Del blog de Xabier Pikaza:
El Nuevo Testamento ha destacado el sufrimiento y pasión de Jesús (cf. Heb 5, 7; Mc 14, 34; 15, 34-37; Lc 12, 50) y recoge, de un modo especial, su grito de muerte en la cruz:
“Y dando un gran grito expiro” (Mc 15, 37).
Un grito, eso es lo que al final le queda… Un grito, con todos los que sufren, pidiendo ayuda a Dios y, sobre todo, ayudando a Dios desde la Cruz, en el sentido radical de la palabra, como dirá E. Hillesum
La tradición cristiana ha interpretado ese grito de Jesús con las palabras del salmo 22, 1 (Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?: Eloi, Eloi. Lema Sabaktani: Mc 15, 34) y de ese grito quiero hablar este día, grito de muerte de miles y millones de personas que siguen sufriendo con Jesús, personas a las que hoy recordados estremecidos, sin aliento.
Éste es el grito que han escuchado los primeras mujeres fieles de la Iglesia, que quizá no podían tejer hondas teorías mesiánicas, como los Doce Apóstoles, que habían encontrado razones para abandonar a Jesús en la Cruz.
No amaban a Jesús de teoría, sino en espíritu y verdad, en alma y cuerpo, y por eso ellas se quedaron hasta el final, ante la cruz, las únicas “discípulas”, que amaron y siguieron en fidelidad hasta el Calvario.
Ellas, las “marías” del Viernes Santo, son las fundadoras de la Iglesia de Jesús. Entre ellas quiero citar hoy a E. Hillesum, una judía de Auschwicht .
Cito y presento a E. Hillesum, como Mujer del Viernes Santo judío y cristiano. Ella ha sido quizá la persona que mejor ha entendido a Jesús, en el gran Viernes/Sábado Santo de la shoa, nazi, el Gran Exterminio.
Con un gesto de silencio emocionado quiero aprender con ella el misterio del grito de dolor de Jesús y de aquellos que mueren “ayudando” a Dios, en el grande, oscuro, terrible y esperanzado Viernes Santo de la historia. Con ellas vuelvo al origen de la Iglesia, a los pies de la Cruz de Jesús, es decir, de su amor hasta (y por encima) de la muerte.
(Imágenes: E. Munch, El Grito; y E. Hillesum).
Un grito en la cruz.
Muchos exegetas han interpretado ese grito como invento de la iglesia (los crucificados mueren por asfixia y son incapaces de gritar). Otros lo han entendido como un signo apocalíptico del fin del mundo (como aparece en el Apocalipsis, libro de las últimas voces: Ap 4, 1; 5, 2; 8, 13 etc; cf. también Mc 1, 11).
Pues bien, pensamos que ese grito constituye un recuerdo histórico. Precisamente porque los crucificados no suelen gritar, la tradición cristiana ha conservado el recuerdo de ese grito, a pesar de los problemas que podía plantear a los creyentes. Desde ese fondo se entienden los otros signos que los evangelios han vinculado a la muerte de Jesús.
La tradición recuerda que Jesús no ha muerto como un desesperado, pues en ese caso no podría haberse mantenido su recuerdo salvador. Pero sabe también que, en otro aspecto, su muerte en cruz ha sido un fracaso, aunque ella sepa que, mirando las cosas desde una perspectiva más alta, ese fracaso ha sido culminación de su vida, un momento del Reino que llega. Un Jesús externamente victorioso debería haberse colocado en la línea de los vencedores del sistema, es decir, de los reyes y los sumos sacerdotes, de los ricos y fuertes, los prepotentes. Un Jesús triunfador no podría seguir siendo Mesías de los pobres, expulsados y asesinados, por quienes y con quienes ha proclamado e iniciado un camino de Reino.
Sólo quien sabe perder puede amar de verdad a los demás y acompañarles. Los que quieren ganar siempre y tener siempre razón, acaban siendo dictadores, al servicio del sistema. Desde ese fondo queremos evocar la voz final de Jesús (“dando un fuerte grito, expiró”: Mc 15, 37), que requiere una aclaración, como sabe Marcos que ofrece dos interpretaciones diferentes.
