Cuarto Domingo de Cuaresma. 11 de marzo, 2018
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.
¿Cuántas veces leemos en la prensa titulares sacados de contexto y terminamos malinterpretando las noticias? O en lugar de malinterpretarlas no las entendemos y acabamos perdiendo cualquier atisbo de interés.
Reconozcamos que, en ocasiones, eso mismo nos ocurre con el evangelio y llegamos a la conclusión de que no entendemos a Jesús; de hecho, el de hoy lo podemos considerar un tanto “espeso”.
Veamos. Fijándonos solo en esta cita nos encontramos con unas palabras de Jesús, muchas, más bien, pero vamos a ubicarlas en su contexto. Jesús lleva un tiempo en Jerusalén, le acabamos de ver (el domingo pasado) echando del templo a los mercaderes, continúa enseñando y curando. Y una noche, Nicodemo, un principal entre los judíos, va en su busca y entablan una conversación de la que hoy somos partícipes; pero no de todo el diálogo, solo de parte.
Escuchamos a Jesús hablar de varias cosas: de Moisés y la serpiente de bronce, de que Dios entregó a su Hijo único, de no perecer, de condena, luz y tinieblas.
Ahora contemplemos a Nicodemo y pongámonos junto a él, junto a este fariseo y como tal, defensor de la ley. A pesar de estar en plena noche, nos ponemos en camino, en busca de Jesús, de la luz. Reconocemos que viene de Dios, creemos en él. Y entonces lo que escuchamos ahora, desde esta situación, son palabras de amor y vida eterna.
El ser humano quiere, con esas connotaciones de poseer, de interés, de “segundas intenciones” que este verbo puede tener. Pero Dios nos ama, porque sí, sin un motivo en concreto. Y porque nos ama, nos da vida eterna; y eterna es mucha más vida de la que podamos imaginar. Vida de la gozamos hoy, y además, VIDA ante Dios cara a cara de la que gozaremos cuando Él quiera.
Con este plan… ¡¡qué bueno es esto de CREER!!
Oración
Gracias, Trinidad Santa, solamente gracias.
Amén.
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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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