse y recordarle en la mesa: en el pan compartido (signo básico de su proyecto/mensaje) y en el vino de la esperanza del Reino. En este momento, las “eucaristías” se identificaban con las mismas reuniones alimenticias de la comunidad (como sabemos por Hechos), sin que existan “celebraciones sacramentales” separadas.
− Comunidades helenistas (Pablo). En un momento dado, que sólo conocemos por Pablo (1 Cor 11, 23-26), algunas comunidades nuevas, de Jerusalén y Damasco, de la costa palestina y de Fenicia y después en Antioquía “descubren” (encuentran y despliegan) un sentido especial en los signos de la cena de memoria y despedida de Jesús, interpretando el pan como “cuerpo mesiánico” (sôma) del Cristo y el vino de la promesa del reino como “copa mesiánica” (que evoca la sangre-haima de la nueva alianza que Dios ha realizado con los hombres por Cristo).
(nota 1).
− El evangelio de Marcos recoge esa tradición (que Pablo ha “recibido” y transmitida) y la integra en la historia de Jesús, en el contexto de su cena histórica, poniendo así de relieve la afirmación central de Pablo, que había introducido su fórmula con una frase enigmática: «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan…» (1 Cor 11, 23). Sólo en el fondo de esa “entrega histórica” (que Marcos ha puesto de relieve en todo su relato de la pasión) se puede entender e interpretar el signo eucarístico del pan como cuerpo mesiánico y del vino como sangre de la alianza. Eso es lo que Marcos ha destacado al situar la eucaristía en este momento de la “entrega” de Jesús.
De esa manera, el pan y el vino aparecen en Marcos como elementos centrales (básicos) de una cena ritual que según la fórmula de Pablo debía repetirse: ¡Haced esto en memoria mía: 1 Cor 11, 25, una cena que, según el relato de Mc 14-16 (par.) debía entenderse como signo y compendio, actualización y presencia de la entrega mesiánica de Jesús. Jesús habría reunido a sus discípulos en la víspera de su pasión, para mostrarse ante ellos como iniciador de una liturgia que, situándose de hecho en un ámbito de pascua, retomaba de hecho diversas tradiciones pentecostales del pan y del vino y sobre todo la “historia” de su propia entrega por el Reino .
Jesús no ha tenido que crear los signos: estaban ahí, el pan y el vino de las grandes fiestas de las primicias, celebradas a lo largo del año, y que diversos tipos de esenios tomaban cada día, celebrando la presencia de Dios y su manifestación futura, salvadora. De esa forma ha evocado el sentido de su vida en esos signos, que pueden relacionarse con la pascua judía, pero que tienen un valor independiente, descubriendo y expresando en ellos el sentido de su entrega por el reino . Para situar mejor el tema será bueno comparar los textos de Pablo y de Marcos:
1 Cor 11, 23-25
23 Yo recibí del Señor lo que os he transmitido:
el Señor Jesús, la noche en que fue entregado,
tomó pan, 24 y dando gracias, lo partió y dijo:
– Esto es mi Cuerpo (dado) por vosotros.
+Haced esto en memoria mía.
25 De igual modo el cáliz, después de cenar diciendo:
– Este cáliz es la Nueva Alianza en mi Sangre.
+Haced esto… en memoria mía
Mc 14, 22-24
22 Y estando ellos comiendo, tomando pan, bendiciendo, lo partió y se lo dio y dijo:– Tomad, esto es mi Cuerpo.
23 Y tomando (un) cáliz, dando gracias, se lo dio y bebieron todos de él. Y les dijo: −Ésta es la sangre de mi alianza derramada por muchos.
Las palabras de Pablo están incluidas en un contexto de “celebración ritual” de la Iglesia. Marcos, en cambio, las entiende y presenta como conclusión y compendio de todo el evangelio. Lo que Jesús comenzó a realizar, proclamando su mensaje (1, 14-15), lo culmina y ratifica ahora, al identificar veladamente el Reino de Dios con su propia vida entregada como pan y vino, para formar la nueva comunidad mesiánica.
Pablo afirma que él ha recibido “del Señor” (egô de parelabon apo tou kyriou) la “tradición eucarística” que ha transmitido a los corintios (ho kai paredôka hymin), apareciendo así como “portador de una tradición propia”, de manera que puede ofrecer y ofrece una formulación nueva de la “Cena del Señor” (kyriakon deipnon: 1 Cor 11), de manera que no se limita a transmitir simplemente algo que la comunidad anterior ya decía, sino que ofrece a los corintios algo que él mismo “ha recibido del Kyrios”, por revelación pascual.
