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Juan Masiá, sj: “Si no tenemos sensibilidad para lo poético no podemos leer la Biblia”

Sábado, 7 de abril de 2018

20150319_juanmasiaEl teólogo jesuita presenta ‘El Que Vive. Relecturas de Evangelio‘ (Desclée)

“La confesión de fe nos da algo mucho más y mejor que la felicidad. Sabe a poco reducir la fe a su instrumentalización al servicio de una felicidad superficial y egocéntrica”

(José M. Vidal).- “Re-leer y re-vivir los evangelios con y desde el Espíritu“, con una lectura “comprometida, crítica, creativa y contemplativa” y “con todo el cuerpo y alma unimismados”. Eso es lo que se propone el teólogo jesuita y bloguero de RD Juan Masiá en su nuevo libro, El Que Vive. Relecturas de Evangelio (Desclée), y eso con el fin de “despertar a la vida en tres ámbitos: la gratitud, la convivencia y la liberación”.

¿Qué pretende con su nuevo libro?

Dar testimonio de que El Que Vive me hace vivir. Y, al mismo tiempo, invitar a revivir el Evangelio releyendo los evangelios desde la cuádruple perspectiva de una lectura “comprometida, crítica, creativa y contemplativa”.

Este libro es hermano gemelo del publicado en la misma editorial en 2015: Vivir. Espiritualidad en pequeñas dosis. En aquél expresé, en lenguaje poético y narrativo, con la ayuda de los pictogramas chino-japoneses, el encuentro de la espiritualidad cristiana con las tradiciones orientales, para despertar a la vida en tres ámbitos: la gratitud, la convivencia y la liberación.

La cuarta parte -Espíritu vivificante- es la clave para entender cómo está escrito, en 2017, El Que Vive. Relecturas de Evangelio. La clave es re-leer y re-vivir los evangelios con y desde el Espíritu; releerlos, como decía el jesuita y maestro del Zen, Juan K. Kadowaki -con una expresión unamuniana del ‘Cristo’ de Velázquez-, “con todo el cuerpo y alma unimismados”.

¿Releer el Evangelio desde la vida es la única forma de leer el Evangelio?

Releer los evangelios desde la vida nos lleva a redescubrir en medio de la vida el Evangelio de El Que Vive. Pero “desde la vida” es solamente una de las cuatro perspectivas mencionadas antes. Esas cuatro perspectivas no son compartimentos estancos; tampoco están alineadas a la misma altura. La perspectiva contemplativa ha de añadirse a cada una de las otras tres. La lectura solamente comprometida o solamente crítica o solamente creativa se quedaría en la superficie de la esfera. En cambio, las lecturas comprometido-contemplativa, crítico-contemplativa y creativo-contemplativa ahondan hacia el centro de la esfera desde cualquier punto de su superficie, profundizan hacia el centro de la vida y del Evangelio.

¿Cuáles son las claves hermenéuticas del libro?

Cuatro cuadernos sobre mi mesa: 1) el diario personal que registra hechos de vida que comprometen con la vida (de él están tomadas las entradillas entre corchetes al comienzo de cada capítulo); 2) los apuntes de exégesis y hermenéutica (que justifican la lectura crítica y el aparato de estudio oculto tras la apariencia desenfadada de algunas interpretaciones atrevidas como, por ejemplo, la compatibilidad de virginidad y materno-paternidad de María y José); 3) los cuadernos del blog y homilías semanales (en los que el lenguaje literario ayuda a recrear la tradición, como hicieron los evangelistas para decir mitopéticamente la verdad por medio de la ficción y el símbolo” [Paul Ricoeur]); 4) el cuaderno personal de oración y ejercicios espirituales, ayuda ignaciana de la contemplación y el discernimiento.

Por supuesto, la imagen de los cuadernos se ha quedado anticuada. Hoy son las correspondientes carpetas de archivar documentos en el PC: 1) Hermenéutica aplicada a la vida, 2) crítica histórico-textual, 3) creación literaria y… 4)?… No, el cuarto cuaderno tiene que seguir siendo cuaderno, para escribir a mano, con pluma estilográfica (o pergeñar con pincel caracteres japoneses) el recuerdo de lo que san Ignacio llamaba “mirar cómo me ha ido en la contemplación” (Ejercicios espirituales, n. 77) o “reminiscencia de las cosas contempladas” (id. n. 64).

¿Cuál es la confesión de fe del jesuita y teólogo Masiá?

Es la confesión de fe del hombre de carne y hueso que responde a esta pregunta diciendo Confiteor et credo, es decir, confieso y creo. Es la confesión que he formulado en el prólogo: “Creo en Jesús, El Que Vive. Creo que Él es El Que vive. Creo porque su Espíritu me hace creer”. Confesar significa reconocer, en el sacramento de la sanación y el perdón; cuando decimos confiteor, queremos decir: yo reconozco. Reconozco dos cosas: reconozco que necesito ser sanado, perdonado. Reconozco y agradezco que estoy siendo sanado, perdonado y que el Espíritu me hace creer.

¿Puede decir que, con esa confesión de fe, fue y es feliz?

La confesión de fe nos da algo mucho más y mejor que la felicidad. Sabe a poco reducir la fe a su instrumentalización al servicio de una felicidad superficial y egocéntrica. Lo que nos da la fe es el estar “anclados en la esperanza” tanto en medio de la felicidad como de la infelicidad (cf. Hebreos 6, 19: “áncora segura y firme”, texto elegido para el recordatorio de mi primera misa, que le sugiero para la homilía a quien celebre mi funeral).

¿La cultura japonesa, que asumió en su vida, le facilitó el acceso a Jesús?

