Suplemento del Cuaderno n. 207 de CJ – (n. 241)
Papeles Cristianisme i justicia
En Occidente vivimos momentos de grandes concierto. El modo en que nuestra sociedad afronta este desconcierto alimenta un populismo de tics autoritarios y refuerza las políticas que tienden al proteccionismo económico. ¿Es el repliegue y la búsqueda de seguridad, de soluciones fáciles y rápidas, la manera de construir alternativas a la crisis que atravesamos? El pacto social sobre el que se construyó el orden liberal se ha roto. La etapa que se inició recién terminada la guerra fría llega a su fin, y da lugar un proceso de desglobalización que pone el acento en el repliegue a nivel político, social y cultural. ¿Qué capacidad tenemos de crear nuevos consensos globales que no signifiquen una búsqueda del interés particular sino de un bien común universal?
El desconcierto frente a las expectativas económicas frustradas A causa del proceso de globalización, las clases medias han visto frustradas las expectativas de mejora de sus condiciones de vida y de sus derechos sociales. Economistas como Branko Milanovic (GlobalInequality, 2016) han explicado con claridad cuáles han sido los ganadores y los perdedores de la globalización económica.
Desde los años ochenta los salarios de las rentas medias han quedado estancados, lo que ha incrementado cada vez más la desigualdad interna en los países y polarizado económicamente la sociedad.
En España, por ejemplo, la crisis y las sucesivas reformas laborales han precarizado las condiciones de trabajo hasta el punto que tener un empleo no supone ninguna garantía para salir de la crisis o para no caer en ella. Esto configura una nueva clase social que, aun estando integrada por individuos que poseen todo tipo de capacidades y potenciales, no pueden desarrollarlos por la falta de oportunidades.
Pero lo más preocupante es que estas expectativas sociales en descenso no pueden nutrirse de un nuevo relato o de un horizonte que permita atisbar un cambio de la situación presente. Justo ahora estamos empezando la denominada «cuarta revolución industrial», que todavía afectará más las condiciones de vida y trabajo de la población.
Algunos estudios pronostican que una tercera parte de los trabajadores europeos verá su empleo amenazado por la competencia de los robots.
Como ya hemos dicho, se está resquebrajando un contrato social basado en la promesa de un posible ascenso y mejora dentro de la escala social. Un contrato, debe decirse, que se basaba también en la desigualdad, pero que con el actual escenario añade a la desigualdad existente nuevas formas de exclusión y un agravamiento de la dualización social con la progresiva desaparición de la clase media.
El desconcierto ante una política vacía de poder
El divorcio entre poder y política que tan bien ha descrito Zygmunt Bauman (Tiempos Líquidos, 2008) ha anulado la capacidad del ámbito institucional de fijar reglas y límites a unos problemas que hoy tienen una clara dimensión transnacional (movilidad humana, ecología, fiscalidad, etc.).
Por un lado, la democracia es aceptada resignadamente como el menos malo de los sistemas políticos, una democracia a la cual no se quiere renunciar pero que cada vez está más vacía de contenido. Por otro lado, existe una clara hostilidad hacia la gestión política y sus actores e instituciones. La política no solo no se siente capaz de generar suficiente credibilidad y confianza, sino que está perdiendo esta capacidad de manera preocupante y, con ello, todo su sentido. Cabe sumar a lo anterior, especialmente en el caso español, el fenómeno de la corrupción, que incrementa el sentimiento de rechazo hacia la política y los políticos por parte de la ciudadanía.
En el último año el fantasma del populismo se ha manifestado con gran fuerza. El populismo es una estrategia política para obtener y retener el poder apelando a un «nosotros contra ellos». El caso Trump en Estados Unidos resulta paradigmático: cómo, desd una apelación al «pueblo» y a las víctimas de la globalización y la democracia tradicional, gobierna con políticas fiscales, migratorias y medioambientales regresivas, síntoma del fracaso de las propuestas que provenían sobre todo de los partidos socialdemócratas y de la izquierda tradicional en general.
Todo ello se traduce en una mayor desafección social hacia las instituciones democráticamente representativas, ya que se percibe esta ausencia de poder y la connivencia
de las élites con un sistema que en lugar del bien común se ocupa de los intereses privados. A resultas de ello las elecciones se convierten más en un espacio de protesta que no de propuesta, y en las que se vota en clave de castigo, lo cual da lugar no pocas veces a resultados inesperados, sorprendentes, desconcertantes.
No se nos escapa que, en parte, esta crisis de la política está en la base de la crisis territorial que vive España. El conflicto político catalán reúne bastantes elementos de la crisis democrática de desafección institucional, a los que se une la necesidad de la ciudadanía de abrazar propuestas que colmen el futuro político con horizontes ilusionantes. Lamentablemente, la gestión de este conflicto no ha profundizado en el diálogo sino en la polarización, con estrategias que han comportado, por un lado, actuaciones de judicialización del conflicto y, por el otro, de desobediencia institucional.
El desconcierto ante el sinsentido y una identidad amenazada
Cada atentado terrorista en el corazón de Europa es una nueva semilla de miedo en el corazón de todos nosotros. Vivimos asustados ante un peligro difícil de definir y de entender. De nada sirve conocerlo y saber que se trata de una amenaza global y que la gran mayoría de atentados y víctimas se producen fuera de nuestras fronteras. Blindar la seguridad de nuestro territorio se ha convertido en una de nuestras prioridades y preocupaciones.
