Jesús, la luz que salva al mundo…
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna.
Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él…
… Habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.
*
(Juan 3,14-21)
***
Jesús vino ciertamente para padecer, pero su ideal no es la cruz, sino la obediencia, ese modo de vivir la relación con su Padre, testimoniarlo hasta el fondo, sin echarse atrás ante la dificultad ni ante el interrogante más dramático de su vida. El ideal de Jesús es único: la obediencia, una obediencia que no acaba en la muerte, porque quien muere de ese modo sólo puede concluir en la resurrección. La obediencia tiene como contenido el don de sí mismo por nosotros, la donación de Jesús a nosotros. El ideal de Jesús no es el dolor.
¿La cruz de Jesús es una palabra dirigida al dolor humano que, queriendo realizar el ideal del bien, de la justicia, de la virtud, encuentra y padece contradicción? ¿O es también una palabra para el dolor humano en todas sus facetas, para el dolor que nos viene sin buscarlo, sin quererlo, el dolor repentino, el dolor que parece llegar de modo absurdo? La respuesta es única: la cruz del Señor es una palabra para todo el dolor humano. El cristiano no dice: padecemos el dolor, Jesús también lo padeció. Ha aprendido, más bien, a razonar de otro modo. Ha aprendido que la cruz de Jesús es precisamente su dolor, el nombre que se debe dar también al dolor humano. El cristiano mira al crucifijo, ve el dolor de Jesús y dice: este dolor es una palabra para el dolor del hombre, que no puede tener otro nombre que el nombre de la cruz. Si redujésemos la cruz de Jesús a un caso particular de dolor del mundo, no cambiaría nada. Dar un nombre significa la posibilidad de encontrar un sentido. Vivir tiene significado si lleva consigo dolor. La resurrección de Cristo me lo recuerda en cuanto es el éxito de un padecer y morir que no ha puesto en tela de juicio el sentido de la vida.
Esta es la pretensión del cristiano frente al dolor, que él llama cruz: la pretensión de que esta realidad, tan difícil y misteriosa, tenga una posibilidad de sentido .
*
G. Moioli,
La parola della croce,
Viboldone 1987, 51-54, passim.
***
***
Comentarios recientes