1. Algunos pensaron que Jesús llamaba a Elías, para que viniera y le ayudara (15, 35). Esta opinión se sitúa en la línea del mensaje del propio Jesús, que se había presentado en forma de profeta-como-Elías y responde a la esperanza de aquellos que pensaban que el mismo Elías le sostenía y protegía (cf. Mc 6, 15 y 8, 28).
Entendido así, este grito podría ser signo de fracaso: Desde su patíbulo de muerte, Jesús llamó al profeta de los milagros y de la justicia salvadora, pero Elías, el mensajero de Dios (cf. Mal 4, 5), no vino a liberarle. Pues bien, este grito puede interpretarse también en un sentido positivo: Jesús llama a Elías y Elías vendrá, de una forma u otra, avalando la misión profética de Jesús, en la línea que había iniciado Juan Bautista.
2. La iglesia ha escuchado en ese grito unas palabras dolientes del salterio («¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»: Mc 15, 34; cf. Sal 22, 2), reinterpretadas como llamada al Dios Padre, pues el testigo y protector de Jesús en su agonía no ha sido Elías, sino el mismo Dios, que le había ungido, diciéndole: ¡Tú eres mi Hijo querido, en ti me he complacido! (Mc 1, 11).
Ese Dios del Reino parece abandonarle ahora. Por eso, Jesús le invoca, dolido, con la voz del Sal 22, 2: «¡Dios mío, Dios mío!…». No le abandona Elías, sino el mismo Dios Padre. Por eso, Jesús le llama, elevando su última palabra, haciendo suyo el grito de los condenados que acuden a Dios desde el mismo borde de su muerte.
–- Mc 15, 34- 37 supone que Jesús murió dando un grito (una voz: fônê), que puede ser un signo apocalíptico, una voz de del fin de los tiempos… o el recuerdo de un grito histórico, de una llamada última de Jesús, desde el Calvario. Ciertamente, en ese contexto se suele recordar que los crucificados no gritan (mueren de asfixia). Pero no es imposible que ellos se esfuercen por decir su última palabra y Jesús debió decirla. Desde ese fondo se entienden las observaciones siguientes.
(1) La tradición ha mantenido el recuerdo del grito, que fonéticamente habría contenido un sonido parecido a “eli”, que podía interpretarse en relación con Dios o con Elías. No se puede demostrar que llamaba a Elías, pero esa llamada tiene un sentido dentro de la tradición. Tampoco es fácil demostrar que llamaba a Dios, pero ella se sitúa también dentro de toda la historia de Jesús y de la tradición israelita.
(2) Desde la perspectiva cristiana, lo más normal es pensar que Jesús llamaba a Dios, pero algunos pensaron que llamaba a Elías. Ellos habrían confundido la palabra “Eli” (Dios mío) con un tipo de Eli-yah (mi Dios es Yahvé) o con un Eliya-ta (Elías ven). Desde el punto de vista puramente filológico es difícil resolver la cuestión y, además, la venida de Elías y la de Dios se encuentran vinculadas.
(3) El tema nos sitúa quizá ante una controversia entre seguidores y no seguidores de Jesús. Los cristianos tenderían a pensar que Jesús llamó a Dios, mientras que los no cristianos pensarían que llamó a Elías (que no vino a ayudarle).
El evangelio de Marcos recoge la interpretación de los que pensaron que murió llamando a Elías, pero sin rechazarla expresamente. Algunos exegetas piensan que Marcos quería oponerse a la opinión de los que afirmaban que Jesús murió llamando a Elías, aunque esa figura le había acompañado desde el comienzo de su ministerio (desde su contacto con Juan Bautista; cf. también Mc 9, 4).
En esa línea, la referencia a Elías está llena de sentido: humanamente hablando, resulta lógico que Jesús llamara al profeta de los milagros, al testigo de Dios, en cuyo nombre había salido a proclamar la llegada del Reino. Pero, el evangelio ha interpretado el grito de Jesús como invocación a Dios, con las palabras del salmo 22, 1: “Díos mío, Dios mío….”. Así lo suponen aquellos que, según Marcos, están ante la cruz.