No repite, por tanto, sin más, lo que hizo el Jesús de la historia (aunque eso está al fondo), ni repite sin más lo que han dicho otros cristianos anteriores, sino que está ofreciendo su propio testimonio pascual, que va en contra de aquello que realizan en Corinto algunos grupos de cristianos que se enfrentan y dividen entre sí por la forma de “celebrar” las comidas comunitarias (1 Cor 11, 17-23). En contra de la praxis de esos “corintios ricos” (que comen mientras otros pasan hambre), él quiere que la Cena del Señor unifique a todos los creyentes en la cena pascual de Jesús. En esa línea resulta esencial la referencia a la “noche de la entrega”. Eso significa que el Señor de la Cena (cuyo cuerpo-sangre se hace presente en el pan-vino) es el mismo Jesús entregado por los hombre, por el Reino.
(nota 2).
(a) Mc 14, 22b. Principio eucarístico, el pan de la cena.
Este signo (y tomando el pan…) retoma y actualiza el gesto de las multiplicaciones (cf. 6, 30-44; 8, 1-10), que los discípulos no habían entendido (cf. 8, 21). Ahora deberían comprender, aunque veremos por 14, 27-72 que tampoco han entendido, cuando Jesús les dice claramente que el pan es su cuerpo:
− Tomando pan (arton). De los panes y peces del campo, que expresaban el gozo mesiánico del pueblo que se unía y saciaba en la comida, pasamos al mismo Jesús que, dando el pan, se da a sí mismo, para crear de esa manera el cuerpo mesiánico. Entre las multiplicaciones y la eucaristía se establece un camino de ida y vuelta: sólo se multiplica el pan allí donde el creyente entrega su vida por los otros, volviéndose comida y creando comunión con (para) ellos (como hace Jesús). El signo central de la pascua judía era el cordero sacrificado y compartido en familia de puros. La pascua cristiana se centra en el pan que Jesús ofrece a todos, ofreciéndose él mismo por ellos.
− Lo bendijo, lo partió y se lo dio. Es evidente que al fondo de ese signo se halla el gesto de un padre de familia (o representante de grupo) que, presidiendo la mesa, pronuncia la oración y reparte el pan. Pero aquí se actualiza también el recuerdo de las multiplicaciones de Jesús que toma los panes, bendice a Dios, los parte… (6, 41; 8, 6). De todas formas, en medio de la continuidad hay una profunda diferencia. Antes, en las multiplicaciones, Jesús daba el pan a los discípulos para que lo repartieran a la muchedumbre, en gesto de servicio. Ahora les ofrece su propia vida como pan, para que ellos coman, creando con él una comunidad somática (un cuerpo).
−Y dijo: tomad. Ha desaparecido el cordero como principio de unidad y comunión del pueblo y en su lugar aparece Jesús con un pan en las manos. Ya no pronuncia una palabra y signo de sacralidad exterior, como si un cordero fuera expresión y presencia de Dios, sino que el “sacrificio” se identifica con su misma vida compartida (como dirá en otro contexto la carta a los Hebreos). La sacralidad mesiánica se expresa en su misma vida, simbolizada en un pan, que es su cuerpo regalado (labete, tomad) a sus discípulos. No vincula a los hombres y mujeres con palabras de doctrina, ni con ideales de pura esperanza sino con el pan de su vida entregada .
(nota 3)
− Esto es mi cuerpo (sôma). Jesús personaliza la experiencia del pan, cuya importancia aparece con toda claridad en las multiplicaciones (Mc 6, 35-44 y Mc 8, 1-11), diciendo: «Esto (=el pan que llevo en mis manos) es mi propio cuerpo», mi verdad, el sentido de mi vida. Gramaticalmente el sujeto puede ser la última palabra de la frase, de manera que podemos traducirla: «Mi cuerpo (=mi vida mesiánica, mi reino) es este pan que llevo en la mano y que os doy para que lo compartáis». La mujer del vaso de alabastro había perfumado (ungido) el cuerpo de Jesús para la sepultura, es decir, para la entrega hasta la muerte, en clave de anuncio de evangelio y experiencia pascual (14, 8). Jesús ofrece ahora su cuerpo en el signo del pan que se parte (se entrega y comparte) a fin de que los suyos se vinculen a su vida, pues ella se ha vuelto principio de unidad para los humanos. Allí donde se asume y recorre el camino de Jesús quedan vencidas, rotas, las barreras que dividen a hombres y mujeres, puros e impuros, enfermos y sanos, judíos y gentiles .
