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20..5.18. Pentecostés 2018. Una Teología del Espíritu Santo.

Domingo, 20 de mayo de 2018

5ee6843b-8c59-412c-af93-2ea868dceae2Del blog de Xabier Pikaza:

Aprendí de niño la Secuencia del Espíritu Santo y desde entonces me ha venido acompañando en este día: Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.

Después he tenido ocasión de estudiar, enseñar y escribir sobre temas del Espíritu Santo, tanto en la Biblia como en la teología de la Iglesia, y eso es lo que puedo ofrecer a mis lectores un día como hoy: Una breve reflexión sobre Teología del Espíritu Santo, en línea de profundización pentecostal.

Retomo y elaboro de esa forma el tema de ayer, preparado para la Vigilia de Pentecostés. Hoy es la fiesta, el Día de Dios en Nosotros y así elaboro una teología bíblica del Espíritu Santo (tomada también en gran parte de mi Diccionario de la Biblia).

Buen día a todos. Feliz, gozoso y fuerte Pentecostés 2018.

Pablo, teólogo del Espíritu: antropología pascual

La condena y muerte de Jesús había puesto un signo de interrogación sobre su vida y mensaje. La cruz es maldición (cf. Gal 3, 13), su tumba eleva la pregunta por Dios y por su reino ¿está Dios con nosotros? (cf. Ex 32, 16). La iglesia responde que está y actúa, no sólo como creador y resucitador en general (cf. Rom 4,17; Is 48, 13), sino como el que ha resucitado de los muertos a Jesús (Rom 4, 24), del quien se dice que es:

engendrado de la estirpe de David, según la carne;
constituido Hijo de Dios en poder,
según el Espíritu de Santidad
por la resurrección de entre los muertos (Rom 1, 3-4)

La historia anterior de Jesús se mantenía en un nivel de carne: esperanza mesiánica israelita, David. La pascua, en cambio, es la acción del Espíritu que le ha resucitado, como Hijo de Dios, para todos los humanos. De esa forma, Dios ha vencido en amor a la muerte, superando carne (Ley de Israel, normas de pureza), para revelar su misterio en el Espíritu.

1. Los protestantes liberales de principios del siglo XX pensaban que ese Espíritu de pascua es la misma hondura de lo humano, personalizada en el Mesías. Todos somos carne, pero, al mismo tiempo, somos Espíritu de Vida, como fue Jesús, resucitado de la muere, humanidad perfecta.
2. Algunos católicos tradicionales identifican ese Espíritu con la naturaleza divina de Jesús: este pasaje hablaría de sus dos naturalezas, la humana (como hijo de David en la historia) y la divina, como Hijo eterno de Dios, en línea de pascua. El hombre es carne, Dios Espíritu. Ambos momentos se unen en Jesús
3. Sin negar el valor de esas perspectivas, pensamos que carne significa lo que pertenece simplemente a la esfera de la tierra: el mundo de lo humano y corruptible, sometido al pecado y la muerte. Espíritu es la fuerza escatológica del Amor de Dios que actúa por la pascua de Jesús, superando así la muerte.

Jesús era hijo de David, heredero del reino de Israel, pero no lo ha buscado o conquistado por fuerza, sino que ha muerto en debilidad, por ser fiel Reino de Dios. Por eso, Dios le ha resucitado, haciéndole Hijo suyo, humanidad culminada; así “ha santificado su nombre”, se ha mostrado en plenitud como divino, poder liberador, rescatando a Jesús de la muerte y con Jesús a los perdidos, humillados y excluidos de la historia (cf. Ez 36, 16-38). De esa forma se muestra divino, al hacerle Señor de la nueva creación, por el Espíritu, “en Poder” (cf. Mc 9, 1; 13, 26; 1 Cor 6, 14 y en especial Mt 28, 16-20: se me ha dado todo poder en cielo y tierra).