Los sacerdotes han acusado a Jesús diciendo que Dios le ha rechazado (cf. Mc 15, 29-32; más expresamente en Mt 27, 39-43). Jesús responde llamándole: “Dios mío, Díos mío: ¿por qué me has abandonado?”.
Así lo han entendido los cristianos, interpretando esas palabras desde una perspectiva teológica, iluminando así la muerte de Jesús desde el Salmo 22, donde el orante israelita llama a Dios desde su abandono.
Estos datos nos sitúan ante la necesidad de interpretar la muerte de Jesús. El evangelio no ha querido responder de una manera teórica, no ha escrito un libro de “tesis” sobre Jesús, ni ha propuesto un conjunto de dogmas, sino que ha contado una historia, para que los lectores se decidan.
(1) Unos pueden pensar que Jesús ha fracasado. Empezó poniéndose en camino como Elías, para ser verdadero Rey-Mesías, en la línea de David. Pero no ha logrado su intento: Le han condenado como a rey falso. Ha llamado a Elías desde la cruz, pero Elías, profeta del fuego y la venganza, no ha venido .
(2) Otros han descubierto precisamente en la cruz la presencia más alta de Dios. En un nivel externo, Dios no responde, de manera que la pregunta de Jesús la siguen gritando millones de torturados y angustiados, sin escuchar una respuesta. Con ellos muere Jesús. Eleva su grito y Dios calla. Llama y nadie la responde. Pero los cristianos confiesan que Dios le ha respondido en un nivel de Pascua. Dios ama a Jesús, le sostiene en la Cruz y le asiste, haciéndole capaz de entregar hasta el final la propia vida, sin deseo de venganza. Por eso, hay que seguir leyendo el siguiente capitulo del evangelio: Mc 16, 1-8 .
2. Unas mujeres ante la cruz.
En el contexto de la muerte de Jesús, como culmen de la pasión y comienzo de la confesión pascual, ha introducido Marcos el dato de las mujeres. Ellas forman el eslabón más firme entre Jesús y nuestra Iglesia, como saben todos los evangelio, desde Marcos a Juan.
1. Marcos. Presencia ante la Cruz: «Había unas mujeres mirando de lejos, entres las cuales estaban María Magdalena y María, la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé. Las cuales le habían seguido cuando estaba en Galilea y le habían servido, con otras muchas, que habían subido también con él a Jerusalén» (Mc 15, 40-41). Éstas son las verdaderas discípulas de Jesús, las que van a servir como enlace entre su vida y el surgimiento de la iglesia pascual.
El evangelio de Juan introduce el mismo dato tradicional: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María esposa de Cleofas y María Magdalena” (Jn 19, 25). Creo que el dato es histórico. Mientras los hombres le abandonan, hay unas mujeres que siguen a Jesús hasta la cruz. Ellas son el signo y principio de la Iglesia cristiana.
2. Fue sepultado, mujeres ante la tumba: «Y María Magdalena y María la de José miraban donde le enterraban» (15, 47). Según Marcos, el entierro lo dirige un hombre rico, José de Arimatea. Pero las que de verdad conservan el testimonio de la sepultura, para transmitirlo a la comunidad (ofreciendo el mensaje de la tumba vacía) son estas mujeres. Todo parece indicar que esta “María la de José” es la misma “madre de Santiago el Mejor y de José” del pasaje anterior. Los hombres no han seguido a Jesús hasta el final, no pueden dar testimonio de su muerte y sepultura. La iglesia cristiana nacerá del testimonio de unas mujeres.
3. Ha resucitado, mujeres de la tumba vacía y del menaje pascual. Fueron muy de mañana «María Magdalena, y María la de Santiago y Salomé» (16, 1). Ellas compraron los perfumes y vinieron para ungir a Jesús, descubriendo la tumba vacía y recibiendo el mensaje del joven de la pascua: «Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar donde lo habían colocado. Pero id, decir a sus discípulos y a Pedro que él os precede a Galilea, que allí le veréis, como os dijo» (16, 6-7). También aquí suponemos que María la de Santiago es la misma María de José del texto anterior. Estas mujeres aparecen también en el relato de pascua (Mc 16, 1-8)..