De esa forma, en proceso de fuerte identificación mesiánica, Jesús mismo aparece como realidad y sentido (contenido y soporte personal) de su mensaje mesiánico, en forma de pan repartido y compartido. El signo del pan es la verdad más honda de su vida. Por eso, en el momento final de su entrega, él ha podido identificarse con el pan que ofrece a quienes le traicionan, superando el modelo mesiánico centrado en los Doce de Israel y fundando la iglesia sobre el signo de su cuerpo convertido en fuente de existencia (encuentro) para todos los hombres.
Ésta es la señal que los fariseos discípulos no entienden (cf. Mc 8, 11-21), el sacramento mesiánico: lo que Jesús ha hecho en Galilea (multiplicaciones) se cumple así en Jerusalén. Lógicamente, los discípulos tendrán que volver a Galilea tras la pascua reasumiendo el camino del pan multiplicado.
Ciertamente, las palabras de Jesús (¡esto es mi sôma, mi cuerpo!) pueden situarnos en un ámbito sacral que parece más helenista que judío. Pero, dicho eso, debemos añadir que ellas son universales y que deben interpretarse desde el fondo mesiánico judío del mensaje y de la vida de Jesús. Nos hemos acostumbrado a ellas, de manera que apenas nos causan extrañeza, porque las entendemos como una formulación sacral separada de la vida concreta de los hombres. Pero, al situarlas en el centro del camino anterior de Jesús, descubriremos que ellas (¡este mi Cuerpo!), con el gesto que implican (partir y compartir el pan), son la culminación mesiánica (universal) del camino de Jesús, que ha “entregado”, que “ha dado” su vida/cuerpo por vosotros, es decir, por todos .
(b) Mc 14, 23-24. Profundización eucarística, el cáliz
Marcos ha hablado ya del cáliz como “bautismo de vida”, es decir, como muerte a favor del Reino (cf. 10, 35-45). En ese contexto, él ha añadido que Jesús, Hijo del Hombre, «ha venido a servir a los demás y a dar su vida (psykhê) como redención por muchos (anti pollôn)» (10, 45). Desde ese fondo entiende el signo del vino, interpretado como “sangre” en el sentido radical de “vida” (Gen 9, 4-5; Lev 17, 11.14; Dt 12, 23). Por eso (a diferencia de Pablo), él identifica el cáliz con la sangre (vida) de Jesús y no sólo con su alianza:
− Tomando (un) cáliz (potêrion)… Cáliz es el utensilio (copa o vaso), y también la bebida que esa copa contiene, en palabra que Mc 7, 4 empleaba para resaltar la exigencia de limpieza interior contra un tipo de legalismo externo. Preguntando a los zebedeos si estaban dispuestos a beber el cáliz que él iba a beber (cf. 10, 38-39), Jesús lo relaciona con la entrega de la vida. Más tarde, el relato de Getsemaní (14, 36: (¡aparta de mí…!) presenta el cáliz como expresión dolorosa de fidelidad hasta la muerte. Esta palabra (poterion) puede traducirse también de un modo menos sacral (copa), pero en cualquier caso implica una experiencia de solidaridad y entrega de la vida, destacando también el aspecto de amistad y alegría que está al fondo de ella, como supone Sal 116, 5: El Señor es mi Copa…
− Dando gracias, se lo dio. Jesús interpreta su vida como copa/cáliz que ofrece y comparte solidariamente, de forma que todos beben de ella y se comprometen a participar en su destino. En este contexto, beber su cáliz significa asumir el riesgo y entrega de su evangelio, en generosidad o donación hasta la muerte. Se trata, evidentemente, de un cáliz de vino, de fiesta gozosa, abundante. Ha querido Jesús que su recuerdo quede vinculado a una celebración intensa: frente al pan y peces de la multiplicación (comida diaria) ha destacado la bebida de la fiesta gozosa de su comunidad en este día especial de su despedida .
− Y bebieron todos de él, en gesto de participación. Por un lado se dice que bebieron todos, sintiendo en sus labios el gozo y la fuerza del vino, en contra de una liturgia posterior, muy formalista que, simplificando y jerarquizando el rito, ha reservado el vino para el presidente, oscureciendo así aquello que Jesús quiso. Por otro lado añade, además, que bebieron de él, del mismo cáliz, una gran copa que vincula a los participantes. Es vino que Jesús les da y que ellos reciben y comparten, asumiendo su camino. No hace falta decir más: éste es el vino de Jesús, la copa de su fiesta; por eso, quienes participan de ella se comprometen a buscar y recibir el Reino. Por eso, el texto dice que “bebieron todos” (es decir, los que iban a negarlo, abandonarle o entregarle: cf. 14, 17-21. 26-31).
