11.3.18. Jesús, la serpiente que cura. Reflexión y oración de evangelio
Dom 4 Cuaresma, ciclo b. Jn 3, 14-21. Este evangelio, que trata de Jesús como serpiente alzada al cielo, para salvar/curar a todos los hombres, superando así el riesgo de juicio y la condena, consta de tres partes, relacionadas entre sí, que empezamos leyendo, para presentarlas y comentarlas después con brevedad, desarrollado al fin la imagen de la serpiente que cura.
Texto
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:1. (Signo del AT) Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
2. (El triunfo del amor) Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
c. Aplicación.
3. (Teología, una reflexión posterior). El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Será bueno dejar que el texto resuene en nuestro interior y nos hable, un texto fuerte, de un fuerte evangelio, con una imagen sorprendente (la serpiente que cura), una afirmación teológica de intenso contenido (¡tanto amó Dios al mundo…!) y una reflexión final sobre el juicio de Dios.
Siga leyendo quien quiera compartir conmigo esta experiencia de lectura del evangelio, en forma de oración y reflexión. Tómese su tiempo, deje que el texto le hable, hable usted mismo con el texto.
PRIMERA PARTE. LA ORACIÓN DE LA SERPIENTE
a. Lectura (Signo del AT) (se lee de nuevo el texto).
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
b. Puntos de meditación
1. Motivo del AT: Num 21, 4-9. Es un texto clave del AT, lo comentare al final. Las serpientes pican a los hebreos en el desiert… y Moisés manda fundir una serpiente de bronce (el Nejustan), que es una especie de “talismán”, un signo del “Dios serpiente” que cura. Dios parece que mata, pero cura, su “veneno” nos salva. Este signo del veneno de “serpiente que cura” sigue siendo utilizado por las farmacias…
2. Motivos del NT: Jesús elevado en la cruz, como “serpiente que cura”, como muerte que sana. Tema clave: convertir la muerte en vida.
¿Cómo me sana Jesús, cómo me cura? ¿Qué es para mí la cruz, como signo de muerte, como principio de vida… Sólo al aceptar la muerte puedo sanarme… Quizá la serpiente no está fuera, la llevo yo dentro.
Este signo de Jesús como “serpiente” se le muestra a San Ignacio en Manresa, en el agua… y fue para él un principio supremo de oración…
Que Jesús (que se hizo “pecado” por nosotros, como dice San Pablo), nos ayude a superar la serpiente que llevamos dentro, a convertir nuestro veneno en principio de salvación.
SEGUNDA PARTE. LA ORACIÓN DEL AMOR, MÁS ALLÁ DEL JUICIO
Lectura
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
Puntos de meditación
1. Comparar este pasaje con el anterior. Ya no está Jesús en la Cruz, como serpiente que puede darnos miedo… sino que viene como “hijo de Dios”, puro amor. El veneno de la serpiente aparece así como puro amor: Dios nos ha regalado todo su ser, nos ha dado a su Hijo.
2. Para que nadie perezca, sino que todos tengan vida eterna… Todo es ahora, gracia, nada es veneno de muerte. Este es el Amor puro, total, absoluto, sin ningún rasgo de miedo. Es Amor de Padre… amor que se hace nuestro (en el Hijo Jesús, nuestro hermano), para que nadie perezca: Mirar a Jesús es saber que estamos salvados.
3. Dios no mandó al Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve… Esta es una palabra difícil de acoger, difícil de creer… Todavía decimos en el “credo” que vendrá a juzgar y a vivos y muertos… La predicación del juicio (el miedo al juicio) se ha hecho intolerable, una herramienta de opresión psicológica, de manipulación… en este momento tenemos que pasar del juicio a la gracia, conforme a la palabra de Jesús en Mt 7, 1-3: No juzguéis y no seréis juzgados…
Aplicación
¿Cómo acepto estas palabras de la revelación de Jesús a Nicodemo, pasando de la Serpiente de Antiguo Testamento a Jesús crucificado que es puro amor de Dios, puro regalo de vida?