Este final de Marcos, con la presencia de las mujeres ante la cruz (en el entierro y el primer testimonio de la pascua), constituye uno de los temas más ricos y enigmáticos de la literatura cristiana primitiva y reproduce, con todo cuidado, la secuencia de la confesión de fe de Pablo en 1 Cor 15, 3-7: «Cristo murió, fue sepultado, resucitó…». Estas mujeres de la cruz y de la pascua, las que han escuchado el grito de Jesús llamando a Dios y le han buscado en la tumba para verle lleno de vida tras la muerte, son las fundadoras de la iglesia.
ETTY HILLESUM, UNA JUDÍA EN EL VIERNES SANTO DE JESÚS
En ese contexto, desde el centro del siglo XX, quiero evocar la figura (la vida) de una mujer judía, que supo estar a los pies de Jesús, como ha puesto de relieve J. I. González Faus, en un libro dedicado a su figura y presencia de testigo de Jesús en el gran Holocausto de muerte de los nazis (E. Hillesum. Una vida que interpela, Sal Terrae, Santander 2008)
Su nombre era Esther/eTTY Hillesum y había nacido el 15 de enero de 1914 en Middelburg, en Holanda, de una familia judía. Allí, su padre, el doctor Louis Hillesum, enseñaba lenguas clásicas. Luego la familia se trasladó a Tiel, luego a Winschoten y finalmente, en 1924, se establecieron en Deventer, una pequeña ciudad de la Holanda oriental. Esther tenía dos hermanos varones, Mischa (nacido en 1920) y Jaap (nacido en 1916).
El padre de Etty era un gran estudioso. Su esposa, Rebecca Bernstein, había nacido en Rusia y desde aquí escapó a Holanda tras en llamado enésimo pogrom (exterminio, en ruso). Según su hija Esther, era una mujer pasional, muy desordenada y distinta del marido en casi todo.
Era una muchacha brillante, intensa, que tenía la pasión de la lectura y del estudio de la filosofía. Su hermano Mischa era un gran músico que a los 6 años tocaba a Beethoven en público. Para muchos era considerado uno de los pianistas más prometedores de Europa. El más joven de la casa, Jaap, era estudiante de medicina.
El drama del nazismo y de la guerra mundial
Etty obtuvo su primer diploma en Derecho en la Universidad de Ámsterdam; después se matriculó en la facultad de Letras para el estudio de las lenguas eslavas. Más tarde, cuando comenzó a estudiar la carrera de psicología, estalló la guerra.
El día 15 de julio de 1942, gracias al interés de algunos amigos, Etty encontró trabajo como mecanógrafa en una de las secciones del Consejo Hebraico. Como en otros territorios ocupados, esta organización había nacido bajo la presión de los alemanes y actuaba de puente entre los nazis y la población judía.
Desde agosto de 1942 hasta el fin de septiembre de 1943, Etty Hillesum se ofreció voluntaria para trabajar como asistenta y enfermera en el campo de concentración de Westerbork, como enviada del Consejo Hebraico. Gracias a un permiso especial de viaje, pudo volver una docena de veces a Amsterdam. Actuó como correo de la resistencia y llevaba consigo cartas y mensajes de los prisioneros, además de recoger medicinas para llevar al campo.
Etty se sentía muy afectada por la persecución sufrida por los demás judíos. Es la época en la que comienza un camino de interiorización personal que expresa con gran profundidad en sus diarios:
— «Viernes (…) Y ahora parece que los judíos no podrán más entrar en los negocios de fruta y verdura, que deberán entregar sus bicicletas, que no podrán subir más a los tranvías ni salir de la casa después de las 8 de la noche. Sí, me siento deprimida por estas disposiciones; esta mañana, por un momento, he percibido estas normas como una amenaza plomiza, que buscaba sofocarme, pero no es por la disposición en sí. Me siento simplemente muy triste, y entonces esta tristeza busca confirmación. No son nunca las circunstancias exteriores, es siempre el sentimiento interior –depresión, inseguridad, etc.– que da a estas circunstancias una apariencia triste o amenazante. En mi caso, funciona siempre del interior al exterior, nunca viceversa. A menudo las disposiciones más amenazadoras –y son muchas actualmente- van a quebrarse contra mi seguridad y confianza interior, y una vez resuelta dentro de mí, perdono mucho de su carga temerosa.» (Diario, 12 de junio de 1942).
