Soldados derrotados de una causa invencible: Pedro Casaldáliga
Celebramos (16.2.18), los noventa años de Pedro Casaldáliga, y quiero hacerlo comentando con la Biblia una palabra antigua que se le atribuye, y que se repite con frecuencia como suya:
Nosotros, los cristianos, somos (=debemos ser) soldados derrotados de una causa invencible, la causa de la justicia y la personal, de los derechos humanos y de la ayuda a los pobres, la causa de Dios, que la vida de los hombres.
He seguido su trayectoria, he leído sus poemas, he compartido sus proyectos y ahora, a sus cuarenta años, quiero comentar de nuevo esa frase como expresión y sentido de su fecunda vida. Es evidente que él lleva en su cuerpo las huellas de muchas derrotas, pero su causa es invencible, como fue la de Pablo:
Estamos atribulados en todo, mas no angustiados;
en apuros, mas no desesperados;
perseguidos, mas no desamparados;
derribados, pero no destruidos;
llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús,
para que también su Vida se despliegue en nuestra Vida (cf. 2 Cor, 4-8)
Por Navidad nos ponemos unas letras, alguna vez me ha escrito más largo, como indicará la carta al final de esta reflexión, de la que empiezo recogiendo ahora un par de frases:
Estimulados por el testimonio de tantos testigos que entre nosotros se han sumado a la herencia martirial de aquellos días primeros urge ahora que nuestra Iglesia se vaya haciendo cada vez más Iglesia de los Pobres, Iglesia de los Mártires. Actualizando con respuestas eficaces la inspiración del Pacto (de las Catacumbas).
No podemos perder en el vacío la carga inmensa de estímulos que nos demandan fidelidad de praxis, dialogo plural, la alegría del Evangelio.Yo digo que hoy la consigna es: Todo es Gracia, Todo es Pascua, Todo es Reino, en el seguimiento de Jesús.
Recordando esas palabras (y otras que me dijo) quiero comentar a sus 90 años, para él, desde la Biblia, algunos elementos de ese lema: Soldados invencibles de un ejército vencido…. precisamente porque estamos dispuestos a ser derrotados por amor, para amar, junto a los humillados y vencidos de esta tierra.
Así debemos asumir con Jesús la causa de los perdedores, de aquellos que no quieren ganar pisando a los demás, sino que están dispuestos a sufrir (e incluso a morir) a favor de la verdad y la justicia, de los pobres y expulsados, como el siervo de Yahvé, el justo sufriente de Isaías, con los mártires actuales de la causa invencible de Cristo
La iglesia del Siervo de Yahvé.
El Segundo Isaías (Is 40-55) contiene una serie de textos que suelen llamarse «cánticos del Siervo de Yahvé» (Is 42, 1-7; 49, 1-9; 50, 4-11; 52, 13 – 53, 12), que muchos exegetas consideran como centro y/o cumbre de la Biblia israelita. Ese Siervo es un “personaje” central de la historia judía: un representante de Dios, hombre (o mujer), quizá todo un pueblo, que sufre el rechazo y condena de otros (extranjeros, israelitas injustos) que quieren matarle.
Ese “siervo” es un “soldado derrotado” de la causa invencible de Yahvé, el Dios de la justicia.
Los poemas del Siervo nos enseñan que Dios no está con los que ganan, que él no rechaza a los que pierden (como se pensaba de ordinario en algunos círculos de Israel), sino que aparece vinculado de manera intensa con el siervo perdedor, derrotado y expulsado. En esa línea, asumiendo y transformando viejas categorías sacerdotales, estos cantos muestran que los derrotados de Israel (exilados, fracasados, muertos) no han sido ni son los culpables, de manera que es falso decir que Dios les castiga por algún delito propio. Al contrario, ellos, los condenados, perdedores del mundo, son el signo de la humanidad inocente, en la que Dios viene a mostrarse como portador de una paz universal.
Esa imagen del Siervo, que podemos presentar como soldado derrotado del Dios Dios, evoca y anticipa, de algún modo, un cambio radical de la humanidad. Quizá por vez primera, superando la imagen de un “dios” que parecía signo de dominio impositivo (garante de victoria de los fuertes), ha venido a revelarse un Servidor de Dios que no vence triunfando (desde arriba), sino creando vida desde el mismo sufrimiento y la derrota.
Este Siervo es “sacerdote”, pero no realiza su liturgia sobre un templo sagrado, ni ofrece sangre de animales muertos, sino que ofrece a Dios su propia vida, al servicio de los demás. No se impone con violencia: no pide venganza ni quiere que su muerte se inserte en ninguna espiral de violencia, sino que desea que la cadena de muertes se pare. De esa forma, su misma derrota se puede entender como expresión de vida y victoria de Dios.
