La Aparecida
En el término municipal de Orihuela, lugar de nacimiento del poeta Miguel Hernández, existe una zona urbana denominada La Aparecida. Este nombre proviene de una leyenda sobre un lienzo pintado al óleo con una imagen de María, la madre del Galileo, amamantando a su bebé. Al parecer, en 1736 un agricultor llamado Jaime Trigueros encontró el lienzo enterrado mientras labraba su campo. Cuenta la leyenda que los bueyes con los que araba se resistieron a seguir tirando del arado. El campesino halló el lienzo enganchado en su reja. Después de lavarlo, resplandecía. La noticia se divulgó entre los lugareños, que acudían a diario para contemplarlo y rezar. Jaime decidió informar del hecho a la autoridad eclesiástica.
El obispo del lugar, D. José Flores Ossorio, muy aficionado a asuntos de construcción, mandó edificar una capilla en el pueblo de Jaime Trigueros. Pero, por falta de acuerdo del prelado con los vecinos respecto a la ubicación del edificio religioso, se decidió por consenso que una burra llevara el lienzo sobre su lomo y allá donde se parase señalaría el lugar donde debía erigirse el templo. Y así se hizo. La burra se detuvo en el barrio de Los Esparragales. Puro instinto animal. Gracias a los bueyes, al obispo y a la burra se levantó una capilla en el punto preciso que hoy se conoce con el nombre de La Aparecida.
Apariciones a porrillo
Nada insólito. Existen miles de emplazamientos y pueblos de medio mundo donde han arraigado leyendas de apariciones de una mujer a la que identificaban como La Virgen, y a la que asignaban un nombre específico acorde con el lugar o con alguna circunstancia asociada a la supuesta aparición. Dos mil años han dado para apariciones a punta pala. Muchas de ellas convalidadas por el obispo titular de la diócesis correspondiente. Unas pocas, reconocidas oficialmente por la máxima autoridad eclesiástica. Todas han supuesto cambios importantes: Nuevos fervores, oraciones, cánticos, emociones, creencias, patronazgos, fiestas, romerías… Y, sobre todo, prosperidad económica.
En torno a esas supuestas apariciones: cobró auge el sector de la construcción; se revalorizaron fincas y bienes inmuebles; brotaron negocios de diversa índole; se multiplicó el turismo; despertó un interés inusitado entre desvalidos y desahuciados. Y el poder político se preocupó por consolidar y potenciar esos focos de atracción.
La primera aparición
Conforme a la creencia tradicional, la primera aparición tuvo como destinatario a Santiago, uno de los dos ambiciosos hermanos e hijos de Zebedeo. La conocida como Virgen del Pilar decidió en el año 40, estando aún con vida y rondando los sesenta, cruzar el Mediterráneo de punta a punta para aparecérsele a Santiago en la ciudad romana llamada entonces Caesaraugusta (hoy, Zaragoza). Este hijo del Trueno, dicen, ya andaba por aquí. Aunque no pudo entretenerse demasiado por estas tierras. De hecho, tuvieron que retornar los dos, aunque nada se sabe acerca de cómo realizaron ese largo y complicado viaje de ida y vuelta. Santiago debió regresar en breve a Israel porque al rey Herodes Agripa I le dio por cortarle la cabeza hacia el año 44 (Hech 12,1-2). Fue el primero de los Doce en caer.
El reconocimiento de la Virgen del Pilar no quedó solo en el nombre ni en su confirmación por las autoridades religiosas. Desde las alturas políticas se mantuvo un interés especial por la del Pilar. En 1908 un decreto ley firmado por el rey Alfonso XIII la nombró ¡Capitana General del ejército español!
Apariciones imaginadas en el NT.
Al contrario de lo sostenido por la infinidad de narraciones legendarias surgidas durante veinte siglos, casi no existen apariciones reales de María en el NT. Las imaginadas se hallan en los textos de dos de los evangelistas.
Mateo y Lucas hablan de ella al comienzo de sus escritos, último estrato de la composición evangélica. Después del año 70, en un contexto inclinado a idealizar la figura del Galileo para revalorizar su proyecto, estos dos evangelistas construyeron unos relatos con la finalidad de mostrar el origen divino de su concepción y nacimiento. Ambos evangelios nombran a María por su nombre (Mt 1,16.18.20; 2,11; Lc 1,27.30.34.38.39.41.46.56; 2,5.16.19.34). Ahora bien, entre ellos hay más diferencias que coincidencias.
