Del blog de Xabier Pikaza:
Varias veces he comentado en este portal la escena litúrgica del “Domingo de Ramos”, con la entrada triunfal de Jerusalén. Teniendo como fondo ese motivo, que los lectores de mi blog podrán buscar y encontrar con facilidad, he querido insistir hoy en la segunda parte de ese domingo, es decir, en el gesto de purificación del templo.
Jerusalén era una ciudad israelita, y en ella se encarnaban las promesas mesiánicas. Pero, al mismo tiempo, pertenecía al imperio de Roma, que vigilaba cuidadosamente las cosas del templo y de la tierra. En ese contexto han de entenderse las implicaciones político/económicas de fondo de Domingo, con la Entrada en la ciudad, el tributo al Cesar, y posible reinado mesiánico…
Pero, junto a eso, hoy quiero exponer de un modo especial el tema inmediatamente posterior y más fuerte, que es la Purificación del templo de Jerusalén. Ciertamente, este día de comienzo de Semana Santa tiene un nombre bueno, es el domingo de la Entrada Triunfal, Domingo de Ramos . Pero muchos pensamos que podría llamarse también Domingo de la Expulsión de los Vendedores del templo.
También hoy, año 2018, como el año 30 d.C., es tiempo es tiempos ramos y cantos; pero es también Domingo de la Purificación del templo, es decir, de la expulsión de aquellos que lo habían (¿lo han?) convertido en Cueva de Ladrones (como dice el Evangelio de Marcos)… o en emporio de negocios (como dice el Evangelio de Juan).
Buen Domingo de Ramos a todos, buen comienzo de la Santa. Empecemos purificando el templo de nuestra vida persona, con el templo de la Iglesia.
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1. Entrada triunfal
Siendo líder religioso, Jesús vino como mesías político (cf. Mc 11, 1-11 y par), en busca del Reino de Dios, que debía establecerse precisamente en la ciudad de David. Los evangelios añaden que entró de un modo provocativo, a la vista de todos, como pretendiente mesiánico, conforme al “ritual de peregrino”, con una estrategia mesiánica, pues estaba convencido de la llegada del Reino de Dios, con el triunfo de los pobres .
1. Subió como aspirante mesiánico, no para ser sacrificado como víctima en el altar de la justicia de Dios, sino para anunciar e iniciar la llegada de su Reino, en la Ciudad Sagrada, partiendo de los pobres (hambrientos, impuros, expulsados del sistema israelita y romano), a quienes había ofrecido su mensaje en Galilea. Como buen judío, subió por la fiesta de Pascua, con otros galileos, para anunciar y preparar el Reino, la manifestación de Dios, a pesar del riesgo que implicaba su gesto.
Vino de un modo público, como pionero y representante de muchos que esperaban el Reino y lo hizo de un modo abierto por el Monte de los Olivos (cf. Mc 11, 1 ss), lugar por donde decían que el mismo Dios llegaría al fin de los tiempos (Zac 14, 4). De esa forma, su venida en Pascua, no fue un gesto privado, sino la expresión oficial de sus pretensiones, en Jerusalén, capital y principio de su Reino. Ciertamente, conocía los enfrentamientos entre sacerdotes y era consciente de los problemas que su gesto podía plantear al procurador romano (Poncio Pilato), que también había venido a la ciudad con un contingente de soldados, para mantener el orden por Pascua. A pesar de (o precisamente por) ello subió a Jerusalén, porque era momento propicio (la hora), para proclamar el Reino.
2. No vino a pactar con los sacerdotes, pues ello hubiera implicado asumir la validez de la economía del templo. Los que habían pactado con Roma eran jerarcas “oficiales”, en un plano económico y sa-cral, en un contexto de equilibrio de poder, compartido por unos y otros. Pues bien, Jesús no pudo ni quiso formar parte de ese pacto, sino que proclamó ante todos el Reino de Dios, como alianza univer-sal, desde los pobres, pacto superior de presencia de Dios, en la vida de los hombres.
Tampoco vino a negociar con Roma. Desde un tipo de perspectiva eclesiástica moderna, él po-dría, y quizá debería, haberlo hecho, enviando delegados a Pilato, para decirle que llegaba desarmado, y que no quería (ni podía) tomar la ciudad, ni provocar desórdenes externos, sino expresar y encarnar la identidad y misión del judaísmo, sin dañar directamente los intereses de Roma. Pero él no pudo ini-ciar ningún tipo de negociación en esa línea, pues ello hubiera implicado un “reparto” de poderes eco-nómico/sacrales, y lo que él quería era un Reino universal de Dios, sin imposición ni economía separa-da de la vida. Además, un gobernador romano sólo pacta con altos sacerdotes o jerarcas en línea de poder, no con hombres que rechazan el poder, como este profeta nazareno.
