Palomas en el mercado.
¿Quieres ser rico? Pues no te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia. (Epicuro)
4 de marzo. III Domingo de Cuaresma
Jn 2, 13-25
A los que vendían palomas les dijo: Quitad eso de ahí y no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado (16)
María y José Ignacio López Vigil, hacen este conciso retrato de la personalidad vehemente de Jesús, en su libro Otro Dios es posible parte I, ante las sinrazones sociales:
“Como profeta que era, Jesús debió de estar dotado de una personalidad apasionada y sensible ante el sufrimiento humano y ante las injusticias que veía en su sociedad. Debió ser impaciente, ardiente, con gran capacidad para las relaciones humanas y con la fuerza de una palabra poética y llena de convicción”.
Ya el evangelista Lucas advertía en 12, 5 que nuestra existencia no se deriva de las riquezas que poseemos: “Y les dijo: ¡Atención! ¡Guardaos de cualquier codicia que, por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes!”. Un refrán atribuido a Buda –el príncipe indio que abandonó el palacio de su padre–, dice: “No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita”.
La verdadera riqueza está en el hecho de repartir con los demás lo que tenemos, en ofrecer a los que sufren y están tristes, un ramo de flores pleno de rosas de felicidad y de alegría.
Lo recordaba Erasmo de Rotterdam en su Elogio de la locura: “Habéis de saber que no hay goce alguno de las cosas si no se comparten con otros”. Goce que Rodolfo, protagonista de la ópera La Bohéme de Puccini, comparte con Mimí en una de sus arias, poética y musicalmente más hermosas: Che gelida manina. Para este consumado poeta, Mimí es una joven cegada por la admiración que le causa el hombre que le inició en el arte y en la vida espiritual. He asistido el sábado pasado a una sesión de cine en la que se representaba la obra en directo desde el Metropolitan de Nueva York. Confieso que no puede contener las lágrimas ante la escena final, en la que los restantes protagonistas, más pobres que las ratas, entregan sus únicas pertenencias para que se vendan y para que Mimí se pueda curar de su enfermedad: Shaunard, el abrigo; Musetta, los pendientes… etc., etc. El drama se consuma con la muerte de la protagonista.
Amy Jill-Levine lo deja claro en Relatos cortos de Jesús, refiriéndose a la parábola del hijo pródigo (Lc 16, 19-31): “Cada vez que una parábola empieza con la frase “había una vez un rico que…”, sabemos que el rico constituye un modelo negativo. Las Escrituras de Israel, la literatura judía del período del Segundo Templo, las fuentes rabínicas y numerosos dichos atribuidos a Jesús de Nazaret concuerdan en afirmar que la riqueza es una trampa, que los ricos deberían –aunque en general no lo hacen– atender a los pobres y que Dios tiene una preocupación especial por los desfavorecidos”.
En el versículo 16 del evangelio de Juan de este domingo leemos este párrafo: “A los que vendían palomas les dijo: Quitad eso de ahí y no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado”. Y el filósofo griego Epicuro de Samos (341-270 aC.) dijo: “¿Quieres ser rico? Pues no te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia”.
El pastor bautista protestante Calvin George (1971), pronunció en uno de sus sermones dominicales esta frase con notable resonancia de las de Jesús en los suyos: “Hay muchas bendiciones que no consisten en riquezas materiales. En realidad, hay muchas cosas que el dinero no puede comprar”.
DINERO
El dinero comprará:
Una cama pero no sueño,
libros pero no sabiduría,
comida pero no apetito,
adornos pero no belleza,
atención pero no amor,
una casa pero no un hogar,
un reloj pero no tiempo,
medicina pero no salud,
lujo pero no cultura,
admiración pero no respeto,
póliza de seguros pero no paz,
diversión pero no felicidad,
un crucifijo pero no un Salvador.
Vicente Martínez
Fuente Fe Adulta
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