“La Iglesia en la historia de España (I)”, por Saturnino Rodríguez.
Un resumen hecho sobre un libro escrito por una persona de ideología conservadora por lo que hay que leer entre líneas…
DEL SIGLO I AL SIGLO XVII
Esta presentación pretende hacer una síntesis de la presencia de la Iglesia en la historia de España, desde los orígenes, es decir, desde la predicación del Cristianismo (s. I), a nuestros días.
Hemos seguido los pasos de la magnífica obra -casi enciclopédica- del director-coordinador de la misma José Antonio Escudero titulada “Iglesia en la Historia de España”. El título ya dice claramente que no se trata de una historia de la Iglesia sino de su actuación, papel e implicación en la historia de España a lo largo de 21 siglos.
El director-coordinador de “La Iglesia en la historia de España” es José Antonio Escudero López, (Barbastro, Huesca, 1936), doctor en Derecho, catedrático y jurista e historiador-investigador. Ha repartido su intensa actividad entre la docencia universitaria como catedrático en la Universidad española y profesor en varios países europeos y americanos y en la política como eurodiputado, desde el año 1987 hasta el 1999. Fue también senador por Huesca en la primera legislatura democrática de la Transición.
Actualmente es el Presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, y es miembro también de la Real Academia de Historia y del Consejo de Estado. Las dos dimensiones académica y política unidas a la de investigador le convierten en una referencia obligada tanto para gobernantes como para la sociedad.
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La religión en la península ibérica antes del cristianismo
Los pueblos preromanos en la península ibérica
La 1ª parte de “La Iglesia en la historia de España”, correspondiente a la España antigua, estudia las dos etapas romana y visigoda, arrancando de una cuestión previa e importante: ¿En qué creían los pueblos primitivos de la Península Ibérica cuando llegó el mensaje cristiano? ¿Cuáles eran las religiones prerromanas? Abundan los trabajos que resumimos en pocas palabras.
Los investigadores aprecian una diferencia religiosa y cultural entre celtíberos y vacceos. Los antiguos vascones, en el área de Navarra, veneraban dos divinidades principales: Losa o Loxa, con cuatro dedicatorias y Larrahi con dos.
En el territorio lusitano-galaico que comprendía la región limitada al sur por el Tajo, al este por al actual frontera entre España y Portugal y al norte por la Sierra de la Estrella, recibían culto cuatro dioses que sobrepasaron el ámbito local: Bandua, Quangeius, Arentius y Reve, y otros cuatro posibles teónimos.
El panteón hispano presenta muy próximas afinidades al celta extrahispano, aunque hay algunas diferencias notables. Una síntesis de la religiosidad de los pueblos indoeuropeos hispanos, la compara continuamente con la de la deidad céltica Bandua, protectora de núcleos urbanos.
El dios indígena Bandua se asimiló en determinados casos con el Genio romano. Los Genios y los Lares romanos eran como las almas de los familiares difuntos que podrían tener esta misma característica.
Bandua es reconocido como un dios de la Vexillum y socio de Marte. Se trata de una posible divinidad indígena prerromana tartésica (s.IV aC), y la más antigua que se puede fechar. Los accitanos (de Acci, antiguo nombre de Guadix) veneraban a una deidad indígena de carácter solar asimilada a Marte con el Neito, palabra celtibérica.
1 – Romana y Visigoda
Los comienzos apostólicos
En aquellos primeros tiempos, a los que remiten las antiguas tradiciones todo es inaugural y primario: la predicación del apóstol Santiago, a quien según la tradición se aparece la Virgen (del Pilar) para alentarle en su tarea apostólica; el proyectado viaje de san Pablo en su carta a los Romanos, escrita desde Corinto (Carta a los Romanos 15,28) hacia el año 56 d.C. en donde dice “Saldré para España, pasando por vuestra ciudad (Roma), y sé que mi ida ahí cuenta con la plena bendición de Cristo”. Y también los “siete varones apostólicos”, tradición ésta que resumimos brevemente…
El historiador dominico Rodrigo de Cerrato (El Cerratense) escribe en 1276 sobre estos “siete santos varones” que “habiendo sido ordenados en Roma por los Santos Apóstoles, Torcuato, Tesifonte, Eufrasio, Indalecio, Segundo, Cecilio y Esiquio, fueron enviados a España, todavía dominada del error pagano, a predicar la fe católica. Éstos, como llegaron a la ciudad de Acci (hoy Guadix, Granada)”. Por ello Guadix es considerada la primera ciudad convertida al cristianismo en la península ibérica y primera sede episcopal, fundada en el siglo I por San Torcuato (uno de los “siete varones”).
