25.3.18. Domingo de Ramos, Jesús “purifica” el templo
Varias veces he comentado en este portal la escena litúrgica del “Domingo de Ramos”, con la entrada triunfal de Jerusalén. Teniendo como fondo ese motivo, que los lectores de mi blog podrán buscar y encontrar con facilidad, he querido insistir hoy en la segunda parte de ese domingo, es decir, en el gesto de purificación del templo.
Jerusalén era una ciudad israelita, y en ella se encarnaban las promesas mesiánicas. Pero, al mismo tiempo, pertenecía al imperio de Roma, que vigilaba cuidadosamente las cosas del templo y de la tierra. En ese contexto han de entenderse las implicaciones político/económicas de fondo de Domingo, con la Entrada en la ciudad, el tributo al Cesar, y posible reinado mesiánico…
Pero, junto a eso, hoy quiero exponer de un modo especial el tema inmediatamente posterior y más fuerte, que es la Purificación del templo de Jerusalén. Ciertamente, este día de comienzo de Semana Santa tiene un nombre bueno, es el domingo de la Entrada Triunfal, Domingo de Ramos . Pero muchos pensamos que podría llamarse también Domingo de la Expulsión de los Vendedores del templo.
También hoy, año 2018, como el año 30 d.C., es tiempo es tiempos ramos y cantos; pero es también Domingo de la Purificación del templo, es decir, de la expulsión de aquellos que lo habían (¿lo han?) convertido en Cueva de Ladrones (como dice el Evangelio de Marcos)… o en emporio de negocios (como dice el Evangelio de Juan).
Buen Domingo de Ramos a todos, buen comienzo de la Santa. Empecemos purificando el templo de nuestra vida persona, con el templo de la Iglesia.
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1. Entrada triunfal
Siendo líder religioso, Jesús vino como mesías político (cf. Mc 11, 1-11 y par), en busca del Reino de Dios, que debía establecerse precisamente en la ciudad de David. Los evangelios añaden que entró de un modo provocativo, a la vista de todos, como pretendiente mesiánico, conforme al “ritual de peregrino”, con una estrategia mesiánica, pues estaba convencido de la llegada del Reino de Dios, con el triunfo de los pobres .
1. Subió como aspirante mesiánico, no para ser sacrificado como víctima en el altar de la justicia de Dios, sino para anunciar e iniciar la llegada de su Reino, en la Ciudad Sagrada, partiendo de los pobres (hambrientos, impuros, expulsados del sistema israelita y romano), a quienes había ofrecido su mensaje en Galilea. Como buen judío, subió por la fiesta de Pascua, con otros galileos, para anunciar y preparar el Reino, la manifestación de Dios, a pesar del riesgo que implicaba su gesto.
Vino de un modo público, como pionero y representante de muchos que esperaban el Reino y lo hizo de un modo abierto por el Monte de los Olivos (cf. Mc 11, 1 ss), lugar por donde decían que el mismo Dios llegaría al fin de los tiempos (Zac 14, 4). De esa forma, su venida en Pascua, no fue un gesto privado, sino la expresión oficial de sus pretensiones, en Jerusalén, capital y principio de su Reino. Ciertamente, conocía los enfrentamientos entre sacerdotes y era consciente de los problemas que su gesto podía plantear al procurador romano (Poncio Pilato), que también había venido a la ciudad con un contingente de soldados, para mantener el orden por Pascua. A pesar de (o precisamente por) ello subió a Jerusalén, porque era momento propicio (la hora), para proclamar el Reino.
2. No vino a pactar con los sacerdotes, pues ello hubiera implicado asumir la validez de la economía del templo. Los que habían pactado con Roma eran jerarcas “oficiales”, en un plano económico y sa-cral, en un contexto de equilibrio de poder, compartido por unos y otros. Pues bien, Jesús no pudo ni quiso formar parte de ese pacto, sino que proclamó ante todos el Reino de Dios, como alianza univer-sal, desde los pobres, pacto superior de presencia de Dios, en la vida de los hombres.