Uno de los argumentos reaccionarios que buena parte de la población ha asumido para combatir este miedo ha sido el rechazo al extranjero y la defensa de una supuesta identidad europea homogénea. El mensaje xenófobo está calando: realiza un diagnóstico fácil y perverso de la situación y proyecta una forma de gobierno que rompe con una tradición liberal occidental y refuerza el esencialismo cultural. No solo la cuestión migratoria genera una crisis de identidad, sino que también lo hacen factores como la secularización, que dificulta la búsqueda de propuestas con sentido en una sociedad altamente utilitarista y materialista; la devaluación de la memoria histórica, que nos lleva a un presentismo que no sabe integrar el valor de la educación y la salud, y los profundos cambios generacionales. Vivimos tiempos de pluralismo cultural, que supone tanto un tesoro y una riqueza como un verdadero reto.
Tal como constatábamos recientemente, (1) en numerosos estados los partidos de la nueva derecha determinan de manera creciente el día a día político. Los movimientos de Le Pen, el bloque flamenco, el FPÖ austríaco y, más recientemente, la AFD alemana, construyen su discurso contra las vulnerabilidades de la democracia liberal y del proyecto de paz de la Unión Europea.
Estos partidos no han surgido de la nada, sino que son uno de los frutos del vacío moral que en buena medida la ideología neoliberal ha transmitido los últimos años. Ante este desconcierto, ¿cómo construimos relatos de esperanza?
La globalización es una realidad ineludible que amenaza a la igualdad y la democracia y que ha terminado por generar nuevas formas de violencia y terror. No defendemos generar procesos «desglobalizadores» sino proponer una globalización alternativa sobre unos nuevos principios que se afiancen en la preocupación por la justicia universal tradición; la uniformización de la sociedad provocada por el consumismo de masas; la mercantilización de espacios hasta ahora blindados a la lógica de mercado, como la instrumentales, técnicas o, incluso, de mínimos, sino que nuestro horizonte debe estar marcado por la construcción de una sociedad más justa cuyo criterio de «progreso» no sean las cifras macroeconómicas sino la situación de los excluidos y de los que están más abajo en la escala social. Podemos citar aquí a Hölderlin cuando afirma que «allí donde crece el peligro, crece también aquello que nos salva». Lo nuevo y alternativo surge, siempre que no nos venza el miedo, en situaciones de incerti -dumbre y complejidad, situaciones que nos obligan a replantearnos lo más fundamental: ¿qué entendemos por desarrollo?, ¿qué significa hoy el bienestar?, ¿de qué manera buscamos la felicidad? Son preguntas que no debemos dejar de plantearnos ni renunciar a contestarlas comunitariamente. Tenemos que conseguir ponernos de acuerdo en qué es bueno para nuestra vida, teniendo siempre como criterio que solo será bueno para mí aquello que también contribuye a mejorar la vida de la mayoría de las personas.
Las razones para defender la construcción de nuevos relatos alternativos y de esperanza se resumen en tres:
1) Es necesaria porque –con distintas intensidades– en nuestro mundo existe un conflicto del capital contra la vida. Lo constatamos sobre todo cuando observamos los rostros de las víctimas o cuando medimos el impacto medioambiental. Debemos romper con el paradigma tecnocrático, que domina la economía y la política, basado en el crecimiento, la dominación y la explotación tanto de los humanos como del planeta que sostiene la vida.De este modo lo ha expresado el papa Francisco, uno de los líderes mundiales que mejor ha entendido qué significa hoy apostar por el bien común.
2) Es deseable porque vivimos en un sistema injusto. Creemos firmemente que los seres humanos tenemos convicciones, impulsos éticos e ideológicos y emociones que persiguen hacer más digna y mejor la vida. De ahí la necesidad de generar transformaciones en nuestra conciencia individual que contribuyan a promover cambios a nivel colectivo, y viceversa. Como no somos seres aislados, las dos dimensiones se retroalimentan.
3) Es posible porque, a través de la acción social, económica, política y cultural, las personas y comunidades pueden transformar la realidad. El futuro no está escrito. Hay experiencias que demuestran que se puede vivir y hacer política y economía de otra forma. Hay marcos de resistencia y de transición. (2) Desde este entramado de experiencias constatamos que, en la pequeña escala, lo alternativo es posible y necesario, pero no es suficiente. El siguiente paso será construir narrativas que doten de sentido este cambio, lo amplíen y lo impulsen a una escala cada vez más global. Hacemos esta propuesta con sincera humildad porque, aunque no tengamos todas las respuestas, sí tenemos claro cuál debería ser el punto de partida: transitar de un sujeto egocéntrico y de una libertad entendida como contraria a la libertad del otro a un sujeto maduro, comunitario y a una libertad que sea la garantía de la libertad del otro.
Solo partiendo de este punto venceremos el miedo y no precisaremos abrazar proyectos mesiánicos y salvadores, pero a la vez autoritarios y amenazadores, de los derechos más fundamentales, sino que construiremos paso a paso el mundo nuevo que tanto deseamos.
Cristianismo y Justicia3
Imprime: Ediciones Rondas SL – ISSN: 1135-7584 – DL: B-45397-95
Schelkshorn, Hans (2017). Cristianismo y nueva derecha en Europa. Barcelona: Cristianisme i Justícia.
Papeles CJ, núm. 238.
Sanz, Jesús (2017). Cómo pensar el cambio hoy. Barcelona: Cristianisme i Justícia. Cuadernos, núm. 203.
Reflexión elaborada por el Consejo Directivo de CJ partiendo de las conclusiones de la mesa redonda «La gran prueba del crecimiento de las desigualdades y los nuevos populismos autoritarios» que tuvo lugar dentro de la II Jornada de actualización del debate fe-justicia en Barcelona el mes de junio de 2017. La mesa contó con las ponencias de Josep Miralles (CJ), Mary Tere Guzmán (Alboan) e Ignacio Sepúlveda (Universidad Loyola Andalucía).
Fuente Cristianismo y Justicia
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