− Y les dijo: ésta es la sangre (haima) de mi alianza (mou tês diathêkês). El texto se puede traducir de dos maneras.
(a) Ésta es la sangre mía de la alianza, uniendo mou (mía) con haima (sangre), para destacar la novedad de la sangre de Jesús, como suponiendo que la alianza resulta conocida (sería la misma de Ex 24, 8) y que la novedad es la sangre.
(b) Es la sangre de mi alianza, uniendo mou con diathêkês, para destacar así la novedad de la alianza de Jesús (en una línea más cercana a Pablo). Sea como fuere, la sangre de la alianza de Jesús no es fuerza biológica de generación (como la de Abrahán, y los Doce patriarcas, con sus descendientes carnales), pues ella supera de una vez y para siempre la sacralización de los aspectos nacionales o raciales de la vida. No es tampoco la sangre ritual de los sacrificios (de los animales muertos), pues Jesús transciende ese nivel sacrificial vinculado al templo (ha rechazado los sacrificios de animales), sino la sangre de la alianza que él realiza vinculando en su camino a los marginados de Israel y a los malditos (enfermos, pecadores) de la tierra .
− Derramada por muchos. Se repite así, en este contexto, aquello que Jesús había dicho del cáliz que él había de beber (10, 38), dando su alma/vida (psykhê) como redención por muchos (lytron anti pollôn: 10, 45). Ahora añade que el cáliz que ofrece a sus discípulos es la sangre de su alianza, derramado hyper pollôn, en favor de muchos, que podemos traducir «por todos» (abriendo así la comunidad cristiana al conjunto de la humanidad), a diferencia de Pablo, que decía que el pan es el cuerpo por vosotros (hiper hymôn, es decir, por los miembros de la comunidad). El Jesús de Pablo habla a su iglesia, en un contexto litúrgico, y dice que el pan/cuerpo es “por vosotros” (¡sin negar que pueda ser también por todos!). El Jesús de Marcos habla, en cambio, en un contexto biográfico más amplio, afirmando que la sangre de Jesús se derrama (ofrece) «por muchos», un término que puede entenderse desde una perspectiva cerrada (los muchos o numerosos son en Qumrán los miembros del propio grupo, el resto puro de Israel), pero también desde una perspectiva abierta (los muchos son todo Israel y toda la humanidad a la que Dios ofrece en Jesús la nueva alianza, como puede verse al fondo de Is 53-54).
Derramar la sangre significa dar la vida, cumpliendo aquello que en anticipación profética habían anunciado los vaticinios de la pasión (8, 31; 9, 31; 10, 32-34), tal como habían culminado en 10, 45. Jesús ha muerto (¡según el texto va a morir!) para instaurar de esa manera su alianza, que marca la vinculación mesiánica de Dios con su pueblo a través del mensaje y de su vida/muerte de Jesús. El descubrimiento del valor y la celebración del sentido de esta alianza, a través del cáliz de la cena constituye (como he venido diciendo) una de las aportaciones básicas del cristianismo helenista (de Pablo), que ha interpretado así la presencia de Cristo en la “fiesta” de la comunidad .
El pan era sôma, cuerpo mesiánico de Jesús, construido por (y centrado en) ese pan compartido, superando las limitaciones de un tipo de judaísmo que quería centrarse en la comida limpia, entre los miembros puros de la comunidad. Siguiendo en esa línea, según muchos judíos, el cuerpo o familia se fundaba en la solidaridad biológica (semen, sangre engendradora) y en la vinculación sacrificial, que se conseguía a través de la sangre animal, vertida en nombre y para unión del pueblo (conforme a los rituales del Levítico).
Pues bien, en contra de esa solidaridad biológica, la fuerza unificante del pueblo de Jesús, centrado en torno al pan de las multiplicaciones (para todos), se expresa a través de la sangre de su alianza (haima mou tês diathêkês), es decir, de su vida ofrecida (derramada) por muchos. Precisamente allí donde ellos van a entregarle y/o abandonarle, Jesús les ofrece su vida (sangre) para así formar un cuerpo (comunidad), que es para muchos, para todos.
Nota 1: De un modo sorprendente, Pablo afirma que él “ha recibido del Señor” (parelabon apo tou Kyriou: 1 Cor 11, 23) la “identidad y sentido” de la Cena, que el mismo Señor le habría revelada, en una línea de tradición comunitaria que proviene de los helenistas de Hch 6, y que desemboca de alguna forma en e mismo Pablo.