Tampoco vino a negociar con Roma. Desde un tipo de perspectiva eclesiástica moderna, él po-dría, y quizá debería, haberlo hecho, enviando delegados a Pilato, para decirle que llegaba desarmado, y que no quería (ni podía) tomar la ciudad, ni provocar desórdenes externos, sino expresar y encarnar la identidad y misión del judaísmo, sin dañar directamente los intereses de Roma. Pero él no pudo ini-ciar ningún tipo de negociación en esa línea, pues ello hubiera implicado un “reparto” de poderes eco-nómico/sacrales, y lo que él quería era un Reino universal de Dios, sin imposición ni economía separa-da de la vida. Además, un gobernador romano sólo pacta con altos sacerdotes o jerarcas en línea de poder, no con hombres que rechazan el poder, como este profeta nazareno.
3. Llegó anunciando (proclamando) la llegada del Reino de Dios a pesar de que, humanamente hablando, parecía imposible que viniera de esa forma, respondiendo a la llamada del Dios de los profetas (su Abba), que le había confiado la tarea de instaurar con su palabra y vida el Reino universal de los pobres, que él había proclamado en Galilea y que debía extenderse, desde Jerusalén a todo el mundo. No podía apelar a la violencia, pues el Reino de Dios no se impone con armas ni dinero, sino gratuita-mente, transformando a las personas, que son el verdadero capital de Dios. Por eso vino desarmado, pero realizando un signo de política social, como pretendiente mesiánico, en la línea de David, y así se presentó en Jerusalén de forma pública, aprovechando (desplegando) los signos mesiánicos (regios) propios de los peregrinos de pascua (cf. Mc 11, 1-10).
Tras subir a la ciudad como rey, entró en el templo, para declarar, con un gesto nítido y preciso, que su función económico/religiosa templo había terminado, de manera que empezaba una etapa nue-va, un tiempo en que hombres y mujeres deberían relacionarse directamente con Dios y perdonarse unos a otros, a partir de los más pobres, sin necesidad de un templo como éste (cf. Mc 11, 11-30). Pro-vocadoramente vino sobre un asno prestado, sin más capital que su vida, acompañado por unos seguidores .
2. El templo, cueva de ladrones, casa de negocio
Tras haber entrado en Jerusalén como pretendiente mesiánico, para iniciar de esa forma su reinado, en nombre de Dios, frente al orden político/social de Roma y al sacerdotal de Jerusalén, con-forme al testimonio de los sinópticos (cf. Mc 11, 15-17 par), Jesús vino al templo para “limpiarlo”, es decir, para expulsar a los banqueros (cambistas) y a los comerciantes y vendedores de animales, pues quería que la casa de Dios, fuera espacio de oración y plenitud humana, no centro de tráfico económico, ni de sacrificios de animales.
Su entrada en el templo tiene un claro recuerdo histórico, aunque, tal como aparece ahora, ha sido cuidadosamente redactada por Marcos, con Mt y Lc, que la colocan al final de la vida pública de Jesús (como como detonante de su condena a muerte), y por Juan, que la sitúa al comienzo, como principio y sentido de su misión posterior. En ambos casos, el aspecto teológico-sacral del gesto tiene un fondo y sentido económico, como ratifican las dos palabras clave de Mc 11, 17 (que dice que el templo es una cueva de ladrones: spelaion lêstôn) y de Jn 2, 16 (que acusa a los sacerdotes de haberla convertido en casa de negocios: oikon emporiou).
A lo largo de siglos (desde su nueva consagración el 515 a.C.) el templo había sido signo de identidad del judaísmo y centro de una incesante disputa con persas y samaritanos, partidarios de su apertura universal y macabeos, esenios (qumramitas) y saduceos, casi siempre por motivos que ellos interpretan de un modo religiosos. Pues bien, Jesús de Nazaret lo critica y condena por razones básicamente económicas. Así presentan el gesto de Jesús en el templo las dos tradiciones fundamentales, la de Mc y la de Jn:
Y llegaron a Jerusalén y entrando en el templo
comenzó a expulsar a los que vendían y compraban en el templo.
Volcó las mesas de los cambistas
y los puestos de los que vendían las palomas,
y no consentía que nadie pasase por el templo llevando cosas.
Luego se puso a enseñar diciéndoles:
¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, sin embargo, la habéis convertido en cueva de ladrones.
Los sumos sacerdotes y escribas se enteraron y buscaban el modo de perderlo, pues tenían miedo, ya que toda la gente estaba asombrada de su enseñanza (Mc 11, 15-18)
Y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:Quitad esto de aquí; no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora.
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Jesús contestó: “Des-truid este templo, y en tres días lo levantaré.” Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero él ha-blaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús (Jn 2, 14-22).
