Rock Hudson y su “verdadero amor” Lee Garlington
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Ante las polémicas que no cesan de surgir en torno al movimiento #MeToo, algunos estudios de Hollywood se plantean volver a incluir en los contratos de las estrellas las anticuadas “cláusulas de moralidad”.
Durante la época dorada de Hollywood muchos actores y actrices LGTB+ se vieron obligados a firmar esas cláusulas que les prohibían actuar de forma “inmoral” y, por lo tanto, ocultaron su sexualidad hasta el punto de casarse para aparentar.
En 1921 el actor de cine mudo Roscoe “Fatty” Arbuckle fue acusado de violar y asesinar a una chica joven en una habitación de hotel (*). El caso de Arbuckle saltó a los libros de historia como el primer gran escándalo de Hollywood (Arbuckle era toda una estrella) sino que dio pie a que los estudios de cine introdujeran en sus contratos las “cláusulas de moralidad“.
Una cláusula de moralidad obligaba a los actores y a las actrices a, básicamente, mantener su imagen dentro de lo que en aquel momento se consideraba moral. Las cláusulas de moralidad dejaron de utilizarse de forma generalizada hace bastantes años (aunque hoy en día siguen vigentes de forma menos explícita), pero a raíz de la campaña #MeToo y en vista de la velocidad (y constancia) con la que nuevas acusaciones de abusos sexuales surgen en la industria, algunos estudios se están planteando volver a implementarlas. Uno de esos estudios es Fox, que quiere modificar sus contratos para que si el artista comete actos que resulten en publicidad o notoriedad negativa, o si exponen su imagen -y la del estudio- al descontento del público, a un escándalo o al ridículo generalizado; puedan ser despedidos sin tener que pagarle un duro.
Esas cláusulas, por ejemplo, le habrían ahorrado a Netflix unos 40 millones de dólares tras despedir a Kevin Spacey de House of Cards y a Danny Masterson de The Ranch, ambos actores acusados de abusos sexuales y violación. Los productores de All The Money In The World, la película de Ridley Scott en la que Spacey fue sustituido a última hora por Christopher Plummer, se habrían ahorrado 10 millones de dólares.
El problema es que las cláusulas de moralidad acaban dejando al artista a merced del público y la moralidad de éste. Si por cualquier motivo un actor o actriz deja de ser el ojito derecho de las masas por un error, un malentendido o por llevar un estilo de vida que la gente no aprueba, podría perder su trabajo. Si crees que hoy en día no pasaría eso, pregúntale a Janet Jackson. Y sí, he dicho “estilo de vida”, porque aunque la homosexualidad no es un estilo de vida aún hay un gran sector del público (americano e internacional) que la entienden así; lo que pone en riesgo las carreras de actrices y actores LGTB+.
Lillian Faderman y Stuart Timmons explicaban en su libro “Gay L.A.: A History of Sexual Outlaws, Power Politics, and Lipstick Lesbians” cómo los estudios utilizaban las cláusulas de moralidad de forma casi dictatorial para mantener a raya a sus talentos: “Aunque las cláusulas de moralidad fueron introducidas como respuesta a los errores de los heterosexuales, los homosexuales tenían muchas razones para temerlas. Una vez el cine se convirtió en un negocio salvajemente lucrativo, los jefes de los estudios, que tenían mucho que perder económicamente si la vida personal de una estrella ‘ofendía o enfadaba a los fans’, se volvieron absolutamente dictatoriales sobre la imagen pública de sus estrellas, tanto dentro como fuera de la pantalla.” Según el libro, los jefes de los estudios entendían que a cambio de sus lucrativos contratos las estrellas estaban obligadas a comportarse de forma “moral”, lo que implicaba que los actores gais y las actrices lesbianas eran obligados a convencer al público de que eran heterosexuales, llegando al extremo de inventarse historias para la prensa o casarse solo por las apariencias; como hizo Rock Hudson.
En su biografía “Unbereable Lightness“, Portia De Rossi explicó cómo a finales de los años 90, mientras aparecía en Ally McBeal, se le ofreció un contrato para ser imagen de L’Oréal. El contrato incluía una cláusula de moralidad que la obligaba a devolver todo lo ganado en caso de que la violara. Aunque, como explicaba De Rossi, no se mencionaba explícitamente la homosexualidad sabía que sería una de las cosas por las que podían despedirla: “El texto del contrato era vago, y no tenía claro qué constituiría una brecha del contrato y cómo se definía la ‘moralidad’. Todo el tema me ponía enferma.”
Más recientemente Luke Evans explicó cómo su equipo de publicistas intentó, a mediados de los 2000, venderle a la prensa como un hombre heterosexual que mantenía una relación duradera con una mujer; y Ezra Miller contó que varias personas muy influyentes de Hollywood le dijeron que había cometido un tremendo error al salir del armario.
Las “cláusulas de moralidad” no ayudarán a detener la epidemia de abusos sexuales en Hollywood, ni frenarán la LGTBfobia, ni ayudarán a equiparar el papel de la mujer en la industria. No están ahí para proteger a nadie más que a los productores y los estudios, que podrán despedir a sus actores o actrices sin tener que pagarles un duro. No es sorprendente que una industria como Hollywood prefiera cubrirse las espaldas legal y económicamente en lugar de tomar las medidas necesarias para crear un ambiente laboral en el que todo el mundo sea tratado con respeto, independientemente de su sexo, su identidad de género o su orientación sexual.
Con los avances sociales que el colectivo LGTB+ ha conseguido en los últimos años (y se ha conseguido luchando, no nos han regalado nada) muchas estrellas LGTB+ del cine y la televisión no muestran problema alguno a la hora de vivir su vida de forma abierta. No podríamos volver a meter en el armario a Neil Patrick Harris o a Zachary Quinto ni podríamos olvidarnos de que Laverne Cox es una mujer trans. Pero por cada estrella visible hay unas cuantas que son obligadas a esconderse y este tipo de cláusulas podría hundir su vida personal y sus carreras de forma dramática.
Al fin y al cabo el gran problema en Hollywood (y en el mundo) es el machismo, y a algunos les resulta más fácil meter los escándalos machistas debajo de la alfombra (sin importar la dignidad de quién se llevan por delante) que asegurarse de que no ocurran en un primer lugar. Solo una industria en la que impera el machismo es capaz de plantear como solución a ese machismo una solución que invisibiliza, estigmatiza y discrimina a un colectivo minoritario.
Fuente | Advocate, vía EstoyBailando
(*) Tras el juicio, “Fatty” fue absuelto por 10 votos a favor y dos en contra. Como no era un veredicto unánime se decidió hacer un segundo juicio. En esta ocasión Arbuckle no dio testimonio y el jurado lo condenó por homicidio no premeditado por 10 votos contra y dos. Hubo un tercer juicio, en marzo de 1922. Arbuckle volvió a dar su testimonio y fue absuelto definitivamente. (Fuente Clarín)
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