Mateo simplifica:
Mateo ofrece solo un breve apunte:
“Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 18).
Introduce a un mensajero celestial (“el ángel del Señor” v.20) para explicarle a José ese hecho sorprendente. El evangelista destaca la exclusiva intervención divina en la fecundación de María y subraya con parquedad que ella y José no mantuvieron relaciones sexuales antes del nacimiento del Galileo:
“sin haber tenido relación con él, María dio a luz un hijo, y él le puso de nombre Jesús” (v.25)
El relato de Mateo se reduce a pura narración. Ni María ni ninguno de los personajes citados intervienen activamente. Ella aparece, también en forma pasiva, en el relato de la visita de los sabios llagados de Oriente (2,11). Y es mencionada sin decir su nombre en los relatos de huida y regreso de Egipto (2,14.20-21).
Lucas teatraliza
En Lucas, sin embargo, prima la acción, se multiplican los detalles y los personajes adquieren protagonismo. El tercer evangelista identifica de entrada al mensajero:
“…envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, que se llamaba Nazaret, a una joven prometida a un hombre de la estirpe de David, de nombre José; la joven se llamaba María” (Lc 1, 26-27).
No se dice quién ni cómo pudo reconocer al mensajero hasta el punto de saber su nombre. Lucas no parece tener dudas. Se trataba de un tal Gabriel, el mismo que aparece en el libro de Daniel (Dan 8,16; 9,21), un texto singular escrito en formato trilingüe (unos trozos en hebreo, otros en arameo y otros en griego) algo más de siglo y medio más atrás.
Lucas escenifica el encuentro del mensajero Gabriel con María. Él comienza a hablar sin haber presentaciones previas. Ella no se sorprende por su presencia, sino por lo que él afirma. Entre ambos se suscita un diálogo (Lc 1,26-38). El tema se centra en la concepción de un hijo por parte de María sin participación de un hombre. Dios mismo intervendrá en la operación. El mensajero aporta detalles de tinte religioso. Para dar credibilidad a su anuncio, le informa que una familiar suya de nombre Isabel parirá también otro niño a pesar de su esterilidad. Tras la aceptación del recado por parte de María, el mensajero se marchó tal como había llegado, sin hacerse notar.
Seis meses antes, ese mismo mensajero, Gabriel, -cuenta Lucas- se había aparecido también al marido de Isabel, el sacerdote Zacarías, durante su servicio en el templo:
“Se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso” (Lc 1,11).
Al pedir garantías respecto a su información, el mensajero le facilita su nombre:
“Yo soy Gabriel, que estoy a las órdenes inmediatas de Dios” (v.19).
La posterior visita de María a Isabel sirve al evangelista para declarar la subordinación del Bautista al Galileo (Lc 1,39-45) y para que María confirme la aceptación de su embarazo divino y pregone poéticamente la grandeza del hijo que espera y la misión definitiva que este tiene encomendada (Lc 1,46-55):
“Su brazo interviene con fuerza,
desbarata los planes de los arrogantes,
derriba del trono a los poderosos
y exalta a los humildes.
A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide de vacío”
(vv. 51-53).
Una aparición desafortunada
De considerar históricos estos relatos resultaría incomprensible la única aparición real de María en los evangelios. No intervino sola. Le acompañaban los hermanos del Galileo. Faltaba únicamente José. Se desconoce el motivo. Marcos nunca lo nombró. A pesar de su ausencia, el nutrido conjunto se bastaba. Iban a por el Galileo. Por lo que parece, se excedió en sus planteamientos y sobrepasó peligrosamente todos los límites. Marcos presenta la maniobra del grupo familiar en dos partes. Corresponden a sus dos movimientos, uno de salida desde el punto donde habitaban y otro de llegada adonde se hallaba el mayor de los hijos. El primero revela las intenciones de la familia y la razón que les mueve a intervenir. El segundo señala el procedimiento usado para ejecutar su plan:
Primer movimiento:
“Al enterarse los suyos se pusieron en camino para echarle mano, pues decían que había perdido el juicio” (Mc 3,21).