3. Llegó anunciando (proclamando) la llegada del Reino de Dios a pesar de que, humanamente hablando, parecía imposible que viniera de esa forma, respondiendo a la llamada del Dios de los profetas (su Abba), que le había confiado la tarea de instaurar con su palabra y vida el Reino universal de los pobres, que él había proclamado en Galilea y que debía extenderse, desde Jerusalén a todo el mundo. No podía apelar a la violencia, pues el Reino de Dios no se impone con armas ni dinero, sino gratuita-mente, transformando a las personas, que son el verdadero capital de Dios. Por eso vino desarmado, pero realizando un signo de política social, como pretendiente mesiánico, en la línea de David, y así se presentó en Jerusalén de forma pública, aprovechando (desplegando) los signos mesiánicos (regios) propios de los peregrinos de pascua (cf. Mc 11, 1-10).
Tras subir a la ciudad como rey, entró en el templo, para declarar, con un gesto nítido y preciso, que su función económico/religiosa templo había terminado, de manera que empezaba una etapa nue-va, un tiempo en que hombres y mujeres deberían relacionarse directamente con Dios y perdonarse unos a otros, a partir de los más pobres, sin necesidad de un templo como éste (cf. Mc 11, 11-30). Pro-vocadoramente vino sobre un asno prestado, sin más capital que su vida, acompañado por unos seguidores .
2. El templo, cueva de ladrones, casa de negocio
Tras haber entrado en Jerusalén como pretendiente mesiánico, para iniciar de esa forma su reinado, en nombre de Dios, frente al orden político/social de Roma y al sacerdotal de Jerusalén, con-forme al testimonio de los sinópticos (cf. Mc 11, 15-17 par), Jesús vino al templo para “limpiarlo”, es decir, para expulsar a los banqueros (cambistas) y a los comerciantes y vendedores de animales, pues quería que la casa de Dios, fuera espacio de oración y plenitud humana, no centro de tráfico económico, ni de sacrificios de animales.
Su entrada en el templo tiene un claro recuerdo histórico, aunque, tal como aparece ahora, ha sido cuidadosamente redactada por Marcos, con Mt y Lc, que la colocan al final de la vida pública de Jesús (como como detonante de su condena a muerte), y por Juan, que la sitúa al comienzo, como principio y sentido de su misión posterior. En ambos casos, el aspecto teológico-sacral del gesto tiene un fondo y sentido económico, como ratifican las dos palabras clave de Mc 11, 17 (que dice que el templo es una cueva de ladrones: spelaion lêstôn) y de Jn 2, 16 (que acusa a los sacerdotes de haberla convertido en casa de negocios: oikon emporiou).
A lo largo de siglos (desde su nueva consagración el 515 a.C.) el templo había sido signo de identidad del judaísmo y centro de una incesante disputa con persas y samaritanos, partidarios de su apertura universal y macabeos, esenios (qumramitas) y saduceos, casi siempre por motivos que ellos interpretan de un modo religiosos. Pues bien, Jesús de Nazaret lo critica y condena por razones básicamente económicas. Así presentan el gesto de Jesús en el templo las dos tradiciones fundamentales, la de Mc y la de Jn:
Y llegaron a Jerusalén y entrando en el templo
comenzó a expulsar a los que vendían y compraban en el templo.
Volcó las mesas de los cambistas
y los puestos de los que vendían las palomas,
y no consentía que nadie pasase por el templo llevando cosas.
Luego se puso a enseñar diciéndoles:
¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, sin embargo, la habéis convertido en cueva de ladrones.
Los sumos sacerdotes y escribas se enteraron y buscaban el modo de perderlo, pues tenían miedo, ya que toda la gente estaba asombrada de su enseñanza (Mc 11, 15-18)
Y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:Quitad esto de aquí; no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora.
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Jesús contestó: “Des-truid este templo, y en tres días lo levantaré.” Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero él ha-blaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús (Jn 2, 14-22).
Jesús realiza un gesto simbólico de condena y destrucción del templo desde una perspectiva económica, centrada en el rechazo de los cambistas y vendedores de animales (al servicio de los sa-cerdotes), cuyas funciones eran necesarias para el culto conforme a la ley establecida. Derribar las mesas del dinero significaba rechazar el comercio sagrado, que se centraba en el cambio de monedas de impuesto sagrado, que cada uno traía de su propio pueblo o nación, por el shekel/siclo de Tiro, el único aceptable (por su estabilidad monetaria), y luego por la moneda simbólica del templo. Al mismo tiempo, ese gesto anunciaba, anticipaba y provocaba el derribo o destrucción del mismo templo, vin-culado a sacrificios y dinero . Leer más…
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