Jesús realiza un gesto simbólico de condena y destrucción del templo desde una perspectiva económica, centrada en el rechazo de los cambistas y vendedores de animales (al servicio de los sa-cerdotes), cuyas funciones eran necesarias para el culto conforme a la ley establecida. Derribar las mesas del dinero significaba rechazar el comercio sagrado, que se centraba en el cambio de monedas de impuesto sagrado, que cada uno traía de su propio pueblo o nación, por el shekel/siclo de Tiro, el único aceptable (por su estabilidad monetaria), y luego por la moneda simbólica del templo. Al mismo tiempo, ese gesto anunciaba, anticipaba y provocaba el derribo o destrucción del mismo templo, vin-culado a sacrificios y dinero .
La misma lógica del mensaje de Reino de Jesús le hace enfrenarse con el templo, para culmi-nar su obra mesiánica (según el Evangelio de Juan para comenzarla). Él no se limitó a purificarlo, condenando sus excesos, para que volviera a estar limpio, como debió hallarse siempre, sino que anunció y escenificó su destrucción como ratifica Mc 11, 12-14, 20-21 con el signo de la higuera: ¡Qué nadie coma nunca más sus frutos! (cf. Mc 11, 14 el templo no tiene ya frutos de vida):
‒Empezó a expulsar a los que vendían y compraban en el templo (Mc 11,15b; Jn 2, 13-15), es decir, a los que comerciaban con animales para los sacrificios. Marcos no tiene necesidad de precisar más los animales, eso lo hace Juan, indicando que se trata de bueyes/toros, propios de los grandes sacrificios, de ovejas/corderos (o cabras), propios de los sacrificios menores y finalmente de palomas, que servían para las ofrendas de purificación de los más pobres. Juan añade que Jesús expulsó no sólo a los vende-dores (negociantes), sino a los mismos animales, superando así un tipo de culto sangriento de sacrificios de sangre (que según la Biblia había comenzado con Caín/Abel y con Noé, tras el diluvio: Gen 4 y 8-9).
De esa manera, Jesús hizo imposible el rito de los sacrificios,fundados en la cría, preparación y compra/venta de animales, un negocio que culminaba en los patios externos del templo, bajo estricto control de los sacerdotes, que avalaban la pureza del rito, según las exigencias de la ley del Levítico. En esa línea, Jesús ha «expulsado» del templo (esto es, de lo sagrado, del espacio de encuentro liberado y gratuito de los hombres y mujeres) a los poderes económicos/sacrales que lo controlaban. De esa for-ma, han visto y destacado los evangelios la relación más íntima que existe entre el orden sacrificial (muerte de animales, ofrenda de persona) y el orden religioso (culto de Dios), un tema que Gen 4 y Gen 8-9 (sacrificios de Caín/Abel y de Noé tras el diluvio) habían presentado al principio de la historia hu-mana .
‒ Derriba las mesas de cambistas y de vendedores de palomas (Mc 11,15c; Jn 2, 15-17). No se limita a expulsar a los vendedores, sino que derriba su mesa de cambio, que era un centro neurálgico del tem-plo, banco de economía, con los puestos de venta de palomas (que se emplean para sacrificios meno-res). Éste fue en principio un gesto simbólico: Como caen estas mesas, caerá hasta el suelo el edificio «sagrado» del templo. Éste es un símbolo que no sólo predice sino que provoca, lo que sucederá (¡cae-rá un día este templo…!), anunciando el fin de este tipo de religión fundada sobre bases económicas de tipo sacrificial.
El símbolo clave de este “negocio de templo” es la mesa de cambios, equivalente de un banco. En los bancos se sientan los negociantes, cambiando unas monedas de calidad dudosa por otras de ca-lidad reconocida (shekel de Tiro), con la que se compra finalmente la moneda sagrada del templo (todo bajo cobro abierto o velado de intereses). En las mesas se coloca y amontona ese dinero, al servicio de los administradores del templo. En ese contexto, resulta muy significativa la importancia que tanto Mar-cos como Juan conceden a las “palomas”, que son signo de los sacrificios (ofrendas) de los pobres (cf. Lc 2, 22-24), que ahora quedan también superados. En esa línea, Jn 2, 16-17 supone que la sentencia de Jesús va dirigida sobre todo a los comerciantes de palomas.