La tradición dice que desembarcó en Carthago Nova o Adra (hoy Almería) en el año 47 y desde allí se dirigió al Guadix hispanorromano, culminando la conversión de la ciudad con el bautizo de la matrona romana Santa Luparia. La iglesia de Sta. Comba de Bande (Orense, Galicia) del siglo VII -antes monasterio- contiene la tumba vacía de San Torcuato cuyos restos fueron trasladados de Guadix tras la invasión musulmana. De Bande pasarían en el siglo XVIII al monasterio de Celanova (Orense, Galicia) donde reposan en una urna.
En el lugar donde se asienta esta catedral de Guadix, existió en el siglo X una iglesia hispano-visigoda, sede diocesana creada por San Torcuato, donde fue martirizado.
Esta etapa contempla también la ordenación de los primeros clérigos y obispos, sobresaliendo san Osio en Córdoba consejero del emperador Constantino I, que aparece en el tránsito del siglo III al IV (año 256), en vísperas del Edicto de Milán (313 d.C).
Se evocan así aquellos que fueron los primeros mártires, como los 18 de Zaragoza (comienzos del s. IV) por la persecución romana de Diocleciano como los dos mártires de Córdoba, Acisclo y Zoilo, las das mártires sevillanas, Justa y Rufina y los dos mártires de Calahorra Emeterio y Celedonio, cantados unos y otros por el gran poeta Prudencio (404) en el Peristéfanon, que son himnos a los mártires cristianos. Su famosa Psychomachia es un poema alegórico que representa el combate por el alma humana entre las virtudes y los vicios personificados.
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Expansión del cristianismo
Los Concilios españoles, s. IV
A esta etapa pertenecen también los primeros Concilios españoles, como el de Elvira (Illíberis, Granada) entre el 300 al 324, de inusitado rigor en algún cánon que por ejemplo excluye de la comunión a los idólatras incluso al final de la vida (nec in finem comunionem accipere), y que bien pudiera ser un anticipo de la conocida extremosidad celtibérica aplicada ya entonces a las cosas de Dios.
Este concilio fue uno de los más importantes llevados a cabo en las provincias, seguido por el Concilio de Arlés y el Concilio de Ancyra los cuales prepararían el camino para el primer Concilio ecuménico católico.
Las primeras herejías
Finalmente se exponen las primeras herejías, y entre ellas el priscilianismo, aunque todavía se discuta ahora si fue o no hereje su fascinante promotor.
Con Prisciliano obispo (385) -el primer sentenciado por herejía en la Iglesia– junto a un alza en la valoración de la castidad y de la renuncia al matrimonio en los consagrados a Dios, aparece en la Iglesia el fenómeno de la presencia de grupos de mujeres que siguen al líder espiritual.
Este pseudo-misticismo enervador y enfermizo es muy antiguo en España, aunque algunos lo fechan en el siglo XVI. Le profesaron los Agapetas, le difundieron en Galicia los Priscilianistas, y duró, en tenebrosos conciliábulos, hasta el fin de la monarquía sueva. Renació en el siglo XIII con los albigenses de Cataluña y León, y no ahogado del todo por el humo de las hogueras que encendió San Fernando, volvió a salir a la superficie en el XIV, era tristísima en que se removió todo cieno.
Los primeros eremitas
San Millán de la Cogolla (473) fue uno de los primeros monjes creador de la comunidad mixta de eremitas de Suso, que luego con el monasterio de Yuso -ambos declarados Patrimonio de la Humanidad- se convertirían en uno de los focos culturales más antiguos e importantes de la época medieval en el sur de Europa.
Lo atestiguan sus extraordinarios códices como el Aemilianense (siglo X) por lo que el Escritorio de San Millán es conocido como la “Cuna de la Lengua”. Gonzalo de Berceo (1220), primer poeta castellano conocido, sirvió como notario en el monasterio de San Millán.
La Hispania Visigoda, s. V al VII
El asentamiento del pueblo visigodo en la Península Ibérica llega de mediados del siglo V y comienzos del siglo VIII. Relacionándolo con nuestro objetivo la etapa visigoda comienza con la conversión, en tiempos de Recaredo, del arrianismo o “fe gótica” (fides gotica) al catolicismo. Tras ello se expone la influencia de las instituciones y de los grandes pensadores religiosos en la vida de la comunidad política, a la que inyectan contenido moral. Éste es el caso de los Concilios de Toledo, dieciocho concilios celebrados en Toledo entre el año 397 y el 702.
Es también la etapa de las colecciones canónicas (singularmente la Hispana 517) y la benéfica proyección de las grandes figuras de la Iglesia (sobre todo, San Isidoro de Sevilla) en el pensamiento político y en la justificación de un poder real que no solo necesita legitimidad de origen, sino también de ejercicio (rex eris si recte facies, si non facias non eris; “serás rey si obras rectamente, pero si no lo haces no lo serás”).
