Una vez el Señor habló con sus hijos…
Una vez el Señor habló con sus hijos…
Queridos míos, dejadme vuestro comienzo de cada día, entregádmelo, tal como hayáis programado, orado o esperado; quiero convertirlo en vuestra historia de salvación y de misericordia…
Vuestros proyectos, vuestra fidelidad… vuestros sinceros deseos de hacer mi voluntad ¡Déjamelos!
Dejadme también vuestra falta de ilusión, vuestras cansancios, vuesta rutina, vuestros achaques, vuestra oscuridad… lo que vosotros juzgáis negativo.
Ofrecedme las horas luminosas que configuraron vuestros años anteriores… quiero toda vuestra historia, no sobra ninguna página. Dadme las lágrimas, los himnos, las alegrías y los cánticos de liberación. Los quiero convertir en vuestro salterio.
Dejadme toda vuestra historia; dejadme este día que acabáis de estrenar, no os guardéis nada… si me dejais el ser Señor de vuestra historia, comprenderéis que, a pesar de vuestra luces y sombras, yo os bendigo y deseo dar a vuestros días un sentido pleno.
Abandonad vuestro juicio cerrado, vuestros horizontes acotados, dejadme vuestra vida, entregádmela; quiero convertirlo en vuestra historia de salvación.
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Irimego
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