Este Siervo, que ocupa un lugar central en el despliegue de la Biblia, no está al servicio de una nación, ni de una Iglesia cerrada en sí mismasino de todos los hombres. Ciertamente, es israelita, pero en su fondo no hallamos ya nada que sea exclusivo de Israel, pues su acción se puede aplicar y se aplica al conjunto de la humanidad. No sabemos si Jesús apeló de una manera expresa a su figura, diciendo, por ejemplo: ¡Yo soy el Siervo de Yahvé! Pero es indudable que ella ha influido poderosamente en su camino y ha marcado la visión cristiana de su vida y mensaje (cf. Mt 12, 18; Hech 3, 13.26).
Iglesias del Justo perseguido.
Éste es un personaje central del libro de la Sabiduría (que forma parte de la Biblia Griega, de los LXX, no de la Biblia Hebrea) y se sitúa en la línea del Siervo de Yahvé, aunque quizá ha destacado más el contraste entre la justicia del mundo (que se funda en un tipo de imposición) y el sufrimiento de los inocentes. En el tema del Siervo podría esperarse al final una intervención mundana de Dios, que respondería imponiendo su justicia al fin de la misma historia. Por el contrario, al menos en Sab 2, parece que el justo sufriente no encuentra justicia en la tierra, ni dentro de la historia. Por eso, el autor del libro apela a una vida tras la muerte.
Éste siervo es un “soldado derrotado” del Dios de los pobres, del Dios invencible de la vida.
El tema del justo de Sab desborda el nivel de la justicia legal, como afirman sus opositores: «Acechemos al justo que nos resulta incómodo. Piensa que nosotros somos moneda falsa y se aparta de nuestras sendas como contaminadas; proclama dichoso el final de los justos y se envanece por tener a Dios por Padre» (cf. Sab 2, 10-16).
El justo no acepta las normas de un sistema opresor, ni se pliega a los dictados de un “mundo” donde reinan los injustos. Es un pobre, pero no por necesidad o fortuna sino por vocación: prefiere ser distinto, cultiva otros valores, despliega otros “poderes” y de esa forma viene a convertirse en objeto de envidia y rechazo para aquellos que definen el sentido oficial de la justicia. Según la justicia del mundo, sólo una violencia vence a otra violencia. En contra de eso, el Justo de Sab no puede (ni quiere) responder a la violencia con violencia (según talión), sino con el testimonio de su vida, manteniendo la justicia (sin imposición ni lucha) y siendo derrotado, porque los injustos emplean la violencia .
El justo sufriente es un buen israelita, pero, en realidad, sus rasgos nacionales resultan secundarios, de manera que puede presentarse y se presenta como figura humana, sin más, lo mismo que Job y otros personajes de la literatura sapiencial de la Biblia. No sabemos si Jesús interpretó su vida con los rasgos de este justo, entre otras cosas porque es poco probable que el libro de la Sabiduría se conociera en su ambiente galileo. Pero es indudable que la figura del justo deriva de la tradición bíblica y se encuentra en el fondo de la vida de Jesús, como han visto algunos textos significativos de la pasión (cf. Mt 27, 40-43).Éste justo sufriente es sin duda un soldado derrotado de la causa invencible de Dios.
Bienaventurados cuando os persiguen (cf. Mt 5, 10-11)
Esta última bienaventuranza, común a Lucas y Mateo, proviene quizá del mismo Jesús y está profundamente vinculada a la primera (que trataba de los pobres). En un contexto de violencia (guerra familiar y social), los pobres por antonomasia son los perseguidos, tanto en un plano familiar como social, y especialmente aquellos que son perseguidos por cumplir en concreto las bienaventuranzas.
El mensaje de Jesús no ha sido una “teoría”, una vivencia separable de las estructuras concretas de los hombres, sino que implica y suscita una forma de vida “provocativamente distinta”, pues va en contra de un tipo de estructuras y comportamientos familiares, sociales y políticos que parecían esenciales en aquel tiempo de cambios fuertes de la sociedad galilea (y de manera semejante en nuestro tiempo). Pues bien, Jesús ha querido enfrentarse a esos cambios, trazando un camino distinto de vida social y familiar, cultural y religiosa (¡política!), desde los más pobres. Lógicamente, para ello, ha tenido que romper (superar) las formas de vida dominante de su entorno.
Como podía haberse previsto, su propuesta ha encontrado opositores, no sólo entre los miembros de las clases altas (herodianos, sacerdotes, algunos escribas y, finalmente, los romanos), sino entre las mismas familias y grupos de Galilea a los que Jesús quiso ofrecer el Reino de Dios, iniciándolo con ellos.
Jesús ha sido un “soldado derrotado” (crucificado) de la Causa Invencible de Dios.