En esa etapa se realiza la organización territorial de la Iglesia hispanogoda, los problemas del patrimonio eclesiástico y las iglesias propias, es decir aquéllas fundadas por señores territoriales que pretenden sustraerse a la jurisdicción episcopal. Se atiende al monacato hispano-godo y a las primeras reglas monásticas. Este sector visigodo, como el romano que le antecede, concluye con un panorama de la influencia de la Iglesia en la cultura de la época.
“Lex romana Visigotorum” (tambien llamado “Breviario de Alarico”) es un cuerpo legal visigodo, en el que se recoge el Derecho romano vigente en el reino visigodo de Tolosa, que fue elaborado durante el reinado de Alarico II en el año 506. Superior al Código de Eurico del año 476, en realidad lo que hace es recoger el derecho romano vigente. Una vez redactado, se presentó en una asamblea en la que estaban presentes todos los responsables del reino (nobles, obispos… incluido el propio rey).
El monacato hispano-godo adquiere una extraordinaria pujanza durante el siglo VII. Se componen ahora las reglas que permiten su plena organización. Son sus autores las grandes figuras de la Iglesia del momento: San Fructuoso (+ c. 665), monje y obispo de Braga, fundador de varios monasterios en toda la península; San Leandro (540-600), también monje y arzobispo de Sevilla, y San Isidoro (560-636), sucesor de San Leandro en la sede de Sevilla y consejero de Sisebuto. Este sector visigodo, como antes el romano, concluye con una gran influencia de la Iglesia en la cultura de la época.
2 – Iglesia en la España medieval
La etapa de la Iglesia en la España Medieval se abre en el despertar el siglo VIII, con la derrota visigoda y la invasión musulman (711), pórtico de un cambio trascendental, la llamada “pérdida de España”.
La invasión musulmana
Este hecho significará la entrada en la Península Ibérica de la tercera gran religión monoteísta, con lo que España será durante siglos la España de judíos, moros y cristianos, solar de problemática convivencia donde desempeñan un papel especial los conversos, o más precisamente quienes fueron tenidos por falsos conversos.
En la Alta Edad Media hay que destacar como hito el Concilio de Coyanza(1055), hoy Valencia de Don Juan (León), que promovió el restablecimiento de la disciplina eclesiástica visigoda. En la Baja Edad Media con la reforma gregoriana y la introducción del rito católico romano abandonando el rito visigótico establecido desde los primeros momentos por los reyes de Asturias.
Como antes se atendió al monacato visigodo, ahora nos ocupamos delmonacato medieval donde entre otras cosas destaca el particularismo hispano de los monasterios familiares y dúplices, compuestos por comunidades de varones y mujeres que viven separados bajo una misma autoridad y regla, que no deben ser confundidos con el abuso excepcional de los cenobios mixtos, prohibidos por la Iglesia.
Las Órdenes Militares
Con las Órdenes Militares, simbiosis de ideales religiosos y bélicos, surgidas en el ámbito de la Reconquista, se estudia el inicio de otro fenómeno de trascendental importancia, la formación del régimen señorial eclesiástico, con legiones de fieles que, a través de los siglos, ceden sus posesiones a monasterios e iglesias confiando así asegurar la salvación de su alma: son las “donationes pro anima”, superabundantes en los cartularios medievales, o la “traditio corporis et animae”.
Las más importantes Órdenes Militares surgen en el siglo XII en la Corona de Castilla: Orden de Santiago, Orden de Alcántara y Orden de Calatrava y en el siglo XIV en la Corona de Aragón, la Orden de Montesa. La presencia de otras órdenes militares foráneas, como la del Temple o la de San Juan, fue simultánea, y en el caso de los caballeros templarios su supresión en el siglo XIV benefició significativamente a las españolas.
3 – Reinados de los Reyes Católicos y los Austrias
Esta tercera parte arranca con análisis de las reformas llevadas a cabo -singularmente por el cardenal Cisneros– tanto en el clero secular como en el regular (él era franciscano)- a fines del siglo XV. Esas reformas se aplicaron primero a los monasterios femeninos (con grandes resistencias en la Corona de Aragón), y luego a los masculinos, como benedictinos y cistercienses, y fueron dirigidas, en el caso de dominicos, agustinos y carmelitas, por los superiores generales de las propias Órdenes.
Francisco Jiménez de Cisneros (1416-1517), confesor real de la reina Isabel, fue cardenal, arzobispo de Toledo, primado de España y tercer inquisidor general de Castilla, perteneciente a la Orden Franciscana. También gobernó la Corona de Castilla en dos ocasiones por incapacidad de la reina Juana. Entre 1506 y 1507 presidió el Consejo de Regencia que asumió el gobierno castellano tras la muerte del rey Felipe el Hermoso en espera de la llegada de Fernando el Católico. Entre 1516 y 1517 volvió a asumir el gobierno tras la muerte del rey Fernando y en espera de Carlos I.