¿Qué significa para mí que “nadie perezca” sino que todos tengan (tengamos) vida eterna…
Si Dios no ha mandado a su hijo para juzgar… sino para salvar… ¿cómo respondo, si Dios no juzga, si no me juzga?
¿Qué podemos hacer con este Dios que no juzga? Muchas veces preferimos a un Dios de mandamientos, de juicios… El puro amor sin juicio nos descoloca, no sabemos qué hacer con él.
¿Cómo puedo responder a ese amor sin juicio? Muchos cristianos, muchos devotos, hemos terminado siendo los que más juzgamos a los demás… Vivimos en una Iglesia que muchas veces parece una especie de “supra-conciencia judicial”, como alguien que cree que puede ir juzgando a todos…
(¿Un canto, una oración final…?)
TERCERA PARTE. UNA REFLEXIÓN
1. Lectura, un pensamiento teológico:
1. (Principio general) El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
2. (Confirmación) El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas.
3. (Razonamiento) Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
2. Tres puntos de meditación, adaptados a las tres partes del texto:
1. Principio general: El que cree no es juzgado… Creer es confiar en el Dios del perdón y del amor, es ponerse en sus manos, dejando que él sea nuestro amor. No es creer en verdades o dogmas separados de la vida…, sino cree en el Dios que es la vida, nuestro amor, que no se esconde y huye como el ciervo de Cántico 1 por el bosque, sino que nos mira y acoge en amor, desde su cruz… Si creo sé que no me juzga, sino que es y vive para amarme (como dijo muchas veces y muy bien San Juan de la Cruz).
2. Confirmación… Pero ¿por qué se nos habla de juicio? A pesar de lo anterior, son muchos los que juzgan y nosotros mismos nos juzgamos y condenamos, y juzgamos a otros y les condenamos ¿Por qué? Porque no dejamos que la luz nos alumbre, que el amor nos transforme… Este es el juicio: No dejarse amor, porque “tenemos miedo al amor”, y por eso son “malas” nuestras obras, porque no nos dejamos amar…
3. Razonamiento… No queremos la luz, no queremos el amor, y por eso nos encerramos en un tipo de egoísmo, de malas obras… de razonamientos torcidos. Éste es el único pecado: no aceptar el amor, no dejar que la luz nos alumbre por dentro… escondernos, escondernos. Éste es el ocultamiento, que es en el fondo la mentira… No querer ser lo que somos, fingir y engañarnos a nosotros mismo y a los otros.
Aplicación
1. Éste es el problema: Hacemos difícil lo más fácil. Nos “enrollamos” en un mundo de razonamientos, de justificaciones, de apariencias… En vez de dejar que el amor sea, que fluya en nuestra vida…, en vez de dejar que sea él (el Dios de Jesús, la “serpiente buena”) la que viva en nosotros terminamos viviendo de una vida de mentira.
2. Convertir nuestra “serpiente” en luz…, en fuente de vida. Moisés no pudo hacer más que una “serpiente de bronce”, un Nejustán, que fue de los signos de culto más antiguos de Israel (hasta que el rey Ezequías lo mandó destruir, porque tenía miedo…: 2 Reyes 18). Por el contrario, Jesús no tuvo miedo a Nejustán, quiso transformar nuestra serpiente interior, haciéndonos capaces de vivir en transparencia, en paz interior y exterior.
APENDICE. NEJUSTAN, LA SERPIENTE
Las serpientes, vinculadas a los dragones, pueblan la imaginación y la religión de multitud de pueblos. Uno de los testimonios más significativos lo ofrecen las serpientes emplumadas de algunos pueblos, como los mayas y náhuatl de Centroamérica, que aparecen como signo de la unidad de los contrarios (cielo y tierra, aire y agua). En esa línea se sitúan los → serafines o serpientes voladoras de Is 6, 2. La serpiente aparece también en el relato de la prueba y caída del hombre (cf. Gen 3), pudiendo venir a presentarse como signo de una sabiduría y curación ambigua, demoníaca y divina:
«El pueblo estaba extenuado por el camino y comenzó a hablar contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto? Pues no hay pan ni agua, y estamos cansados de este pan tan liviano (maná). Entonces Yahvé envió contra el pueblo unas serpientes venenosas que mordían al pueblo, y así murió mucha gente de Israel. Entonces el pueblo acudió a Moisés y le dijo: Hemos pecado por haber hablado contra Yahvé y contra ti; ruega a Yahvé para que aleje de nosotros estas serpientes. Moisés oró por el pueblo, Yahvé le respondió: Hazte una serpiente ardiente (venenosa) y ponla sobre un asta; cualquiera que sea mordido y la mire, vivirá. Hizo Moisés una serpiente de bronce, y la puso sobre un asta. Y cuando alguna serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y vivía» (Num 21, 4-9).