Noha querido crear la paz ganando una posible guerra, sino cambiando la forma de ser y sentir, de querer y comportarse de los hombres y mujeres de su entorno, desde los más pobres, para llegar así hasta el fondo del problema y superarlo de raíz. Para eso, tiene que enfrentarse con las viejas formas de solidaridad familiar y social, para crear solidaridades nuevas, gratuitas, desde los más pobres, abiertas a todos. De esa forma, al cuestionar los esquemas de vida tradicional, ha suscitado “reacciones” fuertes, persecuciones y violencias.
La paz de Jesús no es una paz gloriosa de soldados poderosos… Es la paz de los soldados derrotados de la causa invencible de Dios
Las bienaventuranzas no trazan el camino de una paz honorable que es propia de estamentos superiores , que dominaban en el mundo antiguo, tanto en Roma como en Israel, pues esa paz es falsa y está al servicio de los intereses de unas clases sociales, que se juzgaban importantes, portadoras de un poder sagrado… Pues bien, en contra de eso, Jesús ha comenzado su camino de pacificación desde aquellos que carecían de honor y de dinero, desde los rechazados sociales, invirtiendo los programas y proyectos de la sociedad establecida. Precisamente aquellos que no tienen nada (legiones, dinero, nobleza social…), campesinos sin tierra y excluidos de la nueva Galilea comercializada por los romanos, se atrevieron a iniciar un camino de paz, con la certeza de que Dios les ha ofrecido la promesa Invencible de la Paz de los que son asesinados en el mundo.
Allí donde los discípulos de Jesús inician un camino de pacificación desde los campesinos pobres de Galilea, en gesto de alegría mesiánica y de misericordia, ellos tienen que decir“¡Ay de vosotros los ricos! …” (Lc 6, 24-26). Así tienen que hablar a los ricos porque les aman. Entendidos de esa forma, los “ayes” no son una amenaza para después, sino una palabra de aviso para el tiempo presente. Son los lamentos de Jesús frente a unos hombres y mujeres que quieren fundar su falsa alegría y su paz mentirosa en la riqueza-saciedad, en el gozo de un poder y de un honor social que son propios de una sociedad clasista y violenta, que niega al Dios de la vida, de una sociedad que vive de muerte. El camino de la paz sólo es posible allí donde muestra el riesgo de un camino de victoria militar. Sólo los dispuestos a morir pueden crear la paz invencible de Dios.
Ésta es la paz de los derrotados, de la que hablaba ese famoso texto de Pedro Casaldáliga
Empezaré presentando (sin más comentario) la carta de Casaldáliga (a quien doy gracias desde aquí, sabiendo su poca salud) para evocar después su lema desde la perspectiva del Siervo de Yahvé, del Justo Sufrimiento y de la bienaventuranza de los perseguidos.
Excurso. Una carta de Pedro Casaldáliga
Le había escrito a primeros de noviembre del 2014, pidiéndole una palabra de ánimo como encuadre para un libro que estabapreparando sobre El Pacto de las Catacumbas (firmado el 16 de noviembre de 1965 por un grupos de obispos, que participaban el Vaticano II, comprometiéndose a buscar una Iglesia de testigos pobres, al servicio del evangelio), desde la perspectiva de las “catacumbas” (una Iglesia de mártires, de “perdedores” de Jesús).
Me contextó el 10 de noviembre, con un correo que reproduzco al pie de la letra
Querido Xabier,
gracias por toda tu teología que nos ha estimulado a muchos. Tú eres un buen teólogo teologal. Y estás en la Iglesia a servicio del Reino.
Gracias también por esta idea luminosa de traer a nuestra hora el Pacto de las Catacumbas. El Espíritu bajó sobre el Concilio y nos abrió espacios de reflexión y de compromiso.
Y bajó de un modo especial sobre estos hermanos que firmaron el Pacto y ahora nos sacuden para que acojamos su llamada desde la opción por los pobres. Desde una Iglesia que quiere ser de los pobres y para los pobres.
Estimulados por el testimonio de tantos testigos que entre nosotros han sumado a la herencia martirial de aquellos días primeros cuando el martirio era acontecimiento diario.
Urge ahora que nuestra Iglesia se vaya haciendo cada vez más Iglesia de los Pobres, Iglesia de los Mártires. Actualizando con respuestas eficaces la inspiración del Pacto. Tenemos la gracia de la palabra y de los gestos del papa Francisco. No podemos perder en el vacio la carga inmensa de estímulos que nos demanda fidelidad de praxis, dialogo plural, “la alegría del Evangelio”.
Yo digo que hoy la consigna es: Todo es Gracia, Todo es Pascua, Todo es Reino, en el seguimiento de Jesús.Pedro Casaldàliga
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