Jesús ha nacido como humano, en un nivel de mesianismo histórico: es Hijo de David, para cumplir la promesa y esperanza israelita, y sin ese principio mesiánico su vida perdería sentido. Pero él ha realizado el mesianismo de un modo distinto, entregándose en amor hasta la muerte (como siervo), para alcanzar de esa manera un señorío-de-amor sin imposición, desbordando el camino israelita (cf. Flp 2, 6-11). Así puede mostrarse como Hijo de Dios por el Espíritu. No es un simple humano al que Dios adopta luego, ni un divino eterno (intemporal), sino el mesías de David que ha trascendido ese nivel de mesianismo, como Hijo de Dios, por el Espíritu de Santidad:

1. El Espíritu actúa y se define plenamente en Jesús: es amor que rompe las barreras que enfrentan a los hombres, Vida de Dios que supera la violencia y muerte humana. Así despliega en el mundo (dentro de la historia) la gracia y comunión de Dios para los humanos, por encima de la Ley judía.
2. El Espíritu de pascua abre un camino de gratuidad. No juzga y destruye el viejo mundo, como algunos esperaban (cf. Mt 3, 7-12); su acción en la pascua de Jesús no ha traído fin del mundo, como temían o buscaban muchos, sino una nueva plenitud humana.

Esta es la novedad: ¡Se ha revelado el Espíritu del fin de los tiempos, la nueva historia empieza! Dios ha realizado su acción definitiva y, sin embargo (por eso), la historia comienza ahora. Sólo en ese fondo se puede hablar de iglesia, de cristianos que aceptan el camino de Jesús (mensaje y vida) en esperanza de resurrección:

a. Si el Espíritu de aquel que ha resucitado a Jesús de entre los muertos
b. habita en vosotros,
c. el que ha resucitado al Cristo de entre los muertos
b’ vivificará también vuestros cuerpos mortales,
a’. en virtud de su Espíritu que habita en vosotros (Rom 8, 11).

El mismo Dios, que ha resucitado a Jesús, nos resucitará por su Espíritu. La pascua de Jesús se amplía y expande así hacia los humanos. 1) El Espíritu ha resucitado a Jesús: esta ha sido su tarea y definición central. 2) El Espíritu resucitará (vivificará) a los creyentes, muertos a este mundo, abiertos a la nueva creación (cf. Rom 8, 10). Ellos se definen así como hijos en el Hijo, cuyo Espíritu han recibido, de manera que pueden clamar con Jesús: ¡Abba Padre!:

Cuando éramos menores estábamos esclavizados bajo los elementos de este mundo. Pero cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo… para liberar a los que estaban bajo la ley, para que alcancemos la filiación. Y porque sois hijos, Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones, gritando ¡Abba Padre! de manera que ya no eres siervo sino hijo y heredero… (Gal 4,3-7).

La vida en el mundo resultaba servidumbre (douleia): la Ley nos hacía siervos, vivíamos divididos, varones y mujeres, judíos y griegos, esclavos y libres (Gal 3, 28). Para superar esa situación y liberar a los humanos ha envidado Dios a su Hijo, dándoles su Espíritu de filiación que es principio de una libertad que no puede conseguir por magia o de forma espontánea, sino que brota del mismo Dios, que ha resucitado a Hijo para regalárnoslo, de forma que podamos vivir en él (con él), compartiendo su vida. Así continúa la carta a los Romanos:

No habéis recibido un Espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que habéis recibido un Espíritu de filiación, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos con Cristo… (Rom 8, 15-17)

En plano externo, los cristianos viven siendo “carne”: sometidos al temor de la muerte. Pero, en un nivel más hondo, han recibido el Espíritu de Cristo, para ser hijos de Dios, como ciudadanos de dos mundos. Por un lado se saben inmersos en la vanidad del tiempos(cf. Rom 8, 20). Por otro se descubren Hijos de Dios por el Espíritu, que pide por ellos:

‒ Nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu… gemimos por dentro, aguardando ansiosamente la filiación, la redención de nuestro cuerpo…
‒ Pero… el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad;porque no sabemos orar como debiéramos, y el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles (Rom 8, 23-27).

