Domingo VI del Tiempo Ordinario. 11 de febrero, 2018
“Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entra abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aún así acudían a él de todas partes”
Muchas traducciones dicen que Jesús sintió lástima o se compadeció del leproso cuando le dijo “si quieres puedes sanarme”., pero quienes entienden de Biblia, y traducciones como la de la Biblia de Jerusalén, aseguran que los textos originales dicen que Jesús se “encolerizó”: “encolerizado, extendió su mano le tocó y le dijo: quiero, queda limpio”.
Jesús no se enfada muchas veces, al menos no nos lo cuentan los evangelios, pero hay por lo menos tres momentos en los que se dice o se muestra que Jesús se ha enfadado: este fragmento con el leproso, con los fariseos por lo que piensan en su interior, y con los mercaderes en el Templo.
Por más que nos choque y que tratemos de maquillarlo, Jesús se enfadaba.
Pero, ¿por qué se enfada con este pobre leproso que le pide que lo sane? No parece muy en la línea de Jesús esto de enfadarse en lugar de “compadecerse” ante la enfermedad.
Bien, según quienes estudian la Biblia, lo que enfada a Jesús hasta el punto de encolerizarse es que le busquemos solo para quedar libres de una enfermedad. Le enfada que no queramos conectar con la hondura de su mensaje, de su Buena Noticia.
Jesús no quiere sanar por sanar. No vino a librarnos de la enfermedad. Tampoco del sufrimiento. Jesús no es un “solucionador de problemas”. Dios tampoco.
Jesús vino a mostrarnos quién es Dios. Ese es su mensaje. Ese es el sentido de su vida y también el motivo de su muerte violenta en una cruz.
Marcos, en su evangelio, nos dice que Jesús nos manifiesta quién es Dios cuando se deja clavar en la Cruz. Dios es el que escoge el último lugar, el que nadie quiere. Y para llegar al Dios de Jesús no hay más camino que ocupar el lugar de las últimas de nuestra sociedad, de nuestro mundo.
No se trata tanto de ir a ayudar a quienes lo pasan mal, se trata de ser una más, de ocupar su lugar para que esa persona pueda ocupar el nuestro.
Algo similar a lo que hacían los frailes trinitarios en los orígenes de la Orden, quedarse en el lugar de los cautivos.
Oración
No permitas, Trinidad Santa, que te busquemos solo para liberarnos de nuestras ataduras personales. Haznos comprender el camino exigente de tu evangelio. Amén.
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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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