‒ Impide que transporten utensilios por el templo (Mc 11,16). Ésta es una indicación exclusiva de Mar-cos, quien supone que los atrios del templo son un lugar donde se produce un tipo de procesión cons-tante de utensilios sagrados (necesarios para un culto como aquel). Esos utensilios (skeuos) son ante todo los «vasos sagrados», recipientes de sangre de animales, jarras y vasijas de agua de abluciones, con cargas de madera para el fuego del altar, incensarios, fuentes, vestidos y objetos sagrados para un tipo culto fastuoso y frondoso, como obra de teatro, representación elevada ante (por causa) de Dios.
En contra de eso, Jesús (la iglesia de Marcos) quiere un culto en espíritu y verdad, humanidad (cf. Jn 4, 23-24), sin necesidad de una representación en el templo de Jerusalén, considerado como una de las siete maravillas del mundo, gran centro económico de oriente. Sobre los “vasos sagrados” del templo que, según la tradición, habían sido llevados por los caldeos a Babilonia (año 576 a.c.), se funda en gran parte el ideario religioso de un tipo de judaísmo sacrificial, como el que aparece al fondo de impresionante relato de la Cena de Baltasar (Dan 5). En ese mismo contexto se sitúa el fantástico y emocionante relato de 2 Mac 2, según el cual el mismo Jeremías escondió aquel año (576 a.C.) en una cueva de monte del entorno la tienda, el arca y el altar del templo destruido, a fin de que siguiera allí hasta la llegada del tiempo mesiánico; por eso, hasta el final del tiempo no parecían necesarios esos utensilios de templo. Sea como fuere, este Jesús de Marcos no quiere ese tipo de utensilios para el tem-plo.
— Gran condena: cueva de bandidos, casa de negocios (Mc 11, 17; Jn 2, 16). Tanto en la tradición de Marcos (a quien siguen Mt y Lc) como en la de Juan la escena acaba con una gran sentencia de Jesús, centrada en la distorsión económica de “casa” de Dios. Es muy posible que en el fondo de ella existe un recuerdo histórico, con una frase del mismo Jesús, que la iglesia ha recordado y que los evangelios recreado: de formas convergentes:
Mc 11, 17 condena a los “responsables” del templo diciendo que ellos han convertido la casa de Dios (esto es, de Jesús Mesías: oikos mou) en cueva de bandidos (spêlaion lêstôn).Ésta es una palabra tomada de Jer 7, 11, que vincula quizá el aspecto económico (los responsables del templo utilizan la casa de Dios para robar y guardar lo robado) con el político-militar (Marcos alude a los celotas del 67-70, que aparecen así como ladrones-bandidos, que utilizan el templo como centro y base de su alza-miento) .
Por su parte, Jn 2, 16 interpreta el templo (que debía ser casa del Padre, lugar de encuentro con el Dios de gratuidad) como una casa de mercado (oikos emporiou), pero no en un sentido limitado de pequeña plaza (agora) de intercambios comerciales, sino en un sentido intenso de emporio económico, lugar de importantes transacciones. En competencia con los fenicios, los griegos habían “emporios” o grandes centros mercantiles (ciudades-mercado) a lo ancho del Mediterráneo, desde Naucratis en Egipto hasta Ampurias/Emporio en Cataluña. Pues bien, en ese sentido los responsables del templo de Jerusa-lén (empezando por los sacerdotes) habían convertido el templo en un emporio, ungran centro comer-cial, al servicio de los sacerdotes.
En ese contexto, tanto en Marcos como en Juan, Jesús anuncia y provoca proféticamente el fin de este templo/mercado, con sus tres funciones (económica, política y religiosa). Otros muchos (en especial los judíos más helenizados) habían insistido en la verdad espiritual del templo, en su carácter radicalmente religioso. Pues bien, según Jesús, la misma distorsión profunda del templo, en sentido económico y religioso, implicaba su destrucción (o transformación radical), en la línea de sus tres fun-ciones principales, para que pudiera cumplirse la promesa de Dios y llegara el Reino:
1. Función económica. El templo de Jerusalén constituía el centro mercantil del pueblo israelita, que se había comprometido a mantener sus instituciones y su culto, al menos tras la “restauración” del exilio (año 525 a. C.) y las reformas de Esdras y Nehemías (cf. Neh 10, 2-39). En principio, había sido un santuario regio, de manera que los reyes debían financiar su culto. Pero tras el exilio vino a convertirse en templo de la nación, de manera que, aunque los reyes como Herodes (e incluso los romanos) contri-buyeran a sostenerlo y/o reconstruirlo, su mantenimiento fundamental se hallaba en manos del conjunto del pueblo judío.