Entre la creación cautiva y la libertad-filiación de Dios habitamos, animados en nuestra plegaria por el Espíritu, que Pablo ha interpretado como Presencia de Jesús, Comunión eclesial y Esperanza escatológica. El mismo Espíritu que ha resucitado a Jesús, Hijo de Dios, se manifiesta como Espíritu filial, presencia del Padre en nuestra vida. De esa forma, la experiencia de pascua (Dios ha resucitado a Jesús) se hace principio de nuevo nacimiento y presencia trinitaria: unidos a Jesús y por su Espíritu, llamamos a Dios ¡Padre! Desde ese fondo podemos volver a 1Cor 15, 41-46, donde Pablo evoca el sentido del hombre espiritual:

1. Adán, primer humano, fue alma viviente, en un nivel de tierra. Del mundo ha surgido y al mundo retorna, en proceso de vida limitada, mundana (cf. Gen 2-3):
2. Jesús resucitado, segundo Adán, es Espíritu vivificante y pertenece al cielo por la resurrección. Así aparece como humano celeste, Espíritu que da vida (1 Cor 15, 45-47).

El primer Adán es el hombre terrero que a la tierra vuelve, en su fragilidad. El segundo es Cristo, Hijo de Dios resucitado, que ha vencido a la muerte y actúa como Espíritu vivificador. Siendo Cristo (=Ungido por el Espíritu), es Fuente de Espíritu, poder pascual de nueva vida. Es Hombre pleno, emisor del Espíritu. Desde ese fondo se entiende otro texto (2Cor 3, 17) donde Pablo afirma que la letra de la Ley, escrita en tablas de piedra, encierra al humano en un nivel de muerte (dureza, oscuridad, mentira), mientras que el Espíritu del Cristo, inscrito en los corazones fieles, nos lleva a la Vida, rasgando el velo de Ley que Moisés había puesto ante su rostro:

Porque el Señor (=Jesús resucitado) es el Espíritu
y donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad (cf. 2 Cor 3, 17).

El mismo Señor (Jesús resucitado) es Espíritu, fuente de Vida, Libertad de Dios para los humanos. Este ha sido para Pablo el gran descubrimiento: nos había hecho Dios para ser libres, pero hemos caído esclavizados bajo los elementos del mundo (sistema cósmico) y las leyes y normas que nacen del miedo de la muerte que es base y contenido de toda esclavitud (Gal 3;. Hebr 2, 14-15; cf. bien-mal: Gen 2-3). Pero Cristo nos ha liberado de esa muerte, muriendo por nosotros:

1. Moisés era la Ley, vinculada a la letra (escrita en tablas de piedra) y a la muerte. Ella nos deja en oscuridad, sin que podamos quitarnos el velo del miedo y mirarnos a la cara, en filiación compartida.
2. Jesús, en cambio, ha rasgado en amor el velo de la Ley, superando por su muerte el miedo a la muerte y abriendo a los humanos la puerta del Espíritu de vida (cf. 2Cor 3).

Habiendo muerto y resucitado por nosotros, Jesús es foco y fuente de Espíritu y principio de vida. Pablo le llama Señor y le identifica con el Espíritu, añadiendo que allí donde está el Espíritu del Señor está la libertad para los humanos. Entre el pasado de la pascua y el futuro de la parusía de Jesús se extiende el tiempo del Espíritu. Quizá pudiéramos decir que Cristo Señor es Espíritu como realidad divina (y personal), que abre y expande su Vida (en perdón y comunión) a los humanos. No es Espíritu como individuo cerrado, sino como Kyrios, Señor que da la vida, en comunión de amor con el Padre. Libertad para el amor en gratuidad: eso es el Espíritu.

Pablo, experiencia del Espíritu. Ley y gracia

El judaísmo rabínico interpretaba al hombre desde la Ley que brota de la alianza. Jesús ha superado ese modelo, situando sobre la Ley el Espíritu de vida. Desde ese fondo ha desarrollado Pablo su más honda teología del Espíritu, mostrando que el Cristo pascual ha superado las fronteras de la antigua Ley israelita, para fundar por el Espíritu una comunidad (iglesia) abierta en fe y comunión a todos los pueblos de la tierra.

