“La tarea de la Iglesia en este momento”, por José Mª Castillo, teólogo
Es un hecho que estamos viviendo un tiempo demasiado convulso, inseguro, incierto. No hablo sólo de España. Me refiero a la cantidad de malas noticias que nos llegan a todas horas. Hasta el extremo de que cuando el progreso científico, tecnológico, industrial es mayor, también es mayor el desorden, el miedo, la inseguridad y, sobre todo, el sufrimiento que tienen que soportar millones de seres humanos, en este “mundo desbocado”, como lo definió el conocido sociólogo Anthony Giddens, al referirse al hecho patente de la “globalización”.
Así las cosas, yo me pregunto ¿cuál tendría que ser la tarea principal de la religión y, por eso, de la Iglesia en este momento?
Está visto que no basta con mantener las prácticas religiosas, las ceremonias sagradas, las normas y costumbres de siempre. Todo eso, hasta ahora, no ha servido para hacer más soportable – y menos aún para mejorar – la vida tan desagradable que la mayoría de la humanidad tiene que aguantar. Y hablo, no sólo de los pobres. De sobra sabemos que las clases medias se van debilitando y hasta los privilegiados de la sociedad se ven enfrentados a problemas y situaciones que, hace tan solo unos años, no se podían imaginar.
Insisto en lo que he dicho. La religión que se limita a perpetuarse no arregla este mundo. ¿Qué hacer, entonces?
Desde hace unos años, le vengo dando vueltas al proyecto en torno al “humanismo”, la “humanización” o simplemente la “humanidad”. Sobre estos temas, he publicado varios libros. Que me parece que son provechosos para no pocas personas. El cristianismo enseña que, para salvar al mundo, Dios “se humanizó”. Eso, y no otra cosa, es lo que los cristianos llamamos el Misterio de la Encarnación. Pero ¿basta con eso?
Hace poco más de dos años, el profesor Yuval Noah Harari, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, publicó un libro que se ha hecho famoso rápidamente: Homo Deus. Breve historia del mañana (Barcelona, Penguin, 2016). En este libro se propone el ideal del “humanismo”. Pero el mismo autor reconoce los defectos que entraña este proyecto. Lo podemos ver “en las salas de los hospitales geriátricos. Debido a una creencia humanista intransigente en la sacralidad de la vida humana, mantenemos a personas con vida hasta que llegan a un estado tan lamentable que nos vemos obligados a preguntar: “¿Qué es exactamente tan sagrado aquí??” Debido a creencias humanistas similares, es probable que en el siglo XXI empujemos a la humanidad en su conjunto más allá de sus límites. Las mismas tecnologías que pueden transformar a los humanos en dioses podrían hacer también que acabaran siendo irrelevantes. Por ejemplo, es probable que ordenadores lo bastante potentes para entender y superar los mecanismos de la vejez y la muerte lo sean también para reemplazar a los humanos en cualquier tarea”.
Entonces, ¿qué tarea tenemos ante nosotros? Sin duda alguna, ante todo, remediar el sufrimiento, hacer más soportable esta vida, ser más humanos y buenas personas. Eso – en lo que pueda cada cual – está a nuestro alcance. ¿Por qué el Papa Francisco es un hombre tan importante, en un mundo que es cada día menos religioso? Sencillamente, porque en este Papa se juntan dos cosas, que están al alcance de todo el que se proponga hacerlas suyas y llevarlas adelante: 1º. Ser profundamente humano sobre todo con los más débiles y desgraciados. 2º. Ofrecer y contagiar esperanza. Una esperanza que quizá no sabemos definir. Pero es esperanza. Y la esperanza amplía siempre el horizonte del futuro.
A mí me parece que ésta es la tarea más importante de la Iglesia en este momento. ¿Qué no lo resuelve todo? Por supuesto. Pero, en todo caso, lo que no resuelve nada (o empeora las cosas) es quedarnos como estamos. O, a lo más, dedicarnos a discutir sobre el sexo de los ángeles.
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