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Domingo de Pascua de Resurrección. 1 Abril, 2018

Domingo, 1 de abril de 2018
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“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro”.

(Jn 20, 1-9)

El amanecer de la Pascua comienza en medio de la oscuridad. Y las primeras señales de vida se dan en un paisaje de muerte.

Es curioso como tendemos a separar e incluso a enfrentar realidades que ni siquiera son opuestas, solo que unas nos gustan más que otras. O ni siquiera eso. Solo que unas creemos que nos hacen felices y las otras no.

Dividimos nuestra vida entre experiencias positivas y experiencias negativas. Asociamos lo positivo a lo que nos hace disfrutar sin ningún esfuerzo y lo negativo a lo que nos hace sufrir. Por esta regla de tres salir una noche con los amigos es positivo y pasar días estudiando para un examen negativo. Todo junto es un engaño.

La vida, y cada una de nuestras historias, no son una película en blanco y negro. Nuestra vida no está dividida en dos, por un lado la luz y, por el otro, la oscuridad. No, la vida, la realidad es a todo color. Todas las experiencias están llenas de luz y salpicadas de oscuridad. Lo más valioso suele venir con el corcho protector del esfuerzo y más de una vez en la caja del sufrimiento.

El sufrimiento no es positivo o negativo, tampoco la alegría. Hay alegrías tremendamente destructivas. La búsqueda de la alegría fácil e inmediata destruye a muchas personas. De la misma manera hay sufrimientos que engrandecen y liberan.

La vida es una armonía de luces y sombras, silencios, ruidos y melodías. Si la vivimos en blanco y negro resulta monótona y caprichosa. Cuando la disfrutamos a todo color y en todas sus dimensiones es apasionante.

Este es el mensaje de la mañana de Pascua. La vida no es ni blanca ni negra. Es blanca, negra y de otros muchos colores. La vida y la muerte no son dos cosas separadas. Tampoco la alegría y el sufrimiento son opuestos.

El secreto está en seguir buscando. María Magdalena, aun a oscuras va a buscar. En su oscuridad busca un cadáver en un sepulcro, pero en su camino amanece y encuentra la VIDA. Y tú, ¿todavía buscas?

Oración

Danos, Trinidad Santa, un corazón de buscadoras que nos haga avanzar incluso en la noche. Que nos haga a travesar nuestros paisaje de muerte. Y danos, también, esos ojos que descubren la VIDA. Amén.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Domingo 1º de Pascua (B)

Domingo, 1 de abril de 2018
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16-bill-viola-emergence-seqJn 20, 1-9

La realidad pascual es, tal vez, la más difícil de reflejar en conceptos mentales. La palabra Pascua (paso) tiene unas connotaciones bíblicas que pueden llenarla de significado, pero también nos pueden despistar y enredarnos en un nivel puramente terreno. Lo mismo pasa con la palabra resurrección, también ésta nos constriñe a una vida y muerte biológicas, que nada tiene que ver con lo que pasó en Jesús y con lo que tiene que pasar en nosotros.

La Pascua bíblica fue el paso de la esclavitud a la libertad, pero entendidas de manera material y directa. También la Pascua cristiana debía tener ese efecto de paso, pero en un sentido distinto. En Jesús, Pascua significa el paso de la MUERTE a la VIDA; las dos con mayúsculas, porque no se trata ni de la muerte física ni de la vida biológica. Jn lo explica muy bien en el diálogo de Nicodemo. “Hay que nacer de nuevo”. Y “De la carne nace carne, del espíritu nace espíritu”. Sin este paso, es imposible entrar en el Reino de Dios.

Cuando el grano de trigo cae en tierra, “muriendo”, desarrolla una nueva vida que ya estaba en él en germen. Cuando ya ha crecido el nuevo tallo, no tiene sentido preguntarse qué pasó con el grano. La Vida, que los discípulos descubrieron en Jesús después de su muerte, ya estaba en él antes de morir, pero estaba velada. Solo cuando desapareció como viviente biológico, se vieron obligados a profundizar. Al descubrir que ellos poseían esa Vida comprendieron que era la misma que Jesús tenía antes y después de su muerte.

Teniendo esto en cuenta, podemos intentar comprender el término resurrección, que empleamos para designar lo que pasó en Jesús después de su muerte. En realidad, no pasó nada. Con relación a su Vida Espiritual, Divina, Definitiva, que no está sujeta al tiempo ni al espacio, por lo tanto no puede “pasar” nada; simplemente continúa. Con relación a su vida biológica, como toda vida, era contingente, limitada, finita, y no tenía más remedio que terminar. Como acabamos de decir del grano de trigo, no tiene ningún sentido preguntarnos qué pasó con su cuerpo. Un cadáver no tiene nada que ver con la vida.