En esa línea, como hemos visto al tratar de los macabeos (cap. 3), el templo funcionaba como banco donde los fieles depositaban (y los sacerdotes administraban) grandes sumas de dinero, y en esa línea el mismo Nuevo Testamento evoca, quizá irónicamente su dinero (cf. Mt 23, 16-22). Por otra parte, la mayoría de los habitantes de Jerusalén vivían, de un modo u otro, de las construcciones y tra-bajos de su edificio, y el mismo judaísmo de Judá y Jerusalén funcionaba a modo de “economía de templo”, como parece suponer críticamente Mc 14, 10 par al afirmar que los sacerdotes emplearon su dinero para “sobornar” (o pagar) a Judas. De un modo consecuente, Mc 11, 17 dirá que el templo es una “guarida de ladrones”, y su religión un latrocinio, mientras , Jn 2, 16 afirma que es una “casa de negocios”.
2. Función política. En un plano, los judíos habían separado religión y vida social, de tal forma que podían conservar su propia identidad religiosa y su práctica cultual mientras que el orden político que-daba bajo el Imperio. En esa línea, aunque estuvieran sometidos a Roma, los sacerdotes poseían gran autonomía y poder, de manera que F. Josefo puede hablar de un Estado Teocrático (fue el primero en emplear esta palabra):
Nuestro legislador no atendió a ninguna de estas formas de gobierno (monarquía, aristocracia, democracia…), sino que dio a luz el Estado teocrático, como se le podría llamar…, que consiste en atribuir a Dios la autoridad y el poder… ¿Qué ley podría ser más hermosa y más justa que la que atribuye a Dios el gobierno de todo, la que enco-mienda a los sacerdotes administrar los asuntos más importantes en interés público y que confía al Sumo Sacerdo-te, a su vez, la dirección de los demás sacerdotes… Los sacerdotes quedaron encargados de vigilar a todos, de dirimir las controversias y de castigar a los condenados… La legislación de Moisés prescribe un único templo para un único Dios… Los sacerdotes han de servirle continuamente (a Dios). A estos los ha de presidir siempre quien les precede por su linaje (Autobiografía. Contra Apión, XVI, 165. Cf. XXI, 185-187; XXIII, 192-194) .
En ese contexto se entiende la “traición” de Judas (especialmente en la versión del evangelio de Mateo), vinculada a la función político/monetaria del templo entendido como cueva de bandidos.
3. Función religiosa. El templo simbolizaba y expresaba la presencia de Dios en el pueblo. En ese sentido aparecía como lugar privilegiado de oración y purificación, especialmente de perdón de los pecados. Pues bien, esa función del templo había sido devaluada o declarada inútil por Juan Bautista, afirmando que Dios ofrece perdón por su bautismo y no por un ritual de templo. También Jesús declaró con su gesto que la función religiosa (¡purificación, perdón!) del templo había terminado, cuando afir-ma que debía ser sustituido por otro templo “no hecho por manos humanas” (cf. Mc 14,58; Cf. Hch 6, 14; 7, 48; 17, 24).
Las cosas que el hombre “fabrica” (entre ellas el templo) son “ídolos”, algo que puede ponerse y se pone al servicio del poder y el dominio de unos sobre otros. Pues bien, en esa línea, el culto del templo se entiende como idolatría, pues el verdadero templo es el cuerpo mesiánico (cf. Jn 2, 21; 1 Cor 3, 16), es decir, la humanidad reconciliada, que forma ya el Reino de Dios. Jesús no ha necesitado ni necesita el templo exterior para preparar y proclamar la llegada del Reino y así sube a Jerusalén para indicar, de manera pública y abierta, que su función ha terminado (en la línea de su proyecto de 6, 5-6: cuando vayas a orar no lo hagas para que te vean, entra en el secreto de tu casa…).
Desde ese tiple fondo (económico/político/sacral) se interpreta gesto de Mc 11, 15 Jn 2, 14 par, donde se condensa el mensaje de Reino. No fue una acción marginal, hecha de paso, en un momento marginal de su evangelio, sino que ratifica y culmina su misión de Reino, en línea de condena y des-trucción, centrada en el derribo de las mesas de dinero, rechazando así el comercio y economía del templo, con su función ya inútil, para proclamar una experiencia distinta de Dios, en dimensión de gracia, desde los más pobres. Ese gesto es el culmen de la subida mesiánica de Jesús a Jerusalén. Si el templo siguiera siendo esencial para el encuentro de los hombres con Dios, el evangelio hubiera sido vano .
