Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación…
Cancioncilla de la tarde de la Ascensión
Regresaré, en la tarde,
con la alegría humilde
de haber andado todas
las aguas que me diste…
Absortas, en la orilla,
como un coro de vírgenes,
las garzas del arbusto
¿te estarán viendo irte?
Entre las nubes rotas
las violetas persisten.
Y el día sella en sangre
la verdad de sus límites.
Arde el ocaso. Arde
todo lo que era triste.
Todo el llanto del mundo
esa estrella redime…
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Pedro Casaldáliga
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En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo:
“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará… A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.”
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
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Marcos 16,15-20
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Es evidente que Cristo ha restaurado la dignidad humana de manera todavía más magnífica que como fue creada, que Cristo puede reunir en un inmenso haz de luz y de amor toda la creación, a fin de que ninguna criatura pueda quedar al margen de la alegría divina, a fin de que ninguna criatura se quede excluida del mundo consagrado, a fin de que toda criatura llegue a ser, en su propia modalidad, vida eterna. Precisamente cuando captamos la alegría hacemos eternas las criaturas. Por eso pienso que debemos habituarnos a procurarnos cada día la posibilidad de hacer una pausa en la que nos sea posible captar las alegrías del universo y de la humanidad, las alegrías del alma y del pensamiento, así como las alegrías de la ternura y de la amistad.
Es preciso que nos concedamos esta pausa, para descubrir en ella una fuente que renueve todos nuestros horizontes. Detrás de todas las desventuras, a pesar de todo, está el amor. Si bien Dios no puede impedir lo que nuestra ausencia hace inevitable, no es menos verdad que la única manera de dar testimonio de su presencia es demostrar, de una manera sensible, a todos los que nos rodean, que Dios es verdaderamente para nosotros la vida de nuestra vida y puede llegar a serlo también para ellos.
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Maurice Zundel,
Estupor y Pobreza,
Padua 1990, pp. 151-155, passim.
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