Mari Paz López Santos
Madrid.
ECLESALIA, 27/04/18.- ¿Voy o no voy?, me pregunté. Si voy, lo pasaré mal, seguro. Me di un tiempo para pensar. Fui.
La tarde, gris y lluviosa, no animaba a salir de casa. Por los pasillos del metro en el cambio de línea, escuché: “Imagine all the people living life in peace…”, la canción de John Lenon. Me paré ante el músico y esperé atenta a que acabara la canción: “Imagina a todo el mundo viviendo el día a día”, “imagina que no hay países”… “nada por lo que matar o morir”… “imagina a toda la gente del mundo viviendo la vida en paz”… “imagina que no hay posesiones”… “imagina a todos compartiendo el mundo”…”espero que algún día te unas a nosotros y el mundo será sólo uno”.
Le di las gracias por estar ahí compartiendo su música y concretamente “Imagine”, y unas monedas por su trabajo y su arte.
Fui a ver el infierno. No el de Dante, poético y literario, sino el que ocurrió en Auschwitz “no hace mucho, no muy lejos”. Este es el título de la exposición que se presenta en el Centro de Exposiciones Arte Canal de Madrid. Al consultar la web me sorprendió gratamente el que recomendaran hacer una visita silenciosa por respeto al tema que trata.
Todos conocemos imágenes, libros, películas, etc. que nos han mostrado el horror de lo que fue Auschwitz, pero esta exposición me acercó al misterio del Mal. He visto fotos de quienes han visitado el campo en persona, como las del Papa Francisco; estar allí debe ser lo más sobrecogedor, pero esta exposición me adentró en el terrible y enorme potencial del ser humano para llevar el Mal al extremo. La sofisticación y refinamiento del ejercicio del Mal en su esencia más profunda.
Tiempo y silencio (fui sola a la exposición y no quise auriculares) me introdujeron sobrecogida en lo que el ser humano puede llegar a hacer si las condiciones de respeto, empatía, solidaridad, fraternidad y amor al prójimo, dejan paso al poder sin cortapisas y a la política sin ética que, sin escrúpulos y utilizando herramientas letales como la mentira, la desinformación, la manipulación, la corrupción, la avaricia, la prepotencia y el desprecio absoluto por la vida y los derechos humanos, da paso a una locura colectiva bien diseñada y masivamente aceptada. ¡La Humanidad en peligro!
No hace mucho que sucedió Auschwitz y no muy lejos… ahí mismo, en el centro de Europa. Una especie escalofrío existencial fue mi respuesta callada y aceptar interiormente el compromiso de reflexionar sobre el hecho mismo, aunque duela e inquiete. Y no olvidar, porque el Mal circula desde el origen del mundo, cada vez más capacitado para destruir masivamente.
Para que quede más claro lo que quiero decir con la sensación de escalofrío existencial, transcribo un texto de Primo Levi (“La Tregua”, Turín, Einaudi, 1963; texto leído en un panel de la exposición y recogido del catálogo), superviviente de Auschwitz, sobre la impresión de los primeros que llegaron a liberar el campo:
“Cuando (los soldados soviéticos) llegaron a la alambrada no nos saludaron ni sonrieron. Parecían oprimidos, más que por la compasión, por la cohibición desconcertada que les sellaba los labios y les clavaba los ojos a aquella escena fúnebre. Era la misma vergüenza (…) que siente el hombre justo ante los crímenes cometidos por otros, el remordimiento que producen la existencia misma de esos crímenes y el que hayan sido introducidos de manera irrevocable en el mundo de las cosas que existen”.
Todo en Auschwitz estaba organizado para aniquilar la dignidad humana. Decía Viktor Frankl en su libro “El hombre en busca de sentido” (Ed. Herder), él también superviviente de Auschwitz:
“El prisionero que perdía la fe en el futuro -en su futuro- estaba condenado. Con la pérdida de la fe en el futuro perdía, asimismo, su sostén espiritual; se abandonaba y decaía y se convertía en el sujeto del aniquilamiento físico y mental”.
Pero también dentro de aquel infierno había quienes eran como esas pequeñas flores que crecen en medio de la basura. A ellos se refiere Viktor Frankl en su libro:
“Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino”.
Muchos arriesgaron y perdieron la vida implicándose en dejar imágenes de lo que sucedía dentro del campo. Creo que sin fotografías hubiera sido imposible creer la brutalidad del exterminio nazi. El cerebro se resiste a comprender que mentes humanas pudieran generar tan sofisticada capacidad de matar sin sentimiento de culpa o duda.
Hanna Arendt, filósofa alemana de origen judío, acuño el término de “banalidad del mal” para quienes participaron como meros administrativos, mandos intermedios, que ejecutaban sin pensar, las órdenes que recibía dentro de la pirámide jerárquica nazi; no mataban como sádicos pero organizaban administrativamente todo el engranaje para llegar al fin último: la muerte de millones de personas, sin plantearse la más mínima duda de conciencia de lo que hacían.
Acabada la visita a la exposición, después de tres horas de silencio, un triste pensamiento me asaltó: “Quizás cuando mis nietos sean ancianos habrá una exposición de tres horas, en silencio, en la que se exhibirá el horror de los miles de refugiados huyendo de la guerra, pidiendo asilo y ayuda a la puerta de la Vieja Europa; y los que migran por motivos económicos y quedan retenidos en fronteras de alambre con pinchos. Informarán que, para muchos, el viaje fue fallido y reposaron en el cementerio acuático que es el mar Mediterráneo. ¿Cuál será el cartel de la exposición? Bien pudiera ser la foto del niño sirio de tres años, Aylan Kurdi, icono del sinsentido y la violencia, hoy”.
La deshumanización de la humanidad afecta a cada ser humano, o debería ser así. No es un asunto de los del Norte o los del Sur, de hombre o mujeres, de creyentes o no creyentes… El cuidado de la vida y la dignidad humana es primordial en la evolución del ser humano y hemos de estar atentos revisando actitudes personales, sociales, políticas, culturales, económicas y religiosas.
Creo que este convulso tiempo que vivimos tendrá su juicio futuro. Deseo que en esos años venideros, la humanidad haya evolucionado no sólo en tecnología y ciencia, sino en el amor y fraternidad universales hacia una forma de vivir juntos que se parezca más a la canción de John Lenon.
No quiero que mis palabras sean las últimas palabras de este escrito. Dejo que Viktor Frankl, con el último párrafo de su libro ya citado, sea quien ponga punto final .
“Nuestra generación es muy realista pues, después de todo, hemos llegado a conocer al hombre en estado puro: el hombre es ese ser capaz de inventar las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas mismas cámaras con la cabeza erguida y el “Padrenuestro” o el “Shemá Israel” en los labios”.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia)
Espiritualidad
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