La cultura japonesa como la murciana tiene luces y sombras, lo mismo que las personas que viven en esa cultura. No son ellas y ellos orientales y nosotros o nosotras occidentales. Todos y todas tenemos que redescubrir otro Oriente profundo en el fondo del Oriente y Occidente geográficos o históricos; la tradición eterna, que decía Unmuno, conecta con el presente eterno de Nishida; la presencia de Dios en medio de los pucheros, de Teresa de Jesús, conecta, como explica el Maestro Kadowaki, con el “sentado así, sin más, tal cual” de la mística de Dogen; la noche oscura y noche sosegada de Juan de la Cruz o de Unamuno en el ‘Cristo’ de Velázquez, puden conectar con el arte del pintor y escultor Toshima, que vivió enamorado del Albaicín y mezcló en sus pinturas la puesta del sol en la Vega con el recuerdo de la luz que se filtra por la espesura del bosque sintoista (Toshima leía a Unamuno y San Juan dela Cruz y vibraba participando en la Semana Santa andaluza, a la vez que revivía el Bushido caballeresco del japonés, lector del Hagakure cuando gozaba con el Quijote…).

Pero volviendo a la pregunta, lo principal del acceso a Jesús, dicho en una palabra, es lo siguiente. Tú creías que ibas a llevar allí a Jesús, pero descubres que Él Que Vive ya estaba allí antes de tú lo llevaras y, por otra parte, tú no lo tenías tanto o tan bien como creías. Entonces su Espiritu te hace despojarte de las falsas imágenes de Él que te habías hecho o te habían imbuido, a la vez que lo redescubres…

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¿Tiene futuro lo religioso/espiritual en una sociedad supervanzada y supertecnológica como la japonesa?

Lo tendrá si Japón recupera lo mejor de sí mismo, que lo tiene tan olvidado como también tenemos olvidado en nuestro país lo mejor de la tradición eterna de los hombres y mujeres de nuestros pueblos…

¿Y el catolicismo?

Eso ya es más difícil. Tendría que despojarse mucho el catolicismo del peso de exclusivismos, así como del lastre racionalista y legalista que arrastra durante siglos. Por otra parte Japón tendría que despojarse de la obsesión típica de los nacionalismos estrechos seducidos por el mito de la diferencia y unicidad.

Volvamos a los relatos evangélicos de su libro. ¿Por qué en Caná faltó agua y sobró vino?

Si no tenemos sensibilidad para lo simbólico y poético no podemos leer la Biblia. De eso es, en una palabra, de lo que va el 50% de mi libro. Sin ese sentido de lo mitopoético, quedarán desconcertados los lectores y lectoras que juzguen inconcebibible que Lázaro y el joven de Naím no revivan, o que en Caná no haya magia, o que el Espíritu Santo entre en María por la misma puerta de la vida por donde entra su esposo…

Dice usted que creer en Jesús es buscarlo. ¿Basta sólo con eso?

Pablo lo captó muy bien. Iba corriendo detrás de Jesús para alcanzarle. Descubre que Jesús no iba delante, sino detrás de él. empujándole para que le buscara. Juan de la Cruz, en la noche oscura, va buscando alcanzar amor. En la noche sosegada descubre que ha sido él alcanzado por el amor.

¿Cuál es la cuarta vía que usted dice que propone y practica el Papa Francisco?

Ni la primera vía fundamentalista, inmovilista y de marcha atrás; ni la segunda vía desarraigada (que tira al bebé junto con el agua de la bañera); ni la tercer vía (que no es vía, sino punto quieto), del punto medio de medas tintas de diplomacia vaticana, sino la cuarta vía, la auténtica vía media, no mero punto medio estático, sino en camino de discernimiento dinámico, junto con todos hacia el futuro, escuchando hacia donde sopla el viento del Espíritu, el “tiempo más que el espacio”…(cf. Introduccion de Amoris laetitia y cap 52 de El Que Vive).

¿En qué vía se situaron los predecesores de Bergoglio?

Juan XXIII fue clarísimamente cuarta vía y primavera eclesial, que Francisco retomará medio siglo después.

El Pablo VI angustiado de la Humanae vitae se quedaba en la tercera, el punto medio diplomático. Pero en la Evangelii nuntiandi sugería aperturas de puertas que retomará Francisco (que lo citó mucho desde el comienzo).

El Ratzinger del Informe sobre la fe marcaba la vuelta atrás a la primera vía, mezclada luego en su pontificado con prudentes y tímidas recomendaciones de tipo tercera vía.

Juan Pablo II, a menudo contradictorio con una mezcla de audaces propuestas de principios y marcha atrás en las conclusiones, a comienzo del n. 84 de Familiaris consortio empieza a abrir la puerta que Francisco pondrá de par en par, porque dice que no todos los casos son iguales y que la clave es el discernimiento. Pero no llega a la cuarta vía. Al final de ese número tiene el desliz de la tristemente célebre recomendación al divorciado y casado de nuevo para que viva como “hermano y hermana“, con lo cual ha vuelto a la tercera vía de la diplomacia vaticana…

¿La primavera de Francisco es irreversible?

Ojalá lo sea, pero… vivimos inolvidablemente la primavera de Juan XXIII y el Vaticano II, vivimos después largos años de vuelta atrás y otoño eclesial, pero cuando parecía que la partida de ajedrez estaba perdida (y no valía decir “me enroco” o “me en-Rouco”…), pues el Espíritu que nunca se queda en el paro nos dio la sorpresa de Francisco. Pues sigamos confiando en el Dios de las sorpresas…

Para saber más acerca del nuevo libro de Masiá, pincha aquí:

Fuente Religión Digital

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