Pablo dice: Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Yo diría: Si nosotros no resucitamos, nuestra fe es vana, es decir vacía. Aquí debemos buscar el meollo de la resurrección. La Vida de Dios, manifestada en Jesús, tenemos que hacerla nuestra, aquí y ahora. Si nacemos de nuevo, si nacemos del Espíritu, esa vida es definitiva. No tenemos que temer la muerte biológica, porque no la puede afectar para nada. Lo que nace del Espíritu es Espíritu. ¡Y nosotros empeñados en utilizar el Espíritu para que permanezca nuestra carne!

Los discípulos pudieron experimentar como resurrección la presencia de Jesús después de su muerte, porque para ellos, efectivamente, había muerto. Y no hablamos solo de la muerte física, sino del aniquilamiento de la figura de Jesús. La muerte en la cruz significaba precisamente esa destrucción total de una persona. Con ese castigo se intentaba que no quedase de ella ni el recuerdo. Los que le siguieron entusiasmados durante un tiempo vieron como se hacía trizas su persona. Aquel, en quien habían puesto todas sus esperanzas, había terminado aniquilado por completo. Por eso, la experiencia de que seguía vivo fue para ellos una verdadera resurrección.

Hoy nosotros tenemos otra perspectiva. Sabemos que la verdadera Vida de Jesús no puede ser afectada por la muerte y por lo tanto, no cabe en ella ninguna resurrección. Pero con relación a la muerte biológica, no tiene sentido la resurrección, porque no añadiría nada al ser de Jesús. Como ser humano era mortal, es decir su destino natural era la muerte. Nada ni nadie puede detener ese proceso. Cuando vemos la espiga de trigo que está madurando, ¿a quién se le ocurre preguntar por el grano que la ha producido y que ha desaparecido? El grano está ahí, pero ha desplegado sus posibilidades de ser, que antes sólo eran germen.

Meditación-contemplación

Comprender lo que pasó en Jesús no es el objetivo último.
Es solo el medio para saber qué tiene que pasar conmigo.
También yo tengo que morir y resucitar, como Jesús.
Como Jesús tengo que morir al egoísmo.
Día a día tengo que morir a todo lo terreno.
Día a día tengo que nacer a lo divino.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Pascua florida y hermosa.

Domingo, 1 de abril de 2018
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tumblr_n0hrp0am2H1r2d8pzo1_400Nuestro Señor ha escrito la promesa de la resurrección, no en los libros, sino en todas las hojas de la primavera (Martín Lutero)

1 de abril. Pascua de Resurrección

Jn 20, 1-9

Entonces corre adonde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, y les dice: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde le han puesto (v 2).

María Magdalena es la primera en ser testigo del mito de la resurrección. “Todavía a oscuras” (v. 1), es el símbolo desde donde se parte en la fe pascual. Lo que el evangelio de este domingo nos expone en la breve, pero profunda narración de los primeros acontecimientos de la supuesta resurrección de Jesús es a mi parecer, todo un vademécum de informaciones fundamentales acerca del comportamiento habitual imprescindible de quien se precie del honor de ser cristiano. María –las mujeres suelen disfrutar de un buen olfato en estas materias– es la primera en mostrarnos que lo posee. Así lo olfateó cuando en el recientemente estrenado film del australiano Garth Davis (febrero 2018) dice a Jesús: “estaré contigo hasta el final”, mientras los romanos le levantan ya crucificado. Y el cardenal Carlos Osorio ha manifestado recientemente que “el futuro de la humanidad depende en gran medida de la capacidad que tengamos los cristianos de dar testimonio de la verdad en estos momentos no fáciles de la misma”.

Es el amanecer. El sol, señor de la luz que ilumina nuestro universo, difunde ilusión al corazón de la Magdalena y al nuestro para salir al encuentro de un Jesús interior en plenitud de Vida. En primer lugar, confía en sus creencias. Luego se va a comprobar los hechos y, posteriormente, se va a comunicarlos a Juan y Simón Pedro. Todos ellos vieron con sus propios ojos –también con el corazón y la mente– y creyeron. Una vez tomada conciencia de todo, a fondo y hecha carne la creencia en ellos, lo comunicarán en primer término a los demás apóstoles, y luego al mundo entero. Propuesta que nos concierne, y que conlleva descubrir todo lo que somos y manifestarlo a los demás plenamente. Sin esta comunicación, que también es competencia nuestra, el mensaje vivo de Jesús quedará prisionero o incluso muerto, detrás de los fríos barrotes de la cárcel de nuestros sentimientos.