‒ Yo destruiré este templo, hecho con manos humanas…(kheiropiêton, Mc 14, 58, cf. Hech 7, 41.48). El signo de Jesús (volcar las mesas…) contiene un elemento clave de su mensaje de Reino. El templo, construido por hombres (igual que la torre de Babel, cf. Gen 10), constituye un “capital humano” opuesto a Dios, de forma que Esteban (cf. Hech 7, 47-53) ha podido presentarlo como pecado original de Israel. El mismo Jesús que dirá poco después que se devuelva al César su dinero (Mc 12, 17), pero sin arrojarlo por el suelo, derriba aquí las mesas de dinero de los cambistas del templo, condenando reservas su economía.
‒ Y en tres días edificaré otro, no hecho por manos humanas (Mc 14, 58). El templo viejo es, según eso, un ídolo que se interponía entre el hombre y Dios (como Mammón, cf. Mt 6, 24). Frente a ese templo/ídolo, propio de aquellos que quieren encerrar a Dios, al servicio de su seguridad y poder, se eleva Dios que creará precisamente la nueva “humanidad”, a los “tres días”, es decir, en el tiempo de plenitud escatológica del Reino. Éste es el tema central de Jn 2, 14-22, donde el templo de Jerusalén viene a ser sustituido por el gran “cuerpo de Cristo”, es decir, por la humanidad mesiánica: El templo es la vida de los mismos hombres y mujeres, en comunión de gratuidad .
Jesús proclama y anticipa (pone en marcha) un proceso destructor de la economía del templo, y lo hace de manera hiriente para algunos judeo-cristianos posteriores, que han seguido acudiendo a orar allí (cf. Hech 2, 46; 3, ss). Es muy posible que muchos hayan interpretado la palabra de Jesús como promesa para el fin de los tiempos, y así esperan ese fin, pero, mientras tanto, siguen acudiendo a sus atrios para orar, esperando el momento en que se convierte en “casa de oración, no de sacrificios, para todas las naciones” (cf. Mc 11, 17).
Jesús no ha luchado con armas contra el templo, ni ha criticado sus sacrificios por inmorales o carentes de legitimidad oficial (como han hecho quizá en Qumrán), pero ha dicho y realizado algo más hiriente, afirmando por un lado que ha perdido su función, pues llega el Reino y condenando por otra su perversión económica (con sus sacrificios). Ciertamente, unos decenios más tarde, tras su destrucción externa (70 d. C.), los judíos rabínicos reconstruirán la tradición nacional israelita, pero sin templo externo, acercándose así a la intención de Jesús. Pero la palabra y acción de Jesús había sido más incisiva (sobre todo en un plano económico), de manera que incluso la iglesia posterior ha tenido dificultad en aceptar su sentido más hondo. Por decir lo que dijo y buscar lo que buscaba, Je-sús ha debido anunciar y promover la destrucción, al menos simbólica, del templo .
‒ Jesús vio el templo como patología económico-religiosa,centrada en el poder de los sacerdotes, en el dinero del tributo y en los animales que se compran y venden para ser sacrificados. Poemas y cantos, sacrificios animales y contratos de dinero se elevaban allí, al servicio del orden sagrado y de sus pode-res opresores, de manera que el mismo templo aparecía como cueva de bandidos (Mc 11, 27), ladrones organizados de un modo religioso, creando de esa forma un emporio (Jn 2, 16).
‒ Jesús condenó el culto del templo porque lo entendió como religión de bandidos-sacerdotes o de co-merciantes de un emporio económico, que se valen de Dios y de su culto para oprimir a los pobres, no para servirles. No lo condenó en nombre de un tipo de barbarie regresiva o de resentimiento contra su autoridad, sino desde la experiencia más alta del de la revelación gratuita de Dios, y sobre todo desde el amor y servicio a los pobres, en línea de fraternidad económica, en una línea de comunión y regalo de la vida, no en imposición y sacrificio. Lógicamente, por mantener su poder sacral y su economía fun-dada en el templo, los sacerdotes le condenaron a muerte .
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