La salud de Etty se resintió mucho a sus 27 años por lo que tuvo que ser ingresada en el hospital de Amsterdam. Ante la barbarie que percibía a su alrededor en una Europa enloquecida, Etty se refugia en laexperiencia religiosa interior y especialmente en la oración íntima e intensa. Escribe:
—«(…) Las amenazas y el terror crecen día a día. Me refugio en la oración como un muro oscuro que ofrece seguridad, me refugio en la oración como si fuera la celda de un convento; ni salgo, tan recogida, concentrada y fuerte estoy. Este retirarme en la celda cerrada de la oración, se vuelve para mí una realidad siempre más grande, y también un hecho siempre más objetivo. La concentración interna construye altos muros entre los cuales me reencuentro yo misma y mi totalidad, lejos de todas las distracciones. Y podré imaginarme un tiempo en el cual estaré arrodillada por días y días, hasta no sentir los muros alrededor, lo que me impedirá destruirme, perderme y arruinarme.» (Diario, 18 de mayo de 1942)
Etty Hillesum, en Auschwitz y ejecutada
Mientras, seguía aumentando el número de deportaciones de civiles judíos. En el año 1943, Etty llegó a la conclusión de que la prisión era inevitable y se negó a aceptar los escondites que se le ofrecieron para no ser capturada por la Gestapo. Después de meditarlo, Etty se entregó a las SS el día 6 de junio de 1943, junto a sus padres y a sus hermanos.
La última parte del diario fue escrita después del primer mes en prisión en el campo de Westerbork. Algunas de las últimas frases dicen:
«Quisiera vivir muchos años, para poder explicarlo posteriormente. Mas si no se me concede este deseo, otro lo hará, otro continuará viviendo mi vida, desde donde terminó» (…) «Si llegase a sobrevivir esta etapa, surgiré como un ser más sabio y profundo. Más si sucumbo, moriré como un ser más sabio y profundo».
Etty dejó sus diarios a unos amigos, con los que también mantuvo una larga correspondencia durante su encarcelamiento en Westerbork. En una de las cartas afirma:
— «Jopie, Klaas, mis queridos amigos: desde mi litera, que es la tercera hacia lo alto, quiero desencadenar sin demora una verdadera catarata de cartas. Dentro de pocos días tendremos un límite a toda nuestra correspondencia; yo me volveré oficialmente “residente en el campo” y podré mandar sólo una carta cada dos semanas y deberé entregarla abierta. Y hay todavía algunas cosas de las cuales quiero hablar con vosotros. ¿Es cierto que he escrito una carta tan desalentadora? Casi no llego a creerlo.
Es cierto que hay momentos en que uno cree verdaderamente no poder seguir más adelante. Pero después siempre se va adelante, también esto se aprende con el tiempo; pero el paisaje que tenemos alrededor aparece de improviso mutado, el cielo se vuelve bajo y negro, nuestro modo de sentir la vida sufre grandes mutaciones y nuestro corazón se vuelve completamente gris y milenario. Pero no es siempre así. Un ser humano es una cosa bien singular. La miseria que reina aquí es verdaderamente indescriptible. En las grandes barracas se vive como topos en una cloaca.» (Carta de 3 de julio de 1943)
Este intercambio epistolar terminó con una tarjeta postal con fecha 7 de septiembre de 1943, arrojada desde un camión de ganado. Describe la repentina inclusión de ella y su familia en un transporte hacia Auschwitz que salió con 987 reclusos, incluidos 170 niños. La postal se despide con estas palabras: «Me esperaréis, ¿verdad?». Leer más…
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