“Soltar”, por Dolores Aleixandre
De su blog Un grano de Mostaza:
“He quitado de mi vida muchas cosas inútiles y Dios se ha acercado a ver lo que pasaba”. Leo estas palabras de Christian Bobin en vísperas de la Pascua y acuden a mi memoria muchas otras de procedencias dispares pero con un punto de coincidencia en ese verbo de ardua conjugación: soltar con su cortejo de sinónimos: dejar, desasir, desprenderse, desatarse, abandonarse…
Nosotros solemos preferir sus antónimos: retener, guardar, aferrarnos, reservar, sujetar y lo hacemos con determinación y a veces hasta con ferocidad, sin distinguir tantas veces si aquello a lo que nos agarramos tiene la consistencia de una cuerda o la fragilidad de un hilillo. Y ya avisaba Juan de la Cruz de que ninguna de esas ataduras dejan volar al pájaro.
Rilke hablaba del aprendizaje siempre pendiente de dejarse caer para “pacientemente descansar en la gravedad”.
Thomas Merton lo refleja en su Diario de Asia con esta anécdota pintoresca: “Trungpa Rimpoche, un lama tibetano, tuvo que huir a la India y el monje que lo acompañaba llevaba una caravana de cerca de 25 yaks cargados con todo tipo de provisiones. El lama le dijo: – No vamos a ser capaces de llevar todos esos yaks: tendremos que vadear y atravesar ríos a nado y necesitamos viajar ligeros. El otro repuso: – Tenemos que llevarlos, tenemos que comer. Emprendieron el viaje y, cuando los comunistas chinos vieron la caravana de yaks por el camino, los requisaron. Pero el lama ya no estaba allí: se había adelantado, se encontraba nadando en un río y escapó”.
Escapó también aquel muchacho envuelto en una sábana que seguía a Jesús en el huerto y que, cuando intentaron agarrarle, soltó la sábana y escapó desnudo (Mc 14,51-52).
Un personaje misterioso en el que podemos contemplar una metáfora del propio Jesús que, despojado de todo, soltándolo todo, atraviesa desnudo y libre su Pasión. “El Hijo ha renunciado a toda previsión, dice Von Balthasar, ha dejado toda pro-videncia al Padre que lo envía y lo conduce. Esto le otorga un arrojo infinito, ya no necesita preocuparse por los muros de contradicción, dolor, fracaso y muerte pues el Padre que le guía, le recoge al final extremo de la noche”. Y en esas manos él había aprendido a dejarse caer.
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