Segundo movimiento:
“Llegó su madre con sus hermanos y, quedándose fuera, lo mandaron llamar. Una multitud de gente estaba sentada en torno a él. Le dijeron:
Oye, tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera” (Mc 3,31-32).
Para reintegrarlo al orden
El objetivo del grupo de allegados no admite dudas: intentan retirarlo de la circulación y conducirlo a casa. Probablemente, con intención de evitarle riesgos mayores provenientes de la institución religiosa y el poder político. Unos y otros lo tenían ya en el punto de mira. Marcos había dado cuenta con anterioridad de una alianza antinatural entre facciones de religiosos y políticos para eliminarlo:
“Los fariseos, junto con los herodianos, se pusieron enseguida a maquinar en contra suya, para acabar con él” (Mc 3,6).
La finalidad de los familiares al salir en su busca no ofrece dudas. El sentido del verbo griego (traducido por: “echarle mano”) que Marcos utiliza para indicar el propósito de la familia tiene un fuerte carácter coercitivo. En todas las ocasiones en que lo usa, informa sobre una acción fuertemente represiva: El prendimiento del Bautista (Mc 6,17); Las canallas intenciones de sumos sacerdotes, letrados y senadores contra el Galileo (Mc 12,12); el empeño criminal contra él de sumos sacerdotes y letrados (Mc 14,1); la señal de Judas a la turba enviada por los máximos representantes de la nación para capturar al Galileo (Mc 14,44); su apresamiento (Mc 14,46); denunciando el Galileo la violencia empleada en contra suya (Mc 14,49); el prendimiento del joven de la sábana (Mc 14,51).
Para ellos, estaba trastornado
Pero a pesar de la dura agresividad que supone la acción de este verbo, lo que llama la atención es la razón que induce a su madre y a sus hermanos a llevar a cabo esa operación contra él:
“pues decían que había perdido el juicio”.
¿Qué les llevó a tal conclusión? ¿Cómo pensar semejante cosa de él? ¿No aceptó de buen grado María el recado del mensajero Gabriel? ¿No proclamó su alegría reconociendo que su hijo era el de Dios, el definitivo liberador tan anhelado por todos? ¿Cómo pudo pensar que había perdido el juicio un personaje nacido por intervención divina?
¿Experiencias olvidadas?
¡Si su prima Isabel y hasta la criatura que estaba gestando reconocieron el rango divino de su embarazo!:
“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Y dichosa tú por haber creído que llegará a cumplirse lo que te han dicho de parte del Señor!” (Lc 1,42-45).
El texto de Lucas reconoce que llevaba muy dentro el mensaje celestial recibido por unos desconocidos pastores acerca del niño (Lc 2,16-17):
“María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior” (Lc 2, 19).
¿Cómo olvidar a aquel hombre de Jerusalén, Simeón, cuando cogió al niño en brazos y pronunció palabras de liberación universal?:
“Ahora, mi Dueño, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz,
porque mis ojos han visto la salvación
que has puesto a disposición de todos los pueblos:
Una luz que es revelación para las naciones
y gloria para tu pueblo, Israel”
(Lc 2,29-32).
Y ¿cómo no recordar la visita de unos sabios venidos expresamente de Oriente para rendir homenaje al niño y ofrecerle sus regalos? (Mt 2,1-12).
Si el mismo Herodes sintió miedo de perder su poder por el nacimiento de su hijo y, con tal de acabar con él, organizó hasta una matanza de críos (Mt 2,16-18). Y, debido a esa inhumana escabechina, ella y José tuvieron que huir nada menos que a Egipto para salvarle la vida al niño (Mt 2,13-15).
¿Cómo pudo echar en el olvido tantas experiencias? ¿Qué hecho tan escandaloso pudo llevar a cabo el Galileo para que María llegara a pensar que su hijo había perdido la chaveta? Algo muy escandaloso tuvo que ocurrírsele. ¡Y debió llevarlo a cabo! Pero, ¿qué?
Salvador Santos
Publicado en www.atrio.org, el 13-abril-2018
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