Las serpientes que Dios envía como castigo a los murmuradores son «serpientes serafines» (sheraphim: voladoras o venenosas, como dragones). En contra de ellas construye Moisés otra serpiente sheraph (voladora), hecha de bronce (nejoshet), que tiene un veneno que cura otros venenos, como un antídoto o vacuna sagrada.
En el fondo de este bellísimo relato se encuentra la imaginación popular, que concibe el desierto como espacio poblado de dragones y alacranes, sequedad sin agua (cf. Dt 8, 15), lugar de serpientes voladoras, peligrosas para el hombre (cf. Is 14, 29; 30, 6). En el fondo se encuentra también la experiencia sacral de la serpiente como signo sagrado, de carácter ambiguo (sabia y venenosa), que aparece en muchos ritos y cultos de los pueblos del entorno bíblico, que, de diversas maneras, veneran serpientes (como sucede incluso en los cultos griegos de Apolo).
Los mismos israelitas tributaron un culto a la serpiente, como recuerda el libro de los Reyes cuando afirma que el rey Exequias (727-699 a. C.) «trituró la serpiente de bronce que había construido Moisés, porque los israelitas seguían ofreciéndole todavía incienso; la llamaban Nejustán» (2 Rey 14, 18). Pero el evangelio de Juan ya no tiene miedo a evocar esa serpiente, como signo religioso, aplicable a Jesús.
En el momento en que destruyen la serpiente sagrada, los israelitas han empezado a separar el mundo de Dios (vinculado al cielo) y el culto a la serpiente (vinculada al subsuelo). En este contexto, debemos recordar el doble carácter de la serpiente.
— Es una expresión de muerte: pertenece al mundo subterráneo donde habitan los difuntos, siendo, además, portadora de veneno.
— Es una expresión de vida: su veneno pude convertirse en medicina (como puede verse todavía en los signos de las farmacias actuales); además, ella está asociada a la fuerza masculina, entendida de un modo fálico. Más aún, ella puede vincularse con el círculo sagrado, con el uróboros o serpiente que se muerde la cola, uno de los signos principales del mito del eterno retorno, de la muerte y vida.
Num 21, 4-9 ha recogido algunos de esos rasgos, entendiendo a la serpiente como signo de todo lo que tiende a destruirnos (de las fuerzas que envenenan la existencia, vinculadas con las murmuraciones de los hebreos), viéndola al mismo tiempo como principio positivo de vida, conforme a los principios de la enantiodromía, es decir, de la corrupción y la generación, del veneno que se vuelve medicina.
Ciertamente, el texto es misterioso, sobre todo por los restos míticos que contiene. Pero es evidente que los hebreos han sabido entenderlo desde su propia visión religiosa: allí donde las serpientes de este mundo muerden y envenenan viene a elevarse Dios como serpiente superior, como poder de vida en medio de la muerte. El evangelio ha reinterpretado este signo desde la perspectiva de la cruz: «Igual que Moisés elevó a la serpiente en el desierto, así ha de ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna» (Jn 3, 14-15). En otra perspectiva, ciertos grupos gnósticos, llamados ofitas, adoradores de serpientes, han interpretado la serpiente de Eva como signo divino. La verdadera serpiente (ofis) es Eva, la mujer, pero en sentido positivo: ella y no Dios ha sido la que ha iluminado a los hombres, para que descubran su verdad y se liberen de un tipo de ley esclavizadora.
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