1. Los judeocristianos de Jerusalén (cf. Hech 1-5), aun aceptando a Jesús como Señor, habían corrido el riesgo de entender su pascua en clave intra-israelita: querían cumplir la Ley hasta el fin de los tiempos (hasta cuando vengan los gentiles). Por eso se mantienen, como grupo de renovación y esperanza escatológica, al interior del pueblo de la alianza, defendiendo en realidad la teología oficial de los judíos nacionales: primero se convertirá Israel, aceptando a su mesías nacional (en este caso a Jesús); luego vendrán y se unirán todos los pueblos.
2. Los judeocristianos helenistas y Pablo (cf. Hech 6-15) han descubierto que el Espíritu de Cristo desborda las barreras del antiguo judaísmo, suscitando un tipo de fieles liberados de la ley y unidos por el Espíritu que brota de la fe en el Cristo. El evangelio es para ellos novedad misionera: la gracia de Cristo ha de extenderse desde ahora a las naciones. El Espíritu es principio actual de conversión y gracia; no es algo que se aguarda sólo para el fin de la historia (cuando el mundo acabe).

En esa segunda perspectiva se sitúa Pablo cuando contrapone la Ley israelita, vinculada a la existencia socio-religiosa del pueblo judío, y la Fe cristiana, interpretada como unión con Cristo y misión universal en el Espíritu. Los judeocristianos concebían a Jesús como reformador nacional. Pablo y los cristianos helenistas piensan que ha realizado ya la obra de Dios, ofreciendo a los humanos Espíritu completo, libertad y comunión definitiva. Pablo es, según eso, un heredero de la experiencia de Pentecostés de Lucas (cf. Hech 2): a su juicio, el Espíritu de Dios se ha desvelado como Reconciliación universal, suscitando una iglesia que desborda las fronteras judías y abre la gracia del Cristo a todos los humanos.

La comunión universal de los cristianos se funda en la misma fe, vivida como encuentro radical con Cristo, y en la misma experiencia del Espíritu, en libertad y amor, que une a todos los humanos (cf. Gal 3, 1-5). La novedad de esa experiencia no se cierra en unos rasgos carismáticos de emoción interna y elevación supra-racional, que sin duda existen, sino que se abre en amor misionero y servicio mutuo, como Pablo ha ido diciendo y procurando en todas sus iglesias. Por eso apela, más allá de la Ley (estructura nacional judía), al Espíritu de Cristo, recibido por fe (Gal 3, 1-3) y expresado en “amor, gozo, paz” (cf. Gal 5, 22), como garantía de unión eclesial y misión universal. Por eso quiere que el Espíritu no se apague (1Tes 5, 59), ni se vuelva arbitrariedad.

Esta ha sido una de sus preocupaciones fundamentales en Corinto. Da la impresión de que parte de la comunidad quería cultivar los dones carismáticos en sí mismos, sin referencia a Jesús y a la comunión, convirtiendo la iglesia en asociación libre de virtuosos extáticos, capaces de entrar en trance y hablar en lenguas (en un tipo de lenguaje para-racional, hecho de exclamaciones y emociones que rompen la sintaxis normal de un idioma). Significativamente, Pablo no niega esa experiencia, ni la desliga del Espíritu Santo, pero la sitúa en un contexto eclesial donde el Espíritu aparece vinculado al amor mutuo. Estos son los momentos básicos de su argumento (1Cor 12-14):

1. El problema de los dones espirituales. Ciertos cristianos de Corinto han preguntado a Pablo sobre los pneumatiká (dones espirituales) que se han vuelto objeto de discordia: algunos “se creen y se portan como superiores”, pues se sienten portadores del Espíritu, sabios aristócratas, jerarquía carismática de la iglesia, en la que sobresalen como privilegiados. Entre sus “virtudes” está la profecía y quizá el dinero que dan para los pobres pero, sobre todo, los “dones extáticos” (cf. 1Cor 13, 1-3; 14, 1-25). Pablo no los condena, pero los pone al servicio de la comunidad, de manera que deben ser “traducidos”, para que puedan ser comprendidos y asumidos por el conjunto de la asamblea.

