Profetizar con perfume.
Antes de salir de casa me gusta echarme un poco de agua de colonia, con el spray, sin más, y sin menos. ¡Qué menos que tener derecho a sentirte fresca, femenina, libre!
Ese gesto, casi automático, me recuerda a nuestra hermana, a la que le encantaba el perfume, no el agua de colonia como a mí, ¡no! ella iba a por todas. El mejor perfume, el de nardo auténtico, el que, dice el evangelio de Marcos, que ahorra bastantes palabras, que era muy caro. (Mc.14 ,3-9), tal vez un Dior, o algo de ese pelo.
Agarrada al frasco de alabastro lleno de esa esencia maravillosa, que expresa su propio amor apasionado hacia aquel que le ha devuelto la dignidad, irrumpe, transgrede, rompe y ama, ama con todo su ser al que la mira con respeto, al que se deja ungir por ella, al que pone su cabeza en sus manos: “se lo fue derramando en la cabeza”.
¿Por qué la cabeza? ¿Acaso el dolor no está en la cabeza? ¿Acaso la duda, el miedo, los recuerdos dolorosos, no se instalan ahí de ocupas, hasta que alguien, con sus manos y su perfume, con su tacto y su energía femenina lo va “haciendo fluir”? porque el cariño no resuelve los problemas, pero sí acaricia a quien los sufre, y como nódulo tenso, se van disolviendo pudiendo así ser mirados desde otro ángulo.
Nuestra hermana, como siempre anónima, no le evita la muerte a Jesús, pero sí la desesperanza, la angustia, la soledad. Es lo que tiene el perfume, que ahoga la peste del patriarcado que se ceba con el dolor de las más débiles, o así consideradas.
“Se lo fue derramando en la cabeza”… la escena es insuperable, recoge los sentidos, puedes seguir cada uno de ellos y experimentar el tacto en la sien, relajando la tensión, el olor intenso penetrando por los poros, el rostro del Maestro, relajado y agradecido entre las manos de una mujer, que le adora, a su manera.
Supongo que en la sala se hizo silencio, lo cual favorece el efecto del tacto y el perfume, y seguro que el placer del conjunto aplicado, en unos días difíciles y en un cuerpo joven tensionado por tanta calumnia y envidia, debió ser de un gusto exquisito.
Y lo consigue ella, que es capaz de profetizar como ella es, a su manera, empoderada por la voz del amado:
“Dejadla, ¿por qué la molestáis? Una obra excelente ha realizado conmigo…”
Pero es que ella ha tenido que tomar decisiones muy comprometidas. Profetizar con perfume no es un anuncio del corte inglés o cualquier otro absurdo comercial.
Profetizar con perfume presupone romper el frasco. ¿De qué estamos hablando? Escuchaba a un médico decir que una de las causas de muerte muy frecuente en la mujer es “de corazón roto”, así diagnosticado, porque es una muerte súbita causada por un dolor intenso, muy intenso. Desde 2007 la causa número uno de muerte en la mujer es infarto: por agotamiento, por pluriempleo, por ser cuidadoras de todo y excederse.
Hoy la mujer se rompe, pero la mayoría no por profetizar con la vida y la palabra. Profetizar con perfume presupone romper el hermoso frasco de alabastro, ese que tú y yo tenemos, como mujeres cristianas, y que el patriarcado no nos deja compartir… pero sí Jesús.
Deseo que nuestra hermana, una de las primeras cristianas, nos enseñe a ser profetas, hoy día internacional de la mujer trabajadora, os recuerdo hermanas, amigas, compañeras cristianas que tenemos un servicio pendiente de priorizar “el servicio de ungir cabezas con el perfume de la Palabra y el cariño”.
Sueño en montones de mujeres cristianas que con nuestro jarro de alabastro no hagamos lo que hace el capitalismo, guardarlo para venderlo cuando sea buen momento, sino romperlo y regalarlo.
Romper moldes, costumbres y prácticas patriarcales que nos impiden estar disponibles para comunicar a tantas y tantos lo que guardamos en el frasco.
Y también entre nosotras, no libres en tantas ocasiones de actitudes patriarcales, ya que así nos educaron… Deconstruir procesos mentales es muy difícil. Ser profetisas del perfume entre nosotras, evitando la competitividad, la crítica… que tanto mal nos hace, sí, entre nosotras.
Antes de salir de casa, chicas, no olvidéis el spray de perfume, guiño por la chica del frasco de alabastro.
Magdalena Bennásar Oliver
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