Al radicalizarse el problema judío, esta etapa se abre en el ámbito religioso y político con drásticas medidas que denuncian el fracaso de la convivencia religiosa en España. Habida cuenta de que el problema judío era en cierto modo doble -el de los judíos en cuanto tales, con su propia religión, y el de los judíos ya bautizados, conversos o falsos conversos- la solución, o, más bien, la mala solución, fue también doble. En cuanto a los primeros, considerados una minoría inasimilable y perturbadora, se decretó su expulsión en 1492, como también se decretará la de los moriscos en 1608.
Y en cuanto a los falsos conversos, con un problema agravado ahora por la conversión forzosa de los judíos expulsos que no pudieron o no quisieron irse, o se vieron forzados por las circunstancias a retornar, fue establecida en 1478 la Inquisición: una Inquisición distinta de la que los Papas habían puesto en marcha en el Medievo, pues ahora aparece como dependiente también del poder secular. Esos tres grandes temas -expulsión de los judíos, Inquisición y expulsión de los moriscos- son así objeto de detenida atención en “La Iglesia en la historia de España”.
Las órdenes religiosas, Reforma y Contrarreforma
En el mundo de las Órdenes e instituciones religiosas de la España Moderna, Ignacio de Loyola funda la Compañía de Jesús (1539) y tiene lugar la reforma del Carmelo por Sta. Teresa (1562), hechos ambos que en este libro interesan no sólo por su repercusión universal, sino también por haber sido españoles el fundador de la Compañía, como lo había sido antes el fundador de los Dominicos Sto. Domingo de Guzmán y luego el de los Escolapios S. José de Calasanz (1617) y la reformadora del Carmelo, con lo que ambas instituciones, de impronta hispánica, gozaron de una especial implantación en nuestro país.
Por lo demás, el big bang del cristianismo europeo en el siglo XVI fue sin duda la Reforma luterana y, como contrapartida, la Contrarreforma, y un concilio, el de Trento (1445-1563), trascendental en la determinación de dogmas y en la reforma eclesiástica, que fue, en comentario de Menéndez Pelayo, tan español como ecuménico.
De todas formas, entre la ortodoxia heredada y acuñada luego en Trento, y la denunciada heterodoxia luterana, hubo espacios intermedios de corrientes doctrinales y movimientos de espiritualidad de difícil ubicación, de los que la obra “La Iglesia en la Historia de España” dirigida por José Antonio Escudero también da buena cuenta. Es el caso de los erasmistas españoles (1527-32), seguidores del humanista holandés Erasmo de Rotterdam, o el de las corrientes de alumbrados aparecidas en Guadalajara, Toledo y Extremadura, que con su llamativo protagonismo femenino, tal vez sin igual en la historia de la Iglesia en España, habrán de despertar las sospechas de la omnipresente Inquisición, que no pocos historiadores piensan estaría en la base del Siglo de Oro español.
La monarquía católica, paradigma del “Estado confesional”, acuña un regalismo, el de los Austrias, con su correspondiente derecho de presentación y pase regio (1508-1523), por el que el monarca supervisa bulas y textos del Papa, consolidándose figuras como el Inquisidor General o el “confesor del rey” que son objeto de examen por su doble virtualidad religiosa y política.
La Iglesia en el “encuentro con el Nuevo Mundo”
Tras ello, esta tercera parte finaliza con un gran tema como el de América, de rango ecuménico, en el que hay diversos aspectos a considerar, y entre ellos, el propio descubrimiento (1492) e incorporación de las Indias y su justificación, habida cuenta de que la acción del Estado se fundamenta en unas bulas papales, las de Alejandro VI, y aboca a una polémica, la de los justos títulos, que, en última instancia, es una polémica de naturaleza religiosa sobre los poderes del Papa.
No se trata, desde luego, de examinar la acción de la Iglesia en América, tema que llevaría cuando menos otro libro, sino de la actitud de la Iglesia española ante la conquista y colonización, y determinados aspectos (el Regio Patronato Indiano) de cómo el Estado gestionó a distancia los asuntos religiosos. Era un privilegio especialísimo por el cual los Papas concedieron a los Reyes Católicos y sus sucesores el derecho de organizar y dirigir la Iglesia en sus colonias. A destacar entre esos privilegios los que otorgó Alejandro VI a los Reyes Católicos en 1493.
– Continúará en una 2ª parte del siglo XVII al XXI
Saturnino Rodríguez
Fuente Religión Digital
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