2. Unidad eclesial. Orden de los “dones”. Pablo responde apelando a la “unidad” de los creyentes: los carismas individuales o grupales han de estar al servicio del “cuerpo” de la iglesia (cf. 1Cor 12, 12-26); son valiosos en cuanto vinculan en amor a los cristianos, entre quienes los más importantes son aquellos que parecen más pobres (y tienen en apariencia menos dones); por eso, la unidad del Espíritu se expresa en el servicio a los excluidos del sistema. En este contexto, ha destacado Pablo los dones de “creación y despliegue” de la iglesia, descubriendo la presencia del Espíritu en los varios ministerios que la fundan o que surgen en ella, desde el apostolado hasta la dirección comunitaria, pasando por la profecía, enseñanza, acogida y don de curaciones (cf. 1Cor 12, 1-11.27-31; 14, 26-33).

3. El Amor es el Espíritu. En el centro del pasaje (1Cor 12-14), Pablo identifica la presencia y acción del Espíritu con el Amor en que todo culmina (1Cor 13). Tanto el don de lenguas, como los milagros y profecías, lo mismo que la fidelidad creyente, están al servicio del Amor, que es presencia gratuita y generosa de Dios en la comunidad. Como venimos indicando, la Ley no ha sido capaz de crear una comunidad universal, abierta en gracia al misterio de Dios. El Amor, en cambio, puede hacerlo: es presencia gratuita y universal de Dios por Cristo, en medio de la iglesia, y por la iglesia entre todos los humanos. Desde esta perspectiva, podemos afirmar (con gran parte de la tradición eclesial) que el Espíritu Santo es Amor y el Amor es principio y clave de todos los ministerios de la iglesia, como ha visto, en otra línea Jn 21, 15-19.

Pero tanto o más que ese tema (Espíritu, unidad eclesial, carismas y ministerios) ha interesado a Pablo la relación de Ley y Gracia (Espíritu), que está al fondo de Gálatas y Romanos, como han visto algunos grandes cristianos del pasado (San Agustín, Lutero, San Juan de la Cruz); así lo indicaremos en tres momentos: muerte sin ley, ley con muerte, gracia salvadora.

1. Muerte sin ley (cf. Rom 5, 13-14). Antes de Moisés hubo pecado y violencia que lleva a la muerte; pero el humano no lo conocía, pues no había Ley que se lo señalara. Ese estado de muerte sin ley no era paraíso, sino infierno de deseos enfrentados que llevan a la muerte, lucha de todos contra todos, ignorancia. El hombre vivía en perdición, pero sin saberlo. Ese nivel, al que podemos volver siempre, es el estado pecador de Adán, que cae en manos de su propio deseo de carne egoísta, en violencia infinita. Así lo ha descubierto y descrito Pablo (cf. Rom 1, 18-31). La Ley no ha sido lo primero, pues ha venido en un momento posterior (por Moisés, en el Sinaí), para evitar la lucha de todos contra todos, apareciendo en realidad como promesa de un Espíritu o vida superior: Dios no ha querido dejar al ser humano en un nivel de Ley, sino liberarle por gracia, para la plenitud del Espíritu. El mismo “pecado” de Adán, que parece fracaso, es promesa de gracia.

2. Después hubo muerte con Ley (Rom 5, 20), es decir, con un conocimiento y precepto que es incapaz de superarla, dando vida a los humanos. La Ley vino para que “abundara” el pecado y los humanos descubrieran su maldad, pidiendo a Dios que la superara. Ella es buena, como racionalidad que intenta vencer la violencia y quebranto del mundo, pero sin lograrlo: así actúa como pedagogo, mientras los hombres y mujeres son niños; les puede educar, pero sin darles el amor completo; eso significa que sigue manteniendo a los humanos en pecado. La Ley acepta la violencia como inevitable, para controlarla por normas que siguen siendo violentas y se imponen de un modo “clasista”, de forma que quienes las cumplen con rigor (los judíos, según Pablo) pueden creerse superiores (cf. Rom 2). Dios no actúa todavía como Espíritu de gracia al interior de los humanos. Pablo piensa, según eso, que la Ley acaba siendo esclavitud: es norma para que los siervos se mantengan sometidos bajo una fuerza exterior, sin destruirse unos a otros.