La película Lope (2010), del director brasileño Andrucha Waddington, está imaginativamente basada en la vida del poeta español Lope de Vega que, con sus obras, rompió los cánones tradicionales de la composición. En el film, el protagonista (Lope) mantiene este diálogo con Jerónimo Velázquez: “He querido que mis personajes se parezcan más a la vida. El pueblo está harto de ver siempre lo mismo, y ahora es cuando tenemos la oportunidad de ofrecerles algo nuevo”.

Jerónimo: “¿Usted no se da cuenta de que va contra las normas del teatro?”.

Lope: “Las normas, don Jerónimo, están ahí, pero los tiempos han cambiado. ¿Por qué no poner a trabajar la imaginación?”.

El teólogo y reformador protestante Martín Lutero dijo en cierta ocasión: “Nuestro Señor ha escrito la promesa de la resurrección, no en los libros, sino en todas las hojas de la primavera”. Y, por cierto, ¿no somos todos árboles del bosque florecido en exuberante primavera? ¿Cubrimos de perfume cristiano –quizás Christian Dior, Kalvin Klein o Yves Saint Laurent, a cuantos vienen a pasear por nuestra floresta personal? El misterio pascual –Pascua Florida y Hermosa– tiene un poder transformador cuando dejamos que nos inunde el alma.

Antonio Machado nos ofrece uno de los poemas más expectantes de su obra. Como el sueño de María Magdalena, también el del poeta nos posibilita una respuesta soñada, una ilusión: ese Jesús resucitado, lo que tenemos dentro, y al que debemos dejar fluir como manantial de vida capaz de apagar la sed de cuantos se acerquen a beber en él.

Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Di, ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes a mí,
manantial de nueva vida
de donde nunca bebí?

Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce miel.

Anoche cuando dormía,
soñé, ¡bendita ilusión!,
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.

Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Querientes

Domingo, 1 de abril de 2018
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10098692613_7fe76e5d74_zDe su blog Miradas cristianas:

Quedó pendiente, de mi pasado artículo, explicar esa palabra del título. Vamos allá. Es una verdad de nuestra historia que, infinidad de veces, a los justos les van mal las cosas por ser justos, mientras que a los malvados les van bien por su misma maldad. Negar esa ley es una cobardía, aunque las voces oficiales de nuestra sociedad suelen negarla sin matices para justificar a los más ricos (“es que son mejores”), y aunque algunos victimismos se sirvan de ella para justificar sus fracasos, achacándolos a la maldad de los otros. Pese a tales posibles abusos, los salmos y el Primer Testamento bíblico están llenos de quejas que constatan: “a los malos les van mejor las cosas”.

Recordemos solo la queja de Jeremías: “Señor ¿por qué prosperan los impíos?” (12,1).

Esa constatación es tan antigua que en un poema babilónico fechado aproximadamente hacia el 1200 antes de Cristo, y que se conoce como “la teodicea babilónica”, leemos que “los dioses crearon al hombre proclive a la falsedad y a la malicia”. No obstante, y por las mismas fecha, la Biblia se revela contra esa afirmación: el autor del Génesis concluye su primer capítulo declarando que “todo lo que Dios había hecho era bueno”; aunque sólo cinco capítulos más tarde tendrá que añadir que, al ver Dios la maldad que había sobre la tierra, “se arrepintió de haber creado al hombre”. Y es que, para Israel esa nefasta ley de la historia no puede ser obra de Dios: pues entonces no habría lugar para la esperanza en nuestro mundo; es más bien fruto del orgullo y la libertad humana. De ahí arranca esa noción de “pecado original”, tan desafortunada en su formulación como atinada en la realidad que quiere expresar (Camus formuló mejor cuando habló de “La Caída”).

Así se le fue entreabriendo a Israel la posibilidad y la esperanza en un más-allá e incluso el atisbo de que una aceptación confiada de esa ley nefasta de la historia puede convertirse en camino de liberación para otros: eso es lo que insinúa ese extraño poema de Isaías 53, sobre una misteriosa figura de apariencia despreciable, porque han caído en él todas nuestras maldades, pero que, al fin del poema, se convierte en redentor para nosotros. Ahí se atisba otra ley de nuestra historia: entre nosotros, la mayoría de victorias liberadoras se consiguen a través de derrotas previas.

Jesús de Nazaret encarna ese atisbo y esa ley: el fracaso de su pretensión liberadora (la Cruz) se convierte en paso hacia su Resurrección definitiva. Por eso los primeros cristianos aplicaron enseguida a Jesús el poema citado de Isaías 53.