(a) En un sentido, al afirmar que ha recibido la tradición eucarística “del Señor”, Pablo podría estar pensando que él ha sido el “descubridor”, propagador, de esa visión de ña eucaristía, en la que el pan aparece como “sôma” mesiánico y la copa como cáliz de la alianza nueva, en la sangre de Jesús.
(b) Pero, en otro sentido, conforme al sentido de la tradición, se puede afirmar que Pablo ha “recibido” esa experiencia litúrgica a través de la misma comunidad helenista, que se la ha transmitido como palabra o tradición del Señor, de manera que él actúa como transmisor de una tradición eucarística propia de la comunidad helenista. Esa formulación eucarística, que puede llamarse paulina (o quizá mejor antioquena, por el lugar desde donde parece haberse propagado desde el año 40-50 d.C.) es la que se ha impuesto después, de alguna forma, en todas las iglesias. Según ese modelo, la Cena del Señor tiende a separarse de la comida diaria (con pan y peces), para convertirse en ritual del pan y el vino sagrado.
(Nota 2) Pablo emplea esa misma palabra (recibí, parelabon) en otras dos ocasiones muy significativas.
(a) En esta misma carta, cuando afirma que ha transmitido a los corintios lo que había recibido (también con parelabon), pero sin añadir “del Señor” (apo tou kyriou), refiriéndose a la proclamación pascual (que Cristo había muerto, que había sido enterrado, que resucitó, etc.: 1 Cor 5, 3), suponiendo así que esa “recepción” había podido tener unos mediadores humanos.
(b) En el otro caso, de fondo más polémico, asegura que él no ha recibido (parelabon) el evangelio a través de los hombres, sino por revelación de Jesucristo (Gal 1, 12). Ese mismo puede ser el sentido que él ha dado a esa palabra (parelabon) en el caso que nos ocupa (eucaristía): lo que él dice no lo ha recibido simplemente de los hombres, sino “del Señor”, es decir, por revelación de Jesucristo (1 Cor 11, 23).
Jesús no necesita un signo enigmático o difícil. De la historia de su pueblo (y de los pueblos de occidente) le ha llegado el pan, que ha estado siempre en el centro de sus gestos y mensaje (multiplicaciones, Padrenuestro, tentaciones….), pues ha sido profeta del alimento compartido. Con el pan en la mano le hallamos ahora, completando el gesto de la mujer del vaso de alabastro (que llevaba perfume en su mano). No necesita cordero pascual y tampoco se dice que tome los ázimos “santos”. Como hemos indicado, pensamos que la Última Cena de Jesús no fue en la vigilia de Pascua, sino la noche anterior, de manera que pudo celebrarse con panes normales, pues la semana de los ázimos comenzaba con la fiesta de pascua; en esa segunda línea se sitúa la tradición de la iglesia oriental, que emplea pan fermentado, a diferencia de la occidental, que prefiere los ázimos par la eucaristía. Sea como fuere, Jesús aparece, al fin de su vida, como mesías del pan en la mano, presidiendo una comida de amistad, que debe abrirse desde sus discípulos a todos los humanos.
(Nota 3) Este signo (partir y dar el pan) es anterior a las palabras de “institución”, y puede entenderse como gesto universal de bendición y fraternidad, que se encuentra vinculado a la multiplicación de los panes… (cf. Mc 6, 41; 8, 6). Jesús no tiene que inventarlo, pues el gesto existe y es bueno. Frente al signo de guerra (que es luchar para arrebatarse el pan), frente a la envidia y competencia que divide a los hermanos, se eleva aquí Jesús, realizando el signo mesiánico supremo: Bendice a Dios, que se revela precisamente allí donde los hombres comparten la vida, el alimento. Por eso, él parte el pan, lo ofrece…. De esa forma marca el sentido de su mesianismo. Hasta ahora, los humanos, especialmente en occidente, hemos aprendido a producir, sabemos crear bienes; pero no hemos aprendido a compartir (partir y dar), en gesto de bendición, regalo de la vida. Esta es la enseñanza suprema del Mesías Jesús, este su signo.
No les arroja el pan, no les obliga a comer en silencio, no se impone sobre ellos empleando el alimento (como quiso el Diablo de Mt 4 y Lc 4). Por el contrario, al ofrecerles el pan, Jesús les habla, les invita de una forma personal, como seres capaces de entender y acoger su gesto. No empieza exigiéndoles un tipo de pureza, no les separa del mundo, para que así puedan comer el puro pan de las comidas sagradas del pueblo elegido (en la línea de muchos grupos esenios, especialmente de Qumrán). No les pone ninguna obligación, sino que quieran acoger, recibir con gozo y libertad, el pan, para así vincularse en fraternidad (alianza) de reino.
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