3. Jesús ha introducido la gracia del Espíritu donde dominaba antes la Ley. Ciertamente, la Ley puede suscitar un tipo de orden sobre el mundo, pero termina esclavizando al ser humano y le hace depender de algo exterior, de una norma sacral o social que le somete (cf. Mc 2, 23-3, 6). En contra de eso, Jesús no ha conocido más Ley que el amor (cf. Lc 10, 25-36; 13, 10-17). Desde ese fondo ha entendido Pablo a Cristo, presentándose como intérprete privilegiado del evangelio: ha descubierto que la gracia de Jesús no cambia sólo algunos rasgos de la Ley del judaísmo (con sus normas nacionales, sacrales) sino que, en un momento dado, se enfrenta con ellas, mostrando que son pasajeras y pueden volverse contrarias al mismo evangelio. La Ley era un velo que nos impide mirar hacia el Amor, una atadura contraria a la gracia. El Espíritu, en cambio, es transparencia y libertad que lleva a la filiación (nos hace hijos de Dios), no en batalla sino en servicio mutuo. No es un retorno a la jungla sin normas, sino una elevación para el Amor sobre la Ley en gratuidad y encuentro personal:

Porque vosotros, hermanos, fuisteis llamados a la libertad;
pues bien, no uséis la libertad como pretexto para la carne,
sino al contrario: servíos por amor los unos a los otros (Gal 5, 1
3).

La libertad sin amor puede esclavizar (cf. obras de la carne: Gal 5, 20-21), pero ella puede y debe volverse fuente de amor, por el servicio mutuo, como sabe Pablo cuando habla de las obras del Espíritu (Gal 5, 22-24). Él conocía bien la Ley que vuelve al hombre esclavo (cf. Flp 3, 2-11). Pero el Espíritu de Cristo le ha librado para el amor mutuo, en el Espíritu.

1. Principio: la libertad del Espíritu brota de un Amor previo. El humano no nace a la vida por la Ley, no se define desde el debes (como piensa Kant), sino desde el Espíritu del Padre que dice ¡eres importante para mí, Hijo mío, y yo te amo! (cf. Mc 1, 9-11). Esta es la experiencia básica de Pablo.
2. Consecuencia: la libertad del Espíritu se vuelve don abierto a los demás. Ella sólo tiene sentido para que podamos ofrecer la vida a los otros, en especial a los excluidos, compartiéndola con ellos, en comunión. La Ley se impone sobre todos. El Amor, en cambio, abre a todos un camino de vida compartida

Organizar la vida desde la libertad gratuita del Espíritu: esa es la tarea suprema del cristiano. Mostrar que la gracia es posible, que se puede vivir partiendo de ella, en esperanza pascual: esa es la verdad del Espíritu en Pablo.

Lucas-Hechos. Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros.

Lucas asume en su evangelio los textos fundamentales de Marcos sobre la acción del Espíritu en la vida de Jesús, pero añade algunos significativos:

1. Plenitud de Israel, nacimiento del Hijo de Dios (Lc 1-2). El pasado de la alianza se integra en el camino de Jesús: el Espíritu Santo empieza apareciendo como fuerza profética, desde el trasfondo de Israel; así desciende sobre María, Madre del Hijo de Dios (Lc 1, 26-38).
2. Centro de la historia, ungido por el Espíritu (Lc 4, 18 ss). Lucas ha expandido en este sermón de Nazaret la experiencia del bautismo (cf Lc 3, 22), haciendo a Jesús portador de la acción liberadora del Espíritu y centro de la historia, revelación suprema de Dios en la historia.
3. Tiempo de iglesia, promesa del Espíritu. Jesús resucitado promete a sus creyentes el Espíritu (=Promesa del Padre: Lc 24, 48-49; Hech 1, 4-5), para hacerles testigos de su pascua. El Espíritu es principio misionero que vincula a los creyentes y les convierte en misioneros.