Y bien: la ilusión de tantas pretensiones revolucionarias de nuestra historia ha sido crear ese mundo donde a los buenos les fueran bien las cosas, y a los malvados mal; aspirando incluso a una desaparición de los malvados con la aparición del “hombre nuevo”, tan esperado antaño por muchos movimientos revolucionarios. Por eso no importa el destino (aparentemente) fracasante de las revoluciones, sino la verdad y el valor de su apuesta: porque si resultase que Dios es Amor, entonces creer en Dios no sería más que creer en la Bondad (tantas veces pisoteada), y creer en el Amor (pocas veces amado).

Y que Dios es Amor es precisamente lo que anuncia la divinidad de Jesús. Sin ella no podríamos saber que Dios es Amor: podríamos desearlo o barruntarlo, pero podría ser también que Dios fuese como los dioses griegos o babilónicos. Ahora bien: en el Amor y la Bondad no se puede creer de manera meramente intelectual; sólo se puede creer amando en intentando ser bueno. A eso apuntaba la ironía paradójica de Benjamin Constant, líder de la revolución francesa y amante de Madame Stael: “soy demasiado escéptico para ser incrédulo”

Hace unos meses, la revista Vida Nueva publicó una entrevista con Ana Palacios fotoperiodista que, confesándose atea, lleva una vida dedicada a trabajar por las víctimas de la historia, y que hacía un gran elogio de los misioneros porque siempre “le infunden paz”… Ante la sorpresa de la entrevistadora explicaba que ella no conseguía ser creyente, pero sí era “queriente”.

San Agustín le habría dicho que si amas de veras ya crees aunque no lo creas. Yo prefiero recordarle una vieja anécdota histórica del rabino judío Elischa ben Abuja que perdió la fe con gran escándalo de la comunidad. Pero otro rabino, tras un momento de silencio se limitó a comentar: “dichoso él porque ahora es dueño de hacer el bien sin buscar recompensa alguna”.

Esa es la gran interpelación que nos lanza un sector de la llamada increencia. Algunos podrán reconocer, y aquí me encuentro yo, que sin una Ayuda exterior no hubieran sido capaces de hacer el poco bien que hayan hecho. Pero lo válido para todos los cristianos y absolutamente fundamental, es que nosotros no esperamos el más-allá como una recompensa sino como un regalo del que nos fiamos por una Promesa.

Esto lo reflexionamos demasiado poco. Sin embargo hay ahí algo fundamental para entender la muerte y resurrección de Jesús.

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Queremos ser vida luz.

Domingo, 1 de abril de 2018
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artwork_images_424157556_176230_david-lachapelleHermanos, cuando uno es cogido por la fuerza de la Resurrección de Jesús comienza a entender a Dios de una manera nueva, como un Padre apasionado por la vida de las personas y una vida digna. Oremos.

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

• Padre bueno, que la Iglesia sea, la comunidad creyente que busca hacerse presente allí donde se produce muerte, para luchar con todas las fuerzas ante cualquier ataque a la vida.

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

• Padre bueno, que todos nosotros seamos conscientes de la llamada permanente a ser y estar del lado de los más desfavorecidos; a despertar nuestra fe dormida, sabida y dejarnos sacudir por tanta situación injusta, insolidaria, egoísta…

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

• Padre bueno, que todos los niños, jóvenes y adultos que durante esta Pascua van a recibir los Sacramentos del Bautismo y Confirmación, encuentren en muestras comunidades parroquiales y religiosas espacios donde compartir, reflexionar y madurar su opción por Jesús y su Reino.

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

• Padre bueno, que celebremos la Pascua acogiendo el testimonio de los pobres, la esperanza de los que luchan por la justicia, el canto de los que aman la vida, la alegría de los que se entregan , el gozo de los que perdonan, la ternura de los que ofrecen misericordia.

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

• Padre bueno, te recordamos en esta mañana de Pascua a todos los hombres y mujeres que entregan su vida día a día por hacer posible la utopía de un mundo más justo y más a la medida de tu corazón.

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

Padre, tú sabes que queremos ponernos tras las huellas de tu hijo Resucitado, reconocerle en el hermano o hermana que tenemos al lado, también en los lejanos y… dejarnos encontrar por Él… Que la alegría de celebrar la Pascua nos lance a la vida de los demás. Te damos las gracias por entregarnos nuevamente y para siempre a tu hijo Jesús.

Vicky Irigaray

Fuente Fe Adulta

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