A partir de esa promesa, Lucas ha concebido el libro de Hechos como evangelio del Espíritu Santo. Los discípulos querían la restauración del Reino (Hech 1, 6), pero Jesús responde “recibiréis el Espíritu Santo” (Hech 1, 8), confiándoles la misión universal, no el retorno judío (Hech 1, 8):

1. Recibiréis el Poder del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros. Jesús no es mesías de la restauración nacional de Israel (Ley), sino garante de la promesa pascual del Espíritu Santo.
2. Y seréis mis testigos. Los discípulos no son mensajeros de valores religiosos generales, sino carismáticos mesiánicos que han vivido la experiencia de Jesús y pueden transmitirla con su testimonio.
3. En Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra. El Espíritu que antes lo centraba todo en Jerusalén se vuelve principio de un éxodo misionero a todo el mundo

La humanidad parecía dividida y escindida en luchas de poder, con los diferentes pueblos enfrentados entre sí. Pero la pascua abre un camino de unión entre ellos, sin diferencia de razas, religiones o culturas. El mensaje (vida) de Jesús se vuelve principio de diálogo universal. Esa es la sorpresa y tarea del Espíritu, que Lucas irá narrando de forma dramática a partir de Hech 2:

1. Sorpresa. El Espíritu les abre a todo el mundo, pero los cristianos tienden a encerrarse en Jerusalén y sus leyes. Por eso, Lucas debe señalar las rupturas del camino, destacando sus momentos principales: los Doce con Pedro en Jerusalén, los helenistas, misión a los gentiles, tarea misionera de Pablo y cautiverio en Roma; de esa forma, el centro del imperio se vuelve así principio de misión universal.

2. Tareas del Espíritu. La torpeza de los misioneros suscita problemas que el Espíritu debe ir resolviendo día a día: dificultades de comprensión comunitaria y comidas, (judíos y gentiles), divisiones por liderazgo y misión, organización social (dirigentes) y estrategia misionera… Así ha fijado Lucas el tema de Hechos: cómo el Espíritu cumple su misión a pesar los impedimentos de los misioneros.

3. Estilo dialogal: ¡nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros!. La misión del Espíritu implica un nuevo estilo de concordia entre los misioneros. Sólo si dialogan y resuelven dialogando sus problemas son testigos del Espíritu. Muchos grupos suelen imponer sus normas por fuerza; pero los cristianos deben solucionar sus problemas en diálogo fraterno, igualitario, dirigidos por el Espíritu Santo, para llegar a un acuerdo entre creyentes. Según Hech 15 ha surgido una gran disensión; ha crecido la diferencia. Para resolverla, los creyentes no tienen más medio que juntarse y dialogar, escuchándose y escuchando juntos al Espíritu del Cristo. Sólo a base de un diálogo en que todos los grupos han expuesto sus posturas podrá haber acuerdo. Ciertamente, han aprendido a escucharse y ceder, buscando juntos en amor, lo que el amor del Espíritu les pide, de tal forma que al final proclaman: ¡Nos ha parecido al Espíritu y a nosotros…! (Hech 15, 28). Ese nosotros cristiano es presencia del Espíritu de Cristo.

Juan. Interioridad cristiana, Espíritu Paráclito

El evangelio de Juan es una catequesis del Espíritu, de la que he querido citar agunos textos. El primero alude al bautismo-nacimiento. Jesús es Hijo de Dios porque “bautiza a los humanos en el Espíritu” (Jn 1, 33; cf. Mc 1, 8). Así dice a Nicodemo, maestro de Israel:

En verdad te digo, si alguien no nace del agua y del Espíritu
no puede entrar en el reino de Dios (Jn 2, 5)

El evangelio es experiencia radical de nacimiento: nos hace hijos de Dios, con Jesús, en el Espíritu. Lo anterior ha pasado, los montes sagrados y templos, los cultos antiguos; llega en Jesús la novedad de una adoración gratuita y verdadera:

Créeme, mujer: viene la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… Pero llega la hora y es esta en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad; estos son los adoradores que Dios busca:

Dios es Espíritu, y quienes le adoran deben adorarle en Espíritu y Verdad (Jn 4, 21-24)

Los hombres estaban divididos por sacralidades. Ahora han de unirse en el Espíritu y Verdad universal. Eso lo sabían los judíos helenistas (Filón y Sabiduría), pero no habían podido concretarlo. Muchos cristianos posteriores han seguido encerrados en una cultura o ciudad (nación) particular. En contra de eso, Jesús quiere que todos se vinculen por el Espíritu, que brota como río de su seno:

Esto lo dijo refiriéndose al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él; pues todavía no había Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado (Jn 7, 39).

Jesús resucitado es manantial del Espíritu, que corre hacia todos los humanos (como las aguas del paraíso: Gen 2, 10-14; Ap 22, 1-2). En ese fondo se sitúan los textos del Espíritu-Paráclito. Como abogado, nuevo defensor que está al servicio de los fieles en la prueba (cf. Mc 13, 11 par), el Espíritu es intérprete y único jerarca de Jesús dentro de la iglesia:

1. Rogaré al Padre y os dará otro Paráclito, que esté con vosotros para siempre (Jn 14, 16). Jesús mismo había sido el Paráclito, defensor de sus discípulos. Pero ahora que se va y les deja en plano físico, pide al Padre “otro”, que sea presencia interior y compañía (no os dejaré huérfanos: 14, 18). Los del mundo viven en plano de “carne”, lucha mutua, mentira; los cristianos reciben el Espíritu de Dios por Cristo.
2. El Paráclito… os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os dije, como Maestro interior divino (Jn 14, 26). La iglesia ha corrido a veces el riesgo de entender la verdad como algo impuesto por fuera, resuelto y enseñado desde arriba. Pero Jesús promete a los suyos un magisterio interior: los cristianos sólo conocen la autoridad del Espíritu-Paráclito, que interpreta y actualiza a Cristo.
3. Cuando venga el Paráclito…, él dará testimonio de mí, y vosotros también daréis testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio (15, 26-27). Jesús no ha prometido según Juan un magisterio externo para dogmas y enseñanzas. Tampoco ha dejado una estructura de poder. Su verdad se expresa en la enseñanza interior del Espíritu, que actúa a través al testimonio de los fieles. Cuando están en riesgo las instituciones, queda y crece ese testimonio.
4. Conviene que yo me vaya porque si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré (16, 7). Una presencia material de Jesús estorbaría, pues él quedaría fuera de la vida de sus fieles. Muchos parecen añorarle así, actuando a través de milagros, apariciones, seguridades exteriores. Pues bien, es necesario que Jesús se vaya, que cumpla su tarea, para que sus fieles asuman la verdad en el Espíritu, que es presencia y experiencia interior de Jesús.

Sobre las instituciones como tales, apela Jesús a la Confianza del Espíritu, Paráclito (Abogado y Consolador) de los fieles. Es Consolador, pues lo buscamos allí donde nuestras tradiciones patriarcales, de seguridad externa, van envejeciendo. Es Abogado, porque necesitamos defensa en este mundo convulso, en crisis de violencia y muerte. Es el don pascual de Jesús, que se aparece y habla, dándoles poder de perdonar (=vincular en amor) a todos los humanos: Dicho esto, alentó sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo (Jn 20, 22). Este es el momento clave de la nueva creación, el reverso de Gen 2, 7: el Espíritu de Dios es Aliento de Jesús a los humanos, en el momento cumbre de la historia; Jesús glorificado alienta y ofrece su Espíritu a sus discípulos, para que así vivan en gesto de gracia, abierto en perdón a todo el mundo.

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